Para recordar y celebrar las innovaciones de las escritoras y artistas que modernizaron la cultura en México el milenio pasado, comparto con los lectores de Praxis. Revista Cultural y Medio Ambiente, algunos materiales de Nahui Olin o Carmen Mondragón, de Antonieta Rivas Mercado y de Nellie y Gloria Campobello, de la serie Insurrectas.
Esta colección constará de diez libros, cada uno de ellos dedicado a una autora transgresora. Por el momento, circulan en librerías y sitios del internet los cuatro primeros: Nahui Olin. El volcán que nunca se apaga; Antonieta Rivas Mercado. Torbellino de voluntades; Nellie y Gloria Campobello. El fuego de la creación y Nellie y Gloria Campobelo. El fuego de la creación continúa (México: Gedisa, 2022-2023).
Cabe mencionar que Gloria Campobello aunque no fue una escritora per se, destaca como la primera prima ballerina de México, título que obtuvo en 1942, y que, además, elaboró el prólogo del libro Ritmos indígenas de México (1940) junto con su hermana Nellie. Asimismo, tradujo del inglés al español un segmento del libro Divertissement de Anton Dolin.
Es indudable que los movimientos feministas de los últimos años han surtido efecto, y las nuevas generaciones están colocando a las pioneras del feminismo en México en el sitio que se ganaron con su puño y letra. No obstante, la contienda en pro de la igualdad de género, la justicia social y la democracia —sus campos de batalla— no ha terminado.
Esta serie de insurrectas festeja la sublevación de diez polígrafas a través de su obra y un rescate de otros materiales, ya que el patrimonio se encuentra tanto en la producción creativa, como en otros acervos para conocer plenamente su universo. Al acercarnos a su lucha, imaginamos un futuro diferente y peleamos por él sin dar tregua alguna.
Espero que disfruten las grescas de quienes nos dieron libertad en más de un sentido.
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Nahui Olin – Carmen Mondragón
(Ciudad de México, 8 de julio de 1893 – Ciudad de México, 23 de enero de 1978)
—El cáncer que nos roba vida—
El cáncer de nuestra carne que oprime nuestro espíritu sin restarle fuerza, es el cáncer famoso con que nacemos—estigma de mujer—ese microbio que nos roba vida proviene de leyes prostituidas de poderes legislativos, de poderes religiosos, de poderes paternos, y algunas mujeres con poca materia, con poco espíritu, crecen como flores de belleza frágil, sin savia, cultivadas en cuidados prados para ser transplantadas en macetas inverosímiles—arbustos enormes, enanizados por mayor crueldad y sabiduría agrícola que la de los japoneses—y flores marchitas de invernadero, temerosas, tiemblan frágiles en la atmósfera pura—el sol las consume, la tormenta de la lucha de la vida con sólo su rumor las mata, y son víctimas de crímenes cínicos de poderes legislativos, de poderes religiosos, de poderes paternos, y esas víctimas cobardes paren, porque no tienen seguridad de ellas mismas, generaciones de nulidades enfermizas. Mas otras mujeres víctimas también de esos poderes y en las que la carne impera, saltan por todo y van por el mundo con carne temblorosa de deseos—cortesanas humilladas por leyes gubernamentales—y aunque atormentadas por las mismas pasiones, van otras, fanáticas, que azotan con religiones, y amenazan, vulgares sus carnes podridas de pasiones y deseos extinguidos…
Mas otras mujeres de tremendo espíritu, de viril fuerza, que nacen bajo tales condiciones de cultivadas flores, pero en las que ningún cáncer ha podido mermar la independencia de su espíritu y que a pesar de luchar contra multiplicadas barreras que mil poderes les imponen, más que el hombre a quien le han glorificado su espíritu y facilitado sus vicios—con esas multiplicadas barreras que mil poderes les imponen—y desarmadas, con débil carne de invernadero, luchan y lucharán con la sola omnipotencia de su espíritu que se impondrá por la sola conciencia de su libertad—bajo yugos o fuera de ellos—y la civilización de los pueblos y de los hombres hará efectivo el valor de seres de carne y espíritu como ellos.—
Mas las otras pobres flores-arbustos enanizados—traen consecuencias del cáncer hereditario a las nuevas generaciones y paren seres pequeños e intoxicados, sin fuerza de espíritu, sin fuerza de cuerpo, que significan degeneración universal—y el problema de la educación se yergue para crear la fuerza que ha de sostener a seres enfermos del cáncer que roba vida.—
—La playa—
La playa
a la que me gusta
tanto ir
a respirar
el olor
del mar
donde nado
con los rayos
del sol
en el agua
es una
estación
nueva
de la vida
para
mi
cuerpo
mi
espíritu
y cambio
de color
como los jardines
de flores
mis ojos
toman
todos los reflejos
de los colores
que me visten
y cuando—me baño
son—mis ojos
dos
mares
uno
en
el otro
acurrucados
Antonieta Rivas Mercado
(Ciudad de México, 28 de abril de 1900 – París, 11 de febrero de 1931)
Páginas arrancadas (Fragmento)
¡Cómo mi corazón os tiene, ramas últimas,
“Sonetos espirituales, XXXIX”
que sois ecos y sois gritos de un hastío
inmortal de incertidumbre!
