Homenaje a Jesús Reyes Heroles en el centenario de su natalicio

Su pensamiento estuvo dominado por dos ideas centrales: el impacto del liberalismo en México -más como filosofía política y social, que como teoría económica- y la razón del Estado, que enmarcan una tercera constante: la separación de la iglesia y el Estado. Qué mayor homenaje a Reyes Heroles que intentar aplicar su método de raciocinio para analizar la situación actual.

Fue un privilegio para mí haber conocido a Reyes Heroles, siendo yo apenas un adolescente. Me unía a él un aprecio originado de provenir del mismo lugar, Tuxpan Veracruz y de la amistad que tenían él y mi padre. Don Jesús era diputado federal (1961-64) cuando mi padre era primero diputado local (1960-62) y después alcalde (1962-64). Ambos pertenecían al mismo grupo político que encabezaba el ex presidente Ruiz Cortines, quien solía pasar los fines de año en Tuxpan y convocar a los jóvenes entre quienes estaban ellos. Yo me sumaba con cualquier excusa a sus giras y de allí mi aprecio y admiración.

La costumbre de mi padre de llevarme a muchas de sus reuniones y comidas, me permitió el contacto con Reyes Heroles cuando estuvo como subdirector del IMSS (1958-61), director de Pemex (1964-70) y de Ciudad Sahagún (1970-72), de manera que me reconocía después de haberme visto al menos 10 o 15 veces. Cuando estuvo como presidente del PRI (1972-75) colaboré con él unos meses de 1972, donde recibí el encargo de agradecerle una comida que nos ofreció a colaboradores; cuando fue secretario de Gobernación (1976-79), me entusiasmó su reforma política de 1977.

A finales de 1980, estando él en la banca, le pedí comentarios que amablemente me dio, para el manuscrito de mi libro La Lucha por la Hegemonía (Siglo XXI, 1981). Trabajando yo en el Estado de México para el gobernador Alfredo del Mazo (1982-86), impulsé el acercamiento del gobernador al entonces secretario de Educación Pública, Reyes Heroles, como la voz más juiciosa del gabinete de Miguel de la Madrid. Eso me permitió fortalecer mi cercanía con él hasta su muerte en 1985. Con Demetrio Ruiz Malerva, promisorio joven político tuxpeño segado a destiempo, hicimos guardia ante su féretro en la secretaria de Educación Pública.

Pero sin duda lo más importante de Reyes Heroles era el torrente de su pensamiento amplio y profundo y sus frases agudas y memorables: en política… la forma es fondo; …  lo que resiste, apoya; … hay que aprender a tragar sapos; … hay que aprender a lavarse las manos con agua sucia. Han pasado casi 50 años y recuerdo el impacto que me causó en el Teatro de la República de Querétaro en el aniversario de la Constitución de 1975, oírle decir sus estadísticas sobre la educación pública frente a la privada (93% vs 7%) y su defensa del estado laico en su frase laboratorio no es oratorio.

Pero tal vez por encima de sus importantísimas ideas, estaba el método que utilizaba para producirlas: estudiar día a día la realidad presente e histórica de México y el mundo,  así como seguir atentamente la producción del pensamiento más valioso de su época. Es decir, observaba su circunstancia y le daba perspectiva histórica, combinando la teoría y la práctica. Era el intelectual y el político, en una simbiosis permanente, indisoluble, que activaba con sus escritos y discursos en torno a fechas conmemorativas.

Su pensamiento estuvo dominado por dos ideas centrales: el impacto del liberalismo en México -más como filosofía política y social, que como teoría económica- y la razón del Estado, que enmarcan una tercera constante: la separación de la iglesia y el Estado. Qué mayor homenaje a Reyes Heroles que intentar aplicar su método de raciocinio para analizar la situación actual.

En el siglo XIX México seguía bajo el dominio de la monarquía española, primero, y de la iglesia, después. De manera que el liberalismo fue una ruta de escape a la opresión, que puso a prueba a dos generaciones fundamentales –concepto usado por nuestro homenajeado- la de la independencia y la de la reforma. Liberado México de aquellos dos yugos históricos, a partir de la consolidación de la república en 1867 con Juárez, el siguiente hito se centraba en la razón del Estado, que Reyes Heroles encontró en la aportación de la tercera generación fundamental, la del principio del siglo XX, la de la revolución.  Todavía le tocó reconocer la cuarta generación fundamental de México, la del movimiento estudiantil de 1968 y, pensando en las cuatro, construyó su aportación a la historia del país. 

