Las aves en la mitología griega

Será la mitología griega la que aporte a Occidente una serie de imágenes arquetípicas de las aves, ya sea ocupando la parte central del mito o en las que participan de manera activa, ocultando, a menudo, rituales y ceremoniales oscuros.

Pedro Paunero

Las aves aparecen como personajes principales, o significativamente en algún papel secundario, en cuentos, leyendas y mitos de todo el planeta. En diversas ocasiones, como cuando adquieren cualidades o defectos humanos, sus historias se entrelazan en enseñanzas de tipo moral (bajo la forma de fábulas o parábolas), que alcanzan la grandeza en la epopeya espiritual “El coloquio de los pájaros”, del poeta persa Farid al Din Attar (S. XIII), en la que el ave mítica del Simurg, representa la divinidad. Será la mitología griega la que aporte a Occidente una serie de imágenes arquetípicas de las aves, ya sea ocupando la parte central del mito o en las que participan de manera activa, ocultando, a menudo, rituales y ceremoniales oscuros, como aquellos en los que los Reyes sagrados de la Grecia prehistórica y matriarcal, suponían víctimas sacrificiales en aras de la fertilidad de la tierra –con su sangre se regaban los campos para que fructificaran- que, como tal, es la tesis del mitólogo británico Robert Graves que seguiré para ejemplificarlos.

Los mitos pelasgo y órfico de la creación

Los pelasgos, pueblo, o conjunto de pueblos, antecesores de los griegos, tenían un mito de creación pletórico de elementos que remitían a edades muy antiguas, en las cuales no había aparente relación entre el acto sexual y la fecundación femenina. El mito de Eurínome, “diosa de todas las cosas”, cuenta que la diosa surgió desnuda del caos primordial y, al no encontrar sostén, separó el firmamento del mar. Danzó sobre las olas, provocando la aparición de los vientos sur y norte. Tras frotar entre sus manos el viento norte, brotó de este la serpiente Ofión, que se sintió lujuriosa y se enroscó siete veces en el cuerpo de la diosa. En aquel tiempo se suponía, por lo tanto, que el viento del norte, llamado Bóreas, fertiliza, así, por ejemplo, explicaban que las yeguas, al volver los cuartos traseros hacia ese viento, podían parir potros sin ayuda de un semental. La diosa, por lo tanto, preñada de Ofión-Bóreas, asumió la forma de una paloma blanca aclocada sobre las aguas y empolló el huevo universal. Ambos se retiraron a su residencia en el Monte Olimpo, pero el Ofión demiúrgico tomó para sí la pretensión de haber sido él quien creara el universo. La diosa le golpeó la cabeza con el talón, arrancándole los dientes y desterrándolo a las cavernas subterráneas.

La paloma de la fertilidad pues, será, posteriormente, el ave emblemática de la diosa Afrodita, diosa de la belleza y el deseo, incluyendo el amor en todas sus manifestaciones, ya fuese como “Afrodita Generatrix” (diosa madre y protectora de las mujeres embarazadas), “Afrodita Porné” (diosa de las prostitutas), pasando por “Venus Calipigia” (Venus, como se la conocía en Roma), la diosa de las bellas nalgas.

En cuanto al mito órfico de la creación, este cuenta que la Noche de alas negras, diosa temida incluso por Zeus, fue cortejada por el viento y puso un huevo de plata en el medio de la oscuridad. De este surgió Eros, también llamado “Fanes”, a quien se debe haber puesto en marcha al universo. Eros “tenía doble sexo y alas doradas, como poseía cuatro cabezas, a veces mugía como un toro o rugía como un león, y otras veces silbaba como una serpiente o balaba como un carnero”. Las cuatro cabezas de Eros simbolizan las Cuatro estaciones, pero lo importante es señalar la prominencia del huevo como elemento significativo primordial y que origina no sólo a la vida misma, sino al Todo.

