La destrucción de la imagen

De las fotos de las redes sociales a La niña y el buitre de Kevin Carter.

Henri Cartier-Bresson fue el creador del concepto fotográfico llamado el instante decisivo; es decir, fue el creador de la instantánea fotográfica. Sin embargo, estoy seguro de que cuando Cartier-Bresson concibió esta teoría no pensaba en el tipo de imágenes que ahora vemos en las redes sociales -y cada vez más en los noticieros de televisión-, donde el deterioro de la calidad de la foto-noticia es tan desalentador como contradictorio, pues entre más mejora la óptica de los equipos fotográficos asociados a un teléfono celular, peores son los resultados.

Henri Cartier-Bresson

Si -como decía McLuhan- el medio es el mensaje, en una mala foto el pendejo es el que la tomó.

Contra lo que mucha gente piensa las grandes fotos no se crean. Las grandes fotos están ahí, esperando a que alguien vaya por ellas y las capture precisamente en el instante decisivo, como hacía Cartier-Bresson.

En un intento por contrarrestar los perniciosos efectos de esta implacable destrucción de la imagen, hace algunos años produje la serie de televisión llamada Historia de una foto (algunos programas pueden verse en:http://gchaoe.blogspot.com/). Lo hice con la idea de enaltecer el valor histórico y estético del fotoperiodismo, y como protesta -por vías de comparación- contra el material de bajísima calidad técnica y temática que actualmente se difunde en los medios de comunicación, pero sobre todo en las redes sociales.

En esa serie conté la historia de algunas fotografías célebres y los pormenores de cómo habían sido captadas por sus autores, todos ellos profesionales que, con gran riesgo personal, oportunidad, calidad, sensibilidad y maestría, nos mostraron las guerras, los desastres, el amor, el desamor, las modas, las personalidades, la oculta geometría de los objetos y la vida cotidiana de los pueblos y las bestias.

Robert Capa

En esa serie están las célebres fotografías Muerte de un miliciano y Ligeramente fuera de foco, de Robert Capa. Esta última, por cierto, dicen que dio origen su frase: “Si tus fotografías no son lo suficientemente buenas, es porque no te acercaste lo suficiente”. Verdad absoluta, porque la fotografía es como el amor: hay que acercarse… aunque traigas telefoto.

También en esa serie está la foto La niña y el buitre, del surafricano Kevin Carter. La no menos célebre titulada La niña del napalm, del fotógrafo vietnamita Nick Ut, ambos ganadores del Premio Pulitzer por su extraordinario trabajo fotográfico.

La niña y el buitre: Kevin Carter

Si esos fotoperiodistas, sensibles y valientes, presenciaran lo que actualmente se capta con cámaras digitales miniaturizadas, sin duda que alguien como Robert Capa, Gerda Taro, David Seymour, Eddie Adams, Kevin Carter, Paul Strand, Edward Weston, Dorothea Lange o Manuel Álvarez Bravo renegaría de ello y preferiría seguir muerto. Y los que aún viven, como Pedro Valtierra, rechazarían el uso que en estos días se da a una cámara fotográfica.

¿En dónde están los viejos y exigentes editores de fotografía de las grandes agencias noticiosas? Buena pregunta.

El mensaje gráfico

En la década de los años ochenta tuve oportunidad de trabajar con Ted Majewsky, el legendario director de fotografía de United Press International (UPI). Junto a él supe que detrás de aquél hombre de carácter rudo se ocultaba un sensible creador de imágenes maravillosas. Majewky era tan duro con sus fotógrafos que jamás permitió “subir”, como ahora se dice, una foto al servicio de noticias sin antes someterla a un escrupuloso proceso de edición.

Esos valores, tan cuidadosamente cultivados por las anteriores generaciones de fotógrafos de prensa, se han perdido ante el nuevo canon de la inmediatez generado por las redes sociales, que “trepan” (más que suben) a la red todo tipo de basura, lo mismo fotos fuera de foco que videos vibrados o historias que son un monumento a la estupidez.

La niña de napalm, Nick Ut

Pero más lamentable es que los fotoperiodistas sean una especie en vías de extinción, porque las grandes televisoras y agencias de noticias prefieren difundir las pésimas imágenes captadas por aficionados antes que las grandes fotos de los profesionales.

