El pasado 12 de diciembre celebramos el cumpleños 83 de la poeta y memorialista Helena Paz Garro.
Hija del también poeta Octavio Paz y de la escritora Elena Garro, Helena Laura nació el 12 de diciembre de 1939 en la Ciudad de México y falleció el 30 de marzo de 2014 en Cuernavaca, Morelos.
Se dio a conocer primero como poeta, género con el que se identificó desde sus primeros años de vida, ya que empezó a escribir versos en la infancia y se apasionó por la literatura.
Helena Paz Garro se distinguió por ser una poeta bilingüe. De niña escribió primero en español y después en francés; de hecho, algunas de sus composiciones líricas nacieron en francés durante los años que vivió al lado de sus padres en París, en la segunda mitad de los años 40. Luego, en su juventud y madurez, escribió en los dos idiomas, y solía traducir sus poemas en francés a su lengua materna.
Lamentablemente Helena no pudo desarrollar con plenitud su carrera como poeta debido a diferentes circunstancias de vida, entre ellas los obstáculos que siempre le impuso su padre, el Premio Nobel de Literatura 1990. Octavio Paz se caracterizó por ser un hombre ególatra, machista y competitivo, que impidió el desarrollo creativo tanto de su esposa, Elena Garro, como el de su hija. Siempre combatió el talento de ambas, ya que no quería que le hicieran sombra en su trayectoria de poeta y ensayista. Por eso Paz Garro publicó tardíamente sus tres poemarios y dejó un considerable acervo inédito.
Su primer libro nació gracias al patrocinio de la poeta y traductora catalana Clara Janés. Las Elenas la conocieron en 1979, cuando vivían exiliadas en Madrid. Tres años más tarde, madre e hija dejaron la capital española y se trasladaron a París. Allá las visitó Clara Janés, quien se encargó de que saliera a la luz Criaturas de la noche (Madrid: Papeles de Invierno, 1991), una plaquette que reunió varios poemas de Helena Paz.
Como dichas composiciones líricas estaban escritas en francés, Clara le dijo a Elena Garro que los tradujera al español y así fue.
Criaturas de la noche tuvo un tiraje de 200 ejemplares, y más bien fue un cuadernito que Helena distribuyó entre sus amigos, amigas y colegas. En realidad no tuvo mayor distribución ni difusión.
Asimismo, gracias a Clara Janés, el poemario contó con un estupendo prefacio del escritor alemán Ernst Jünger. La poeta nacida en Barcelona tenía conocimiento de la amistad que existía entre Helena Paz y Jünger, quienes mantenían una asidua correspondencia desde los primeros años de la década de los 60. Por lo que Janés le escribió a Jünger pidiéndole que elaborara el prólogo al poemario de su admiradora mexicana.
He aquí los primeros párrafos del texto de Jünger que precede a los poemas de Criaturas de la noche:
En este siglo en que vivimos y que se acerca ya a sus postrimerías el poeta vive, como profetizó Hölderlin, “en tiempo de indigencia”. Por ello las poesías son un regalo de particular valor. La mañana en que en la carta de un amigo hay un poema que serena mi ánimo es una buena mañana. Y eso es lo que me sucede desde hace muchos años con las suyas, querida Helena. Caldean la atmósfera como si en pleno invierno se hubiera conservado en el hogar una pequeña lumbre.
Ahora mismo acaba de llegarme una selección de poemas. Usted los esparce como un ramillete de flores al deshacerle el lazo, ¡y con qué ligereza lo hace! Eso lo deduzco por el hecho de que no ha numerado las páginas. Hay 40… Versos hermosos como el de “Melusina”; los he ordenado. Por lo visto, para usted los poemas son como hojas que en otoño caen del árbol y que, aunque el viento se las lleve, forman no obstante un todo.
Al año siguiente apareció el segundo libro de Paz Garro, en esta ocasión en Francia, con el título de Onyx (París: Arfuyen, 1992). Posiblemente contó con el patrocinio de otra amiga de las Elenas, de Betty Bouthoul, mejor conocida como Banine. Ésta falleció poco antes de la aparición del poemario y Helena Paz se lo dedicó a su memoria.
Onyx contiene composiciones en francés, con el mismo prólogo de Ernst Jünger. Igualmente fue una plaquette, con un tiraje muy reducido, que su autora distribuyó entre sus conocidos.
En junio de 1993 madre e hija regresaron a México después de más de veinte años de exilio y se instalaron en Cuernavaca. La poeta traía consigo unos cuantos ejemplares de sus dos poemarios y con frecuencia hablaba de ellos, sin encontrar eco en la vida cultural mexicana. Algunos periódicos y revistas publicaron varias de sus composiciones, pero lo hicieron más bien a instancias de Elena Garro, quien era el centro de atención de las editoriales y de la prensa.
Así transcurrieron los años para Helena Paz —Helena con H— en la desolación y el desencanto. En ese estado melancólico y depresivo recibió el deceso de Octavio Paz, acaecido el 19 de abril de 1998, y cuatro meses más tarde el de Elena Garro, el 22 de agosto.
