A 50 años del aniversario luctuoso de Rosario Castellanos, su legado sigue vigente.
Con este trabajo se pretende analizar la condición femenina en su nuevo entorno: la vida moderna. A través de las obras de teatro Aspirinas para los desahuciados y Round de sombras, de Carmina Narro y el ensayo Y las madres, ¿qué opinan? de Rosario Castellanos, analizaremos los cambios y las constantes en las mujeres protagonistas. Así podremos trazar un recorrido desde la nota reivindicativa de Castellanos -un grito por un derecho- hasta la exposición ácida de esa misma realidad con Carmina Narro. Ambas representan dos fases de un mismo proceso; aunque su lucha es otra, se encuentran bajo la misma etiqueta: el feminismo. Para cuando llegamos a Narro, el aborto ya es un hecho conseguido; se trata de ejercer el derecho, no de alcanzarlo.
Ambas comparten el espacio en el que se desarrollan sus obras: la vida cotidiana, el día a día. Asimismo, también exploran el mismo tema: los conflictos de pareja y, concretamente, se atreven a reivindicar el derecho al aborto de una forma genuina: sin preguntar, dándolo por hecho.
Una de las particularidades de la escritura dramática de Carmina Narro es que descubre a sus personajes desde la primera línea, y cuando parece que ya no va a haber sorpresa: el final de sus obras es sobrecogedor.
Con Aspirinas para los desahuciados, Carmina Narro nos muestra una atmósfera de lo más actual, refrescante, tras tanta subordinación y recato. Larisa, la protagonista, se nos presenta desde su primera intervención como una mujer que dice lo que piensa sin pensar en las consecuencias, ejerciendo su libertad de expresión de una forma casi provocativa, como si ella misma hubiese estado en silencio, generación tras generación, y ahora por fin fuera su turno de tomar la palabra.
“Nunca me voy a acostumbrar a esa mirada”; así se nos presenta Larisa, dirigiéndose a José Ramón. “¿Cuál mirada?”, inquiere él, sorprendido, como si estuviera sentado en otra realidad distinta a la de Larisa. Pero ella insiste: “Esa… perdida, con cierto desdén complaciente… que quiere ser profunda y apenas llega a nostálgica.” Con esta descripción, Larisa no solo define la mirada de José Ramón, sino que es una metáfora de él mismo: un hombre que pretende alcanzar esa profundidad, pero se queda flotando en la nostalgia. “Siéntate”, ordena José Ramón, esquivando las palabras de Larisa, impregnadas de verdad. Sin necesidad de acotaciones ni descripciones, la autora nos presenta la dinámica tradicional de la pareja: la mujer pensadora, punzante, mientras él: imperativo.
Larisa se burla benévolamente de José Ramón: “yo también me voy a poner a otear el horizonte…” esta costumbre la ejerce a lo largo de la obra como una forma más de situarse por encima de él. Esto nos ofrece un nuevo contraste entre la mujer activa y el hombre pasivo, que resulta de la liberación intelectual de la mujer. Casi como un acto reflejo: ella se libera de sus cadenas y él se queda oteando al horizonte con unas arandelas vacías, pero muy pesadas.
Sigue Larisa burlona: “cualquiera diría que tienes en la cabeza algo que revolucionará el pensamiento del nuevo milenio”, como buscando algo de conversación, un incentivo de interés siquiera. Pero nada: “¿te gusta el vino?” la esquiva de nuevo José Ramón. No hay forma de sacar unas palabras de conversación estimulante de la boca de un hombre obstinado en cualquier otra cosa. El pragmatismo y la desgana de José Ramón son incompatibles con Larisa y su propuesta implícita de vivir la vida plenamente: “no me dejas pensar”, concluye ella.
A continuación, comienza a desarrollarse el nudo de la historia con el típico “Larisa, yo te quiero” de José Ramón y la asunción romántica pero trasnochada de que el amor lo puede todo.
