Dejar de saber para imaginar

Inicio con una confesión. Leí la contraportada de Germinal (Lumen), el primer libro de Tania Tagle, y me ganó la desconfianza. ¿Otra ceremonia bobalicona dedicada a la gestación, el alumbramiento y la crianza? ¿Otro producto a la medida de las reivindicaciones de género presentado como golosina de moda? Nada de eso. Ni arenga ni mercancía, Germinal es un ensayo que interroga a la maternidad con inteligencia emotiva y libresca; es un río caudaloso por donde circulan en una misma dirección el gozo y “el miedo a dar vida”.

En las páginas iniciales, Tania Tagle señala que lo que en principio era un diario de embarazo no tardó en acoger, por las deformidades que experimentaba su cuerpo, algunas reflexiones sobre lo monstruoso, esa condición que a la vez provoca veneración y rechazo. Basta con esta figuración de la madre-monstruo para desmarcar a Germinal de los libros disfrazados de literatura que reposan en las mesas de los consultorios médicos.

Portada del libro “El Germinal” de Tania Tagle


Tagle invoca a Tito Livio, a Cicerón, Mircea Eliade, Mary Shelley, Foucault… para establecer vínculos entre su embarazo y la existencia del monstruo —como heraldo de la voluntad de los dioses e instigador de la desobediencia legal y moral— en Occidente. Una visita al ginecólogo alienta la intervención de Jeffrey Jerome Cohen y su idea de que, al encarnar nuestros miedos y perversiones indecibles, el monstruo ayuda a exorcizarlos. Las asociaciones en apariencia caprichosas o la libertad con que un episodio de náuseas remite, por ejemplo, a Victor Hugo no exhiben solo una poderosa originalidad sino una audacia que debemos celebrar en estos tiempos de mansedumbre. Y luego están las páginas dedicadas al parto concebido desde la noción del milagro —al amparo de la tradición judaica y Pitágoras y santo Tomás— y a la concepción griega del thauma —el pasmo, el asombro— mientras recrea los primeros años de la crianza de su hijo —con el auxilio de Platón y Heidegger.

A Tania Tagle no le mueve el vocerío de las plazas públicas sino la curiosidad, y tal vez la perfecta escritura de la Vida. Con una mano en la crónica individual de los días y otra en la filosofía, confirma que, a veces, para imaginar y conocer hay que borrar lo que creíamos saber.


Contenido obtenido de: El Milenio

Editorial Praxis
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Revista de Cultura y Medio Ambiente.
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