Un lustro después la hija de dos de los creadores más importantes de la literatura universal del milenio pasado, logró publicar un volumen con sus recuerdos de infancia y adolescencia al lado de sus progenitores. Lo tituló simplemente: Memorias (México: Océano, 2003).
Helena tenía grandes expectativas con su libro; pensó que sería el punto de partida para que reconocieran su talento y volvieran la mirada hacia ella. Después de todo su padre y su madre habían fallecido. Creyó que había llegado su tiempo. Pero no fue así. El silencio volvió a caer sobre ella. Prácticamente no hubo prensa en torno a sus Memorias, sólo una que otra reseña y por ahí alguna entrevista. Esto la deprimió quizá más que nunca.
Sin embargo, sus Memorias se vendieron, aunque fuera a cuentagotas, y el volumen estuvo agotado por un tiempo, hasta que se realizó una nueva edición en 2020, la cual circula bajo el sello de Random House.
He aquí un segmento de ese baúl de memorias, tomado de la primera edición (Océano, 2003):
En Navidad, mis padres me regalaban ropa para la escuela y libros de texto, así que nunca tenía dinero para comprar a mis autores y libros favoritos: Jack London, Jules Verne, de la Biblioteca Verde —así se llamaba aquella colección para niños—, o Peter Pan de la Biblioteca Rosa. Tenía que ganar dinero. Entonces se me ocurrió la idea de hacer un circo.
Mi gata Machu Picchu me seguía por toda la casa, así que poniendo los sillones Luis XV del gran salón en círculo, la enseñé a saltar en redondo, mientras yo gritaba como un domador.
—Hola, señoras y señores, la pantera negra de la selva de Madagascar está ejecutando su número especial para ustedes.
Me faltaba un número de baile acrobático para completar el circo. Ya le había enseñado algo de ballet a Choupette y resultó muy buena. Además, me compré varias pelotitas rojas, y rápidamente aprendí a hacer malabarismos con ellas. También aprendí varios trucos de cartas y algunos otros, para salir disfrazada del mago Fu Man Chu, que no había olvidado desde mi pequeña infancia. Pero lo que más me gustaba hacer era el número de baile acrobático en el que yo me llamaba Claro de Luna —me encantaba la luna brillante y redonda de las noches claras y frescas; era mi astro favorito y, la plata, mi metal predilecto, me parecía algo misterioso. (A mi madre le encantaba el sol y el oro). Choupette era Rayo de Sol. Juntas hacíamos el doble salto mortal.
Puse letreros por toda la casa con flechas que indicaban hacia el salón grande que decían: “Circo”. Nos poníamos bufandas de gasa de mi madre por encima de las mallas del ballet y las zapatillas. Choupette, amarillas, naranjas y doradas, y yo, la única plateada que tenía mi madre y azules y grises.
A todas las visitas de mis padres les cobrábamos diez francos. Además, Finki había traído sobres de polvos con sabor de naranja y de limón. Cuando había juntado dos o tres amigos de mi padre, me paseaba entre ellos gritando:
—Esquimaux! Esquimaux, Gervais! [Esquimales: paletas que se vendían en los cines, en los intermedios].
Llevaba una bandeja llena de vasos de naranjada y limonada. Vendía el refresco a dos francos. ¡Ah, cómo nos encantaba nuestro circo! Choupette no me cobraba nada por la representación y yo guardaba las ganancias en una bolsita para niña de color rojo que mi madre me había comprado en Nueva York.
Ante el silencio que padeció por sus Memorias, como agente literaria de Helena Paz Garro me di a la tarea de que se publicaran sus poemas en su país de origen. En 2006 le propuse a Joaquín Díez-Canedo Flores, a cargo de la dirección de publicaciones del Fondo de Cultura Económica (FCE), que publicara en México un poemario de Helena Paz. Joaquín aceptó ipso facto, pero me comunicó que tenía que entregarle el libro digitalizado, pues Helenita ya le había enviado sus poemas escritos a mano, con correcciones al margen y resultaba incomprensible.
De inmediato me di a la tarea de mecanografiar sus poemas en la computadora. No lo hice sola. Me auxiliaron mi hermana Norma y sus dos hijas, Alejandra y Ana. Lo hicimos en una semana para entregarle el documento al editor del FCE.
La rueda de la fortuna vio la luz en septiembre de 2007, con el mismo prólogo de Ernst Jünger. El magnífico texto del escritor alemán era, sin duda alguna, el talismán de Helena Paz Garro. A la autora le produjo una gran alegría ver su primer poemario publicado en México. Helena buscaba el reconocimiento a su creatividad en la tierra que la vio nacer.
No obstante, el silencio volvió a caer sobre la poeta. Hubo poca prensa y mucho ninguneo.
Ahora quiero compartirles dos poemas para celebrar su cumpleaños: el primero es de la autoría de Helena Paz Garro y el segundo de su madre, Elena Garro.
