Hablaremos de tres desapariciones misteriosas; en estas encontraremos elementos de horror, de asombro y algunos enigmas no resueltos que se aúnan en una trampa literaria deliberada, en una mentira y en la desaparición última de un célebre escritor. Sus enigmas atañen a la naturaleza misma de la insólita desaparición (un hombre que se desvanece en el aire, así, sin más, ante los ojos de varios testigos y el hecho es contado dos veces), y el origen no aclarado que da cuenta de tal desaparición. ¿Quién contó primero el incidente, se trata de una historia verídica pero que jamás ha podido ser corroborada, o es tan sólo el invento de un autor de cuentos de misterio y terror que culmina, en un guiño trágico de aquello que llamamos destino, con su propia y real desaparición?
En todo caso, así comienza:
El sol lucía radiante, esa mañana de julio del año 1854, sobre los terrenos de la granja Williamson en Selma, en el estado de Alabama (Estados Unidos), cuando Orion Williamson miró unos caballos desperdigados a lo lejos.
-Voy a traer esos caballos –anunció a su esposa e hijo, sentados en el porche. Se levantó de su silla y echó a andar por el campo.
Dos vecinos que montaban a caballo, desde el fondo del campo, más allá de dónde pastaban sus propios caballos, lo saludaron con el sombrero al verlo. No había andado mucho, atravesando terreno llano, sin árboles, ni hierbas, ni rocas, ni edificios, ni nubes en el cielo, cuando Williamson se desvaneció en el aire. Su mujer e hijo lo vieron y gritaron horrorizados. También lo vieron y, después no lo vieron, los vecinos a caballo. Sus familiares echaron a correr y a buscar y rebuscar pero no encontraron rastro de aquél marido y padre desaparecido en medio de la claridad de un día plácido y normal. Se les unieron en la búsqueda los vecinos pero tampoco encontraron nada, ni un solo agujero en la tierra, ni una sola piedra donde hubiera podido tropezar y caer, ni un charco lodoso y turbio donde hubiera podido, quizá, ahogarse.
La mujer de Williamson dio parte a las autoridades, desde la ciudad llegaron hombres con sabuesos entrenados que olfatearon el campo y siguieron el rastro de los pasos del desaparecido, sin resultado alguno. Los perros se limitaron a olisquear el terreno y a detenerse en seco, justo en el sitio donde Orion Williamson se disipara en la atmósfera. Los hombres analizaron palmo a palmo la zona pero tampoco dieron con la mínima pista que aclarara el misterio del desvanecimiento súbito de Williamson. Con los hombres y los sabuesos también arribaron periodistas y, con estos, un muchacho de unos doce años que hizo preguntas aquí y allá y escuchó a los reporteros hacer preguntas allá y acá y posteriormente se puso a escribir un cuento.
Esta es la primera desaparición y parece ser cierta.
Ambose Bierce escribió La dificultad de cruzar un campo, cuento basado en el incidente de Williamson, en el que da cuenta de varios detalles novedosos: incluye a una docena de esclavos trabajando bajo las órdenes de un capataz llamado Andrew, situados al otro lado del campo, hacia quien Williamson, arrojando la punta de un cigarro al suelo y abandonando el porche, se dirige para hacerle saber algo acerca de unos caballos, intención que transmite a sus familiares antes de echar a andar por un camino de gravilla.
En el relato de Bierce, Williamson (sólo se lo llama así, sin nombre de pila) se detiene para arrancar una flor, sigue adelante, cierra una verja y saluda a un vecino, Armour Wren, que va con su hijo a bordo de un coche abierto. El coche pasa. Wren, a la vez, pide regresar al cochero, al recordar que ha olvidado decirle algo a Williamson sobre unos caballos que le ha vendido. Uno de los caballos del coche tropieza y en ese momento el hijo de Wren pregunta qué ha sido de Williamson. Sigue la descripción de la histérica Señora Williamson que exclama horrorizada que su marido se ha ido de repente, después la narración de los hechos observados como testigo por parte de Wren, bajo juramento, en el momento de resolver legalmente sobre la herencia de Williamson. No se toma declaración de la Señora Williamson, debido a su estado emocional, ni a los sirvientes y sólo se toma en cuenta la declaración de James Wren, hijo de Armour. Los sirvientes no habían observado nada y, en el relato, tampoco se encuentran las pistas aclaratorias para el misterio. [1]
Bierce, al convertir en literatura la historia de Williamson (si este realmente existió), la hizo suya, la fundió con su relato y nos la entregó reelaborada, por lo tanto, ambas historias han llegado hasta nosotros como una sola.
La segunda desaparición atañe a un tal David Lang de Gallatin, en Tennessee. Los elementos que constituyen este misterio son los mismos: Lang echa a andar por el campo que se sitúa delante de su casa y desaparece. Los testigos son su mujer, un juez llamado Augustus Peck y su cuñado. Finalmente se realiza una investigación que tampoco arroja resultados. La historia apareció publicada en la revista estadounidense Fate en 1953, recogida, supuestamente, a partir de la narración hecha por Sarah, la hija de Lang, al escritor Stuart Palmer. Es posible encontrar versiones en las cuales se confunden los elementos de esta segunda historia con los del incidente de Williamson (por ejemplo, en alguna variante no aparece el juez y se cita a la esposa solamente), así, ambas narraciones han devenido (a pesar de su carácter rural original) en mera leyenda urbana, ignorando las fuentes, tanto literarias como periodísticas, limitándose a los detalles fundamentales (el caminar y desaparecer, el observar desde el porche y ser testigos) al momento de ser contadas.