El tiempo y el cuervo

No se debe confundir a Chronos, la personificación del “tiempo cósmico”, llamado Saturno por los romanos, con Cronos, el “tiempo de los hombres” con su devenir a través de los calendarios, las cosechas y todos los asuntos humanos. Cronos es el nombre del Rey de los Titanes que destronó a su padre Urano y a quienes conocemos como “el Padre Tiempo”, a quien se representa con su hoz implacable y acompañado de un cuervo. Cita Robert Graves que “Se le representa en compañía de un cuervo, como, a Apolo, Asclepio, Saturno y al dios británico primitivo Bran; y “cronos” significa probablemente «cuervo», como la palabra latina “cornix” y la griega “corone”. El cuervo era una ave oracular y se suponía que albergaba el ánima de un rey sagrado después de su sacrificio”.

El origen del color negro del cuervo

En el principio el color del cuervo era blanco. Ovidio en su obra magna “Las metamorfosis” narra la historia de Corónide, hija del rey Flegias de los lapitas, la joven más bella de Tesalia al grado que Apolo se fijó en ella. Corónide comenzó amoríos con Apolo, que la cortejó bajo la forma de un cisne, y ya esperaba un hijo suyo cuando, mientras el dios se ocupaba de viajar a su oráculo en Delfos para encargarse de sus asuntos y dejara a su cuervo para proteger a su amada, Corónide no dudó en acostarse con otro muchacho, Isquis. Apolo, o su hermana Ártemis, sumamente furiosa por el engaño, fulmina a Corónide no sin antes rescatar al hijo que crecía en sus entrañas. Este hijo será Asclepio, dios de la medicina, educado por el sabio centauro Quirón. Tiempo después Apolo la tomaría con el cuervo, “cuya lengua lo perdió”, maldiciéndolo por no haberle sacado los ojos a Isquis y cambiando su color albo en negro.

Graves señala los mismos puntos para la explicación de este mito: el cuervo como ave oracular, en la cual encarna el ánima del Rey sagrado que era sacrificado en honor de la diosa lunar Ártemis, cuyo culto fue suprimido por el de Apolo. De esta manera, la diosa, metafóricamente, tuvo que renegar del ave que antes le había sido adjudicada. La leyenda de “Bran, el bendito”, entre los celtas, tiene la misma explicación.

La leyenda de “Bran, el bendito”

La cabeza del guerrero Bran, llamado “el bendito”, está sepultada en la Colina blanca, en el sitio donde se levanta la Torre de Londres, mirando hacia la Europa continental, como un centinela que guarda el país de los invasores. A lo largo de la historia la torre ha servido como lugar de decapitaciones para los enemigos del reino y, ahí mismo, la habitan cuervos desde hace siglos, que son mantenidos y alimentados por los guardias, ya que la leyenda dice que el día que los cuervos abandonen la torre tanto esta, como Inglaterra, caerán.

Las metamorfosis amorosas en aves de Zeus

Los nacimientos de Apolo y Ártemis los cuenta Graves, basado en textos griegos y latinos, de la siguiente manera: “Zeus engendró a Apolo y Ártemis con Leto, hija de los Titanes Ceo y Febe, transformándose a sí mismo y a ella en codornices mientras se acoplaron. Pero la celosa Hera envió la serpiente Pitón para que persiguiera a Leto por todo el mundo, y decretó que no pudiera dar a luz en ningún lugar en que brillara el sol. Llevada en alas del Viento Sur, Leto llegó por fin a Ortigia, cerca de Délos, donde dio a luz a Ártemis, quien tan pronto como nació ayudó a su madre a cruzar el estrecho, y allí, entre un olivo y una palmera que se alzaban en el lado septentrional del monte deliano Cinto, dio a luz a Apolo en el noveno día de parto.”

La explicación etológica, es decir, basada en la conducta biológica de las aves, sería que Ártemis, originalmente una diosa orgiástica, tenía a la lasciva codorniz como su ave sagrada. Mientras que bandadas de codornices pueden haber hecho de Ortigia un lugar de descanso en su viaje hacia el norte, durante la migración de primavera, incluyendo en el cuerpo del mito estas conductas, bajo un aspecto narrativo muy armonioso.

Un mito más célebre, y bastante representado en el arte, tanto en pinturas como esculturas, es el de Zeus y Leda. Robert Graves lo cuenta de esta manera:

“Leda, que se ayuntó con Zeus en la forma de un cisne junto al río Eurotas puso un huevo del que salieron Helena de Troya, Castor y Pólux; en consecuencia se la deificó como la diosa Némesis. Ahora bien, el marido de Leda, Tindáreo, también se había acostado con ella esa misma noche y, si bien algunos sostienen que los tres eran hijos de Zeus —y también Clitemnestra, quien había salido con Helena, de un segundo huevo—, otros dicen que solamente Helena era hija de Zeus y que Castor y Pólux eran hijos de Tindáreo; otros más afirman que Castor y Clitemnestra eran hijos de Tindáreo, en tanto que Helena y Pólux eran hijos de Zeus”.

