“Eden” El amargo sabor de la manzana

Hace unos años, circuló en los periódicos una historia [polémica] según la cual una mujer se había convertido en la dueña de las Galápagos, se había proclamado emperatriz del Pacífico, había declarado la guerra a Ecuador y había estado saqueando los mares con su horda de piratas salvajes… No había ni una pizca de verdad en la historia, pero quienquiera que fuera el responsable de publicidad de la baronesa, era todo un experto. Los estadounidenses están locos por ella… 

Fragmento de «Monsumens Reise», H. Mielche, traducción al inglés de la señorita Deichmann, Archivos de la Institución Smithsonian, Documentos de Waldo Schmitt, Unidad de Registro 7231, Caja 88

Lo que sabemos

En el cuento de Ciencia ficción ¿Utopía? ¡Nunca!, escrito por Thomas M. Disch, se lee el siguiente diálogo, establecido entre un turista en el planeta de Nueva Katanga y su guía, quien trata de convencerlo de las bondades de su perfecta sociedad:

-¿Y aun así nos niega el título de Utopía?

-¿Utopía? ¡Nunca! -contestó firmemente el visitante-. Siempre hay un gusano en la rosa. Aún no lo encuentro, pero ahí está. La injusticia es parte de la naturaleza humana. 

En las líneas siguientes, leemos en el cuento que, cuando se le ofrece la ciudadanía, el visitante cambia de opinión. Entonces, “el gusano en la rosa”, o “la manzana en Edén”, tiene una aparición tan súbita como mortal para el nuevo, como advenedizo, ciudadano.  

En 1929, el doctor Friedrich Ritter, teórico de la filosofía de Nietzsche, y Dore Strauch, su paciente primero y compañera sentimental y de temerarias aventuras después, salieron de Alemania en un intento por escapar de la depresión económica, la depresión de la posguerra y los “decadentes valores burgueses” de la sociedad. La salud de Dore había mejorado notablemente debido a los procedimientos avanzados de Ritter, por lo cual terminaría enamorándose de él y, pasando por alto el hecho de que ambos estuvieran casados por entonces, se embarcaron con rumbo a Floreana, una de las islas del archipiélago de las Galápagos, en el Ecuador, donde aplicarían las ideas filosóficas del nietzscheano doctor. La elección no fue casual. Desde que Darwin desembarcara en las islas y sus observaciones le permitieran formular el concepto de “supervivencia del más apto”, aquel bello, pero inhóspito territorio, parecía el más idóneo para poner en práctica el concepto de “ubermensch” o “superhombre”, del filósofo que anunció la muerte de dios, bajo la premisa denominada (en inglés) de Bach to Nature.

Antes del viaje, la pareja tuvo la ocurrencia de hacerse extraer todos los dientes evitando, así, sufrir por alguna muela podrida en su estancia en la isla. Ritter llevaba una máquina de escribir (y sus placas de dientes postizos, hechos de acero), y enviaba periódicamente a diversos medios sus escritos, que dejaba en un barril, situado sobre un poste, que funcionaba como dirección postal en la playa, a la cual arribaban barcos de provisiones y del gobierno ecuatoriano, para cerciorarse de la buena marcha de los colonizadores. Las ideas del doctor que, acompañado por su amante, residía en una isla, al parecer de forma idílica y utópica, movilizaron a los Wittmer, una familia compuesta por Heinz y su hijo, Harry, enfermo de asma, y su segunda esposa, Margret, a seguirlos e imitar su forma de vida. Aunque con ciertos desacuerdos, los Strauch aceptaron a los Wittmer, que levantaron su propio hogar con gran esfuerzo, mientras el clima de la isla parecía mejorar el estado de salud del hijo asmático de Heinz. La vida transcurría dura, pero pacífica, entre los dos grupos de colonos, hasta que hizo su aparición la baronesa. 