J. R. Jiménez
Pasa una cosa horrible. No la entiendo pero la siento. ¡Horrible! Es como si me envolviera una nube de humo. ¡Me estoy ahogando! ¡He llorado tanto, tanto! Me duele la cabeza y tengo por dentro algo que parece trapo, algo sin forma, sin color. Me duele todo. Ya no quiero llorar, ya no. Todo parece inútil. ¿Cómo fue posible? Lo que me ha dicho, lo que me dijo. Algo espantoso, que no entiendo, pero que es horrible y vergonzoso, que me tiene cogida, que me tiene prensada.
Le escribí diciéndole que viniera. Hace tres semanas, cuando se fue al norte. Yo casi lo sabía ya, pero quería estar completamente segura antes de comunicárselo. Fue la mañana que lo acompañé a la estación. Era tempranito, mañanita gris, friolenta, suave. Cuando salió el tren sentí
ganas de darle una vuelta al bosque, mi bosque de ensueño. Y allá brotó mi seguridad, porque me sentía tan ligera y dichosa. En voz bajita me confesó que era porque él se había ido, porque estaba yo sola, porque con él no era feliz. “Dios mío, Dios mío, en torno a mí se hunde este mundo tuyo”. ¡No es cierto, no puede ser cierto, porque no lo es! ¡Si ya se lo dije y repetí, hasta se lo juré! Pero ni aun así; no me cree. Le dije rectamente: “Ya no te quiero; por favor, quiero que nos separemos. Si te duele, perdóname, pero no soy feliz contigo”. Y por contestación se le fue cargando el semblante de rabia, se puso en pie y amenazándome dijo: “Tú ya tienes un amante”.
¿Yo, un amante?, ¿un amante yo? Yo no tengo amante ni nada. Si lo que sucedió es simplemente que ya no lo quiero. “Déjame —le grité— me haces daño”. Me había cogido por las muñecas como para echarme al suelo. Dios santo, se me anegaron los ojos de llanto. “Tú me engañas, me has engañado, tú…” Y se paseaba como fiera por la habitación, y las cosas que caían en sus manos las deshacía, y un almohadón, el de encaje inglés que yo hice, lo aventó contra el suelo. Temí que se desgarrara. “Pero eso no es cierto —le decía yo— ¡es mentira! ¿Quién te lo ha dicho?” “¡Tú!” Y me veía, ¡cómo me veía! “Yo no te he dicho eso, yo no tengo amante, tú bien lo sabes; ya no te quiero, eso es todo. Quiero que nos separemos; no me haces feliz”. Seguía yo con mi lloro. Se volvió a mí airado y murmuraba entre dientes: “¡Ponerme en ridículo a mí, engañarme!; vamos a ver, esas amistades, tus lecturas. ¡Dime la verdad!” Yo con la cabeza asentía espantada. “¿Quién es tu amante?” Para contestarle yo había procurado contener mis sollozos, pero al oír que volvía a lo mismo, sin responder, seguí llorando. ¿Por qué no me creía?, si le decía la verdad, la verdad pura. Lloré desesperadamente. No hay modo de que me crea, no me quiere creer; es malo. “Dios mío misericordioso, se me había olvidado rezar, pero si hoy no rezo, me voy a morir”. ¿Por qué no me muero? Si me muriera, se arrepentiría de las cosas que me ha dicho, de esto que me hace padecer. Oigo sus pasos, pasos que en otro tiempo me hicieron temblar de esperanza, y hoy anuncian su presencia, su contacto, ¡qué horror!