Aparte de las explicaciones que ofrece Graves sobre pueblos patriarcales, que invadieron a aquellos en los que el sistema matriarcal imperaba (Zeus acostándose con Leda y otras mujeres o semidiosas), esta podría ser su interpretación etológica: los cisnes estaban consagrados a la diosa a causa de su plumaje blanco, también porque la formación en “Y” de su vuelo era un símbolo femenino, y porque en el solsticio estival volaban hacia el norte a lugares de cría desconocidos, supuestamente llevándose con ellos el ánima del rey difunto. Tal interpretación arroja luz sobre el mito de Ganímedes.

Zeus y Ganímedes

Cedo la palabra a Graves:

“Ganímedes, el hijo del rey Tros que dio su nombre a Troya, era el joven más bello de los vivientes y en consecuencia lo eligieron los dioses para que fuera el copero de Zeus. Se dice que Zeus, quien deseaba a Ganímedes también como compañero de lecho, se disfrazó con plumas de águila y lo raptó en la llanura troyana. Luego, en nombre de Zeus, Hermes regaló a Tros una vid de oro, obra de Hefestos, y dos hermosos caballos en compensación por la pérdida de su hijo, asegurándole al mismo tiempo que Ganímedes se había hecho inmortal, estaba exento de las miserias de la vejez y sonreía, con la jarra de oro en la mano, mientras escanciaba el brillante néctar al Padre del Cielo. Algunos dicen que Eos fue la primera que raptó a Ganímedes para que fuera su amante y que Zeus se lo quitó. Fuera como fuese, lo cierto es que Hera lamentó el insulto de que habían sido objeto ella y su hija Hebe, hasta entonces copera de los dioses, pero lo único que consiguió fue irritar a Zeus, quien puso la imagen de Ganímedes entre las estrellas como Acuario, el portador de agua”.

Interpretación: “El supuesto rapto de Ganímedes por el águila lo explica un ánfora cretense de figuras negras: un águila que se lanza sobre los muslos de un rey recién entronizado llamado Zeus simboliza el poder divino que se le confiere

—su ka u otro yo—, así como un halcón solar descendía sobre los Faraones en su coronación. Sin embargo, la tradición de la juventud de Ganímedes indica que el rey que aparece en la imagen era el sustituto regio, o interrex, que gobernaba un solo día, como Faetonte, Zagreo, Crisipo y los demás. Puede decirse, por lo tanto, que el águila de Zeus no sólo le hizo rey, sino que además lo transportó al Olimpo”.

El águila y la serpiente

Si bien la leyenda de la fundación de Tenochtitlan puede interpretarse a la luz de la ciencia, es decir, águilas reales que verdaderamente habitan el Valle de México y cazan y se alimentan de serpientes, también es cierto que este hecho no es aislado ni único del país. Recordaremos, por ejemplo, el mito babilónico de Etana, el cual sintetizo, desde el análisis que nos ofrece Roberta Graves, de esta forma:

“La ascensión de un rey al cielo montado en un águila, o en la forma de un águila, es una fantasía religiosa muy difundida. Etana, el héroe babilonio, después de su casamiento sagrado en Kish, se remontó montado en un águila hacia los patios celestiales de Ishtar, pero cayó en el mar y se ahogó. Había alimentado a un águila moribunda y esta lo llevaba entre sus alas. La muerte de Etana, no fue el sacrificio de fin de año habitual, como en el caso de Ícaro, sino un castigo por las malas cosechas que habían caracterizado su reinado; volaba para descubrir la hierba mágica que producía la fertilidad. Su fábula está entretejida en un relato de la continua lucha entre el Águila y la Serpiente —el año creciente y el menguante, el Rey y el sucesor— y como en el mito de Llew Llaw, el Águila, que lanza su último aliento en el solsticio invernal, recupera mágicamente su vida y su fuerza. Así leemos en el Salmo 103.5: «Tu juventud se renueva, como la del águila”.

