Guillermo Chao Ebergenyi
El puerto de Veracruz tiene motivos para conmemorar durante 2019 porque será un año de la mayor trascendencia histórica, sumamente rico en efemérides de sucesos relevantes y ennoblecedores de la tradicional generosidad porteña. El pasado 22 de abril se cumplieron quinientos años del desembarco de Hernán Cortés y su tropa en los arenales de lo que actualmente es el puerto. Venían en plan de conquista. El 13 de junio se cumplieron ochenta años del desembarco del Sinaia, suceso con el que se inició la diáspora de republicanos españoles hacia México. Venían en busca de refugio. Hace unos días, con total insensatez el actual gobierno juzgó necesario reclamar a la Corona Española por lo primero. En equilibrada contraprestación debiera agradecer por lo segundo, porque a lo largo de nuestra historia pocas cosas le pasaron a México mejores que lo que comenzó a suceder aquel verano de 1939.
“Hace 80 años, el barco “Sinaia”
llegaba al puerto de Veracruz con
1599 exiliados españoles que huían
de los horrores de la guerra civil “
En el Sinaia –y en otros barcos que más tarde arribaron a Veracruz–, o por tren, desde Nueva York o California, llegaron a México intelectuales españoles de muy alta condición, muchos de ellos pertenecientes a la célebre Generación del 27, como Luis Cernuda (1902- 1963), Pedro Garfias (1901-1967), León Felipe (1884-1968), Manuel Altolaguirre (1905- 1963), Emilio Prados (1899-1962), Luis Buñuel (1900-1983) o Rodolfo Halffter (1900- 1987). Y mujeres de gran valer, como Remedios Varo (1908-1963), Concha Méndez- Cuesta (1898-1986), Ernestina Champourcin (1905-1999) y María Zambrano (1904-1991). Eran personas brillantes, eminencia médicas como el oftalmólogo Manuel Márquez Rodríguez, o pedagogos, como el químico José Puche Álvarez (1895-1979), fundador del Instituto Luis Vives, que protagonizaron un desembarco que enriqueció a México porque, como se le vea, la lista de talento es casi interminable pues también incluye a los poetas Enrique Díez Canedo (1879-1944) y Juan Rejano Porras (1903-1976); a los escritores Francisco Ayala (1906-2009), Max Aub (1903-1972) o Juan Comas Campos (1900-1979); al filósofo Joaquín Xirau Palau (1895-1946), o arquitectos como Roberto Fernández Balbuena (1890-1966) y profesores destacadísimos como el abogado Pedro Bosch Gimpera (1891-1979). Todos ellos gente valiosa, enriquecedora del espíritu humano y de la cultura en México.
Los exiliados españoles hicieron grandes
aportes a México en educación,
la cultura, las ciencias, las artes y
en la actividad económica.
Pero vayamos por partes: no todos los refugiados llegaron a Veracruz en el Sinaia ni todos eran republicanos; tampoco eran todos excombatientes de la Guerra Civil, ni todos anarquistas ni todos socialistas ni todos españoles, pues en ese barco también arribó David Seymour, judío polaco y uno de los mejores fotoperiodistas del siglo veinte; pero fue el Sinaia el barco que finalmente adquirió calidad paradigmática dentro del exilio español porque su embarque en Sète, Francia, y desembarco en Veracruz, fue organizado por el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) y el Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles, cuyos aparatos de propaganda convirtieron el éxodo de la derrota republicana en una epopeya de heroicos sobrevivientes.
El recibimiento oficial corrió a cargo del entonces secretario de Gobernación, Ignacio García Téllez, quien en su discurso de bienvenida dijo:
El gobierno y pueblo de México os reciben como exponentes de la causa imperecedera de las libertades del hombre. Vuestras madres, esposas e hijos, encontrarán en nuestro suelo un regazo cariñoso y hospitalario.
Así fue. México fue hospitalario con todos ellos, tanto que la mayoría se quedó en nuestro país y, salvo excepciones, aquí vivieron hasta el final de sus días. Ellos, a su vez, fueron agradecidos y generosos con México. Aquí fundaron la Casa de España (actual Colegio de México) y el Colegio Madrid, escuelas, junto con el Instituto Luis Vives, de la más alta calidad. Con los mayores también llegó una generación de menores refugiados, aquellos que eran bebés, párvulos o adolescentes cuando salieron de España –su patria perdida– y que crecieron y se hicieron hombres en México –su patria ganada–, como el poeta Tomás Segovia (1927-2011), el filósofo Ramón Xirau (1924-2017) y el fotógrafo Pedro Meyer (1935). La de España fue una guerra cruenta y estúpida, como todas las guerras.
Albert Camus dijo de ella: >> Fue en España donde mi generación aprendió que se puede tener la razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa<<. El exilio español nunca obtuvo recompensa. Las heridas del alma siguen abiertas, a juzgar por el renacimiento de la extrema derecha y los nacionalismos en ese país.
¿Y el Sinaia?
No faltará quien se pregunte por el destino del otro miembro de esta trágica familia. Pues bien, el Sinaia era un buque de mediano porte. Fue botado en el astillero Barclay, Curie & Company de Glasgow, Escocia, en 1924; bautizado ese mismo año por la reina de Rumanía con el nombre de la población donde se encontraba uno de sus palacios; abanderado en Francia por la Fabre Line; requisado por la Alemania Nazi en 1942 para utilizarlo como buque-hospital; hundido en Marsella en 1944 para bloquear el puerto; reflotado en 1946 y desguazado para aprovechar sus 8,567 toneladas de acero. Medía 112 metros de eslora (largo), navegaba a 14 nudos (26 kilómetros) por hora y tenía capacidad para transportar a 654 pasajeros; pero el 13 de junio de 1939, día en que arribó al puerto de Veracruz, transportaba a 1,599 refugiados en condiciones de hacinamiento, es decir, 245% más pasajeros que el aforo permitido. Reciclado y vuelto granalla, con su acero fundido y reutilizado, tal vez aún flote por ahí, convertido en fragmento de otro barco menos célebre.