Apúrate. ¡Vámonos, que ya van a cerrar las entradas!
Una pareja de enamorados quedó presa en la ratonera. Chapultepec cuenta con una policía secreta, personal, camuflada de gris ratón para confundirse con los troncos opacos de los ahuehuetes. Los policías permanecen todo el día escondidos tras los matorrales al acecho de los que se comen a besos y de los vagos que se refugian en las cuevas, pero, sobre todo, de los enamorados, de quienes son el azote.
–¡Por favor, mi capitán! –así les dicen para hacerles la barba y obtener clemencia–. ¡No nos lleve!
La muchacha llora. No quiere ir a la delegación de policía por un mugre beso, y porque allí lo más probable es que sea objeto de penosas vejaciones. Además, lo sabrán sus padres. Pero el guardián lo que quiere es la mordida. Si no hay mordida, entonces sí habrá comisaría. Entre tanto, el joven despoja sus bolsillos de cuanto tiene: un llavero sin llaves, su pluma atómica, dos pesos, un chicle… Se los tiende al policía.
A pesar de tantos sinsabores, Chapultepec no ha dejado de ser el refugio de los novios. ¿Adónde nos damos una escapadita?
Pues a Chapultepec. Llegan los estudiantes con sus libros bajo el brazo, la pícara secretaria desciende del Cadillac del jefe y los señores ya grandes declaran: Yo, cuando quiero descansar de la agitación, de la rutina, voy a Chapultepec
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Contenido obtenido de: La Jornada