A Rosario Castellanos
La tarea, Rosario, consistía en analizar “Lección de cocina”
ese texto tuyo que suele despertar las conciencias femeninas.
Dos alumnas y un alumno tenían la misión de desglosar
cuerpo y escritura presentes en un curso sobre escritoras mexicanas,
todas irreverentes como tú.
Primero lo diseccionaron Revathi y Brenda
con el dolor que produce contemplarse en el espejo
pero con el goce de saberse en otros tiempos,
ajenas a la consigna de la carne quemada.
Luego, el turno de Jaime.
Calmadamente, sopesando sus palabras,
el joven Boyzo no continuó desgranando metáforas,
imágenes ni símbolos.
Con la honestidad del hombre que lucha
por deshacerse de milenarios preceptos
comentó que, irónicamente,
había leído tu “Lección de cocina”
mientras él guisaba unas pechugas de pollo y unos nopalitos,
en tanto Pamela -no su esposa-
sino Pamela su amiga, su cómplice, su compañera
leía en voz alta “Lección de cocina”
degustando las palabras
disfrutando el privilegio de un sitio que por siglos le habían usurpado.
Esta vez, mientras la carne cambiaba de color y consistencia,
los dos se zambulleron en el intrincamiento de las palabras y sus significados.
La batalla los dejó exhaustos,
transidos del gozo que trae consigo la aventura del conocimiento.
Al término de la lectura y del debate,
las pechugas y los nopalitos estaban en su punto para ser devorados.
Ya el alma de Pamela y Jaime había recibido previamente su alimento.
Ya ves, Rosario, no fueron vanas
tus horas de insomnio
las noches y los días abrazados en ti
cuando te transformabas en poemas, ensayos
y en tu “Lección de cocina”
buscando ese otro modo de ser humano y libre.
15 de octubre de 2008
En un aula de la Universidad de Nuevo México