Grupo de Investigación Escritos de Mujeres
IISUE-UNAM
Cada 8 de marzo vivimos una actualización. El movimiento de mujeres y feminista regresa su mirada al pasado; reactiva, crea consignas y moviliza acciones que pretenden, en la mayoría de los casos, volver a poner en la palestra pública temas vitales para las mujeres como la libertad, el cuerpo y la memoria. Si bien existe en la práctica política feminista un dolor que acompaña los aspectos reivindicativos, pues evidenciar que el feminicidio es una realidad, que la brecha laboral una desventaja y que la negación del aporte de las mujeres a la cultura y a las grandes transformaciones del siglo XX es doloroso, evidenciar o mostrar estas circunstancias, también permite fijar la mirada en aquello que hemos transformado.
Siempre he considerado que el 8 de marzo es una fecha para activar el gran misterio de la memoria, esta que se mueve tímida y a veces sin titubeos en el presente. La memoria ha constituido parte del actuar del movimiento feminista; como eje articulador se ha interpretado como una fortaleza necesaria en medio de una realidad que pretende borrar y olvidar. Por esta razón, el feminismo ha encontrado en la historia una posibilidad de transformación única. Y digo en la historia, porque parece que el olvido se convierte en una falsa protección para la sobrevivencia. Por ello, y para no olvidar, este 8 de marzo deseo rememorar y valorar la labor realizada por las escritoras y por quienes apasionadamente han recuperado y rescatado del pasado aquellas voces.
Muchos ejercicios alrededor de la memoria se han emprendido como parte de la práctica feminista. Uno de ellos ha radicado en la necesidad de hacer historia de la escritura de las mujeres. En otras ocasiones, las mujeres se han interesado por traer al presente el arte, otras se han preocupado por buscar a las protagonistas de los grandes estallidos sociales o por nombrar aquellas existencias que han pasado desapercibidas, negando a las niñas y a las jóvenes la construcción de referentes que les devuelvan imágenes de mujeres ya no desdichadas o excluidas, sino mujeres libres, que pusieron en juego sus deseos y anhelos, independientemente de las restricciones sociales.
La mágica conjunción de la historia y la literatura ha permitido que feministas en diversas latitudes rescatemos relatos de mujeres en el pasado. La escritura de las mujeres ha sido un lugar de encuentro en el que muchas hemos conocido la genealogía de un pensamiento que habla de la experiencia como el principal lugar desde donde se conoce, dando espacio para considerar que la palabra escrita o hablada es una práctica de mucha proximidad para las mujeres.
Este 8 de marzo vale la pena homenajear a esas mujeres y sus palabras, desde las que en claustros conventuales durante los siglos XVI al XVIII en México[1] hablaron de Dios, de la relación con la madre María y de lo que significaba ser mujer, hasta las que en los siglos XIX y XX escribieron del cuerpo, el deseo, la libertad, las normas sociales, entre muchos otros temas.[2] Algunas construyeron escritos místicos que posteriormente fueron guías de caminos espirituales, mientras que otras, mostraron múltiples formas de ser mujeres en una sociedad donde se consideraba que el ángel del hogar era la figura más acorde con una feminidad sana y normal.
Si nos detenemos a buscar escritos de mujeres en el pasado, nos daremos cuenta fácilmente de que aquella idea de que las mujeres no escribían era falsa y que se remonta a un mito del patriarcado que no pudo ser sostenido por mucho tiempo. Tal vez, para muchas personas sea clara la presencia de las mujeres en la literatura; sin embargo, en muchas ocasiones esta realidad, ya demostrada, es mirada con cierta desconfianza, otorgando duda al importante aporte que han realizado las escritoras al panorama de la literatura latinoamericana. Parece más fácil asumir que el creador del realismo mágico es Juan Rulfo o Gabriel García Márquez, y mucho más difícil reconocer que aquel movimiento literario fue imaginado por la chilena María Luisa Bombal (1910-1980) y por Elena Garro (1916-1998), incluso aunque a ellas no les interesara figurar como las creadoras del realismo mágico, pues en su ejercicio escritural esto podía convertirse en restrictivo o normativo.