Eloise Bosquet de Wagner Wehrhorn, baronesa austríaca, desembarcó en la isla acompañada de un ingeniero, un escolta y un sirviente ecuatoriano quienes, a la vez, ejercían la función de sus amantes de turno, y a quien situaban en medio, como a una abeja reina. En oposición al resto de los colonos, tenía la intención de construir un complejo turístico con un hotel de lujo (“Hacienda Paradiso”), con acceso sólo para millonarios americanos. A partir de entonces, las cosas se tornaron ríspidas en Floreana. Las familias, que racionaban los víveres y el agua, tuvieron altercados con uno de los gigolós que acompañaban a la baronesa, debido a su despilfarro. Tiempo después, por una disputa, el sirviente fue echado del séquito de la aristócrata y, posteriormente, la misma baronesa y uno de sus amantes, Robert Philipsson, desaparecieron de la isla, como si se hubieran esfumado. Rudolph Laurence, el único practicante del poliamor que permaneció en la isla, expresó su inquietud de salir de Floreana y alcanzar la isla de San Bernardo. Al parecer fue recogido por un barco cuyo combustible se agotó durante la travesía, quedando a la deriva hasta ser localizado muy lejos de su destino, en dirección totalmente opuesta a San Bernardo, en la isla de Marchena, sobre cuya playa los cuerpos de Rudolph y del capitán del barco fueron encontrados momificados. 

El destino del malhadado Ritter lo alcanzaría también, cuando consumiera un pollo en mal estado y muriera por una infección estomacal. Dore volvió a Europa, pero los Wittmer permanecieron en la isla, donde Margret dio a luz a una hija, la primera nativa nacida en la amorfa utopía y, cumpliendo, por extraño que parezca, con los sueños de la egoísta baronesa, acabaron abriendo un hotel en Floreana, con bungalows donde alojaban a curiosos atraídos por la historia, y a científicos que llegaban a estudiar la isla. Ya instalada en Europa, Dore publicó un libro, en el que contaba que, horas antes de la desaparición de la baronesa, había escuchado un grito en la noche. La mujer había dejado todas sus pertenencias intactas en el campamento que habían instalado, despertando en el resto de los isleños la sospecha de un asesinato. Cuando Margret se enteró, contraatacó con su propia versión de los hechos. En su propio libro, publicado en inglés con el título de Floreana: A Woman’s Pilgrimage to the Galapagos (1959), ofrece la versión alterna de que la baronesa no dudó en abordar el primer barco que viera, con dirección a Tahití, pero las investigaciones no aportaron datos sobre su paradero, por lo cual continúa en calidad de desaparecida, hasta ahora. Margret murió en el año 2000, y si realmente sabía algo más, se llevó con ella el secreto a la tumba. 

Lo que no sabemos

Ron Howard (director de las exitosas “Apolo 13”, “Una mente brillante”, “El código Da Vinci”, y la pésima “Hillbilly Elegy”), se hizo cargo de un proyecto titulado, tentativamente, “El origen de las especies”, por aquello de estar situada la historia en las Galápagos, las “encantadas islas de Darwin”, como se las ha denominado, pero que hubiera resultado incomprensible más allá de dicha anécdota histórica y que, por fortuna, cambiaron por “Eden”, un título más irónico y mordaz. Noah Pink (guionista de la serie “Genius”), escribió la historia, en equipo con Howard, tomando los libros de las supervivientes como base argumental, en paralelo a la portentosa fotografía que corre a cargo de Mathias Herndl, que logra captar el estado prístino y, por esto, salvaje, de la isla desde tomas generales y aéreas, que sitúan a los colonos no sólo en su pequeña perspectiva, sino como a seres advenedizos, vigilados por una grandeza ajena, casi divina, que parece desdeñarlos. Jude Law interpreta al sudoroso y agotado Friedrich Ritter, tantas veces al borde del colapso, no sólo por el hambre que lo acucia, sino por el orgullo que le obliga a ocultar el arrepentimiento de haberse metido en tal brete, y no traicionar sus principios, que quizá nunca fueron tan sólidos; Vanessa Kirby a Dore Strauch, avejentada, y cada vez más enferma por la esclerosis, lo que la obliga a caminar apoyándose en una muleta, dando a entender que la cura de Ritter ha fracasado, y que no es suficiente con el uso de la voluntad para sanar, a quien el doctor extrae un diente cariado con pinzas, sin anestesia; Daniel Brühl a Heinz Wittmer, entregado totalmente a la tarea de levantar su nuevo hogar, y Sydney Sweeney a Margret, mujer sufrida por las durísimas tareas en la colonia que, no obstante, al final, victoriosamente, opte por quedarse, aun con la oportunidad que le ofrecen las autoridades de salir del infierno de Floreana, mientras Ana de Armas personifica a la aprovechada baronesa Eloise Bosquet de Wagner Wehrhorn, amanerada y mentirosa. El peso de la historia recae, pues, sobre la sensata y abnegada Margret, que Sweeney interpreta estoicamente. 