La turbulencia de las dos décadas del siglo pasado que siguieron a la explosión de 1910, construyeron las bases de los 50 años del milagro mexicano de 1933 a 1982, del inicio de Lázaro Cárdenas al final de López Portillo, que enmarcaron la vida de Reyes Heroles. En esa época el crecimiento económico fue sólido y superior al 5.9% anual; el ingreso por persona se cuadruplicó, a pesar de que la población también se cuadruplicó, al pasar de 16.5 millones en 1930 a 67.7 en 1980, gracias a que la economía aumentó casi 20 veces su tamaño.

Reyes Heroles llegó en 1941 a su adultez, al inicio del sexenio moderado de Ávila Camacho y en el ascenso vertiginoso de aquel milagro mexicano. El optimismo y la confianza en el futuro, eran incuestionables, a pesar de la segunda guerra mundial. No solo eso, México se liberó en esos años de la enorme carga de la deuda externa histórica que se arrastraba desde la época juarista, por la conveniencia de las potencias de mantenerlo como un aliado en el tablero geo-estratégico de la guerra. ¿Cómo no ser optimistas del futuro?

Adolfo Ruiz Cortines

Apenas cumplidos 30 años, tuvo la gran oportunidad de trabajar en 1952 en la oficina del recién llegado presidente y su paisano, Ruiz Cortines, y su también tuxpeño y amigo, Rodríguez Cano. Mirador nacional de lujo, que alimentó su hambre de conocimiento y lo preparó para emprender el estudio del tema que lo llevaría a su obra cumbre, en el centenario de la guerra de reforma, el Liberalismo Mexicano. Los cuatro pilares fundamentales de la constitución de 1917 –no reelección, reparto agrario, sindicalismo y educación para todos- le darían la razón de Estado que alimentó su acción como político y su pensamiento como intelectual.

Cumplió 40 años en 1961, en medio del éxito irrefrenable de México que se revelaba en la población duplicándose cada 20 años. Ese éxito demográfico llevó al país a su primera crisis de alimentos en 1966. Era un balde de agua fría en pleno sexenio diazordacista, que precedió a la aun peor sacudida que significó el movimiento estudiantil de 1968. ¿Cómo ocurrían ambas calamidades aparentemente de la nada? Cosío Villegas había dado una primer señal de alerta en 1947 y el Movimiento de Liberación Nacional inspirado en el éxito de la revolución cubana, tal vez la segunda. Reyes Heroles ocupó la década como el ruizcortinista más destacado, acumulando experiencia política como diputado federal por Tuxpan (1961-64) y prestigio técnico como director de Pemex (1964-70).

En la década de los 70’s, estrenando sus cincuenta años de edad, tuvo sus dos experiencias políticas más formativas: la presidencia del PRI (1972-75) y la Secretaría de Gobernación (1976-79). Ambos encargos fueron truncados abrupta y sorpresivamente, pero fueron también clave para prepararlo y colocarlo en el centro neurálgico que materializó su aportación histórica mayor: la reforma política de 1977. Abrió las puertas del PRI a la observación académica, nacional y extranjera, provocando la incomprensión en la clase política del país de ese entonces y leyó el proceso paralelo de la democratización española -desatado vertiginosamente tras la muerte de Franco en noviembre de 1975- como una positiva señal de los tiempos. Había que borrar la vergüenza del triunfo electoral de López Portillo con el 100% de votos, al correr sin oposición tras el retiro del PAN de la contienda. Recuerdo la incomprensión de la alta burocracia federal cuando convocó a las minorías en aquel memorable discurso de Chilpancingo del 1º de abril de 1977 y el entusiasmo nacional durante las reuniones en el palacio de Bucareli.

En 1981 Reyes Heroles cumplió sesenta años de edad, después de casi dos años en la banca. López Portillo estaba a punto de recibir de la historia el título del segundo mejor presidente de México del siglo XX. Sin embargo, el azar se lo arrebató con la caída del precio internacional del petróleo en junio de ese año y, a partir de ese momento la estrella del presidente declinó aceleradamente y la de nuestro homenajeado volvió a ascender merecidamente, hasta llevarlo con Miguel de la Madrid  a la Secretaría de Educación, donde brilló luminosamente con su último encargo. Terminó el 19 marzo de 1985 donde había empezado, como maestro de la nación.

En los 36 años transcurridos de 1985 al 2021, México resultaría irreconocible, para bien y para mal, para Reyes Heroles. El potente impulso democratizador que atisbó, se expresó con fuerza en la corriente democratizadora del PRI que empezó a formarse en el mismo año de su muerte y dio lugar al triunfo cardenista, fraudulentamente arrebatado en 1988. Al sumarse el entusiasmo clouthierista, se rompió en definitiva el monopolio electoral con la creación del Instituto Federal Electoral, se pluralizó el congreso diez años después (1997) y llevó finalmente a la alternancia presidencial en el año 2000.

