Tenochtitlán–Tochpan, Quetzalcóatl en la memoria

Eran los años 80 y uno podía subir con libertad a la cima desde donde las nubes se ven más cerca. Dorothea y yo iniciábamos el descenso de la pirámide del Sol una tarde de lluvia que presagiaba tormenta. Un relámpago iluminó el cielo. Caía luz sobre el Centro Ceremonial de Teotihuacán. El horizonte era infinito y el paisaje se contemplaba con nitidez. Arreciaba el chaparrón y los rayos potenciaban la fuerza de la naturaleza. Ahí, en la escalera del poliedro, de frente a la Calzada de los Muertos reflexionaba con mi amiga el pasado de nuestros pueblos originarios. Ella conocía parte de la historia del país y yo apenas comprendía las lecciones de la vida sobre el pasado de México.

Estar allí era recordar aquel momento de inquietud porque a Dorothea Hahn –una periodista alemana–, le atemorizaban los incendios del cielo. Regresar a los sitios donde la vida se despierta es gratificante. Teotihuacán ahora me parece un despertar, un amanecer. Me recuerda por asociación la historia mesoamericana del pueblo donde nací: Tabuco; allá, en el río Pantepec, un sitio cuya ribera está sembrada de pasado. Hace apenas unos años descubrieron en Álamo a la Joven de Amajac, una gobernante del México antiguo cuya efigie hoy podemos contemplar en réplica en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México. En Tochpan–hoy Tuxpan–, permanece la cultura huasteca que domina la región, justo donde surgió la cultura olmeca y el mito, símbolo y significante del Quetzalcóatl que nombramos “la serpiente emplumada”. La cultura olmeca –en los estados de Veracruz y Tabasco– es la precursora que da inició al dios prehispánico que evolucionó en las culturas tolteca, azteca y maya, donde le llaman Kukulkán.

De la idea del sabio que se tiene de él amo principalmente la dualidad de Quetzalcóatl, en esa posibilidad de ser terrenal y cósmico, su fusión en la cultura huasteca con la deidad de Cipactli, ese dios del maíz o monstruo de la Tierra, Cipak, de aspectos masculinos y femeninos. En Huilocintla, municipio de Tuxpan, Veracruz, muestran a un servidor de Quetzalcóatl que viste solo con un taparrabo que deja ver sus órganos sexuales. En la cultura huasteca el culto fálico es de importancia mayúscula porque simboliza la fecundidad de la Tierra. El sexo tendría que ser motivo de orgullo en cualquiera de sus diversidades. Ojalá en Tuxpan pronto podamos ver esas muestras prehispánicas ocultas hasta ahora en un salón anexo a la biblioteca municipal bajo resguardo del Ayuntamiento local.

En aquellos años 80 los truenos retumbaban encima de Teotihuacán y los recuerdos de aquella lluvia rememoran instantes de nostalgia por la amistad entrañable con Dorothea, que ya estaba preocupada por la tempestad. Seguíamos en las escaleras de la pirámide del Sol. En segundos pasan imágenes que pintan mi pasado indígena. Le digo que mis orígenes son afromexicanos, criollos e indígenas. Mi abuelo materno era mulato y mi abuela materna, nahua tepehua proveniente del totonaco. La madre de mi padre era mestiza y su padre mestizo también pero su abuelo era del país vasco francés, no todo Euzkadi es España. Dorothea me explica que en Alemania los orígenes son prusianos y germánicos. Europa, me dijo, es una tierra donde no se investiga tanto a las razas. “Cada país se rasca las heridas como puede… incluidos nosotros, con Hitler en la historia.”

Ceremonia ritual de investidura. Foto: Ramón Nava.

