El político con ideas

Es muy conocida su reconstrucción del liberalismo mexicano para fundamentar lo que él llamó sus orígenes sociales, que no sólo se distancian del liberalismo clásico, europeo y estadounidense, sino que fundamentan el proyecto social del país, consumado en la Revolución, la Constitución de 1917 y las instituciones que se formaron inmediatamente después de terminada la lucha armada.


Una personalidad como la de Reyes Heroles puede parecer en estos tiempos una anomalía, dada la evidente carencia de calidad política de las nuevas élites dirigentes, pero como también lo recuerda González Pedrero, no era extraño encontrar perfiles semejantes en los políticos de la época. Entre ellos se encuentran personajes como Jesús Silva Herzog, Manuel Gómez Morín, Narciso Bassols, etc., con destacada formación intelectual y con experiencia en el servicio público que, en más de un caso, fueron creadores de instituciones.

Jesús Reyes Heroles ha sido siempre reconocido como uno de los políticos más experimentados, con mayor conocimiento de las instituciones y convencido de las responsabilidades sociales del Estado mexicano. Para muchos fue un ideólogo del sistema, por más que lo único que se ofrezca como prueba sean sus discursos, la gran mayoría preparados en los años en que fue presidente del PRI, durante la década de los años setenta. La insistencia en esta calificación ha empañado su calidad como político que, bien se sabe, se prueba con los resultados, las acciones y las decisiones tomadas, que revelan pragmatismo asentado en la experiencia. Larga fue su trayectoria e importante su desempeño.

Desde su ingreso al PRM en 1939, Reyes Heroles tuvo una destacada participación en el partido, al poco tiempo transformado en PRI. En esa organización siempre tuvo cargos de asesor, secretario particular de los presidentes del Comité Ejecutivo Nacional, hasta alcanzar su presidencia entre 1972 y 1974, los años más álgidos del gobierno de Luis Echeverría, enfrentado a empresarios y trabajadores. A Reyes Heroles le correspondería en ese puesto la difícil tarea de conciliar con los dirigentes obreros, sobre todo para convencerlos de apoyar al presidente en su estrategia contra el empresariado y tolerar su discurso sobre la autonomía obrera que alentaría el sindicalismo independiente. Pero también enfrentó los primeros desafíos de gobernadores que, como Manuel Sánchez Vite, gobernador de Hidalgo y antecesor de Reyes Heroles en la presidencia priísta, creyó que podía enfrentar el poder presidencial decidiendo sobre su sucesor. Fueron las tensiones de la época las que dieron origen a la fama de ideólogo de Reyes Heroles. Los conflictos crecientes obligaban al presidente del PRI a intervenir no sólo más que en el pasado, sino a tener mayor visibilidad pública, a viajar y hacerlo evidente y hacer declaraciones y leer discursos que lo mismo defendían al presidente Echeverría que definían el papel del partido y que, naturalmente, aludían lo mismo al poder económico, las críticas empresariales, los líderes de las corporaciones y a más de un mandatario tentado a imponer su voluntad más allá de los límites permitidos por el sistema. Decisión y negociaciones constantes que también mantenía, lo que sería definitivo para su permanencia en el partido, con el secretario de Gobernación y el hiperactivo presidente Echeverría.

Reyes Heroles tuvo una activa participación en el partido, pero también en la administración pública y, en menor medida, en los puestos de elección. Por razones históricas, la centralización política y económica, así como el dominio del partido, hicieron que las únicas vías de adiestramiento de los políticos fueran esas tres: los cargos administrativos en el gobierno federal, los puestos partidarios y de elección popular. La misma tradición hizo que predominara el medio administrativo, pero fueron varios, entre ellos Reyes Heroles, los que transitaron por las tres vías, acumulando experiencia práctica pero también conocimiento de las tareas, responsabilidades y funcionamiento de las instituciones del Estado mexicano. Reyes Heroles fue diputado federal en 1961, después de formar parte de la campaña presidencial de Adolfo López Mateos, y poco después dirigió el IMSS y Pemex, dos entidades emblemáticas del gobierno por sus funciones social y económica, pero sobre todo porque han sido desde su fundación pruebas de los compromisos estatales por el crecimiento económico y el bienestar social.