Cuando visité a las dos Elenas en 1997, pasé momentos memorables con ellas, en su departamento de la calle Manantiales, en Cuernavaca. El día que fui a despedirme sucedió un acontecimiento entrañable. Helenita era de las personas que si en el momento en que conversaba contigo, se sentía comprendida y respetada por su obra, extraía en esos instantes uno de sus poemas de una bolsa negra para la basura, en la que resguardaba sus tesoros de los orines de los gatos, y se lo dedicaba a mano a su interlocutor. No eran poemas que hubiera escrito deliberadamente para esa persona, sino composiciones que había elaborado con anterioridad. Eso sucedió conmigo, y seguramente hizo lo mismo con otros lectores suyos.
Esa hoja la publiqué en Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos (México: Editorial Gedisa, 2020, vol. 2), pues se trata de una joya que guardo con gran admiración y cariño por Helena Paz Garro. El poema se encuentra mecanografiado y se titula “Mercedes” y está dedicado a Mercedes Alonso, a quien Helena Paz conoció en su infancia:
Mercedes
A Mercedes Alonso
El nombre Mercedes.
Rosa, como un rocío de rosas
resbala en las mejillas de la niña.
Cintas azules bien planchadas
oloroso vapor de ropero
que encierra la blancura del mundo,
trajes azules de Infanta
un mediodía
con la lluvia cayendo en las tazas de té
Lago de Hakone
entrevisto desde el salón apacible.
Porcelana azul disipada por un soplo.
México, 1956
Al final del texto, aparece la dedicatoria del puño y letra de Helena Paz a mi persona:
Para Patricia Rosas,
Cascada de rosas blancas
Espuma de nácar
Dejó una huella fosforescente
En nuestros corazones.
Helena Paz
Cuernavaca, 22 de noviembre de 1997
El segundo poema se trata de una composición lírica que le escribió Elena Garro a su hija cuando vivían el ostracismo en Madrid. Se titula “Búsqueda”. Este texto se encuentra en Cristales de tiempo, el poemario de Elena Garro (Monterrey: UANL, 2016; Cáceres, España: La Moderna, 2018). En este poema la autora hace referencia al nacimiento de su hija el día de la Virgen de Guadalupe, y también alude a la otra niña, a la niña que ella fue al lado de sus hermanas. Garro describe su desolada existencia después de los sucesos del 2 de octubre de 1968, a raíz de la leyenda negra orquestada por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz para eliminarla de México, ante su activismo político y social. Traza con su pluma punzante cómo subsisten confinadas en cuartos ajenos, sin casa, sin familia, abandonadas y olvidadas por todos, vilipendiadas por los periodistas, escritores y funcionarios al servicio de la autocracia, la corrupción y la injusticia social:
Búsqueda
Busco en las profundidades
de un tiempo luminoso
a la niña llegada entre cohetes
en el glorioso día
de la Virgen de Guadalupe
y busco a la otra
más antigua, la que creció con sus hermanas
en el jardín tapiado de su casa.
Busco las tenues manchas
de los manzanos de la Normandía,
las jacarandas cubiertas
de sombrillas violetas,
el esplendor amarillo de las rosas,
la azul economía de las hortensias
y la perdida blancura de las margaritas.
No queda nada.
Se han esfumado los aromas;
los paisajes
convertidos en basura yacen
tirados en las aceras polvorientas.
Sólo queda la soledad callada
entre las cuatro paredes alquiladas
y el infatigable calor
de gasolina
que amenaza con sepultar
a lo que fuimos
y a todo lo que no dijimos.
¡Ah!, y también quedan los comentaristas
infames
cuya baba ensucia los basureros
en donde sepultan a sus víctimas.
Más acá de las luces perdidas
la sombra de plata de la cruz de madera
abarca con sus brazos
la ausencia de jardines
para llevarnos al centro mismo
de la luz imperecedera.
Domingo, 22 de junio de 1980
En la noche a solas
Helena duerme muy desdichada.
Elena Garro mencionó en varias entrevistas que le hubiera gustado nacer el 12 de diciembre. Ya sabemos que no fue así, pues llegó a este mundo a las 9:44 de la noche del 11 de diciembre de 1916. Sin embargo, de alguna manera, cumplió su deseo al dar a luz a su única hija el día de la Virgen de Guadalupe, de quien fue profunda devota. Así, podemos aseverar que Elena Garro alumbró al género de la Poesía a través del ingenio de su hija guadalupana. Y aunque su padre al parecer nunca reconoció la capacidad creativa de su hija, no cabe duda de que su vena poética la heredó de sus dos progenitores, pero yo afirmaría que más del laureado poeta, porque padre e hija se afiliaron con Polimnia, la musa griega de la poesía lírica. A él le dedicó este poema:
Octavio Paz
Las flores de té flotan en nuestras tazas.
Tus ojos de lapizlázuli
me miran.
En los panes dorados
se funde la mantequilla.
El timbre de Harrods
llama
para separarnos.
Disueltos
en una repentina bruma helada
de lágrimas
que surge bruscamente de todos los rincones.
Londres, 1983
Resta decir que tanto el libro de Memorias de Helena Paz Garro, así como su poesía, deben de ocupar el lugar que se merecen dentro de las letras mexicanas del siglo XX, porque son obras originales e innovadoras que reflejan el talento de una mujer que sobrevivió los atropellos de la vida gracias al poder de la palabra. Ojalá que ese día esté por llegar.