“Prefiero la dificultad del destino a la comodidad de una narrativa”.
John Shipton
Antes de que el destino vaya demasiado lejos, antes de que la llave de la caja de la memoria se extravíe en el tiempo anciano, y no quede nada más que reconstruir desde los vestigios de las guerras y los conventos, desde los textos de aquellos, que en ese momento, creyeron ver con sus propios ojos una realidad entonces nueva, y sin embargo antigua por sus viejas maneras de pensar. Antes de que la Historia borre la historia, pensemos este día, en el presente.
Al norte de Veracruz y al sur de Tamaulipas no los unía nada que no fuera la cercanía geográfica y por ello su población flotante en búsqueda de trabajo y servicios comerciales, médicos y educativos. Ahora, alrededor de un proyecto turístico-político, se proponen tres vasos comunicantes entre estas regiones: (1) la historia heroica de 1829, valiosamente rescatada del olvido oficial y académico, por la asociación civil Rescate Histórico de México A.C., de la defensa en esta costa de mar compartida, del recién independizado territorio de lo que era la Nueva España, por un contingente del ejército, encabezado por Antonio López de Santa Anna y por Manuel Mier y Terán, ante el intento de reconquista por la expedición española de 4 mil hombres comandados por el brigadier Isidro Barradas, a quienes se vence en la batalla del 9 de septiembre de 1829, firmando en este territorio común su capitulación. (2) el nombre indígena: Tampico, que se propone replicar con sus variantes en diferentes ciudades situadas en el territorio de ambas márgenes del río Pánuco en su desembocadura. Tampico es el nombre que en la antigüedad denominó este territorio de tránsito ancestral para exploradores, aventureros, grupos en huida o en llegada, primero indígenas, después conquistadores, comerciantes y mercenarios, migrantes y transterrados, por ser puerta y puerto fluvial, entrada y salida al mar y al continente; y (3) El modelo turístico de producto de mercado para las villas, pueblos y ciudades, con monumentos y murales (de personajes y/o animales singulares de la zona), con parques y espacios públicos (hermoseados y transformados en centros feriales o comerciales), y con espectáculos artísticos (de moda), que entretengan y muestren atractivo el lugar a propios y extraños.
Es así que, la Historia local y regional ha tomado relevancia en esta zona (persiguiendo los fines que a los interesados convengan), y su reconstrucción, además (y a pesar) del interés utilitario, requiere abordarse profundamente para crear la conversación sobre sus nuevos significados.
La obsolescencia del abordaje de la Historia radica en su estructura de comunicación de monólogo, donde la Historia se representa petrificada en un obelisco, en una escenografía teatralizada, en una fotografía, en un libro, en un discurso de museo. Si no hay diálogo social – interés común de conocerse-, si no hay una amistosa charla con la Historia, tan sólo para decirse: así vivió mi abuelo y ahora así vivo yo. O preguntar: ¿en qué nos parecemos?; si no hay diálogo de significados, qué sentido tiene la historiografía, que no sea admirar la pátina en los objetos y en las ideas.
¿Es para esto la Historia: para destacar pioneros, fortunas e infortunios, sucesos bélicos o heroicos, éxodos y colonizaciones, mártires y martirios, alimentando leyendas y anécdotas? Quizás la Historia de la región pudiera ser un punto de encuentro de perspectivas de viajeros que van, vienen, y permanecen, en un territorio de rutas de tierra y agua. Quizás en la Historia se pudiera descubrir a qué olvidada herida pertenece una cicatriz actual, o de qué primario manantial brota la alegría presente en el espíritu de sus habitantes.
¿Debe la Historia ser una conversación entre el presente y el futuro? ¿O se acudirá a lo histórico como a un entretenimiento, como a una película titulada: “Lo que nos ha pasado (lo interesante y grandioso) desde cuando tenemos noticia hasta la época actual”? Algunos han entendido (y capitalizado) que los humanos agobiados por conseguir el sustento del día a día, esencialmente son felices con pasar un buen rato, y ello convalida como llevadera la otra realidad, la que está «fuera de su control», en manos de la política.
La Historia regional requiere ser reescrita, reinterpretada de frente a una idea de futuro significativo. Cada “hoy” es fruto y a la vez semilla de un futuro visionado. ¿Cuál es ese modelo de futuro para esta ciudad y región? ¿Con quién, con qué, conversa su Historia?
El abordaje de la Historia conectada al presente, no escatima ni evade, en el pasado que se narra: las razones, los hechos, quién administró o administra aun los beneficios de sus resultados, o quién sufre aun sus consecuencias nefastas; expone concluido lo que ya ha concluido, y expone la demanda de comprometerse con el mejor de los futuros alcanzables.
Cuando la vuelta al pasado queda en el montaje de una escenografía a favor sólo de una narrativa heroica y ecos de épocas de economías boyantes, la atmósfera se llena de cañones, bandas de guerra y cofres de tesoro, reminiscencias de la resistencia a invasiones extranjeras, siendo nuestro país, desde siempre, escenario de múltiples guerras intestinas por la conquista del poder y la riqueza, lamentablemente. Mas cuando el abordaje de la Historia se remita a una vuelta al pasado con afán de conocimiento, y de reconocimiento o reivindicación de personas, actos y valores humanos sustanciales y esenciales al presente, la atmósfera se llenará de símbolos cosmogónicos, es decir, evocaciones de sentido de vida en la Vida, de respeto y gozo por la Bondad cuyo fruto es la bonanza.
El punto aquí, es enfatizar el peligro de que la construcción de una narrativa destellante y fútil, ya sea de la historia pasada o presente, constituya el propio caballo de Troya para los habitantes de esta zona, en la lucha que toda sociedad tiene contra el monstruo de la ignorancia, la indiferencia, el autoritarismo y la barbarie. Sea la trampa que impida construir personas conscientes del futuro humanista y plural que puede anhelarse.
¿Por qué no responden los habitantes, un pueblo, ante una acción depredadora de un gobierno, o de un grupo de poder, o ante sus propios defectos como comunidad? ¿Acaso ni siquiera sean capaces de reconocer un daño o un deber, porque no han reflexionado a través de la Historia en lo que tiene valor y debe resguardarse o construirse para un bien común y el mejor de los futuros? El punto aquí es reconocer el germen de esclavitud y pobreza que representa acoger las cómodas narrativas, disfrazadas de oropel.