No fueron los únicos puestos en la administración pública que Reyes Heroles desempeñó porque fue asesor de algunos secretarios de Estado y de presidentes de la República. Sin poder aspirar a la presidencia debido a la prohibición constitucional que estuvo vigente por décadas, coronaría su carrera política como secretario de Gobernación y más tarde de Educación Pública, dos de las instituciones centrales del Estado mexicano. Aunque Reyes Heroles nunca había formado parte de Gobernación, como los anteriores secretarios que se habían formado en su estructura, ocupando puestos de mayor responsabilidad, el veracruzano tuvo sin duda un buen desempeño. A él se debe el diseño de la que fue en su momento la más ambiciosa reforma política que transformó de raíz los términos de competencia electoral y que sirvió como el punto de partida de la cada vez más intensa participación de partidos, pero también de los ciudadanos.

La reforma, como lo han explicado los especialistas, abrió la puerta a las opciones de izquierda, en especial al viejo y anquilosado Partido Comunista, encerrado en la ortodoxia y los pasillos universitarios, que fue obligado por la realidad a competir y, en especial, a iniciar la construcción de la unidad de la izquierda mexicana, fragmentada, dispersa y, peor aún, enfrentada por dogmatismos irreductibles. Esa invitación a la izquierda a integrarse a la competencia y presentar, por primera vez, una opción real al sector más crítico de la sociedad, descontento con el PRI y alejado del PAN por su conservadurismo, hizo posible que las elecciones comenzaran a tener sentido para aquellos que preferían el abstencionismo. Las consecuencias de esa circunstancia, sin duda alentada por el sistema priísta, que no había permitido la competencia, se vieron en las elecciones de 1976 cuando el candidato del PRI, respaldado como era usual por el PARM y el PPS, no tuvo opositor en el PAN y, aun así, apenas logró una votación oficial de 92% con una participación ciudadana de 68%. Para el presidente José López Portillo y su secretario de Gobernación fue evidente que el esquema de competencia partidaria había llegado a su fin, más aún después de los movimientos universitarios de 1968 y 1971, y la aparición de la guerrilla urbana, violenta expresión de descontento de jóvenes con el sistema y su evidente carencia de opciones para transformarlo.

La reforma política de 1977 ha sido reconocida no sólo por su contenido y visión de largo plazo, sino también por el procedimiento que el secretario puso en marcha para preparar la iniciativa enviada al Congreso. Contra la tradición de elaborarla por la propia secretaría, Reyes Heroles decidió iniciar una amplia consulta en la que participaron académicos, representantes de los partidos, incluidos los de la izquierda marginada, y priístas en funciones, en sesiones públicas presididas por el titular de Gobernación. Como se puede comprobar con las memorias publicadas poco después por la secretaría, las ponencias propiciaron debates en los que no era inusual que Reyes Heroles interviniera como un invitado más.

Notable decisión del secretario para lograr una reforma necesaria, para el sistema al igual que para la propia sobrevivencia del PRI, pero que consiguió una sorprendente participación de los principales interesados que, al final, hizo que la reforma contara con un consenso que de otra manera no habría tenido. La estrategia de Reyes Heroles se completó con otra singular iniciativa un año después, la Ley de Amnistía para presos políticos encarcelados en México pero que se extendió a muchos exiliados. Después de los oscuros días de enfrentamientos entre guerrillas, ejército, grupos paramilitares y encubiertos, que había añadido agravios a la sociedad mexicana, la Ley de Amnistía junto con la reforma política crearon una auténtica apertura para reencausar la participación y el descontento social hacia las vías institucionales que, muchos años después y con variadas modificaciones, crearían las condiciones para el cambio político sin romper la paz pública y la estabilidad institucional.