Ocurre entonces que uno de los grandes saltos que hemos dado las feministas interesadas en la memoria y en el pasado de las mujeres, radica en valorar a las escritoras, en darles un lugar de autoridad y legitimidad, marcado por el hecho, simple, e indispensable de re-conocerlas, difundirlas y reeditarlas. Existe, hasta la actualidad, una asociación de ideas que parecen servir para deslegitimar el aporte de las mujeres a las letras. Algunas han sido interpretadas como rebeldes que terminan accediendo al poder del varón que aman, otras se suicidan por desamor, mientras que otras pasan al olvido por ser catalogadas como locas, ninfómanas, melancólicas o por ser demasiado seguras de sí mismas, asociándolas con megalomanía. No es complicado traer algunos nombres: Rosario Castellanos, Elena Garro, Antonieta Rivas Mercado, Nahui Olin, Pita Amor… cinco escritoras mexicanas que han marcado necesariamente la literatura de este país, y cuyo aporte intelectual al mundo de las letras y del pensamiento sigue en duda, aun en este momento. Homenajearlas es una clara celebración para este 8 de marzo, y lo es porque sus trabajos representan ejercicios radicales en los que, pese al bullicio social que las tachaba de insuficientes, ellas no se detuvieron, escribieron, publicaron y dejaron para nosotras y para toda la humanidad tesoros de incalculable belleza y profundidad.
Cada 8 de marzo nos damos a la tarea de rememorar a aquellas obreras textileras del siglo XIX, al mismo tiempo que se recuerdan los avances realizados por el movimiento feminista en el plano de las leyes y los derechos. Las marchas son una forma de convivir con nuestro pasado como movimiento; activando, lo que para todas es claro, la importancia de la colectividad y las relaciones. Recordándonos que antes de las leyes, de las ideologías y de cualquier canon está la libertad. Gran parte de lo que sostiene ese ejercicio se halla en la recuperación de nuestras memorias, saber que han sido varios siglos de profundo trabajo y mucha la tinta que se ha derramado para que el olvido no se meta entre nosotras, para que al mirar atrás podamos conocer la existencia de mujeres libres que escribieron y dejaron señuelos que ineludibles nos marcan y nos hacen el camino menos angosto.
Hoy es nuevamente una posibilidad para detenernos en los vacíos de la historia oficial, vacíos que sería posible contrarrestar si hiciéramos una nueva historia, pero la tarea es titánica y tampoco se espera mucho de ella. Requerimos miradas nuevas a la historia, preguntas que interroguen el pasado, pensando no solo en los varones y en los grandes temas que han ocupado a los historiadores: las guerras, las instituciones, las conquistas, la muerte y el poder. Necesitamos, en todo caso, modos distintos de pensar el pasado, al igual que acercamientos que nos permitan conocer versiones otras de la realidad.
Parte de la labor de las escritoras ha sido, sin querer o queriéndolo, forjar versiones diferentes de la realidad. Lo han hecho al mostrar a través de la poesía una excelsa radiografía del contexto cultural al que se acogían; de ahí que Nahui Olin se remita a la teoría de la relatividad para poetizar el movimiento como parte constitutiva de lo humano libre, el cambio como nota clave en un siglo de importantes transformaciones; o que Antonieta Rivas Mercado construya su cuento “Un espía de buena voluntad” mostrando las características de la violencia al interior de una relación sentimental a mediados del siglo XX. Esas otras versiones de la realidad develan información que es grato conocer. Sin la experiencia, por ejemplo, de Rosario Castellanos y sin lo dicho en sus textos, no habría sido posible ubicar políticamente el uso del sujeto universal masculino como un falso neutro y, menos aún, rechazar el hecho de que la universidad continúe, en la mayoría de los casos, siendo un lugar de violencia machista, al declararse como un espacio de conocimiento que no reconoce a la mitad de la humanidad, con todo lo que esto implica.
Así que la
alegría este 8 de marzo es no callar, escuchar a las otras lejanas y distantes,
soportarnos de sus voces, de sus textos y de sus recorridos vitales. Las
palabras han sido refugio y lugar de vínculo, también mediación con el mundo, un
soporte simbólico de alto alcance que valoramos y atesoramos. Por todo ello,
hoy vale la pena volver a ellas para agradecer las rupturas hechas para
nosotras, los libros escritos, los diarios secretos, las cartas enviadas, los
silencios elocuentes, las locuras creativas y sus expresiones de libertad que
tanto han osado en llamar desórdenes, enfermedad o excesiva sensibilidad.
Gracias a nuestras escritoras hoy sabemos que el conocimiento es experiencia y
que aquella es irrefutable por cualquier institución o doctrina.
[1] Vale la pena conocer los textos de mujeres en contextos conventuales, para ello remítase al trabajo desarrollado por el grupo de Investigación Escritos de Mujeres adscrito al Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación IISUE – UNAM. Un grupo de historiadoras que desde hace más de 10 años vienen trabajando en la historia de la escritura de las mujeres, considerando la creación de fuentes históricas como un ejercicio indispensable para la historia de las mujeres https://mujeres.iisue.unam.mx/escritos/.
[2] Para conocer sobre estos temas y las escritoras, vale la pena acercarse al trabajo de Patricia Rosas Lopátegui en el libro Feminine Trangression -Transgresión femenina– (2010) editorial Floricanto, California, Estados Unidos.