La arqueóloga italiana, nacionalizada mexicana, Laurette Séjourné, nos da una interpretación simbólica del escudo nacional, en su libro “Pensamiento y religión en el México antiguo”, en el cual el águila simbolizaría el sol, la serpiente a una corriente de agua, la nopalera un árbol de la vida y sus tunas rojas corazones humanos arrancados. Por lo tanto Séjourné coincide con Graves en un punto fundamental, el águila como un psicopompo, o conductor de almas hacia el cielo.

El nacimiento de Afrodita

 “Afrodita, Diosa del Deseo, surgió desnuda de la espuma del mar y, surcando las olas en una venera, desembarcó primero en la isla de Citera; pero como le pareció una isla muy pequeña, pasó al Peloponeso y más tarde fijó su residencia en Pafos, Chipre, todavía la sede principal de su culto. La hierba y las flores brotaban de la tierra dondequiera que pisaba. En Pafos las Estaciones, hijas de Temis, se apresuraron a vestirla y adornarla.

Algunos sostienen que surgió de la espuma que se formó alrededor de los órganos genitales de Urano cuando Crono los arrojó al mar; otros que Zeus la engendró en Dione, hija del Océano y Tetis, la ninfa del mar, o bien del Aire y la Tierra. Pero todos están de acuerdo en que se echa a volar acompañada de palomas y gorriones”.

Así cuenta el mito Robert Graves. Ahora debemos recordar una costumbre griega, tan antigua como hermosa, que implica a la diosa, las palomas que la acompañan y una tierna oración.

Palomas para Afrodita

A los dioses griegos no se les podía pedir favores, como en el caso de la divinidad cristiana. Siendo los seres humanos criaturas insignificantes, a los olímpicos sólo se los podía tratar de convencer en aliarse con nosotros o, en el remoto caso de ser favorecidos por ellos, ya fuera por mera diversión, cuestiones de rivalidad entre ellos (como sucediera durante la Guerra de Troya, en la que los Olímpicos tomaron partida, ya fuera por griegos o troyanos) o por la astucia (como en el caso de Odiseo, favorecido por Atenea), no abandonaban fácilmente a su protegido. Las muchachas enamoradas, en la Grecia clásica, subían a los acantilados, de cara al mar, llevando consigo palomas de barro, que arrojaban a las olas mientras pronunciaban una oración que he reconstruido, tomándome muchas licencias poéticas, pero basándome en un himno homérico, así:

“Oh, Poderosa Afrodita,

Gran Urania,

cuya túnica estrellada despliega

una bastilla fulgurante con erótico ritmo…

tú que las has desplegado en mis manos,

te agradezco, diosa del Deseo,

dueña del ceñidor codiciado,

todos los momentos pasados,

y en la guerra de Eros haber sido mi aliada”

A continuación la explicación etiológica y etológica: las palomas y los gorriones se caracterizan por su lascivia, y al pescado y los mariscos (la nave en forma de venera de Afrodita) se los considera todavía afrodisíacos en todo el Mediterráneo. Afrodita era conocida entre los romanos como Venus y, precisamente de Venus, y de su nave en forma de concha o venera, se le ha dado nombre a un tipo específico de enfermedades, a aquella que denominamos como “enfermedades venéreas”.

Los días del alción

“Alcíone era hija de Éolo, guardián de los vientos, y Egialea. Se casó con Ceice de Traquis, hijo del Lucero del Alba, y fueron tan felices con su mutua compañía que ella se atrevió a llamarse a sí misma Hera y a su esposo, Zeus. Esto, como es natural, molestó a los olímpicos Zeus y Hera, quienes desencadenaron una tormenta sobre el barco en el que viajaba Ceice para consultar con un oráculo y le ahogaron. Su ánima se apareció a Alcione, quien, muy contra su voluntad, se había quedado en Traquis y en consecuencia, enloquecida por la pena, se arrojó al mar. Algún dios compasivo los transformó a ambos en martín pescadores. Ahora, cada invierno, la martín pescadora lleva a su macho muerto con grandes lamentos a su entierro y luego construye un nido muy compacto con las espinas de la ortiga de mar, lo lanza al mar, pone sus huevos en él y empolla sus polluelos. Hace todo eso en los Días del Alción, o sea, los siete que preceden al solsticio invernal y los siete que le siguen, mientras Éolo prohíbe a sus vientos que agiten las aguas. Pero algunos dicen que Ceice se transformó en una gaviota”.

