Al paso del tiempo, su trabajo se acercó más a la estética de la muerte que a la fotografía amarillista de la que surgió.
Conocí a Enrique Metinides desde que era una niña, cuando miraba ingenua los periódicos que en cada esquina colgaban con pinzas de ropa en un hilo desgastado que atravesaba los viejos puestos de periódicos, esos de los años setenta, mucho antes de que se instalaran los kioskos que hoy cuentan con dos paredes y un techo de metal, cargados de publicidad, y que se pueden cerrar con llave cada noche y abrir en las madrugadas.
Entre las portadas del periódico La Prensa, muy al estilo de ¡Alarma! me enteré que un niño perdió el brazo en la carnicería de su padre, mientras metía un trozo de carne en una máquina trituradora que convertía media res en carne molida, y que ese día incluía la del menor. También miré por primera vez la muerte de cerquita, en una fotografía de un policía que cargaba una cabeza en sus manos. Vi a un hombre electrocutado en un poste de donde colgaban sus brazos y sus piernas, entre un enjambre de cables de luz y de teléfono que se enredaban mirando al cielo.
El niño Metinides fotografió desde los nueve años accidentes y muertes dramáticas en la Ciudad de México, con una mirada fija, muy apartada de sus emociones y muy cerca de la realidad. Desde pequeño comprendió -sin maestro que mediara- que el ojo del fotógrafo tiene un solo objetivo: capturar el instante sin pudor.
Conocí a Enrique Metinides por segunda vez, más de 30 años después, en el documental El hombre que vio demasiado (2015) de la cineasta Trisha Ziff. Fue entonces que me enteré de su historia, de que su padre de origen griego le regaló una cámara a los nueve años de edad, y que camino a la escuela primaria comenzó a capturar las imágenes que pronto formaron parte de la nota roja de los periódicos; que publicó su primera fotografía a los 12 años y que le daban permiso de salir de clases si había un accidente y necesitaban al niño de la cámara.
Cada imagen capturada por el niño de la cámara marca el instante preciso, también la oportunidad de llegar a tiempo, de convertir un clic en una historia llena de mirones que nunca dejó de retratar junto a la tragedia, como los niños mirando al niño atropellado, a solo un paso de distancia, y los mirones que se asoman por la ventana de un automóvil en donde yacen los cuerpos de una familia.
Conocí a Enrique Metinides por tercera vez, entonces personalmente, durante su exposición en el Foto Museo Cuatro Caminos, en 2016. En ese enorme galerón se respiraba sangre en todas las paredes. Los asistentes mirábamos impactados la famosa fotografía de una mujer muy elegante, que fue atropellada en Avenida Chapultepec y quedó prensada entre dos postes, tomada en 1979; el primer choque del Metro en 1975 -cerca de la estación Viaducto- imagen que circuló en todos los periódicos al día siguiente del accidente; el cadáver de un joven a media calle, mientras la novia llora en cuclillas junto a él y en primer plano destacan las placas 412BCX de un viejo Volkswagen, y en donde el último suspiro atraviesa nuestros ojos; el camión Tacubaya que cuelga atrevido de un puente, suspendido entre el pavimento y el vacío; el instante del desplome del Hotel Regis en el terremoto del 85. Fue cuando esas fotografías tuvieron por primera vez, para mí, un nombre, un autor.
Fotorreportero autodidacta, Enrique Metinides (1934-2022) obtuvo su primer reconocimiento en 1997, por una trayectoria de 50 años retratando la nota roja, con el Premio Espejo de Luz otorgado por la Bienal de Fotoperiodismo. En México, expuso su obra en el Centro de la Imagen, el Museo del Estanquillo, el Foto Museo Cuatro Caminos, y sus imágenes dieron la vuelta al mundo, fueron exhibidas en el Museo de Arte Moderno y la Galería Anton Kern en Nueva York, la Galería de Fotógrafos en Londres, el Festival de Fotografía de Arles, Francia, la Casa América de Madrid y el Museo de Fotografía Industrial MAST en Italia. En 2012 publicó el libro 101 Tragedias de Enrique Metenides.
Al paso del tiempo, su trabajo se acercó más a la estética de la muerte que a la fotografía amarillista de la que surgió, en esa prensa sensacionalista que publicaba incendios, homicidios, accidentes de auto, trenes y aviones, es decir, la tragedia y la muerte sin adornos, no había llegado a ser considerada artística. Eso también logró Enrique Metinides. Carlos Monsiváis, admirador del fotógrafo cronista de la tragedia se refirió a su trabajo diciendo que “Cada imagen representa la intrusión del destino en la vida cotidiana, la certeza de que nunca estaremos seguros. El accidente es el centro de una obra admirable, donde a la fotografía le toca el papel de ser el primer y último testigo”.
El niño que lo vio todo murió el 10 de mayo de 2022. Tenía 88 años de edad, 79 años como fotoperiodista, y más de mil muertes que contar. En el primer aniversario de su fallecimiento, el Complejo Cultural Los Pinos exhibirá su obra en la exposición “El ojo infinito de Enrique Metinides. Sucesos siempre vigentes de la nota policiaca” a partir del próximo 13 de mayo, sin dudauna oportunidad para mirar la tragedia desde una perspectiva brutalmente artística.