No hay duda de que un proyecto de esta naturaleza requería inteligencia, experiencia, pero también de un profundo conocimiento teórico e histórico del país. Y es aquí donde aparece la principal cualidad de Reyes Heroles: su formación académica, intelectual, su preparación en la historia, el derecho, la sociología, la ciencia política, pero, en particular su interés, que nunca decaería, en la historia nacional. Como él acostumbraba decir, la política es actividad práctica, pero que sólo rinde frutos si tiene un proyecto fundado en la historia.[1]

Reyes Heroles gustaba definirse como un político con ideas, como lo recuerda Enrique González Pedrero, por mucho tiempo cercano colaborador del veracruzano desde que éste fuera sinodal en su examen de grado en la Facultad de Derecho[2]. Político con ideas o, con mayor audacia, intelectual político, una asociación que siempre despierta suspicacias en uno y otro ámbito, pero que Reyes Heroles defendía no sólo porque él se consideraba así, sino porque creía que era posible y deseable esa asociación, no tanto para los académicos sino para los políticos. Una personalidad como la de Reyes Heroles puede parecer en estos tiempos una anomalía, dada la evidente carencia de calidad política de las nuevas élites dirigentes, pero como también lo recuerda González Pedrero, no era extraño encontrar perfiles semejantes en los políticos de la época. Entre ellos se encuentran personajes como Jesús Silva Herzog, Manuel Gómez Morín, Narciso Bassols, etc., con destacada formación intelectual y con experiencia en el servicio público que, en más de un caso, fueron creadores de instituciones. Todos ellos con una notable preparación intelectual, con un claro conocimiento de la historia del país y, por ende, convencidos de las responsabilidades del Estado. Como el mismo Reyes Heroles lo dijera en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, llegó a esa disciplina porque estaba interesado en entender los orígenes de la Revolución Mexicana y los compromisos que le impuso al Estado que de ella surgió, pero que no podían explicarse por el movimiento mismo y ni siquiera por su circunstancia, sino como resultado de un largo proceso histórico[3]. La política, decía Reyes Heroles, por más práctica que sea, necesita ideas y conocimiento.

Quien fuera secretario de Gobernación con López Portillo escribió mucho más que discursos. Es autor de más de una docena de obras sobre economía, derecho, comercio internacional y, sobre todo, historia, tarea que completó como profesor en las facultades de Derecho y Contaduría y Administración de la UNAM y también en el Instituto Politécnico Nacional. Por más de 15 años (1946-1963) el veracruzano enseñó Teoría General del Estado en la UNAM, curso por el que pasó más de un futuro secretario de Estado e incluso algún presidente de la República. Su interés por la historia se advierte en la que ha sido considerada como su obra más destacada: sus estudios sobre el siglo XIX, constituidos por su Liberalismo mexicano y la recopilación de escritos de Mariano Otero, que acompañó de un agudo estudio sobre la obra de ese singular liberal[4]. Si la recopilación de estudios es de suyo importante, más lo es que Reyes Heroles haya dirigido su esfuerzo de investigación a los años centrales del siglo XIX, cuando México transitó de la Independencia a la Reforma y no en la Revolución, de donde surgiría el moderno Estado y sistema político. Fue la búsqueda de los orígenes lo que llevó a Reyes Heroles a estudiar la obra de los intelectuales y políticos (su aspiración personal) en el siglo XIX. Los pueblos, dijo Reyes Heroles en su discurso de ingreso a la Academia, deben conocer su historia para construir su futuro y por eso había que conocer cómo y por qué se construyó el liberalismo social, que no se agotó en la Reforma sino que alimentó a la Revolución y definió al Estado.[5]