Explicación etiológica: Robert Graves considera que al alción se le atribuía el poder mágico de apaciguar las tormentas; y su cuerpo, cuando estaba seco, se utilizaba como talismán contra los rayos de Zeus, probablemente basándose en que allí donde golpea no vuelve a golpear. El Mediterráneo tiene tendencia a la calma en el solsticio de invierno.

Explicación etológica: En pleno invierno, hacia finales de enero, hay una época de temperaturas más suaves y cielos despejados: es el fenómeno conocido como los “días del alción”. Estos míticos días deben su nombre al alción o martín pescador, un pájaro que pone sus huevos en las rocas del mar. A diferencia de la mayoría de las aves migratorias, que se van en otoño, el alción emigra a principios de primavera. Por eso hay días templados y claros en mitad del invierno. El fenómeno también tiene una explicación meteorológica: en esta época del año las presiones barométricas entre el sur y el norte de Europa están niveladas, por lo que el clima es más templado.

Odiseo y las mujeres pájaro

Las sirenas “a lo largo del tiempo, cambian de forma”, escribe Jorge Luis Borges. Así, en la Odisea ni siquiera se menciona su forma. Será Ovidio quien las hará “de plumaje rojizo y cara de ángel”. Para Apolonio de Rodas “de medio cuerpo arriba mujeres y, abajo, aves marinas”. Será Tirso de Molina quien las concibe “la mitad mujeres, peces la mitad”. Los cuentos de hadas (en los que se mencionan menos las hadas que otras criaturas y sucesos fabulosos), idearán la imagen clásica que nos diera Tirso. Sobre la sirena negra que últimamente desencadenó una serie de actitudes racistas en las redes sociales, debemos recordar que la avidez del cine de Hollywood no hace sino aprovechar la corrección política actual para ganar dinero alegando motivos de “inclusión” y demás.

El artista que concibió la hermosa cerámica ática (del 480-470 a. C.), conservada en el Museo británico, ya se apropiaba de la imagen más antigua, la que rescatara Ovidio, seres con cuerpo de pájaro y cabeza de mujer, que se precipitan sobre Odiseo, atado al mástil de su barco, mientras sus marinos reman con los oídos taponados de cera para no escuchar su canto mortal, y fue motivo de adivinanza cuando, en una escuela primaria del Estado de México, pregunté a los niños de una clase si sabían de qué criatura se trataba la representada en la hermosa vasija: “¡Ángeles!” corearon varios. “¡Sirenas!” les dije.

Los niños se asombraron y, a su manera, comprendieron el destino multiforme de las sirenas.

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Novelista, cuentista, ensayista y crítico de cine, nacido en Tuxpan, Veracruz, México, en 1973. Tiene una licenciatura en biología terrestre. Su trabajo se ha publicado en México, Argentina, Colombia, Venezuela, España y Francia. Algunas de sus publicaciones figuran en: Tecknochtitlán: 30 visiones de la Ciencia-ficción Mexicana, antología de Federico Schaffler (Edo. de Tamaulipas, 2014); en la antología Futuros por cruzar: Cuentos de ciencia ficción de la frontera México-Estados Unidos (New Borders / Nuevas Fronteras nº 2, Universidad Autónoma de Baja California y University of Colorado, Colorado Springs, 2014) del antologador Gabriel Trujillo Muñoz; un ensayo sobre el teatro del Grand Guignol en Dos Amantes Furtivos, Cine y Teatro Mexicanos, libro coordinado por el investigador y director de cine Hugo Lara (Editorial Paralelo 21, 2015), la novela Weird Western y Steampunk Señor de las máscaras y la novela de terror post apocalíptica Una cierta hecatombe (Camelot América, 2018 y 2019). Fue nominado al Premio Ignotus 2015, de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror(AEFCFT), por su cuento El paisaje desde el parapeto; ha ganado dos veces el premio Tirant lo Blanc por parte del Orfeó Catalán de la Cd. de México y el premio Miguel Barnet que otorga por la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana