Siendo, como ya se dijo, el territorio de México, aún en sus partes más altas o más escondidas, lugar propicio para la existencia de los insectos, sería de extrañar que en estos no hubiesen ingresado al caudal de mitos y leyendas de los indígenas, mitos de un orden y una belleza extraordinarios. Los insectos fueron, tanto para los antiguos mexicanos como para las tribus y las naciones del Norte de América, dioses creadores, diosas, atributos de estos dioses, y formas en las cuales los dioses no desdeñaron transformarse. En otro plano, fueron también naguales, guías, mensajeros y conductores de almas; consejeros y aliados de los héroes; enemigos; y símbolos (como en el Cristianismo) del alma, del más allá, de la resurrección. Podrían constituir, además, objetos hipnagógicos. Eran, en su ser, objetos de conocimiento que podían ayudar y permitir ciertos trances o tránsitos del alma.
“Intentemos comprender —escribe el gran sabio rumano Mircea Eliade— la situación existencial de aquél para quien todas estas equiparaciones son experiencias vividas y no Simplemente ideas. Es evidente que la vida posee una dimensión de más; no es simplemente humana, es cósmica al mismo tiempo…” Cada gesto, cada cosa, cada ocurrencia, son sagrados, puesto que poseen, aparte de su significado aparente, un significado ultraterreno, como cualquier creyente sabe. “El universo está lleno de connotaciones
sagradas”.
Evidentemente, esto no quiere decir que el aura numinosa que rodeaba a uno o a varios insectos dentro de las culturas americanas impidiese otras valoraciones. La continua presencia de lo sagrado no interfiere con esa otra valoración de las cosas: los insectos se sabían fuente de beneficios y de maleficios prácticos.
México es un país muy poblado de insectos perjudiciales y de insectos útiles y las naciones que lo habitaron antaño tuvieron una clara conciencia del valor económico de los insectos. Tanto como fuente de proteínas como fuente de energía vital para los sacrificios, como componente de pócimas y de colores, los insectos poseyeron un valor de cambio. Alguna de sus especies fue cultivada, notablemente la cochinilla; pareja atención se dedicó a la abeja, que junto con el guajolote y el xoloescuintle formaron el universo de los animales domesticados de Mesoamérica. Thompson escribe que en “Yucatán, y en particular en la provincia de Chetumal, producían grandes cantidades de miel… (y aunque) las velas de cera eran seguramente desconocidas en la América precolombina, la cera tenía importancia ceremonial y otras muchas aplicaciones”.[1] Huaxyayac, Coyolapan y otros lugares estaban obligados a entregar como tributo anual a México-Tenochtitlán veinte sacos de cochinilla, tributo de gran importancia en nación tan inclinada a la pintura.
En el magnífico libro de Beutelspacher[2] aparecen tratadas con la amplitud que merecen dos diosas de los mexicas, ambas retratadas en ocasiones como mariposas: Xochiquétzal, patrona de la belleza, diosa del amor, de las flores, de la vegetación, de las cortesanas, esposa de Xochipilli, ambos muy venerados por los xochimilcas; y la diosa madre Tonanzin, que en el Códice Borbónico aparece como la diosa de la guerra; el atltlachinolli representado por una mariposa, símbolo del fuego y una corriente de agua; juntos significan la unión de los contrarios, la guerra, aunque el concepto simbólico del atltlachinolli llegara a englobar muchos otros significados.
Otra advocación de la diosa madre es Itzpapálotl, la mariposa de obsidiana, la diosa de “cara descarnada, garras de águila en vez de pies y manos y atavío de plumas”. Itzpapálotl era “una deidad de origen chichimeca, compañera de Mixcóatl, dios de la caza… Itzpapálotl fue atinadamente identificada por Hoffman (1931) como correspondiente a la mariposa Rotschildia orizaba, una especie nocturna de la familia Saturniidæ, que lleva en cada ala una región transparente de forma semi triangular que recuerda bastante una punta de flecha…”
Itzpapálotl es una de las representaciones mexicas más naturales en el pueblo del “agua quemada”: con sus garras, su cabeza a veces dibujada como calavera y los pedernales que le adornan, puesto que los cuchillos de sacrificios son adornos de Itzpapálotl, guarda una semejanza inmediata como otras advocaciones temibles de la gran diosa en la “mariposa de obsidiana” o “mariposa de navajas”: es “Itzpapálotl mariposa negra, color de obsidiana… la antigua deidad cazadora que, por los cuatro rumbos del mundo, dispara sus flechas para que corra la sangre, para obtener alimento de los vinos que se acaban, como lo determinó el dios viejo, señor del tiempo y del fuego”; y dice León Portilla: “para hacer que la vida florezca ha de absorber ella misma la vida”.[3] Es, por tanto, diosa del parto, porque un hijo parido es como una obsidiana que corta a la madre en dos, y diosa de la guerra, en donde despiden chispas los pedernales y en donde se toman los prisioneros necesarios para, abriéndoles el pecho, intentar saciar a lo insaciable.
