Kafka en tiempos del coronavirus

Kafka representa una parte triste y aterrorizada de todos nosotros y nos ayuda a entender mejor nuestra frágil condición humana.

En tiempos del COVID-19, cuando los individuos —cada uno a su manera— tenemos la salvaje impresión estar viviendo en un mundo de pesadilla, en medio de una pandemia cuyo origen y final no parecen claros; donde algunos viven y otros mueren sin lógica alguna, he pensado mucho en las obras literarias de Franz Kafka, el gran genio checo de la literatura alemana nacido en Praga, en 1883, y fallecido en Austria, en 1924, después de haber padecido de tuberculosis.

No cabe la menor duda, autoridades y personas en todo el mundo vivimos esta pandemia kafkanianamente; es decir, en un encierro físico y psicológico, llenos de preguntas y con muy pocas respuestas. A merced de las decisiones de nuestros gobiernos y de la cooperación de los ciudadanos. Nos sentimos permanentemente amenazados por una realidad que no vemos.

En su obra Kafka llegó a construir, de manera brillante, esos mundos de pesadilla por los que todos hemos atravesado alguna vez —aunque sea por un instante— en nuestras vidas: cuando nos sentimos impotentes por las decisiones de la autoridad; cuando los grandes capitales, los bancos, las oligarquías, abusan de los individuos; cuando somos rebasados por la delincuencia; cuando somos humillados, estigmatizados y burlados por la sociedad; cuando nos avergonzamos de nuestros cuerpos y de lo que somos; cuando nuestra propia familia y nuestros amigos nos dan la espalda; cada vez que alguien utiliza su superioridad para aprovecharse del más débil. Es entonces cuando experimentamos lo que se ha llegado a conocer como el efecto Kafka.

Kafka fue reconocido como uno de los más grandes escritores de la época y uno de los genios más importantes de la historia de la literatura universal. Desde entonces, ha influido de manera definitiva en escritores y artistas de otras disciplinas. Tristemente, no obtuvo reconocimiento en vida, lo cual no deja de ser una enorme injusticia, sobre todo habiendo sido un escritor tan talentoso y tan dotado de eso que llamamos vocación.

En vida, Kafka sólo llegó a publicar tres colecciones de magníficas historias breves —que incluyen la novela corta «La metamorfosis», su obra más conocida— y, de manera póstuma, se publicaron las tres novelas —inacabadas— que confirmaron su grandeza: «El juicio», «El castillo» y «El desaparecido». En su diario, compuesto de trece cuadernos —que no fueron concebidos para su publicación—, Kafka volcó la mayoría de sus secretos, frustraciones y deseos. Estos textos íntimos están considerados como las más hirientes confesiones de la literatura europea del siglo XX. Fue gracias a Max Brod, su gran amigo, que sus obras póstumas: novelas, relatos, cuadernos de diarios y aforismos, llegaron hasta nosotros. Kafka, que no creía en él mismo, le había pedido a Brod que destruyera todo después de su muerte.

Veinte años después de que el escritor falleciera, toda su familia cercana fue gaseada por los alemanes en el Holocausto judío.

El padre de Kafka ejercía en él, de manera terrible, un maltrato psicológico que terminó por convertirlo en un hombre tímido, apocado, ensimismado y rencoroso. Su madre, una buena mujer que lo quería, tenía un carácter débil y no fue capaz de protegerlo. Desde muy joven, Kafka quería ser escritor, pero su padre se lo impidió, de manera que se vio obligado a trabajar en un despacho de abogados y, posteriormente, en una compañía de seguros, siempre en posiciones donde desarrollaba actividades burocráticas que detestaba y que, sin embargo, fueron perentorias a la hora de construir su obra. Tenía pocos amigos y le atormentaba la idea de encontrar una mujer para formar una familia; ante su ineptitud para hallarla, se hizo cliente frecuente de prostíbulos y llevó una existencia marcada por el deseo y la incapacidad. Dentro de la correspondencia de Kafka existe un texto de cuarenta y siete páginas titulado: «Carta al padre», en el que es posible encontrar las principales claves que nos permiten comprenderlo mejor. Cualquier niño que se sienta atemorizado, minimizado o aplastado por su propio padre, se relacionará de inmediato con la infancia y la adolescencia de Kafka. Entre otros abusos, en aquella carta —que no tenía como objeto que su padre le pidiese perdón, sino tan solo expresar su dolor—, se quejó de un incidente de su vida, particularmente traumático: ocurrió una noche, cuando el joven Kafka pidió a su madre un vaso de agua y su irritable padre lo sacó de la cama, lo llevó al balcón y lo dejó allí para que se congelara, en nada más que su camisa de dormir. Su padre nunca tuvo que leer tal cosa y, a manera de reparación, Kafka siguió insistiendo, a través de algunos personajes, en el tema del abuso paterno y sus secuelas.