Ron Howard

Las primeras escenas, cuando los Wittmer llegan a la isla y se acercan a la choza de Ritter, entregado a una de sus sesiones mentales curativas con Dore, viran hacia la comedia, con el doctor mandando a los recién llegados a una de las partes más inhóspitas de la isla, y Margret a punto de tirar la toalla en muchas ocasiones, con Heinz canalizando agua con tallos de bambú, y cortando piedra para erigir su cabaña que, en una de las varias visitas por parte de Ritter para intercambiar comida (los Wittmer han logrado cultivar vegetales y almacenar el agua en una oquedad natural), lo sorprenderá grandemente. Él apenas logra mantener en pie su choza, y manda al diablo el vegetarianismo por el hambre, en escenas que recuerdan el humor sarcástico con el que Alan Parker trató al Dr. John Harvey Kellogg (hermano de quien puso una caja de cereal en cada mesa alrededor del mundo, a la hora del desayuno, interpretado por un burlón Anthony Hopkins) en “Cuerpos perfectos” (The Road to Wellville), pero de una manera más sutil y dolorosa. Los Wittmer varias veces se ven atacados por perros salvajes, y han logrado acorralar a una vaca, de las varias que deambulaban sueltas por la isla para ordeñarla, y que han sido introducidas por expedicionarios anteriores. Todo este humor a pinceladas, vira abruptamente con la aparición de la baronesa, que Ana de Armas personifica como a una mujer tan encantadora como manipuladora, y que el espectador terminará detestando, debido a un arco argumental diestramente llevado. 

Los asesinatos de Philipsson y la baronesa, cuyos cuerpos vemos siendo arrojados al mar desde los acantilados por Heinz y Ritter, que han llegado a los límites de la tolerancia, y le ocultan el hecho a las mujeres, explicarían lógicamente sus desapariciones, pero pertenecen al terreno de la especulación y esos agujeros insondables en la historia, que el guion de la película se encarga de llenar varias veces, o cambiar para efectos dramáticos. La parte correspondiente a la película muda, financiada por el millonario George Allan Hancock (Richard Roxburgh), heredero del rancho La Brea (que donó al Condado de Los Ángeles), que arriba a la isla fascinado por la aventura utópica de los colonos, se rodó realmente, con formato de cortometraje, titulado “The Empress of Floreana” (1934), que dirigiría Emery Johnson, como parte del equipo de Hancock y ayudó a difundir las hazañas de los habitantes de Floreana en los Estados Unidos y Europa. En dicha escena, la baronesa intenta seducir, sin éxito, a Hancock, en un plan que, entendemos, consistiría en salir de la isla y residir en Hollywood, como parte de su propia aristocracia cinematográfica. Su orgullo, empero, ante el rechazo, le habría hecho quedarse y así continuar manipulando, como personificación de la serpiente edénica, al resto de la colonia, hasta encontrar su propia destrucción. Una película anterior a “Eden”, titulada “The Galapagos Affair: Satan Came to Eden” (Daniel Geller y Dayna Goldfine, 2014), incluía un muestrario amplio, interesante y bastante investigado, sobre el material existente actualmente sobre la colonia de Floreana, incluyendo la película de Hancock.  

En la película de Howard, resaltan las escenas en las que Margret entra en labor de parto y nadie acude en su ayuda (Heinz y Harry se encuentran lejos, ocupados en alguna tarea cotidiana), a pesar de que la baronesa es testigo desde corta distancia, pues ha enviado a sus hombres -nunca mejor dicho-, a robar las latas de conserva de los Wittmer, una encomienda que realizan prácticamente a espaldas de Margret, quien da a luz en estado casi feraz, con una panda de perros salvajes a punto de devorar al bebé y a la madre, hasta que la llegada oportuna de su esposo e hijastro obligue a los perros a huir, lo que orilla al espectador a detestar a un personaje de por sí aborrecible como es la baronesa, de quien nos enteramos que, en realidad, había sido bailarina en un tugurio, y se ha inventado toda una historia como vividora. 