La economía del mal gusto, finalmente, asesinó al arte fotográfico, de la misma manera que la truculencia del Photoshop masacró lo cierto al falsificar la realidad. Antes del Photoshop no había mujeres feas (sólo algunas, que eran, digamos, poco agraciadas). Después del Photoshop todas se sienten legítimas aspirantes a ganar un concurso de belleza… aunque sea virtual. Porque el Photoshop es como el SAT: te quita todo lo que te sobra, empezando por los años.  Es decir, te falsifica.

El arte que llegó a perfeccionar el fotógrafo de estudio, que hacía trampas con la luz y el falso paisaje pintado sobre un telón de fondo, hasta convertir la foto en un travesti de la realidad, ahora lo hace el Photoshop.

Sólo por eso, contaré una historia cruda, tal vez desgarradora, sobre lo difícil que era tomar una buena foto cuando los fotógrafos tenían que acercarse, y lo terriblemente difícil que era apartarse de ese recuerdo después de haberla captado.

Fotografía de guerra: Robert Capa

Los niños de la guerra

Se atribuye a Bertrand Russell haber dicho: “Una guerra no determina quién tiene la razón…una guerra determina quién prevalece”.

De los corresponsales de guerra se suele decir que han visto tanta muerte y destrucción que han perdido toda capacidad de asombro y nada los conmueve.

Ese parecía ser el caso del talentoso fotógrafo surafricano Kevin Carter.

Carter inició su carrera en 1983 como fotógrafo de deportes, pero pronto fue comisionado a cubrir la lucha anti-apartheid que se libraba en Suráfrica, donde entró en contacto con la violencia y el horror.

Kevin Carter

Antes de cumplir veinticinco años, Carter había visto más muerte y sufrimiento humano del que probablemente vería cualquier persona normal en toda su vida. Sus colegas lo describieron como un joven de emociones tumultuosas, con pasión por su trabajo, pero extremadamente proclive a caer en situaciones de euforia o depresión.

En 1990, durante el clímax del movimiento anti-apartheid encabezado por Nelson Mandela, Carter y otros tres fotógrafos de raza blanca decidieron asociarse para cubrir las manifestaciones más peligrosas que tenían lugar en los barrios negros de Soweto y Tokoza. Así se formó lo que llamaron The Bang-Bang Club, un cuarteto de reporteros gráficos que tomaba fotos en mitad de la peor balacera, integrado por Kevin Carter y Ken Oosterbroek, del Johannesburg Star, y los free-lancers Greg Marinovich y Joao Silva.

Pero las escenas de violencia y excitación que produce la exposición constante a situaciones de riesgo, condujo a los cuatro miembros de The Bang-Bang Club a hacer su trabajo bajo los efectos de la droga. Todos fumaban mariguana y consumían methaqualone. Sin embargo, la manera como se arriesgaban para obtener las mejores fotografías les produjo buenos resultados.

En 1990 Greg Marinovich ganó el Premio Pulitzer con una foto que muestra a un zulú que había sido apaleado, y cuando todos creían que había muerto por los golpes, uno de sus ejecutores lo roció con gasolina y prendió fuego. El zulú se levantó, echó a correr envuelto en llamas, y esa fue la escena que captó Marinovich.

El Pulitzer obtenido por uno de los cuatro fotógrafos de The Bang-Bang Club elevó la baza del riesgo profesional. Pero la fama y los buenos contratos ganados por Marinovich hicieron que sus colegas quisieran obtener el suyo y cada vez hacían más locuras.

En 1993, harto de los conflictos de Suráfrica y acompañado de su colega Joao Silva, Carter viajó a Sudán para cubrir la Guerra Civil en ese país, conflicto que había causado una hambruna espantosa entre la mayoría de la población sudanesa.

Tan pronto arribaron a la aldea de Ayod, Carter comenzó a tomar fotos de los hambrientos refugiados, hasta que se encontró con una pequeña que caminaba con dificultad hacia el puesto de socorro alimentario.

Carter la fotografió varias veces y, de pronto, sucedió lo inesperado, cuando un  buitre se posó a unos veinte metros de la niña, que yacía postrada.

Según relato de Silva, Carter siguió tomando fotos hasta que logró una imagen que le pareció buena; pero quería algo más dramático. Esperó a que el buitre abriera las alas. Esa era la foto que buscaba.

Después de esperar durante veinte minutos, Carter se marchó sin conseguirla.

La foto de la niña famélica y el buitre acechándola se publicó el 23 de marzo de 1993 en The New York Times. El efecto fue inmediato. Provocó una oleada de horror e indignación por la suerte de la niña, sólo comparable con la indignación que veinte años antes produjo la foto de la niña quemada por una bomba de napalm en Vietnam.