Permanece como una de las figuras emblemáticas de la difícil disciplina mexica, y su origen nómada, y su constante sacrificio. Y de hecho Itzpapálotl, la que todo lo destruye, es una de esas figuras-llave que abren de pronto los goznes de la tradición mitológica toda por sus múltiples conexiones y lazos dentro del panteón prehispánico.
Los dioses, empero, podían estar no tan sólo representados o asociados a un insecto, sino que en varios relatos americanos se atribuye a los dioses la facultad de convertirse en insectos para emprender su obra. Entre los indios Lengua, del Gran Chaco, es el escarabajo quien forma al primer hombre de barro; en un relato Pima, el Creador adopta la forma de mariposa: “Chiwotmaki asumió la forma de una mariposa y voló por sobre el mundo hasta encontrar un lugar para la humanidad”. Al posarse, emerge la tierra. Escarabajos y mariposas. El uno por su carácter anfibio y su capacidad constructora, la otra por ser el símbolo de la mutación, aquí o en China (recuérdese si no a Chuang Tzu, que al despertar no sabía si era una mariposa que había soñado ser un sabio taoísta o un sabio taoísta que soñara que revoloteaba por el aire), son los insectos relacionados al origen del mundo que más llamaron la atención antigua.
Los insectos no fueron, para el hombre americano de aquí nativo, enemigos, ni siempre figuras de encono, sino que figuraron como aliados y protectores. La frugalidad del Máquech, puesto que la palabra maya que los nombra proviene de la palabra “nunca”, pudiera ser tal vez la causa por la que fue entre los mayas símbolo de la inmortalidad, bien que creo que debe haber otra razón.
Aliados, por ejemplo, en el siguiente relato, tal vez uno de los más famosos de ese rico mineral que es el azteca Manuscrito de 1588.
Eran los tiempos en que los hombres no sabían cómo sembrar, y casi no sabían cómo procurarse alimento, y muchos enfermaban y morían, fuera de hambre, o fuera por intentar apagarla comiendo bayas venenosas y raíces amargas. De entre de los dioses, Quetzalcóatl, hijo de Xochiquétzal (como diosa madre), sólo se apiadaba de los hombres. Veía su hambre y la sufría: decide remediarla, en la noche de los dioses. Ya luego dispondría el nacimiento del Sol y la Luna. Quetzalcóatl, pues, se transfigura en hormiga, puesto que, habiendo ya creado al hombre, con penitencia habiendo hecho a los macehuales, he aquí que éstos carecían de sustento. “¿Qué comerán, oh dioses? Ya todos buscan el alimento”. Luego fue la hormiga a coger el maíz desgranado dentro del Tonacatépetl. Ella sola sabía el lugar donde quedaba el “Monte de Nuestro Sustento”. Con insistencia Quetzalcóatl presiona a la hormiga roja para que revele su paradero. Por fin la
hormiga accede a llevar a Quetzalcóatl al Tonacatépetl. El dios se transforma en una hormiga negra, “y va con la hormiga roja en busca del maíz, consiguiendo así aliviar el hambre de los hombres, puesto que… enseguida lo llevó a Tamoanchan. Lo mascaron los dioses y lo pusieron en nuestra boca para robustecernos”. Luego quiso Quetzalcóatl llevarse la montaña a cuestas, pero no pudo. “Luego dijeron Oxomoco y Cipactonal que solamente Nanáhuatl (el buboso) desgranaría a palos el Tonacatépetl, porque lo habían adivinado”, como consigna la Leyenda de los Soles. Aún hoy, entre los tojolabales, se dice que “fueron los santos Mateo, Carlos, Bartolomé y Tomás, quienes llamaron al Rayo para que perforara la roca donde la hormiga escondía los granos de maíz, después de los cataclismos que destruyen el primer mundo”.[4] Y se lee en el Popol Vuh: “Los animales enseñaron el camino (para que el hombre sembrara)…” Y es que, como escribe san Isidoro de Sevilla, “la hormiga debe el nombre de formica a que recoge los restos (ferremicas) del trigo. Es mucha su laboriosidad. Provee para el futuro y procura durante el verano el alimento para el invierno”.