LARISA: Gracias. Me das una aspirina cuando estoy en terapia intensiva. Tu generosidad me desarma.
Larisa encarna a la mujer del siglo XXI y, por tanto, la visión opuesta: el amor es solo una parte, no es el todo. Ahora nos encontramos con mujeres que tienen la oportunidad de realizarse plenamente como seres humanos: trabajar, ser independientes, tener proyectos, explorar, pensar, sentir; con toda esta oferta, la demanda de un único hombre en su vida que “las quiera”, sufre un grave descenso. Las mujeres ya no tienen que conformarse con un “buen hombre” que las quiera; ahora ellas son buenas mujeres para sí mismas. Sobre todo, cuando los buenos hombres todavía están sin pulir. De este trabajo ya no tiene que encargarse la mujer, sino la sociedad. Ahora que la mujer sabe lo que quiere, José Ramón la define como demandante:
Siempre has sido en demasía demandante, pero creo que esa etapa de nuestras vidas ya pasó y tienes problemas para aceptarlo.
A lo que Larisa no podía haber respondido de forma más clara: “Madre santa…”. Pero la batalla de reproches continúa:
LARISA: Tu actitud ecuánime es bastante insultante. Qué poca madre tienes.
JOSÉ RAMÓN: Tal vez mi decisión de dejar… dejar la casa fue por tu manía de utilizar palabras altisonantes.
Con la primera escena quedan establecidos los parámetros de la relación y se vislumbra un conflicto detrás de la cortina de humo del diálogo, aunque todavía no conocemos cuál.
En la segunda escena cambia la iluminación y la actitud de José Ramón: “José Ramón muestra cierto interés en Larisa”. A través de estos comentarios averiguamos que la única que está enamorado dentro de esta pareja potencial, es Larisa, y este es el germen del conflicto. Por otra parte, sabemos que hay un trato sobre la mesa:
JOSÉ RAMÓN: Salud…
LAIRSA: No he dicho que sí…
Pero Larisa no está muy convencida, e intenta ahuyentarlo con excusas:
LARISA: Es que ronco. Quiero decir… me da… me da… nunca he vivido con nadie.
JOSÉ RAMÓN: Entonces no digas que me quieres, Larisa. Es más sencillo.
De nuevo José Ramón retoma el “me quieres/no me quieres” como baremo universal para tomar cualquier decisión que tañe a la pareja, también conocido como chantaje emocional. Hasta que por fin llegamos al punto clave del asunto: los hijos. O más bien, la falta de ellos.
JOSÉ RAMÓN: Hablas como si yo fuera el único que quiere un hijo.
Incluso para tratar un tema de este calibre, José Ramón se mantiene a la defensiva, pero sin aportar nada ni a la decisión, ni a la conversación ni a la vida de Larisa. Es ella la que expone el verdadero problema: “yo cumplo con todos tus requisitos.” La concepción de la posible madre como un producto del mercado al que se puede acudir a plantar la semilla y ver el proceso de germinación desde lejos:
LARISA: Querías ser padre de medio tiempo entre avión y avión… y por supuesto que yo fuera madre de tiempo completo, incluyendo madrugadas… qué listo.
Como una gallina pone huevos que debe acercarse lo máximo posible a la perfección y tener ajustados los niveles de fertilidad y predisposición, la mujer, una vez que le ponen la etiqueta de ‘madre’ le quitan todas las demás. Esto es de lo que huyen las mujeres del siglo XXI; no es una huida de la maternidad, es un rechazo a la obligación de la maternidad. Sobre todo porque nadie parece haber tenido en cuenta a la mujer en esta ecuación, como nos recuerda Rosario Castellanos:
Un niño es, antes que todo eso, una criatura concreta, un ser de carne y hueso que ha nacido de otra criatura concreta, de otro ser de carne y hueso también y con el que mantiene -por lo menos durante una época- una relación de intimidad entrañable. Esta segunda criatura a la que nos hemos referido es la madre.