Esta es, pues, la segunda desaparición y parece ser falsa, a pesar de haberse convertido en referencia obligada en toda antología que trate de supuestas desapariciones misteriosas. Veamos por qué: alguien tuvo la feliz idea de investigar este caso poco después de ser publicado en dicha revista, siendo el hecho más importante, en dicha investigación, la rigurosa revisión del censo del año 1880 del condado de Sumner, donde se asentaba la granja Lang. Se descubrió que no habían existido los Lang, ni su granja, ni el juez y su cuñado.
Pero hay un dato todavía más extraño, y he aquí dónde es, precisamente, el lugar en el que debemos situar a la trampa o al equívoco o al engaño en toda esta maraña de historias parecidas y es este: en 1999 el compositor David Lang, junto al dramaturgo Mac Wellman, escribieron una ópera que lleva por título La dificultad de cruzar un campo, basada en el cuento de Bierce sobre la desaparición de nuestro amigo Orion Williamson.
David Lang nació en 1957, es decir, cuatro años después de la publicación de la historia del otro –y desaparecido-, David Lang y ha recibido, entre otros premios, el Pulitzer de música y el Grammy. ¿Qué quiere decir esto? Que por lo menos podemos afirmar que uno, de los dos Davids Lang, existe y se ha convertido en una celebridad. Su realidad es tangible y puede corroborarse a través de los medios y enciclopedias dedicadas a la música.
La tercera desaparición es la del mismísimo Ambrose Bierce y es cierta totalmente, aunque permanezca incompleta en sus detalles, lo que ha contribuido a la naturaleza de su celebridad: Bierce le cede los derechos sobre su tumba en California a su hija Helen, en un acto bastante significativo que, como bien señala Paco Ignacio Taibo II [2], nos hace suponer que no pretendía ser sepultado ahí. Pasa la frontera mexicana algún día de diciembre de 1913 y se lo encuentra el día 16 en Chihuahua con $1,500 en las alforjas, en plena revolución mexicana. Le ha escrito a Lora, la esposa de su sobrino, una carta en la que se podía leer:
“Si oyes que me pusieron contra una pared de piedra mexicana y me hicieron harapos a tiros, toma nota de que pienso que es una buena manera de partir de esta vida, mucho mejor que morir de viejo, de enfermedad o caer de las escaleras del ático. Ser gringo en México ¡Es eutanasia!”
A Birce no le agradaba la figura de Pancho Villa, a quien consideraba un bandido nada interesante, a pesar de esto, trata de unírsele. Veterano de la Guerra de Secesión, con un divorcio encima y dos hijos muertos, la existencia le pesaba. Se había ganado el mote literario de “Bitter Birce” [3] y lo que deseaba era desaparecer, como Williamson, el protagonista de su relato y del incidente que puede ser real. Y Bierce eso fue lo que hizo, desapareció.
La última noticia de su paso fugaz por México se da cuando Norman Walker, reportero de El Paso Herald, quien cubría la batalla de Ojinaga, escucha de un “gringo viejo” al que han matado de un tiro y cuyo cuerpo ha sido quemado con queroseno frente a la iglesia junto a otros combatientes. Paco Ignacio Taibo II señala que Walker no estaba convencido de que realmente Bierce haya estado en la batalla. Su rastro se pierde aquí pero iniciaba, como es de suponerse, la leyenda, fundamentada en su anunciada desaparición. Carlos Fuentes recrea, investiga y reinventa los pasos de Bierce entre las tropas villistas, en su novela más lírica, Gringo Viejo; y este mismo hecho hizo que Malcolm Lowry expresara: México fue a la vez la pira de Bierce y el trampolín de Hart Crane. [4]
Paul Begg, apasionado autor e investigador sobre la identidad y los crímenes del primer asesino serial contemporáneo, Jack el destripador llega a la conclusión, en su libro Into Thin Air, People Who Disappear [5], que estas desapariciones deben ser relatos repetidos de una misma historia, aunque hemos perdido de vista cuál sea el relato original.
Señalemos, para terminar, un último incidente. En el New York Sun con fecha del 25 de abril de 1885, fue publicada la nota sobre la desaparición –correspondiente a unos días antes, al miércoles 22-, de un tal Isaac Martin, granjero de Salem, Virginia, al salir a trabajar al campo, desde donde se reportaban otras misteriosas desapariciones y un fenómeno de “succión”, aunque no se aclaraba la naturaleza de dicha succión ni ningún otro elemento, es decir, tampoco se reportaban testigos del suceso ni algún otro añadido a dicho suceso. Martin, simplemente, había salido y había desaparecido. Sugestionada o sugerida, probablemente, por las dos historias de Williamson, es como nos percatamos que, la manera de escribir y abordar esta nota [6] ya pertenece al terreno del puro sensacionalismo periodístico y deberíamos tomarla tan sólo como una broma.
La confusión fundamental que sostiene a todas estas desapariciones bien puede tener como marco la frase aquella que cita Óscar Wilde en sus Intenciones: la vida copia al arte, aunque también podríamos añadirle una coletilla y el arte a la vida, hasta que ambas se coman la cola y desaparezcan, como bien hicieron los gatos de Kilkenny del cuento infantil.