Kafka representa una parte triste y aterrorizada de todos nosotros y nos ayuda a entender mejor nuestra frágil condición humana. Escribió que la tarea de la literatura es reconectarnos con sentimientos profundos que, de otra manera, serían insoportables de analizar, pero que necesitan desesperadamente de nuestra atención.

«Un libro debe ser el hacha que corte el mar congelado que hay dentro de nosotros», dijo. Y sus libros fueron algunas de las hachas más conmovedoras, aterradoras y precisas que se hayan escrito en la historia de la literatura.

Leer a Kafka constituye, también, un ejercicio de una belleza estética abrumadora. Su escritura es diáfana y por eso mismo, accesible para todo el mundo, como un río cuya superficie es clara, aunque su fondo sea turbio.

Como toda obra maestra, la literatura de Kafka es un acto que nos enseña que la literatura es siempre una expedición a la verdad. 


Libros para leer de Franz Kafka

https://freeditorial.com/es/books/filter-author/franz-kafka–2

Print Friendly, PDF & Email
Artículo anteriorCarosella
Artículo siguienteDiálogos con Elena Garro, Entrevistas y otros textos, de Patricia Rosas Lopátegui
Nació en la ciudad de México en 1971. Es tuxpeño por adopción. Sobrino-nieto de Enrique Rodríguez-Cano, durante su adolescencia, vivió en el puerto de Tuxpan, donde estudió parte de la secundaria y de la preparatoria, y donde también trabajó en los ranchos ganaderos, “Los Rodríguez” y “Los Higos”. Más adelante, estudió la licenciatura en administración, una maestría en administración pública y ciencias políticas y cursó, parcialmente, el doctorado en letras modernas. Tiene cursos y diplomados en economía, finanzas bursátiles, creación literaria y guion cinematográfico. Ha dividido su carrera profesional entre el sector bursátil, la literatura, la fotografía documental, la fotografía de retratos y la fotografía urbana, y la docencia. Entre 2005 y 2006 colaboró como promotor cultural en el gobierno municipal de Tuxpan. Ha publicado cinco novelas cortas y un libro de cuentos (con los pseudónimos Juan Saravia y Juan Rodríguez-Cano). Ha publicado más de treinta relatos cortos en diversas revistas especializadas y más de un centenar de artículos. Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos, el «XIV Premio de Narrativa Tirant lo Blanc, 2014», del Orfeó Català de Mèxic. Su novela «Diario de un loco enfermo de cordura», publicada por Ediciones Felou, en 2003, recibió una crítica muy favorable por parte de la doctora Susana Arroyo-Furphy, de la Universidad de Queensland, Australia, y su novela «El tiempo suspendido» fue elogiada por la actriz mexicana, Diana Bracho. Su novela anterior y la novela «La sinfonía interior», publicada por Ediciones Scribere, en Alicante, fueron traducidas al francés y publicadas en Paris, Francia. Ha sido colaborador del diario Ruíz-Healy Times (México), El Diario de Galicia (España), Revista Praxis (Tuxpan, México), Diario Siglo XXI (Valencia, España), Revista Primera Página (México), El coloquio de los perros (Cartagena, España), Revista Nagari (España), Revue Traversees (Luxemburgo-Bélgica), y otros medios. Desde hace 11 años vive en Bélgica, donde es profesor de español (titular de la maestría, por parte del Departamento de Idiomas), orientado a estudiantes de ciencias políticas, ciencias de gestión y ciencias humanas, en la Universidad Católica de Lovaina.