¿Qué piensan las madres del mundo acerca de ser madres? Aunque hoy en día no haya un consenso, sería ideal que todas ellas pudieran decir: soy madre y puedo ser más cosas. Soy madre porque quise serlo, nadie me obligó. O, como en este caso: no soy madre porque no quise serlo. No soy madre porque no era lo correcto, porque no era el hombre correcto.
Carmina Narro normaliza el tabú del aborto con esta obra de teatro en un escenario que nada tiene que ver con sucesos trágicos -más allá de la tragedia en sí misma del amor-. Nos enseña que un aborto no tiene porqué darse en casos extremos como abusos sexuales o malformaciones del feto, circunstancias bajo las cuales, todos de acuerdo, cabecillas de la Iglesia y del gobierno, aceptan la interrupción del embarazo. Qué magnífico. Pues no: Carmina Narro nos dice que el aborto es una opción, no una última opción. Todos los días hay mujeres en todo el mundo que se practican abortos, algunas mujeres en clínicas de lujo en grandes ciudades, y otras mujeres en curanderas rurales sin sedantes y sin medios suficientes. La diferencia entre estas mujeres es que, en uno de esos lugares, unos cuantos hombres decidieron que iban a dejar a las mujeres ejercer su derecho, mientras que en otro lugar decidieron que no. Pero el resultado es el mismo: no hay bebé; la diferencia es que, en algunos casos, tampoco hay mamá después de eso.
Larisa es una mujer que piensa con la cabeza y siente con el corazón, de manera que, aunque sabemos que está enamorada de José Ramón, y eso es algo ya inevitable, no se deja arrastrar por esta corriente y corta el cordón umbilical que los une, o que los unía. Larisa nos da una importante lección: no se puede tener un hijo bajo las circunstancias equivocadas: “ni mi hijo, ni yo, nos merecíamos eso… y por eso… lo perdí…”.
Lejos de conmoverse por los sentimientos de Larisa, José Ramón vuelve a girar la peonza en torno a él (“el universo girando alrededor de José Ramón Zambrano…”): “¿Y yo? ¿Dónde quedé yo?”, pregunta José Ramón. Después de haber estado ausente toda la obra, aún nos pregunta dónde se quedó. Evidentemente, se quedó en una generación atrás, donde las mujeres tenían que pedir permiso a sus parejas hasta para cepillarse los dientes. Pero ahora, “si quieres un hijo… tenlo”.
Con la segunda obra de teatro de Carmina Narro, Round de sombras, nos muestra el machismo en su estado más extremo bajo el lema de “si no eres para mí, no eres para nadie”.
Utiliza a Julia y Andrés para exponer el fracaso de una relación sexista en la cual Andrés intenta someter a Julia a todos los niveles, pero fracasa. Julia, al igual que Larisa, es una encarnación de la mujer moderna e independiente. Tras vivir atrapada en un matrimonio opresivo, Julia se divorcia, aun con el impedimento e que Andrés no consigue divorciarse sentimentalmente de ella.
Julia se nos presenta como una mujer irónica, decidida, estricta y elegante. En contraposición con el retrato típico que se hace de una recién divorciada, Julia rebosa seguridad en sí misma, lo que supone una amenaza para Andrés.
Por otro lado, él ha montado todo un paripé en un penoso intento por recuperar la atención de Julia: prepara una cena complicada e innecesaria utilizando como excusa la charla de su divorcio. Sin embargo, cada vez que Julia saca el tema, él lo evita:
JULIA: Bueno… yo quería hablar de nuestro divorcio…
ANDRÉS: Hice pato a la ciruela con puré de manzana.
A lo largo de la obra percibimos en Andrés un infantilismo impropio de un hombre de aproximadamente 40 años. No solo por emplear la táctica de los ojos cerrados ante una realidad latente, sino por el intento de reconquistarla con un pato a la ciruela.
