EVOCACIONES DE ELENA GARRO
En su libro La muerte de los héroes, el filólogo y gran conocedor de la mitología griega Carlos García Gual nos regala una visión interesante sobre los últimos momentos de los grandes héroes que pueblan nuestra imaginación, o al menos en mi caso, así nos da cuenta del destino ineludible que habrían de tener héroes como Héctor, Aquiles, Paris, Agamenón, Odiseo y otros, pero un hecho importante es que al margen de esos guerreros, portentos de valentía, sagacidad y fuerza, el autor nos presenta la revisión de tres figuras femeninas que rompieron con los rasgos de sumisión y silencio que su tiempo y sociedad les destinaba a las mujeres: primero el sometimiento al padre, cabeza de familia, después al esposo, familia e hijos; menciona a dos autores: Sófocles y Tucídides, quienes decían, que el mejor adorno de una mujer es el silencio y podemos entenderlo en el contexto de guerras donde la fuerza física era necesaria, imprescindible.
Las tres heroínas que Gual rescata son extraordinarias por su arrojo y firmeza para mantener sus convicciones y lograr su cometido, así Clitemnestra, Casandra y Antígona arrastran las consecuencias del desafío a las normas. Son tres ejemplos de un destino trágico, y es en la tragedia clásica donde cobran su mejor expresión: ser audaces e inquietantes. Son figuras del mito y del drama antiguo que aún nos conmueven, señala.
Pero, ¿qué hicieron para merecer la fama negativa que les conocemos?, la primera, junto con Egisto planeó la muerte del esposo, el magnánimo Agamenón, el rey de reyes, el poderoso e invencible que dirigió la toma de Troya y a pesar de las mil vicisitudes salió avante, regresa a su patria con la gloria sobre sus hombros y con la bella Casandra como concubina; al tiempo que la cruel traición cae sobre él dándole un trágico final, igual suerte correrá la princesa troyana, hija del noble Príamo; hasta ahí la historia nos muestra a un hombre víctima de una mujer perversa, cruel y calculadora pero si nos vamos a los inicios de la historia nos damos cuenta que ese hombre triunfador había sacrificado a su hija Ifigenia para lograr el triunfo en la gran Troya y recuperar a la hermosa Helena, y si a ese dolor y principal motivo de odio en Clitemnestra le sumamos las tantas aventuras y llevar consigo a otra concubina a su propio palacio, vemos que tal vez ese final, se lo tenía bien ganado.
Casandra, por su parte, tiene la osadía de rechazar al dios Apolo y conservar su virginidad cuando ya había recibido como regalo el don de la profecía, mismo que sería como una maldición pues movido por el desdén, el dios vengativo la condenó a no ser creída jamás, a ser tomada como loca a pesar de decir la verdad, así ella ve la caída de su pueblo, la trampa del famoso caballo, su propia muerte junto al atrida al llegar al palacio y pisar una alfombra.
Antígona, hija de Edipo, también tiene un arrojo de valentía para enfrentar al tirano Creonte y realizar un homenaje a su hermano Polinices, a costa de su vida y para muchos pensadores representa los valores de la familia, el amor fraterno frente a la institución del Estado, el amor, en fin.
¿Por qué iniciar estas evocaciones de Elena Garro con la alusión a tres heroínas de la antigüedad griega? Porque con seguridad ella estaría encantada de oír un poco sobre los personajes que poblaron su imaginación en sus primeros años y porque revivió a lo largo de su vida una lucha en la que se combinan características de las tres heroínas aludidas. Elena ha sido estigmatizada por una sociedad que castiga y golpea, que señala y ofende como consigna, tomando partido sin saber las razones que forman comportamientos en las personas. Así como en su momento, cuando en el canto XXIV de la Odisea se habla de Clitemnestra comparándola con la fiel Penélope y dejándola como la mujer malvada y perversa sin mencionar las fuertes razones de su odio, así Elena Garro sufrió los señalamientos e injurias de personas que nunca comprendieron a la sociedad y la realidad mexicana como ella.
Elena Delfina Garro Navarro nació el 11 de diciembre de 1916. Hubo una serie de confusiones respecto a ese dato por el arreglo que hizo para poder casarse con Octavio Paz y por declaraciones de la misma autora, las cuales quedaron asentadas en sus primeros libros. Nace en Puebla por accidente pero sus primeros años los vive en la Ciudad de México y en el Estado de Guerrero, en Iguala, tiempos que coinciden con la Guerra Cristera y Calles en el poder.