Lunes 9
Ha pasado una semana sin horizonte. Él nada tiene que hacer. Día y noche me persigue con sus palabras que son ganchos, que son arpones. Quiere cazar un engaño que no existe. Su voluntad es hacerme confesar que tengo un amante y que le dé su nombre. ¡Cuánto lo negué! ¡Cómo se lo quise explicar pero no me oía! Solamente se oye a sí mismo, y lo que no embona con su pensamiento, cae. “¡Dime la verdad, dime la verdad!” Yo ya no estoy sabiendo cuál es la verdad. Porque la mía, clara cuando me quedo quieta, se vuelve como agua agitada cuando él pregunta. Por momentos estoy tan cansada que tengo el impulso de darle un nombre, el primero que pase por mi mente, para que ya no me pregunte más. Pero no puedo, no puedo porque no es verdad. Yo soy una mujer honrada. Le dije la verdad, se la expliqué: “No está bien que un hombre y una mujer, cuando ya no se quieren, sigan viviendo juntos. La unión de los cuerpos debe ser la de las almas, y la mía no va a ti”. Aquellas tres semanas que estuve sola, ¡qué bien dormía!, desde una orilla de la noche hasta la otra; mi cuerpo solo, fresco. Ha vuelto y con él una prisión más dura. El martilleo de sus preguntas. Dice que le miento, que le engaño, que siempre le he engañado, que quién es mi cómplice. ¡Qué palabra más fea! Y yo que creí a pie juntillas que una sola palabra mía bastaría para que me dejara en paz. Ahora que esa palabra no se la dije en cuanto la pensé, sino que dejé pasar el tiempo para estar bien segura, porque, como que me quería tanto, sabía que le iba a doler. Pero se empeñaba en repetir que mi felicidad era su única preocupación. Así que pensé que aunque sufriera, seguiría siendo su felicidad hacerme dichosa. Por eso fui derecho a él y le dije, sin preparar el terreno, ¿qué mayor preparación que su amor?, “es necesario que nos separemos porque contigo no soy feliz”. Ni siquiera me dejó terminar, se le volvió la cara fea, oscura, más que de dolor del bueno, de dolor de rabia, y desde entonces llevo agotada mi fuerza queriéndole convencer de que el que se engaña es él. Yo soy una mujer honrada. He tenido que desmenuzarle los días de su ausencia, las noches, hora por hora, dónde fui, a quién vi, con quién hablé. Luego, yo me enredo y me dice: “¡Ya ves, ya ves, te cogí; me estás mintiendo!” “¿Cómo quieres que recuerde con precisión lo que hice, pensé y dije en aquellos días distantes?” He llorado tanto que se me borran de la memoria. Sólo una cosa viva, un dolor de quemadura por dentro, por fuera, sin reposo, sin consuelo. Entonces, para recordar cogí un papel y un lápiz y me puse a hacer una lista, a rehacer, pero me dijo que era inútil, que lo estaba inventando. Y quién sabe, yo quería que no quedara un solo hueco en el tiempo, quería soldar los instantes. ¿Qué debo hacer?, ¿cómo convencerlo de que digo la verdad? “Dios santo, que me crea o que me muera, ya no puedo más”.
Domingo 11
Anoche quemó mis libros. Una hoguera. Así quemarían a las brujas. France, Remy de Gourmont, Baudelaire, mi Verlaine, los preferidos, los que había yo mandado empastar. ¡Estaban tan bonitos! No sabe francés, yo se lo estaba enseñando, así que no los puede leer y, sin embargo, dice que son perniciosos, que lo francés está podrido y que corrompe. Primero me los encerró en un baúl negro como un pecado grande, y anoche, ¿era la noche, era la mañana?, ya me había torturado infinitamente hasta exprimirme los huesos, cuando me obligó a traerlos a brazadas. Los amontonó en el jardín, mis libros, míos, y les prendió fuego. El papel cerrado no ardía, entonces los deshojó, los rasgó. Yo me quise ir. “¡Quédate, anda, quédate! —me decía— ¡Míralos arder! ¡Qué bonito, qué bonito infierno! ¡No te vayas, quiero que te quedes!” Y me quedé haciéndome chiquita, hundiéndome en un rincón donde no me tatemara el calor, donde no me iluminara la fogata. ¡Aquel auto de fe, con mis libros, con mis pobrecitos libros! Los anaqueles quedaron ciegos, les vació las órbitas. Ya que sólo quedaron rescoldo y hojas quebradizas planchadas por el fuego, se me acercó, me cogió la barbilla, levantó a fuerza mi cara hasta que su mirada cayó sobre mí. Le vi algo en los ojos y cerré los míos. “¡Oh, eso sí que no, eso no! ¡Dios mío, eso no, no, no!” (…)
Nellie Campobello
(Villa Ocampo, Durango, 7 de noviembre de 1900 – Progreso de Obregón, Hidalgo, 9 de julio de 1986)
Fuerza Montañas Grandeza
Fui corriendo
a derribar
montañas
estaba ebrio
de grandeza
mi cerebro y de
fuerza mi cuerpo
Va a haber
desbordamiento
de fuerza
les decía
a mi paso
y voy a derribar
cerros
con mis manos
Miren cómo
puedo echar abajo
los árboles
volverlos
pedazos
Son mis manos
rojas de sangre
que me obedecieron
mas ellas se volvieron
pálidas
para pedir perdón
por la audacia
No quiero
manos pálidas
que pidan
perdón
al cielo
las quiero
rojas
para derribar
cerros
Que venga
el desbordamiento
de fuerza
y de grandeza
manos rojas para
derribar cerros
manos que no se
sorprendan de tener
cerebro.