Además, va quedando claro a medida que avanzamos en la lectura dramática, que Andrés padece algún tipo de patología o desorden mental. En primer lugar, Julia le pregunta “¿recaíste?” abriendo la puerta a interpretaciones como esta. A continuación, él se muestra agresivo cada vez que ve cerca un enfrentamiento con ella:
JULIA: ¿Por qué vino tinto?
ANDRÉS: No te gusta el blanco.
JULIA: Las aves se comen con…
ANDRÉS: ¡Con el vino que te gusta! (Pausa.) Perdón.
El clímax de esta situación llega cuando comienza a hablar de las ratas:
JULIA: No, nunca me habías contado que ibas al laboratorio a acariciar las ratas.
ANDRÉS: Las ratitas sienten cuando las vas a matar y tengo que acariciarlas, que sientan que las quieres antes de abrirles sus pancitas. ¡Carajo!, trabajo con ellas, ¿cómo no las voy a querer? Lloro mucho cuando les abro la cabeza y sus ojos… sus ojitos…
Por otra parte, Andrés no es solo la encarnación del machismo exacerbado, sino de su evolución: un hombre que pretende dominar a la mujer para reafirmar su virilidad, pero consigue el efecto contrario; ahuyentarla. Ante tal ofensa contra su hombría, intenta recuperarla para no perder, con ella, su dominio. Al ver que no puede conseguir su propósito, movido por el rencor y el despecho, comete un atentado contra la libertad y la humanidad de Julia: le rocía la cara con ácido:
ANDRÉS: Vas a tener que entender, que estando as´, yo soy el único que te puede querer todavía.
Hay un contrapunto muy interesante en este texto: la debilidad casi palpable de Andrés. Lejos de ser el que tiene el poder en esta historia, ya lo había perdido desde el principio, es decir, no lo tuvo nunca, ni siquiera al rociar a Julia con ácido. Lo temible de Andrés es precisamente el miedo que él siente ante el poder de la mujer, que le lleva a someterla de una manera desesperada y cruel.
Intentando hacer una lecutra positiva de un final tan impactante, diremos que no importa cuánto lo intente Andrés; nunca tendrá lo que busca, porque la represión no causa más que guerra, y él decidió declararle la guerra a Julia y enfrentarse a ella, aunque eso implicara perderla. De esa manera, Carmina Narro ejemplifica un suceso muy actual: la confusión entre el amor y el control. No son cosas compatibles: “quien te quiere de verdad te lleva al lado, no detrás.”
Por último, regresamos a Rosario Castellanos y su incansable pluma que nos pregunta, por fin, a las mujeres, nuestra opinión acerca de un tema candente: la maternidad (o la no maternidad).
En este artículo periodístico Y las madres, ¿qué opinan? Castellanos analiza “el problema del control de natalidad” ofreciendo un punto de vista materno frente al religioso, político, sociológico o económico:
Entre tantos factores que intervienen para hacer de este problema uno de los más complejos y arduos con los que se enfrenta el hombre moderno, se olvida uno, que acaso no deja de tener importancia y que es el siguiente: ¿quién tiene los hijos?
Efectivamente, las mujeres parecen ser el último factor a tener en cuenta porque, al parecer, parten de la base de que todas las mujeres quieren ser madres o, más bien, deben querer ser madres.
Al pronunciar la palabra “madre” los señores se ponen en pie, se quitan el sombrero y aplauden, con discreción o entusiasmo, pero siempre con sinceridad. Los festivales de homenaje se organizan y los artistas consagrados acuden a hacer alarde gratuito de sus habilidades mientras el auditorio llora conmovido por este acto de generosidad que es apenas débil reflejo de la generosidad en que consumió su vida la cabecita blanca que casi no alcanza ya a darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, por lo avanzado de su edad, lo que la hace doblemente venerable.