Es muy conocida su reconstrucción del liberalismo mexicano para fundamentar lo que él llamó sus orígenes sociales, que no sólo se distancian del liberalismo clásico, europeo y estadounidense, sino que fundamentan el proyecto social del país, consumado en la Revolución, la Constitución de 1917 y las instituciones que se formaron inmediatamente después de terminada la lucha armada. Su estudio de Otero es una aportación que no parece propia de un político, dedicado a la acción cotidiana, sino la de un académico, por definición, ocupado en leer y analizar documentos históricos. Como explica Reyes Heroles, Otero fue más que un pensador y político, su obra revela al conocedor de la historia y, extraño para la época, a uno de los primeros sociólogos mexicanos. De nuevo, el conocimiento social e histórico que llevó a Otero a reinterpretar el liberalismo e incluso oponerse a las corrientes más radicales. Pero que visto a la luz de los grandes liberales de la época, no es extraño: Otero está al lado de los Mora, Ocampo, Altamirano, Zarco, Lerdo, etc., que aplicaron, tal como Reyes Heroles lo demandaba, su conocimiento a la actividad política, una actividad que estaba guiada por las ideas pero sobre todo por la comprensión de las necesidades sociales y económicas de los mexicanos. Políticos con ideas que construyeron las instituciones y protagonizaron pasajes fundacionales de la historia nacional.

En su conocido estudio sobre Mirabeau, que agregó al de Ortega y Gasset, Reyes Heroles reconoce que fue la lectura de la obra de Ortega lo que estimuló su interés por conocer no sólo las ideas de Mirabeau sino las circunstancias de su actividad e incluso las razones de su fracaso. Pero al igual que sucedió con Ortega, Mirabeau también llevó al veracruzano a reflexionar sobre la tensa y difícil relación entre el intelectual y el político. Rafael Segovia, también cercano a Reyes Heroles, recuerda que si algo lo irritaba era la repetición del planteamiento de Weber sobre la ciencia y la política[6]. Segovia dice que no era la proposición de Weber el problema, sino la ignorancia de muchos de los que la repetían porque no advertían, en primer lugar, que era un modelo ideal para distinguir y explicar comportamientos, y en segundo, que la simple repetición condenaba a una separación insuperable que suponía alejar al político del conocimiento.

Precisamente es esto lo que Reyes Heroles le critica a Ortega: su idea de que el intelectual es un “ensimismado”, alejado de la realidad, y que el político no tiene tiempo para pensar porque está dedicado a la acción. Más que pensamiento, Ortega encuentra en el político la intuición que proviene de la experiencia. En rigor, Reyes Heroles lo que le critica es la separación radical, no las cualidades de cada uno y, lo más importante, lo rechaza porque para él no debería haber tal separación: el político debe tener conocimientos para fundamentar sus acciones. De hecho, Reyes Heroles critica la separación que, reconoce, se da en la realidad y provoca el alejamiento de unos y otros, la incomunicación y su inevitable incomprensión.[7]

Reyes Heroles dedicó su ya citado discurso de ingreso a la Academia a desarrollar este tema. No podía ser de otra forma porque su ingreso en esa institución era un claro reconocimiento al historiador, al académico, más que al político que ya era y del cual estaba orgulloso el veracruzano. Desde las primeras líneas reconoce la estrecha relación que para él tenía la historia y la política. A la historia se llega por diferentes caminos, aclara Reyes Heroles, y para él fue la política, su compromiso con las tareas sociales del Estado lo que lo llevó a preguntarse por la Revolución y sus orígenes[8]. No debe existir una separación entre conocimiento y acción, el político no debe ocuparse solamente de sus responsabilidades prácticas sino debe entender las condiciones y necesidades de la sociedad para darle sentido a sus actividades.

Si bien el discurso, como se verá adelante, formula ácidas críticas a los académicos e intelectuales, no está escrito para ellos. Y en el fondo el lector sospecha que esas críticas las creía sinceramente porque, como político, reconoce que las consecuencias solo son aceptadas por quienes toman las decisiones, no por aquellos que las critican. Las reflexiones de Reyes Heroles están destinadas a que los políticos se hagan cargo de la necesidad de prepararse intelectualmente, adquirir conocimiento teórico y, en especial, que conozcan la historia. Si puede advertirse en su escrito el disgusto con las críticas sin compromiso, también es posible reconocer su incomodidad con los políticos que, siguiendo a Ortega, sólo piensan en la práctica y desprecian el conocimiento.