Yo
Dicen que soy
brusca
Que no sé
lo que digo
Porque vine
de allá
Ellos dicen
que de la montaña
oscura
Yo sé que vine
de una claridad
Brusca
porque miro
de frente
Brusca
porque soy
fuerte
Que soy
montaraz
Cuántas cosas
dicen
Porque vine
de allá
de un rincón
oscuro de la
montaña
Mas yo sé que
vine de una
Claridad.
Siempre
Ellos se admiran
de mi alegría
nadie me quiere
pero estoy contenta
y sonrío
tontamente
como hacen los locos,
los niños
inconsciente
pero feliz
sin amor
pero amando
y sonrío y canto.
Sorpréndanse
no me verán triste
mi vida
es una
larga sonrisa
que llegará
hasta el cementerio
hecha hilo
de silencio.
Gloria Campobello
(Hidalgo del Parral, Chihuahua, 21 de octubre de 1911 – Ciudad de México, 4 de noviembre de 1968)
Tragedia y felicidad (Fragmento)
Nijinski
Tomado del libro Divertissement de Anton Dolin
Traducción de Gloria Campobello
Nijinski es la figura más extraordinaria producida por el ballet, o, dicho de otra manera, la figura que ha producido más ballet. Anton Dolin es la estrella varonil del Ballet Theatre que tanto éxito ha cosechado en México. Su país de origen es Inglaterra y está considerado como uno de los más grandes bailarines contemporáneos. Las impresiones de Dolin al conocer a Nijinski, vertidas al castellano por Gloria Campobello, son una de las páginas más emotivas de la literatura contemporánea.
Nijinski ha sido siempre para mí una inspiración legendaria. Nunca lo vi bailar, pero cualquier trabajo de mérito que haya sido prominente en mi carrera en el ballet ruso fue inspirado primero por el hombre al que no conocía, y después por el obsesionante recuerdo de esta misma persona a quien había visto más como una visión, que como a un ser viviente. Durante mi primera temporada en Montecarlo, le pedí a Diaghilev que acordara una cita para que yo pudiera conocer a Nijinski, y Sergio estuvo de acuerdo.
Antes de realizar el gran deseo de mi vida, que era el encuentro con el genio de la danza, recuerdo un incidente que viene a establecer un marcado contraste. Una tarde fui con algunos amigos a ver una exhibición de trajes de la modista Chanel. He estado algunas veces aburrido, pero nunca tanto como esa tarde. Uno de mis deseos era poder conocer a alguien que hubiera portado ropas más finas y más elegantes que las que soñara lucir cualquiera de los maniquíes de Chanel.
Dos días después vi a Diaghilev, quien me notificó que esa tarde iríamos a tomar el té con Nijinski y su esposa. El día se me hizo eterno, el viaje en el taxi interminable, pero al fin llegamos a nuestro destino. No recuerdo exactamente el domicilio, pues en esa época mi francés era muy limitado. Todo lo que recuerdo con claridad es la subida hasta un tercer piso, la llamada a una puerta que nos fue abierta por un criado ruso. Entramos, nos fueron recogidos los sombreros y fuimos guiados al cuarto de dibujo. Allí, sentado enfrente de nosotros, como un inválido convaleciente, estaba el más grande de todos los bailarines —mi gran inspiración—; el hombre sobre el que habían sido formadas todas mis ideas, el hombre cuyas proezas habían sido el estímulo de mi vida. (…)
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