- Gaceta UNAM
Sí, Pedro Páramo habita en la UNAM, en una caja fuerte en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México (BNM). Es un manuscrito tecleado en máquina de escribir mecánica y corregido a pluma sobre hojas que alguna vez fueron blancas.
Todavía no se titula Pedro Páramo. Lleva el nombre de Los murmullos, pero también pudo llamarse: Los desiertos de la tierra, Una estrella junto a la luna, Los murmullos o Comala.
La primera edición se terminó de imprimir el 19 de marzo de 1955, es decir, el día de ayer se cumplieron 70 años de la publicación de esta obra imprescindible.
Rulfo decía que la novela había existido en su cabeza por 10 años, pero hasta que fue becario del Centro Mexicano de Escritores (CME) –fundado en 1951– pudo dedicarse a escribirla, así lo contó Alejandra González, técnica académica en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB), quien catalogó el manuscrito en 2022.
Todo ese tiempo, Juan Preciado, Susana San Juan o Eduviges estuvieron atrapados en el pensamiento de Rulfo. Hablando de sus vidas o de sus muertes, llenándose la boca de tierra de un pueblo de muertos, protagonista de la historia.
La académica narró que cuando se disolvió el CME en 2005, se decidió donar a la Biblioteca Nacional de México todo el archivo de Rulfo, y las obras que los becarios crearon durante el periodo de las becas.
Juan Rulfo perteneció a la segunda generación de becarios junto a Juan José Arreola, Alí Chumacero, Ricardo Garibay, Miguel Guardia y Luisa Josefina Hernández.
De un expediente de más de 800 folios, Alejandra González compartió el primer informe de actividades, con fecha del 15 de septiembre de 1953, en el que Rulfo apuntó: “He escrito varios fragmentos de la novela, a la que pienso denominar ‘Los desiertos de la tierra’”.
En un segundo reporte, de noviembre de 1953, anunciaba que sus personajes principales llevarían el nombre de Susana San Juan y Pedro Páramo.

El expediente de Juan Rulfo habla por él y Alejandra González seleccionó diferentes notas periodísticas que retratan aquellos tiempos. En una nota firmada por él mismo y que celebra los 30 años de la publicación del libro, reflexiona sobre su creación.
Escribió que las intuiciones de Pedro Páramo parecían venir de la voz de alguien que le dictaba, tal vez los murmurios de la mismísima Comala. Todo lo anotaba en papelitos verdes y azules, y aunque en noviembre del 53 prometía los primeros capítulos de su novela, fue hasta abril de 1954 cuando compró un cuaderno escolar y escribió el primer capítulo.
Escribía notas a lo largo del día mientras trabajaba como agente viajero para Goodrich-Euzkadi. Después de la oficina, con una pluma fuente de tinta verde, pasaba sus apuntes a mano al cuaderno.
De abril a agosto reunió unas 300 páginas, más del doble de lo que hoy se conoce como la obra definitiva de Rulfo. Él escribía y luego eliminaba. Hizo tres versiones distintas hasta que llegó a su edición final.
El ánimo de Rulfo hacia la destrucción de sus propios materiales permite que se asome la duda de si el manuscrito del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, custodiado por la UNAM, es la versión definitiva de Pedro Páramo. Rulfo llegó a señalar en entrevistas que la edición que publicó el Fondo de Cultura Económica en 1955 no lo era: “Aquella no era la oficial, sino un borrador que les entregué para ver si la publicaban y que ellos editaron sin consultarme y sin corregirlo”, citó textualmente Alejandra González a Rulfo.
Lo que no deja duda de la importancia del manuscrito es recorrer con la mirada sus primeras palabras intactas: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Rulfo tecleó con obsesión para quitarse los murmullos de la cabeza, pues admitía en una nota periodística: “Cuando escribí Pedro Páramo sólo pensé en salir de una gran ansiedad, porque para escribir se sufre en serio”, e intuía que tampoco era fácil de leer porque decía que había que hacer tres lecturas de su obra para comprenderla, recordó Alejandra González de una entrevista para la televisión española.
El autor nunca creyó llegar tan lejos y convertirse en uno de los más grandes autores de México y Latinoamérica.
Alejandra González ha explorado el expediente de Juan Rulfo, tiene frente a ella el ejemplar y se detiene en la primera hoja, lee en voz alta sus primeras líneas y parece conmoverse, dice que el manuscrito “es invaluable en términos materiales y que, en gran medida, el valor de todo el archivo donado por el CME está determinado por Los murmullos, de Juan Rulfo”.