El tiempo vivido en Iguala, la atmósfera campestre, las personas, la desesperanza serán los detonantes de su universo creativo. Sus recuerdos aparecerán en cuentos, novelas, poemas y obras de teatro. En ese lugar del estado de Guerrero, allá por el año de 1926 no había escuelas, su padre y su tío Boni fueron sus maestros, los primeros en pulir el diamante de la creación con libros y autores desde los griegos, latinos, medievales hasta el idealismo alemán y temas de “ocultismo”.
El regreso de Elena a la Ciudad de México tiene que ver con el afán de su padre por verla realizada intelectualmente y por algunas circunstancias que afectaron la vida comercial y económica de su familia, dato autobiográfico que refleja en Los recuerdos del porvenir con la familia Moncada. Es en la capital del país en donde inicia una relación de amistad-noviazgo con Octavio Paz, a pesar de la oposición de su padre, quien decía que el joven enamorado de su hija era un chico muy inteligente, al que le gustaba mucho el estudio, pero no le gustaba para yerno, porque decía, “[que su hija] era más inteligente, más culta y más guapa que él. Y que Octavio nunca se lo iba a perdonar, que al hombre le gustaba la mujer inferior”1. En realidad como hombre liberal, culto, de letras, sabía la realidad de la condición femenina en esa época, el machismo imperante. José Antonio Garro quería que su hija estudiara una carrera universitaria, hiciera teatro, estudiara danza, que fuera una mujer moderna.
En esos años de estudiante universitaria conoce a Carlos Alberto Madrazo Becerra, un personaje que habría de marcar su vida por sus anhelos de transformar la realidad de un sistema político donde predominaban los cacicazgos y un centralismo de poder que tenía todo estático y sin esperanza para millones de mexicanos. Con él se reencontró más adelante, en la década de los 60.
Los esfuerzos de su padre por alejarla de Octavio Paz fueron infructuosos. Elena era rebelde, la obediencia no encajaba con su naturaleza aguerrida y si de niña hizo las cosas más disparatadas, también en su juventud habría de hacerlas y… se casa con Octavio Paz el 25 de mayo de 1937, dejando en el juzgado sus sueños de bailarina y muchos más.
El 12 de diciembre de 1939 nace su hija, Helena Paz Garro, un hecho trascendente pues sería su compañera de vida, de sufrimientos, carencias y penurias económicas. Separada de las aulas y del teatro se dedica al periodismo para cubrir las necesidades del matrimonio, ya que con el periodismo no establecía competencia alguna con el esposo y toma la consigna de callar y callar, tanto así que Los recuerdos del porvenir la escribió en 1952 y se publicó hasta 1963.
El espíritu audaz de Elena no descansa. En 1941 se transforma en una pionera del periodismo encubierto en México. Defiende a los marginados en una sociedad desigual, profundamente injusta. Ingresa al reformatorio para mujeres menores de edad y escribe un largo reportaje que desnuda la brutalidad a que eran sometidas las internas y que sacude fuertemente a la sociedad.
En 1945 Octavio Paz es nombrado secretario de la embajada de México en Francia. Elena inicia una nueva etapa en su vida. Ahora tiene que cumplir un rol social como la esposa de Paz y vive de recordar, de su memoria. En esa época llama la atención lo que registra en sus diarios, menciona personajes, acontecimientos, infidelidades, y al mismo tiempo se va acrecentando su soledad, su dolor y frustración. A pesar de ello, su vista aguda y crítica es la de una mujer inteligente y lúcida y escribe: “El mundo es un asco…¡oh, libertad, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre! Me da risa. La libertad no existe con mayúscula. Simplemente es un espacio vital y espiritual, que termina en donde empieza el espacio del otro”. Y enseguida afirma: “Octavio es una mafafa. Una de esas plantas que crecen solas… Pobre Octavio, también admira a Lenin. No entiende a Lenin . Y si lo entiende no puede hablar ni de libertad, ni de amor, ni belleza, ni de filosofía, ni de poesía”.2
En esa época escribe textos de una abrumadora soledad; son gritos al vacío, al silencio, ella tiene que seguir cumpliendo su rol de esposa y madre, no importa los amantes que tenga, el marido lo sabe, muchas veces él lo propicia y dice: “Me harta Octavio siempre… que tenga amantes… controlándome… cada hombre que se me acerca, él lo busca para hacerse su amigo íntimo y explicarle que estoy loca. No viene a cenar ni a dormir pero llama por teléfono cada cuarto de hora y siempre debo estar en casa…”3
Así, en ese mundo vivido y con ese matrimonio “raro”, conoce a Adolfo Bioy Casares, al parecer el único hombre del que Elena se enamoró realmente, hombre casado con Silvina Ocampo, a quien dedicó poemas de una belleza y amor profundos:
Es de noche
Es de noche
y te escribo desde el bosque.