Si la hormiga fue un guía, esto es, quien da a conocer el camino, otros insectos han sido mensajeros, esto es, quienes recorren, con un objeto, en camino ya sabido. Otros insectos fueron aliados de los hombres contra potencias oscuras.
Agrupados por los mitógrafos como earth-diver myths, sobreviven varios relatos cuyo protagonista es un insecto. Fue el Gran Escarabajo, el antecesor de todos los escarabajos quien, según los indios cherokee, bajó al mundo para ver si la tierra ya estaba seca, haciendo esto por encargo de todos los demás animales, quienes deseaban descender a la tierra. Voló por toda la tierra, que era aún de blanda consistencia, un amasijo de limo y de lodo. Cuando llegó a las tierras de los cherokee estaba muy cansado, de modo que muchas veces sus alas fallaron y tocaron el suelo: y donde quiera que tocaba en el suelo formaban valles, y al levantarse de nuevo erigían grandes montañas, y por eso el país cherokee es tan anfractuoso. Una historia navajo cuenta los distintos mundos que hizo el Primer-Hombre: destruidos por no satisfacerle los primeros cuatro, los mundos oscuros, al hacer el Quinto, el mundo en el que ahora vivimos, se le apareció una extraña criatura. Primer-Hombre le preguntó de qué estaba formado, y le contestó que provenía de la tierra misma. Éste era el saltamontes (nahacha’gi).
Su misión consistiría, como la del Gran Escarabajo, en averiguar, por así decirlo, el estado en el cual se encontraba el Mundo en formación: pero en la historia navajo, el saltamontes ha de defenderlo de un ave que se había posesionado de él. Ha de usar entonces toda su magia, y no fue sino cuando la gente hubo sido conducida al Quinto Mundo que “todos los seres fueron divididos, y cada uno tuvo su propia forma y se comportó según su costumbre”.[5]
El piojo comparte el honor, con otros animales, de haber sido el que llevó la invitación-amenaza que hicieron los temibles Señores de Xibalbá. Pero siendo el piojo lento en su avance, el sapo se ofreció a tragárselo para adquirir, mensaje y mensajero, mayor velocidad. Al sapo, con la misma condición, se lo tragó una culebra, y a ésta, un gavilán. Al llegar donde los mancebos, cada animal vomitó al que llevaba adentro y dio el piojo su mensaje: “Que vengan acá (a Xibalbá) dentro de siete días para jugar a la pelota con nosotros…” Los mozos se pusieron en camino para atender esta, al parecer, amable invitación, y fue otro insecto, Xan, un mosquito (aunque en realidad era un pelo de la pierna de Hunahpú) el que picó a los Señores, e Ixbalanqué y Hunahpú supieron sus nombres, cosa que los Señores no deseaban que ocurriese por nada del mundo, dado el poder que adquiere aquel que conoce los nombres verdaderos de las cosas, poder cierto y en el cual no podemos detenernos.
Y aún otros insectos ayudaron a los hermanos nacidos de virgen en sus pruebas contra los nigromantes, quienes poseían terribles Casas de Prueba, todas mortales: la Casa Oscura, la Casa de las Navajas, la Casa del Frío, la Casa de los Tigres.
Después de un partido de pelota, y de hacerlos dormir en la Casa de las Navajas, donde los hermanos ordenaron quietud a los cuchillos, llamaron, apenas despiertos, a las hormigas, pues debían cortar flores para los Señores de Xibalba. Y dijeron los hermanos a las hormigas:
Hormigas cortadoras (chai-zanic), zompopos (chequenzanic), ¡venid e inmediatamente id a traernos toda clase de flores que hay que cortar para los Señores!
