Los hombres que no amaban a Mariana

Al leer Testimonios sobre Mariana, se hace evidente una verdad que por momentos se nos olvida. Se nos olvida porque vivimos en una sociedad moderna, donde los conflictos grandes suceden lejos y los que suceden cerca, no suelen sucedernos a nosotros.

Este mes de agosto se hace imprescindible recordar a la escritora Elena Garro, con motivo de su aniversario luctuoso, así como su gran legado como autora, poeta, dramaturga, periodista y también como una de las grandes novelistas del siglo XX. Entre sus grandes obras, Los recuerdos del porvenir, Inés o Un traje rojo para un duelo, destacamos hoy Testimonios sobre Mariana

Esta novela fue ganadora del Premio Juan Grijalbo de Novela en 1980, y fue publicada en México bajo la editorial Grijalbo en 1981. Recientemente, se ha publicado en España en la editorial Bamba, en octubre de 2024, con el prólogo de Patricia Rosas Lopátegui.

Elena Garro como narradora tiene una voz única, a pesar de lo diferentes que son sus novelas entre sí. En cada una de ellas percibimos la figura de Elena a lo lejos, difuminada, como si formara una parte omnisciente del relato, pero al mismo tiempo, los personajes están vivos, tienen su propia vida y se adueñan completamente de la historia. Sin embargo, además de la trama, en las novelas de Elena Garro, siempre encontramos un aprendizaje, un reflejo del mundo, y de su mundo, que no suelen coincidir. El mundo que encierra Mariana no es el mismo que nos presentan los personajes. 

Al leer Testimonios sobre Mariana, se hace evidente una verdad que por momentos se nos olvida. Se nos olvida porque vivimos en una sociedad moderna, donde los conflictos grandes suceden lejos y los que suceden cerca, no suelen sucedernos a nosotros. Hoy en día percibimos los conflictos reales como ajenos, nos hemos convencido de que el machismo es un problema de generaciones pasadas que ya no tenemos que enfrentar, lo que hace que el discurso feminista empiece a caer pesado. Sin embargo, fue prácticamente ayer cuando empezamos a poder hablar de ciertas cosas, a poder hablar sobre nosotras, sin miedo a aburrir al público. ¿Qué público? Ah, es que el público también ha cambiado. Las mujeres escritoras y las mujeres lectoras se interesan por algo más que la trama. Ese je ne sais quoi al que algunas veces denominamos “estilo”, “dominio del lenguaje” o “destreza en el arte de escribir”, cuando en realidad es mucho más simple: se trata del relato de la intimidad. Aquello que no se ve; pero está. Se revuelve. Late. Ruge. Y sale.

En el caso de Elena Garro, salió en forma de novela. Testimonios sobre Mariana es un relato muy personal, en algunas partes autobiográfico. Vemos trozos de Elena en Mariana, rastros de Mariana en la vida de Elena. Vemos a Octavio caricaturizado en Augusto. Conocemos el relato de la intimidad de Elena, o al menos, parte de él, al que ella misma nos ha dado acceso a través de sus memorias. Por eso vemos el paralelismo entre su propia vida y la de Mariana.

Volviendo a la verdad olvidada a la que aludía al principio, la lectura de esta novela me ha hecho recordar lo que implica ser mujer en esta sociedad. Me ha recordado que, por encima de mis creencias, mis ideales y mi sentido de la justicia, existe un sentimiento de miedo. Ese mismo miedo que se le dibujaba a Mariana en los ojos cuando André se le insinuaba, o cuando Augusto le gritaba. Ser mujer implica convivir con la violencia. La experiencia femenina pasa todavía por ciertos ritos esencialmente violentos, aunque estas formas de violencia sean cada vez menos evidentes. En esta novela asistimos al relato de estas pequeñas violencias, que van conformando un entorno hostil para la protagonista. No obstante, parece que esa hostilidad a la que está sometida Mariana se difumina en el relato compartido por los personajes.

Esta hostilidad se construye sobre la idea de que solo existen dos tipos de mujeres: las mujeres buenas y las que no lo son. En el imaginario cultural, la mujer deseable es buena, tolerante, paciente, apaciguadora, resuelve conflictos, no los crea. De manera inconsciente, atribuimos a la mujer las cualidades de una buena madre. ¿Qué queda entonces en el otro extremo? ¿Acaso lo contrario es ser una mujer mala? No exactamente. Si nos fijamos por ejemplo en Mariana, diríamos de ella que es compleja, y que resulta indescifrable para el resto de los personajes. Lo contrario de una mujer buena es una mujer que no es aceptada por la sociedad patriarcal.