La muerte de Ritter también merece atención. Según la película, habría sido Margret quien le sugiriera a Dore que se liberara de Ritter. En una escena anterior, irresponsablemente ha sido él quien le ha dicho a Dore que alimente a los enclenques pollos que crían con comida echada a perder, lo que mata a las aves. Margret le ha hablado a Dore del peligro de consumirlos, pero Dore le sirve un pollo contaminado a Ritter. Cuando las autoridades ecuatorianas recalan en la isla, para investigar la desaparición de la baronesa, Ritter ya ha muerto, e informan a Margret que su esposo podría estar implicado en el asunto de la baronesa, y que ha sido Dore quien ha sugerido su culpabilidad, pero Margret, que en las escenas anteriores pareciera haber hecho mancuerna con Dore, argumenta que “un doctor, con la experiencia de Ritter” no podría haber muerto por consumir comida en mal estado, sugiriendo, a la vez, la culpabilidad de Dore en su fallecimiento. Dore, pues, exculpada, ocupa su lugar en una de las lanchas de las autoridades. Cuando le preguntan a Margret si desea abandonar la isla, responde que ese es “su hogar”. 

¿Es inevitable el fracaso de toda utopía? Con su versión de los hechos, Ron Howard enfrenta a una suerte de precipicio moral a los implicados, a pesar de su entusiasmo inicial, puesto a prueba en una de las islas que funcionan como laboratorio real de la adaptación natural. Como se lee en el cuento citado al principio, los deseos de perfección de toda sociedad, o los de sus habitantes, se disuelven ante la presencia ineludible del deseo, la envidia y la necesidad humanas, máxime si estos se ven acuciados por un entorno hostil. En una célebre, como erudita y amena investigación, titulada “Las máscaras de dios”, el gran mitólogo Joseph Campbell comparaba los elementos comunes a diversos mitos universales, sus formas, en una palabra, sus máscaras, que cambian de una cultura a otra, pero cuyos principios son los mismos y repetidos. En “Eden”, Ritter, Dore, los Wittmer y la baronesa son portadores de las máscaras de una humanidad descarnada, a saber, la razón, la fe, la obediencia y la ambición. Al final, todas caen, una a una, exponiendo el verdadero rostro del fracaso, bajo el sol inclemente de una isla cuyas leyes amorales carecen de corazón que se incline ante el cuerpo, o el alma, humanas. 

Pedro Paunero
Pedro Paunero
Novelista, cuentista, ensayista y crítico de cine, nacido en Tuxpan, Veracruz, México, en 1973. Tiene una licenciatura en biología terrestre. Su trabajo se ha publicado en México, Argentina, Colombia, Venezuela, España y Francia. Algunas de sus publicaciones figuran en: Tecknochtitlán: 30 visiones de la Ciencia-ficción Mexicana, antología de Federico Schaffler (Edo. de Tamaulipas, 2014); en la antología Futuros por cruzar: Cuentos de ciencia ficción de la frontera México-Estados Unidos (New Borders / Nuevas Fronteras nº 2, Universidad Autónoma de Baja California y University of Colorado, Colorado Springs, 2014) del antologador Gabriel Trujillo Muñoz; un ensayo sobre el teatro del Grand Guignol en Dos Amantes Furtivos, Cine y Teatro Mexicanos, libro coordinado por el investigador y director de cine Hugo Lara (Editorial Paralelo 21, 2015), la novela Weird Western y Steampunk Señor de las máscaras y la novela de terror post apocalíptica Una cierta hecatombe (Camelot América, 2018 y 2019). Fue nominado al Premio Ignotus 2015, de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror(AEFCFT), por su cuento El paisaje desde el parapeto; ha ganado dos veces el premio Tirant lo Blanc por parte del Orfeó Catalán de la Cd. de México y el premio Miguel Barnet que otorga por la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana. Socio de Periodistas Iberoamericanos de Cine (PIC), con sede en España y Votante extranjero de los Golden Globe Awards, de Hollywood desde 2022.
spot_img
spot_img
spot_img

Artículos Recientes

MÁS DEL AUTOR