“Muy bien”, contestaron las hormigas. Y fueron por las flores (en los cuentos tradicionales de Occidente figura también el ejemplo de la ayuda de una colonia de hormigas para encontrar en la multitud de las cosas, otras, como en el cuento “La reina de las abejas”, recopilado por los hermanos Grimm, en el que el hijo tercero, por el que nadie daba nada, cumple las pruebas gracias no a su listeza, sino a su bondad, que hace a los animales interesarse por su éxito).
Estas hormigas y mosquitos aliados de c no son sino los epígonos de las abejas y los gusanos que ayudaron a Quetzalcóatl a traer los huesos preciosos del Mictlán, los huesos del hombre y los huesos de la mujer. Mictlantecuhtli le propone a Quetzalcóatl que, ya que desea tanto esos huesos, sople en un caracol que le tiende. Pero el caracol no tiene agujero por el cual soplar. Entonces Quetzalcóatl llama a los gusanos, los que perforan la concha del molusco, “y luego entraron los abejones y las abejas, y lo hacen sonar”.
Las abejas, que aquí aparecen ayudando a Quetzalcóatly a los dioses afligidos con su zumbar de alas, no dejarán que el hombre recién creado perezca; en el Popol Vuh, mucho después de muertos Hunahpú e Ixbalanqué, cuando los primeros hombres (Balam Quitze, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam) esperan el furioso ataque de sus enemigos, son salvados por las abejas. Por un buen consejo recibido habían guardado en cuatro calabazas zánganos y avispas. Cerca ya del enemigo, las abrieron y los insectos “directamente iban a picarles las niñas de los ojos, zumbaban en bandadas los animalejos sobre cada uno de los hombres; y aturdidos por los zánganos y las avispas, ya no pudieron empuñar sus arcos y sus escudos…”, dando la victoria a los primeros hombres en el monte Hacavitz. En el relato creek son los hermanos Bead Spitter y Thrown Away, quienes colectan abejas y avispas en los campos para lanzarlas contra sus enemigos.
Es de notarse que las ofrendas de Quetzalcóatl fueron siempre, a pesar de los intentos de Tezcatlipoca por hacer que sacrificaran hombres, “serpientes, aves, mariposas…”, según la versión de los Anales de Cuauhtitlán. Que las mariposas como símbolos poseían muchas vertientes está claro: tanto podían adornar el glifo de guerra, como servir de recuerdo de la otra vida. No otra cosa han soñado poetas de distintos reinos. En un poema nahua, titulado “Grandeza del poeta”, se dice:
Múltiples son tus rojas mariposas: en medio de mariposas estás y hablas.
Para los hopi los primeros hombres fueron hormigas, y existe también una tradición yucateca de una raza antigua llamada chac zay uincob, “hombres hormigas rojas”. Eran industriosos como las hormigas que extraen la tierra roja y hacen caminos rectos por la selva, pero fueron destruidos, a decir de Thompson, en su Historia y religión de los mayas. Es que la hormiga significa “espíritu de comunidad, diligencia, economía, ferocidad, prudencia, frugalidad, industria, sabiduría, inteligencia, trabajo, orden, previsión, pequeñez que sobrevive astutamente…” Y todas esas son virtudes que espera uno hallar entre los hombres como repiten desde los proverbios todos los escritores morales.[6]
Texto publicado en Oriente de los Insectos Mexicanos, Ed. Zopilote Rey, 2019. Reproducido con permiso del autor.
[1] Eric S. Thompson, Historia y religión de los mayas, México, Siglo XXI, 1979), p. 194.
[2] Carlos R. Beutelspacher, Las mariposas entre los antiguos mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1989.
[3] Miguel León-Portilla, Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl, México, Fondo de Cultura Económica, 1980, p. 416.
[4] Mario Humberto Ruiz, Los legítimos hombres, México, UNAM, 1982, tomo II, p. 52.
[5] “Leyenda navajo de la Creación del Mundo”, en Frederick Turner (ed.), The Portable North American Indian Reader, Nueva York, Penguin Books, 1974, pp. 188-190.
[6] La hormiga, porque enseñó al sabio rey Salomón humildad y modestia, es uno de los diez animales del cielo musulmán, siendo los otros el carnero de Abraham, la burra de Balaam, la avefría de Balkis, el caballo de Mahoma, el buey de Moisés, la paloma de Noé, el camello de Saleh, el perro de los Siete Durmientes y la ballena de Jonás. Cfr. Gertrude Jobes, Dictionary of Mithology; Folklore & Symbols, The Scarecrow Press, Nueva York, 1962.