La novela está estructurada magistralmente para mantener esa idea de que Mariana es un ser inestable y escurridizo, incapaz de responsabilizarse de sí misma. El personaje de Mariana es presentado ante el lector desde el testimonio de tres personajes: Vicente, su amante; Gabrielle, su amiga; y André, un hombre que se enamora de ella. Pero la voz de Mariana está completamente ausente en el relato. Ella es percibida por nosotros, los lectores, como un ser lejano y volátil. Mariana es inalcanzable para el lector, igual que lo es para los personajes que nos ofrecen sus testimonios.

Estos tres personajes se obsesionan con Mariana por diferentes motivos. Hablan de ella desde diferentes puntos de vista, con el enfoque común de que todos se creen sus salvadores, cuando son en realidad sus verdugos.

“Mariana era la simpleza misma, la docilidad”. Así comienza el testimonio de Vicente. Tras sus primeros encuentros, la define como “una muchacha extravagante” a la que no puede quitarse de la cabeza. Nada más conocerla, Vicente queda prendado de ella y comienza para él una obsesión febril y unidireccional. Digo que es unidireccional porque, a pesar de que Mariana acaba enamorándose de Vicente, este vive su amor como si fuera el único ser enamorado sobre la faz de la tierra. Vicente es un niño que se enamora por primera vez, y aunque él cree que solo piensa en Mariana, en realidad no piensa más que en sí mismo. No ve la realidad que rodea a Mariana e irrumpe en ella sin preguntar. Para él todo forma parte del juego de los amantes: “Escuché los pasos de Mariana acercándose a la cocina, me dio un vuelco el corazón, mi amante reconocería mi humildad y tal vez me recompensara con unos minutos de compañía.” Él está inmerso en el juego del amor mientras Mariana intenta sobrevivir en una realidad que la aplasta, que la atormenta y que la persigue allá a donde vaya.

Vicente se mira en el espejo que es Mariana para beber de la fuente de la eterna juventud. Su aventura con Mariana dota a su realidad aburrida y monótona de un cariz electrizante; de repente se siente joven, vivo, amado. Aun así, Vicente es consciente de que este juego acabará tarde o temprano, pero no advierte de ello a Mariana: “Pronto debía prescindir de una de las dos para seguir con una sola… Quizá era Mariana la sacrificada y con ella terminaría mi última juventud.” Lo cierto es que Vicente nunca pensó sinceramente en cambiar sus circunstancias; nunca pensó en estar con Mariana fuera de la nube de ilusión y misterio en la que a él le convenía que estuviera. Vicente crea una Mariana para sí. En su idea de ella, Mariana no tiene marido, no tiene nada de lo que ocuparse, no tiene nada en la cabeza más que el amor y las ganas de encontrarse con él, y a cambio él le ofrece vacías promesas de amor eterno. Pero la realidad terminar por hacerse inevitable, y es entonces cuando Vicente empieza a decidir que lo mejor será separarse: “Si Mariana desaparecía de mi vida se convertiría en una Mariana imaginada, depurada de su charlatanería, solo quedaría su sustancia como una sombra melancólica de color ocre.” Así, igual que hizo Humbert con Lolita en la novela de Nabokob, Vicente podría conservar a Mariana intacta para siempre: a la imagen y semejanza de la muñeca que él mismo creó en su imaginación.

“Prefiero olvidar a Mariana. ¿Qué puedo decir de ella?”

En la segunda parte de la novela, Mariana pasa de ser una ilusión para Vicente a ser un problema para Gabrielle.

Gabrielle no se muestra como una amiga leal, sino como una persona que se mueve entre dos aguas y, en más de una ocasión, termina en la orilla de Augusto. El capítulo de Gabrielle nos presenta una mirada más cercana a la pareja Mariana-Augusto, “que nunca fue pareja”. En este capítulo nos relata la persecución de Augusto hacia su mujer, el control que ejerce sobre ella desde la sombra. El círculo más cercano a la pareja, incluida Gabrielle, es testigo del poder sobrecogedor que ejerce Augusto sobre Mariana; todos ven cómo ella intenta desesperadamente desasirse del yugo de Augusto, sin éxito. Él siempre la encuentra, completamente incapaz de liberarla: “Creo en la libertad, creo en el amor, pero no puedo renunciar a Mariana”, confiesa. Esta frase es una clave fundamental para comprender la novela, y también el germen del pensamiento machista moderno. Augusto es un intelectual, y como tal cree en los valores elevados que nos sostienen como sociedad: cree en la libertad, cree en el amor, incluso en la justicia, pero trata a Mariana como si fuera de su propiedad, como una inválida sin voluntad. Lo terrible es que es él mismo quien la invalida, quien la destruye espiritualmente y quien la degrada constantemente: “Augusto jugaba con Mariana como el gato con el ratón, no respetaba sus sentimientos, hacía escarnio de su amor por Vicente (…). Se complacía en degradarla”, relata Gabrielle.