Bien es cierto que la maternidad es muy aplaudida, sobre todo, en el seno de la iglesia católica. El catolicismo alaba la maternidad como la mayor de las virtudes. Pero, como en todo, debemos desenterrar el mensaje oculto debajo de este entusiasmo. Al ser madre, la mujer ‘respeta’ el objetivo principal de las relaciones sexuales: la procreación, no el placer. Además, la maternidad la mantiene ocupada y ‘distraída’ de sus demás quehaceres intelectuales, dejando espacio para que el hombre siga manejando el mundo.
Para desmitificar la concepción idílica de la maternidad, Castellanos nos confiesa de primera mano que:
Durante los consabidos nueve meses, sirvió de asilo corporal a un germen que se desarrolló a expensas suyas, que hizo uso y abuso de todos los órganos en su propio provecho y que cuando fue apto para soportar otras condiciones rompió con los obstáculos que le impedían el acceso al mundo exterior.
Hay miles de aspectos de la maternidad desagradables o incómodos de os que nadie quiere hablar por miedo a ‘ofender’. ¿A quién?, pregunto. Las madres ya han descubierto por sí mismas las maravillas de “la lactancia o sus equivalentes y las noches en vela o los cuidados especiales que deben prodigarse a quien no se aclimata con facilidad en la tierra, que es frágil, que es precioso.” Mientras que las demás, que no somos madres todavía, podríamos utilizar una información verídica a nuestro favor para no encontrarnos con la sorpresa a la vez que con nuestro hijo. La falta de realidad acerca del mito de la maternidad tiene consecuencias nefastas para las madres primerizas: depresión postparto, pues nadie la había advertido del espacio vital que ocupa un bebé; ella solo le había hecho sitio a la cuna y al carrito. El necesitar tiempo para una misma y sentirse ‘egoísta’’ o ‘mala madre’ porque estamos predestinadas a no separarnos nunca más de nuestros hijos desde el momento en el que vienen al mundo. Los niños no vienen al mundo, los traemos nosotras. Y lo primero que hacen es cortarles el cordón umbilical para que, más adelante, cuando la madre exhausta quiera vivir, pueda dejar al niño, digamos, con su padre, por ejemplo.
Castellanos nos plantea a través de este artículo “lo que la maternidad significa no como proceso biológico sino como experiencia humana.” En este sentido, reivindica el derecho de cada mujer a decidir sobre las experiencias vitales que quiere vivir:
Sería un atentado contra ese instinto impedir que se ejercite con plenitud y sacrificarlo a otros intereses.
Castellanos pone voz a todas esas mujeres que se oponen, libremente, a la carga impuesta de la maternidad:
La consecuencia es que resulta un atentado contra la libre determinación individual imponer obligatoriamente la maternidad a mujeres que la rechazan porque carecen de vocación, que la evitan porque es un estorbo para la forma de vida que eligieron o de la que se alejan como un peligro para su identidad física.
Termina aludiendo a la necesidad de cesar de considerar a las mujeres como objetos reproductivos, como la “gallina pone huevos” a la que se refería Larisa. No reduzcamos a la mujer, un ser humano completo y complejo, a su faceta de madre. O a la de esposa, como en el caso de Julia.
Estas dos escritoras nos ayudan a recuperar el espacio que nos pertenece y a reflexionar sobre la aculturación impuesta, ayudándonos a sacudirnos los prejuicios y a salir del ‘automático’ del sistema patriarcal. Ambas autoras, aunque separadas por varias generaciones, han trazado una línea invisible que las une, y que nos une a todas las mujeres: las mujeres de Carmina Narro son libres gracias a las mujeres de Rosario Castellanos. Y todas somos un poco más libres gracias a sus textos.
Bibliografía:
Rosas Lopátegui, Patricia. Óyeme con los ojos. De Sor Juana al Siglo XXI. 21 Mujeres mexicanas revolucionarias. Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2010. 2 vols.
Nota: este ensayo fue elaborado para el curso “Mujeres transgresoras” impartido por la Dra. Patricia Rosas Lopátegui, en la Universidad de Nuevo México, Estados Unidos, otoño de 2017.