Seguimos en la pirámide del Sol. Seguimos con la lluvia y los relámpagos no paran de brillar en el cielo. Un guardia de la zona nos grita desde abajo que tenemos que descender, por seguridad. Bajamos con el agua chorreando por nuestras cabezas y hombros.  El cuerpo, cuando está caliente de ideas y emociones, no siente el frío de las gotas en la piel. La avenida de los muertos, su trazo, es de una perfección matemática. Rememoro este viaje y conversación con mi amiga al saber que seré “Caballero Águila en grado Quetzalcóatl”. Me impone el nombre. Me inhibe el significado de la deidad. ¿Quién soy yo para merecer semejante investidura? Apenas un periodista cultural en cuyo primer libro, De un mundo raro, quise escribir de la conquista de México bajo la visión de los propios españoles que, 500 años después, rehacen la historia intelectual contemporánea del acontecimiento. 1492–1992 comprende la dimensión del libro. Festejaba España aquel supuesto descubrimiento con la Expo Sevilla, los Juegos Olímpicos, y la Comunidad Europea les regalaba el título de Madrid Capital Cultural. En 1992 se llevó también a cabo la Conferencia de Paz en Medio Oriente y, ya ven, Gaza y Palestina desangrándose, muertos de hambre y sed, los palestinos. De un mundo raro es un libro crítico para un suceso que arrojó barbarie en nuestra región: la caída de Tenochtitlán en 1521 no puede desmentirnos. La virgen de Guadalupe, tampoco.

Quizá valga la pena no olvidarlo jamás. Los dioses aztecas, mayas, olmecas, todas las razas de bronce, indígenas que se niegan a desaparecer porque ellas ya estaban aquí a la llegada de los conquistadores. La cultura del maíz no desfallece. Los pueblos originarios se levantan en medio de la adversidad y hoy se enorgullecen con sus idiomas, sus usos y costumbres. Sus raíces truncas renacen y ofrecen sus productos artesanales al mundo, aunque Adidas quiere apropiarse de los huaraches de Oaxaca o Michoacán. México despierta a su pasado. Pienso que las deidades están renovando el orgullo de los hoy mexicanos. Una nación de más de 200 años no puede olvidar los 30 siglos de esplendor de las tierras indígenas que hoy son México.

Foto: Ramón Nava.

   ¿Con qué palabras se agradece un reconocimiento de esta naturaleza? ¿No es mejor el silencio para dar las gracias? El silencio tiene la fortaleza, la virtud de decir más que lo escrito. Recibir el Caballero Águila en grado Quetzalcóatl es una fuerza simbólica que no tiene parangón con ningún otro de los reconocimientos que he recibido. Y recibirlo al lado del homenaje que se le hace post mortem a mi maestra en la facultad de Filosofía y Letras, Soledad Ruiz, es doble satisfacción. Agradezco a la Fundación Caballero Águila la distinción, especialmente a su director y promotor cultural, Alejandro Cruz Sánchez.

Cuando me hicieron el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2003, recordé el libro Los indios de México, como mínimo agradecimiento a mi maestro Benítez en la Facultad de Ciencias Políticas de mi querida UNAM. Hoy igual recuerdo a los indígenas de mi país. La deuda de los mexicanos con ellos es impagable. Ellos son los verdaderos conquistadores de estas tierras. Que para ellos sea el tributo de lo mejor que venga para México. Los tiempos son los adecuados para lograr que la gran nación mexicana hermane sus lazos de todas las razas con todos sus idiomas. No olvidar el pasado y sus raíces es hacer que el presente sea el mejor futuro para el país.

Desde la Pirámide del Sol, desde el recuerdo de la amistad con mi amiga Dorothea, gracias por hacerme partícipe de esta historia.

Foto: Ramón Nava.
Braulio Peralta
Braulio Peralta
Estudió las carreras de Periodismo y Literatura, en la UNAM, e Historia del Arte en el Museo del Prado, en Madrid, España. Ha trabajado por alrededor de 40 años el periodismo cultural, por el que ha obtenido algunos premios, entre ellos: “El Gallo Pitagórico”, en el marco del Festival Internacional Cervantino, en 1981. El “Homenaje de Premio Nacional de Periodismo Cultural ‘Fernando Benítez’”, en 2003, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El Nacional de Testimonio Chihuahua, en 2005. Y un premio internacional: Pen Club a la “excelencia periodística”, en 2011, por sus artículos sobre los derechos humanos de las minorías. Fue director editorial de Random House Mondadori y editor del Grupo Editorial Planeta. Ha publicado los libros: De un mundo raro (editorial Conaculta, 1998). El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz (1998). El clóset de cristal (2016) y Otros nombres del arcoíris (2017) . Es coautor de varios libros colectivos y otro tanto de antologías. No ha renunciado a su oficio desde que empezó a escribir en los diarios, primero el Unomásuno, y después como fundador del diario La Jornada. Escribe actualmente en el diario Milenio y en la revista Praxis, que se edita en Tuxpan, Veracruz, donde nació un 26 de noviembre de 1953. Puedes contactarlo a su email: juanamoza@gmail.com
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