Reyes Heroles rechaza que haya incompatibilidad entre el pensar y el actuar: ni el político carece de ideas ni el intelectual debe renunciar a la acción. Solamente sucede si cada uno se mueve exclusivamente en un ámbito porque entonces sirve a amos distintos y egoístas. De ahí que haya, a su juicio, los que investigan y conocen, y los que aprovechan el conocimiento para actuar[9]. Desde luego, para Reyes Heroles el segundo es el político o, mejor dicho, debe serlo, porque el problema básico del intelectual es que rara vez quiere comprometerse con la política, la acción. Aunque advierte que al político lo caracteriza su actividad cotidiana, en la que toma decisiones y enfrenta conflictos, también asume que no lo hace porque sea su única obligación: “el político sólo se justifica en la medida en que está regido por su pensamiento”[10]. En realidad, Reyes Heroles estaba reconociendo un valor que la gran mayoría de políticos de su época tenía integrado a su vocación: la política es definición personal pero también un compromiso con ideas y un proyecto que al ser compartido con otros, constituye una idea de nación. Como lo reconoce cualquier político experimentado, para Reyes Heroles no era un proyecto únicamente personal, sino uno colectivo que supone responsabilidades, pero también tareas a cumplir y que siempre se resumía en el bienestar social.

Mientras Reyes Heroles le demanda al político adquirir conocimiento y contar con ideas, al intelectual le reclama su aislamiento. El político, dice Reyes Heroles, crítica al intelectual por su desinterés en los asuntos públicos, porque “se erige en severo juez… sin pasar la prueba de la acción”.[11] No es un señalamiento infundado. La principal responsabilidad de un político profesional es atender y acaso resolver los conflictos, que no desaparecen nunca porque derivan de diferencias sociales que son permanentes y que, de no atenderse, impedirían la vida colectiva. Desde Aristóteles se sabe que la política es inseparable de la sociedad porque es la única forma de organizarla, de regular los intereses y, en una palabra, de conseguir que exista la sociedad. Si los conflictos nunca desaparecen, al político le corresponde dar las salidas, tomar decisiones cuya eficacia solamente se prueba después de aplicarlas. El político debe arriesgarse a tomar decisiones bajo la presión de las circunstancias, provisto de su experiencia y, la demanda de Reyes Heroles, el conocimiento. Pero al final, las decisiones tienen consecuencias y costos que debe asumir el político que las tomó. Esto es lo que defiende Reyes Heroles, que como buen político no admite la crítica de aquellos que dictan verdades desde el escritorio, sin más autoridad que su conocimiento teórico, pero que no pagan los costos de tomar una decisión que afecte a los demás:

El intelectual, ante la grosera realidad que interrumpe sus juegos mentales, se refugia en las ideas como un “Olimpo sin riesgo”… “como medio de ejercer un poder absoluto, sin peligro y sin responsabilidad, justificando o trastornando el mundo ante su tintero”.[12]

Reyes Heroles es más explícito: el intelectual cree en la pureza de las ideas y no admite que se aparte el político de ella, lo critica por no aceptar las recomendaciones “etéreas” del intelectual. El político, escribe Reyes Heroles, se aparta de esa pureza porque la realidad le exige actuar y muchas veces aplicar las ideas con una “prudente” graduación que el intelectual no entiende y no acepta, arropado en “el todo o nada” que su teoría le recomienda.[13] El “Olimpo sin riesgo” en el que se mueve el intelectual valora la política solamente si cumple con la teoría (que muchas veces es la interpretación propia del intelectual) pero la eficacia, escribe Reyes Heroles, “no se ve ni se siente”, mientras que la ineficacia sí, y por eso el intelectual la usa como demostración de su superioridad. La política, por el contrario, se asume como un ejercicio con responsabilidades, cuyas consecuencias, sobre todo cuando son benéficas, no las advierte la sociedad pero sí reconoce el político.