Kevin Carter ganó el Premio Pulitzer de 1994, firmó un contrato con la Agencia Sygma y se volvió una celebridad mundial. Sin embargo, a donde quiera que fuese le preguntaban que había pasado con la niña de la foto, y no faltó quien indagara al respecto y descubriera que Carter no había hecho nada para que la niña alcanzara el puesto de socorro.

Carter entró en estado de depresión. Odiaba la foto que había tomado y le molestaba que le hablaran de ella.

En abril de 1994, el día de la víspera de las elecciones que pusieron fin al apartheid en Suráfrica, su colega y amigo Ken Oosterbroek fue baleado y muerto mientras cubría manifestaciones violentas en una aldea cercana a Johannesburgo, y Greg Marinovich, otro de los cuatro miembros de The Bang-Bang Club, resultó gravemente herido de bala en un pulmón.

La depresión de Carter aumentó con la muerte de su amigo más querido. Sus problemas de alcoholismo y drogadicción se agravaron.

La noche del 27 de julio de 1994, después de reiterados fracasos profesionales y en  bancarrota económica y moral, Kevin Carter abordó su camioneta, se dirigió al río Braamfonteinpruit, conectó una manguera al tubo de escape del vehículo, se encerró en la cabina, encendió el motor, se colocó los audífonos de su walkman y se suicidó con monóxido de carbono.

De la verdadera historia de la foto de la niña y el buitre hay pocas cosas en claro. Los enemigos de Carter dicen que fue un montaje. Los que lo justifican aseguran que Carter hizo lo que hace un corresponsal de guerra que ha estado expuesto a la muerte, el dolor, el hambre y las atrocidades por demasiado tiempo. Para ellos, fotografiar la guerra es un trabajo que alguien debe realizar… y nada más.

De su foto se ha dicho que el escenario de la fotografía era el basurero del pueblo de Ayod en el que la niña estaba defecando, y que es natural que en un basurero haya buitres.

Carter lo único que hizo fue captar el instante decisivo y alejarse de ahí.

Nunca lo sabremos. Carter jamás volvió a hablar de su foto y se quitó la vida cuando era víctima de su propio éxito.  No sabemos si la niña prevaleció a la guerra. Lo que sabemos es que Kevin Carter no lo logró.

Colofón

La historia de Kevin Carter da una idea aproximada sobre lo difícil que es el trabajo de un fotoperiodista corresponsal de guerra, y lo complejo que resulta captar una buena foto. La primera lección consiste en que hay que estar ahí para lograrlo, porque las buenas fotos no las toman los ausentes. Y estar ahí contrae riesgos físicos y emocionales.

Ejercí el periodismo durante casi medio siglo, sé de lo que hablo, y puedo decir que  afortunadamente el ejercicio profesional no me produjo daños de esa naturaleza. A pesar de haber publicado anteriormente artículos sobre autores que terminaron suicidándose (Hemingway, Alfonsina Storni, El Club de los poetas suicidas), para tranquilidad de mis lectores diré no estoy obsesionado con los escritores y periodistas suicidas. Lo que pasa es que estoy trabajando en un libro sobre el tema y estos artículos son parte de sus capítulos. Pero, además, hay otra razón. Después de cinco años de tratamiento, hace unos días me dieron de alta de una enfermedad que se llama linfoma no hodgkin (cáncer). Desde entonces decidí que el día que muera, será de risa.

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(Tuxpan, Ver. 1946) Periodista y narrador. Ha sido director de los diarios El Occidental, El Sol de Guadalajara y Esto; Presidente de Información del Grupo Organización Editorial Mexicana (OEM); Vicepresidente senior y gerente general de operaciones de United Press International (Washington); Director General de Comunicación Social del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa; y profesor de Diseño de la Información en la Universidad Iberoamericana. Premio Internacional de Periodismo ALADI-Bank of Boston (1985). Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Ha publicado los títulos Pelícano Brown (Grijalbo, 1999); De los Altos (Diana, 1991); La mujer de San Pedro (Diana, 1997), Matar al Manco (Premio Internacional Diana/Novedades, 1992), La Maleta Mexicana (Planeta, 2015) y Sirviendo a México (Gourmand World Cookbook Awards, 2019). Asimismo, fue creador del programa Los niños de la guerra, en la serie Historia de una Foto (Televisión Educativa, 2010) que ganó el Premio Pantalla de Cristal en la categoría de Mejor Guión y Mejor Postproducción.