Soy Ethel Orozco, artista plástica y también una ávida lectora. Dice un querido maestro y amigo que soy una ” curiosita” sin remedio. Así me encontré con Elena.
Para mí, Elena Garro era una conocida desconocida. Como tantos nombres que brotan de los libros, el de Elena Garro era uno más que se acumuló en mi archivo mental de personajes a estudiar; “algún día” pensaba.
Poco a poco empezó a aparecer en mi vida: en mis lecturas, en mis paseos por la ciudad, en mis pláticas con diversas personas y hasta en mis redes sociales. De ser esporádicas, sus apariciones pasaron a ser constantes por mi voluntad. Comencé a conocer su historia, a ver sus fotografías, a leer poco a poco su obra y en consecuencia, a reírme, entristecerme o incluso enojarme por y con ella.
Resulta que Elena Garro tuvo una vida compleja y al mismo tiempo fascinante como mujer y escritora. Llena de misterios, miedos, viajes, cartas, lágrimas, exilios, amores amargos y otros clandestinos, decisiones duras, anhelos, una hija, una gran cultura desde la infancia, un excelente sentido del humor, inteligencia y una extraordinaria imaginación. Y toda esa mujer es la que quedó plasmada en diversos géneros literarios, pasando por la novela, el cuento, el teatro, el periodismo de denuncia e incluso la poesía. Obras como la novela imperdible Los recuerdos del porvenir o cuentos como “La culpa es de los tlaxcaltecas” pasando por la obra de teatro Felipe Ángeles y poemas como “¿No me oyes mamá?” son básicas para entender el mundo y la forma de pensar de Garro. Pero éstas son sólo el principio para adentrarse al mundo de esta mujer que incluso fue catalogada de loca en su momento por sus decisiones, circunstancias y opiniones.
Y aunque dicen que nunca es tarde o más vale tarde que nunca, Garro es hoy reconocida como una de las grandes protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX, siendo comparada con la gran Sor Juana Inés de la Cruz por la calidad de su obra. Felicidades, Elena, ojalá lo hubieras sabido, o mejor, ojalá lo hubieras vivido.
Todavía no termino de conocerla. ¿Quién conoce a alguien completamente si eso no se cumple siquiera con la existencia propia?. En el camino tuve la oportunidad de participar en una exposición conmemorando los 100 años del movimiento surrealista y descubrí que Elena estuvo viviendo en Europa, recién casada y recién descubriendo el mundo y conviviendo con personajes ligados a este movimiento artístico que dio al mundo escritores y artistas inolvidables: André Bretón, Christian Dior, Jean Paul Sartré o Pablo Picasso; de esa experiencia nació su libro Memorias de España. Entonces pensé que era una buena oportunidad para dedicarle una obra que le hiciera homenaje a su vida y obra.
Así fue como nació la obra Ácrona Elena, que relata la historia visual que imaginé:
Elena pensativa, absorta mirando quién sabe a dónde o recordando no sé qué, con el rostro joven, pero con el cuerpo viejo. Sentada en el sillón con patas de pluma fuente que representa a su padre, quien de joven la sostuvo para que creara lo que quisiera y de anciana protegió su cuerpo del cansancio de los años. Elena aparece cubierta por su obra, refugio, condena y salvación de sí misma. El gato, representando a todos los gatos que tuvo en vida, animal protector que Elena amó siempre, compañía en sus múltiples viajes y guardián de la soledad de sus últimos días.
Elena, rodeada de la noche que vio morir sus primeros escritos quemados por orden de Octavio Paz, llamado O, en uno de sus poemas*. La misma noche que fue refugio de su inspiración y la que vio nacer sus mejores historias, su recuento de personajes. Mientras que libros y hojas sueltas vuelan en medio de la locura de la creación, de la desesperación, la incertidumbre y en ocasiones, del hambre.
Es sostenida por el valle testigo del rodar su cuerpo y alma desmembrados por la violencia de un malogrado matrimonio con olor a café con el desangelado poeta que la vigila desde un retrato viejo, como presencia pesada y permanente, a pesar de haberse dejado atrás hace años, pero que nunca se fueron uno de otro.
Elena, con su collar de perlas que tanto le gustaba llevar, envuelta en el glamour roto por la osadía de hablar cuando debía callar; sesenta y ocho perlas cayeron poco a poco para dispersarla en el olvido, la miseria y la desgracia. El 68, año maldito. Y atrás los tres huizaches, cada uno sumando diez años de exilio: treinta.
Elena, acompañada por la golondrina que decidió quedarse con ella teniendo unas alas enormes: Helena, su hija. Esa golondrina destinada a la inteligencia y al talento, pero que quiso quedarse en la jaula de oro con su madre enfrentando al mundo, atadas con un hilo invisible, amoroso y eterno.
Elena, jugando a ser y no ser, Elena niña, Elena creadora, Elena compañera, Elena viajera, Elena amorosa, Elena hermana, Elena amiga, Elena madre, Elena profundamente humana, Elena comprometida con sus ideales, Elena injustamente olvidada, Elena de los recuerdos, Elena eterna, Elena genial.
Elena Garro, dueña del tiempo y de lo imposible posible.
Ethel Orozco, 21 de enero de 2025
“O”, poema de Elena Garro dedicado a Octavio Paz, que aparece en A mi sustituta en el tiempo. Poesía de Elena Garro. Edición, estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui, México: Gedisa Editorial, 2024, página 98.
Título: Ácrona Elena
Autora: Ethel Orozco
Técnica: Acrílico y collage sobre tela
Medidas: 50 cm x 70 cm
Año: 2024