Después de estas críticas poco piadosas, Reyes Heroles reafirma que ello no debería suceder, no debería estar separado el intelectual del político, pero no porque crea que el primero deba ser un político, sino porque éste debe actuar con reflexión, con ideas, con el conocimiento de la realidad. Reyes Heroles retoma a Weber en su punto más delicado y que, como ya advirtiera Segovia, es el más olvidado del pensamiento del alemán: que el político actúe no significa que no reflexione y que sólo responda a intereses egoístas. El político, recuerda Reyes Heroles siguiendo a Weber, se guía por la mesura que controla las pasiones y que, político al fin, procede de la experiencia.

Es cierto, como lo recuerda González Pedrero, que políticos como Reyes Heroles no eran poco comunes en su época. Lamentablemente lo son ahora, cuando la política ha perdido cualidades, profesionalismo y, quizá lo más importante, un proyecto sustentable y desarrollado mediante las instituciones. Se extrañan políticos como Jesús Reyes Heroles, con ideas.


[1] Jesús Reyes Heroles, La historia y la acción, discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, 7 de agosto de 1968, p. 12.

Puede consultarse el texto íntegro en https://www.acadmexhistoria.org.mx/discursos.php

[2] Enrique González Pedrero, “Jesús Reyes Heroles, el político humanista”, en Homenaje a Jesús Reyes Heroles, El Colegio de México, México, 2011, p. 119.

[3] J. Reyes Heroles, ídem., p. 2.

[4] J. Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, FCE, México, tres tomos, 1974, y Mariano Otero, Obras, recopilación, selección y estudio introductorio de Jesús Reyes Heroles, Porrúa, México, dos tomos, 1967.

[5] La historia…, op cit., p. 12.

[6] Rafael Segovia, “Reflexiones en torno al pensamiento de Don Jesús Reyes Heroles”, Revista Mexicana de Política Exterior, no. 11, abril-junio de 1986, p. 37.

[7] José Ortega y Gasset, Jesús Reyes Heroles, Dos ensayos sobre Mirabeau, Librería del Prado, México, 1984. Existe una edición más accesible, FCE, México, 1994.

[8] La historia…, op. cit., p. 2.

[9] Idem., pp. 13 y 15.

[10] Idem., p. 16.

[11] Ibid.

[12] Ibíd. La última frase es una cita textual de Emmanuel Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo. Personalismo y cristianismo, Taurus Ediciones, S. A., Madrid, 1965.

[13] Idem., pp. 16-17.

Rogelio Hernández Rodríguez
Rogelio Hernández Rodríguez
(CDMX, 1956) Profesor-investigador de tiempo completo del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México especializado en sistema político, cambio institucional y élite política en México. Doctor en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO. Ha sido investigador visitante en St. Antony’s College, Universidad de Oxford, Inglaterra, en el Département de Science Politique de la Universidad de Montreal, Canadá, y en el Institut Pluridisciplinaire pour les Études sur l'Amérique Latine, Universidad de Toulouse Le Mirail, Francia. Entre sus publicaciones se encuentran Historia mínima del PRI (El Colegio de México, 2016); Adolfo López Mateos. Una vida dedicada a la política, coord. (El Colegio de México, 2015); Presidencialismo y hombres fuertes en México. La sucesión presidencial de 1958 (El Colegio de México, 2015); El centro dividido. La nueva autonomía de los gobernadores (El Colegio de México, 2008); Amistades, compromisos y lealtades. Líderes y grupos políticos en el Estado de México, 1942-1993 (El Colegio de México, 1998); La formación del político mexicano. El caso de Carlos A. Madrazo (El Colegio de México, 1991).
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