Llega un momento en la lectura en que nos preguntamos cuál es el motivo real del resentimiento de Augusto con su esposa. Gabrielle también se lo pregunta, y se responde: “¿De qué la acusaba? De ser inestable e impedirle con sus caprichos el desarrollo normal de su talento.” Aquí está la segunda clave de la novela que enlaza directamente con la vida de Elena Garro: la culpa a la que la somete Augusto (Octavio, en el caso de Elena) de su falta de éxito. Augusto es incapaz de responsabilizarse de su propio fracaso, por eso ha tenido que tejer a su alrededor una historia en donde Mariana es la responsable última de todos sus males. De ahí que no pueda renunciar a ella: Mariana es su cabeza de turco, su coartada contra el mundo.

El odio de Augusto hacia Mariana no nace de un amor irracional y enfermizo ni de una necesidad de posesión. El odio de Augusto tiene su raíz en el miedo. Mariana le genera una incomodidad insoportable, derivada de la certeza de que, pese a sus intentos por controlar cada uno de sus movimientos, no la puede dominar. Mariana jamás se doblega ante Augusto. Tanto como Augusto intenta retenerla, Mariana intenta escaparse. Nunca permanece a su lado, porque ella tampoco lo ama. Mariana ve a Augusto tal y como es: un ególatra que no es capaz de albergar sentimientos puros, que no piensa en nadie más que en sí mismo. Por eso no lo admira. ¿Cómo podría hacerlo? Eso es lo que Augusto no tolera: la falta de reverencia en su propia casa. No puede renunciar a Mariana porque eso implicaría renunciar al sentimiento de superioridad que consigue humillándola.

En la tercera y última parte nos encontramos a André, que ve en Mariana una musa, delicada y bella. De una forma similar a Vicente, André también queda prendado de Mariana muy rápido, pero a diferencia de él, André no tiene una esposa ni una vida paralela a su romance con Mariana. De hecho, en el caso de André, este romance no se produce, ya que Mariana no tiene un interés romántico en él. De ahí que en su relato nos encontramos con llamativas contradicciones, desde “Tienes las piernas más bonitas de París” hasta “Era una ingrata.”

En este relato, André ejemplifica el pensamiento machista más tradicional, con un cariz que pretende ser romántico. Él se encapricha de Mariana, pero en cuanto percibe que no va a acostarse con él, pregunta: “¿Es solo una provocadora?”, y al mismo tiempo la define como una mujer “ultramoderna”. De modo que “ultramoderna” y “provocadora” son, a juicio de André, casi lo mismo. ¿Por qué? Muy sencillo. André ve a Mariana únicamente desde el deseo, como un hechizo a punto de realizarse. Igual que Vicente en la primera parte, comete el error de no ver la realidad de Mariana, que en esta tercera parte es aún más cruda: Natalia está en un internado, Augusto continúa asediándola y acusándola de mentirosa, incluso delante de André, y sin embargo él mantiene la única intención de convertirse en su amante. No ve más allá de su propio deseo. André podría haber sido un aliado para Mariana, una mano amiga. Sin embargo, él mismo lo estropea con sus pretensiones románticas, cerrándole el camino a Mariana de conseguir lo que desea: un final.

Mariana encarna en esta novela la obsesión con lo femenino. El patriarcado no cesa en el intento por acallar todo lo que tiene que ver con la mujer, degradarlo y denigrarlo, tal y como hace Augusto. Es una persecución constante en la que resulta difícil encontrar verdaderos aliados. Esta novela nos muestra las diferentes caras de la sociedad patriarcal: aquellos que ven a la mujer como una aventura, como es el caso de Vicente; aquellos que la ven como un problema, como Gabrielle y aquellos que la ven como una musa, como André.

Al final de la novela, descubrimos que Mariana ha sido un ser aislado, en el que ninguno de los personajes ha deseado profundizar. Si Mariana fuera una novela, muchos la habrían leído, incluso habrían presumido de haberla leído, pero ninguno la habría entendido.

Alba Bouzas Viña
Alba Bouzas Viña
(A Coruña, 1994) es graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Durante su carrera universitaria, participó en dos programas de movilidad en universidades extranjeras; la primera de ellas gracias a la Beca Erasmus en Universidade do Minho, donde estudió literatura y lingüística portuguesa, y, más tarde, con una Beca de Intercambio en University of New Mexico, en EE.UU., donde amplió sus estudios en los departamentos de Español y Chicana and Chicano Studies. Más tarde, realizó el Máster de Profesorado para convertirse en docente. Actualmente, trabaja como profesora de Lengua Castellana y Literatura de educación secundaria en las Islas Canarias, España.
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