En lo económico, se optó por profundizar la dependencia de los EEUU a través del TLC, en beneficio de un pequeño círculo moderno y en detrimento de grandes sectores y regiones rezagadas. Sin embargo, el rezago desde 1982 se compensó con la expulsión de 1 millón anual de jóvenes durante 20 años, que migraron y triunfaron en los EEUU en su beneficio personal y el de sus familias. Pero hasta ahí el ciclo ascendente, si le pudiéramos llamar así.  

A partir del año 2000, se profundizó con más fuerza y claridad el modelo de desarrollo impulsado internacionalmente con entusiasmo –basado en la creación de riqueza para el 1% de la cúspide social- con la esperanza frustrada de que los beneficios escurrirían hacia el fondo de la pirámide social, lo cual nunca ocurrió. Pero un aglutinante y lubricante se fue revelando cada vez más poderoso: los moches. En el año 2006 se impuso otra vez el temor a las mayorías y desde la presidencia se optó por convalidar una elección viciada.

En el 2012 los medios masivos de comunicación pidieron su turno y confirmaron su posibilidad de crear y destruir presidentes. Compartir entre el sector público y privado –cuyo perfil cada vez se desdibujaba más- los beneficios de los negocios –fueran públicos o privados- se fue haciendo cada vez más aceptable y cotidiano durante todo el período, hasta llegar a los casos más extremos en el sexenio peñista: Odebrech y la estafa maestra. Reyes Heroles nos había advertido que el Estado debe intervenir para que las ciegas fuerzas del mercado no dominen el destino del hombre.

Las 4 décadas que se iniciaron en 1982 vieron también crecer un nuevo actor -tímidamente primero, pero avasalladoramente después- del cual los presidentes de México fueron forzados a encabezar, independientemente de su voluntad: el crimen organizado. Impulsado por la incontenible fuerza de tracción del mercado de las drogas de los EEUU, el cártel de Guadalajara de Miguel Ángel Félix Gallardo fue un éxito internacional, tímidamente precedido por Rubén Zuno Arce y su pequeño –relativamente hablando- negocio de heroína. A partir de Salinas, el presidente se vio obligado a encabezar dos gabinetes, el abierto y público del gobierno y el cerrado y clandestino del crimen organizado. Cada presidente organizó y delegó su manejo de manera diferente. Fuera a un gobernador, a un secretario de estado, a un hermano, o a un director de seguridad o de policía, pero el efecto era el mismo. La pirámide de control del crimen cambiaba sexenalmente.

Estas eran el tipo de reflexiones que tanto disfrutó Reyes Heroles y con las que deleitó a mi generación: evidenciar el poder transformador de la cultura; escudriñar el sentido de la historia; descubrir el juego dialéctico de los opuestos; imaginar los posibles caminos de las síntesis, siempre fugaces y cambiantes. Ese es para mí su legado.  Estas breves líneas son un modesto tributo a su grandeza.

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(Tuxpan, Veracruz, 1947) Es un académico y diplomático mexicano; embajador de México en los Estados Unidos de América (2015-2016). Licenciado en Derecho por la UNAM; Maestro en Administración Pública por la Universidad de Warwick (Inglaterra); y Doctor en Sociología Política por la London School of Economics. Ha sido catedrático en la Escuela de Derecho y Diplomacia Fletcher de la Universidad Tufts, en Boston desde 2008, donde también fue director del Programa de Reforma Judicial. Su carrera profesional se ha desarrollado en instituciones dedicadas a la investigación cuantitativa y de opinión pública, así como en cargos gubernamentales. Fue presidente de la Asociación Mundial para la Investigación de Opinión Pública (WAPOR); fue Director General de Evaluación de la Presidencia de la República (1980-82), Secretario Particular del Gobernador del Estado de México (1982-85), Procurador General de Justicia del Estado de México (1985-86) y Secretario Particular del Secretario de Energía (1986-88). Es autor y coautor de múltiples libros sobre opinión pública, valores y política, entre lo que destacan: La Lucha por la Hegemonía en México (Siglo XXI, 1981), El Pulso de los Sexenios (Siglo XXI, 1990), Convergencia en Norteamérica (Siglo XXI, 1994), Human Values and Beliefs: 1990 World Values Survey (University of Michigan, 1998), Human Beliefs and Values: 2000 World Values Survey (Siglo XXI, 2004) Values and Life Styles in Urban Asia (Siglo XXI, 2005), Uno de Dos, con Carmen Aristegui y Lorenzo Meyer (Random House, 2006); Changing Values and Beliefs in 85 Countries: Trends from the Values Surveys from 1981 to 2004, con L. Halman, R. Inglehart y otros (Brill, 2007); y Un Mundo de Tres Culturas: Honor, Éxito y Disfrute (Siglo XXI, 2016).