[…]
Las palabras caen
pájaros secos,
hojas haciendo círculos
dentro del círculo
que habito. […]
Tu rostro
Tu rostro
pequeño barco naufragado
en la mitad del mar.
La ala de tu voz
me lleva a tu perfil
y me devuelve herida.4
La relación con el argentino no podía prosperar por obvias razones y Elena continúa su vida de simulaciones, al tiempo que cuestiona y critica la efervescencia del comunismo, las ideas de Marx, Sartre, la realidad escabrosa de la diplomacia mexicana hasta que inicia un romance escandaloso con Archivaldo Burns, el cual habría de marcar su separación con Octavio Paz a finales de los años 50.
En 1954 se reinstala en México e inicia una lucha por los campesinos y con un proyecto político de transformación encabezado por Carlos A. Madrazo, los dos van a tocar las fibras sensibles del poder. Sufren entonces una persecución política terrible pues los acusan de ser los instigadores de las manifestaciones juveniles que alcanzan su punto crítico con la matanza del 2 de octubre de 1968 y es ahí donde se ciñe sobre ella la sombra negra del descrédito.
Ya sabemos que las fuerzas que mueven el poder en nuestro país no juegan. La muerte de Madrazo de una manera muy sospechosa es un mensaje claro, el autoritarismo es terrible y no tolerará que se toquen sus intereses. Elena se va a un exilio de dos décadas, mientras que en México un grupo de intelectuales se acerca al poder y controla casi todo el quehacer cultural, en esa relación de complicidad. Ellos deciden, según su parecer, qué artistas venden o publican y quiénes son condenados a la miseria como el pintor Jesús Guerrero Galván, que tiene unos cuadros bellísimos pero no entró al círculo de las capillas mafiosas. La escritora dijo al respecto: “Habría que estudiar el papel del artista en la sociedad burguesa. Antes, cuando los reyes, el artista debía producir arte, podía no gustar, como Mozart al final, pero no tenía que instalarse dentro del Estado como fuerza política. En los países subdesarrollados, los artistas son aún más subdesarrollados que la economía y su aportación a la cultura es nula. Su misión es instalarse dentro del poder, convertirse en fuerza política, no artística, y entonces alcanzan el ‘arte’. Por eso son agitadores. En realidad no son artistas, son politiqueros que utilizan las formas rebajadas del arte, para llegar a la política o al poder. El arte no es su fin, sino su medio”.5
Elena vive en el exilio y escribe; lee a los autores de vanguardia, los que cuestionan los regímenes autoritarios y, sobre todo, cuestiona, siempre cuestiona; no escapa a su visión aguda ni el realismo mágico de Gabriel García Márquez. Entonces la pregunta es: ¿A quién habría de caerle bien una mujer que siempre dice lo que piensa? Ésa fue la condena y una de las razones de la exclusión de Elena Garro de los medios culturales.
En el libro Testimonios sobre Elena Garro, la investigadora Patricia Rosas Lopátegui hace una revisión milimétrica de los diarios que la autora escribió, reconstruye su vida de sufrimientos y ostracismo, y como si el propio Sherlock Holmes le hubiese heredado su lupa y capacidad de observación, nos da una visión de la mujer que, a decir de muchos críticos, es la mejor narradora de las letras mexicanas del siglo XX.
Siempre que pienso en Elena Garro recuerdo las observaciones que anotó en su diario, en las puntualizaciones que hizo sobre la realidad mexicana que le tocó vivir y que no dudó en denunciar. Por eso hoy, en el marco de su 22 aniversario luctuoso, me parece necesario que sus lectores la coloquemos en el lugar que se merece, e igualmente que se proteja y promueva de todas las maneras posibles el papel de su principal biógrafa, la Dra. Patricia Rosas Lopátegui, quien sin abanderar una defensa feminista acomodaticia, lucha diariamente para que la voz de Elena Garro sea escuchada y retumbe en todos los espacios culturales y académicos del país y del extranjero. Si alguien previó la debacle moral, política y económica de un sistema, esa mujer fue Elena Garro y un gobierno que se dice de avanzada no puede ignorar a la mejor escritora de los últimos tiempos.
Notas
1 Entrevista de Patricia Rosas Lopátegui, en Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos (México, Gedisa, 2020, p. 1219).
2 Patricia Rosas Lopátegui recogió estos apuntes en Testimonios sobre Elena Garro. Biografía exclusiva y autorizada de Elena Garro (Monterrey, Ediciones Castillo, 2002, p.168).
3 Ibid., p. 168.
4 Compilados por Patricia Rosas Lopátegui en Cristales de tiempo. Poemas inéditos de Elena Garro (Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, pp. 148 y 150).
5 En Testimonios sobre Elena Garro, op. cit., pp. 308-309.