La futbolización del mundo: Globalización y deporte en el capitalismo hiper moderno

El show mediático que generó el sorteo del Mundial 2026 organizado por la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), vuelve a colocar en la palestra al fútbol como un sedimento hipermoderno utilizado para establecer consensos universales, para ser un insólito negocio e intríngulis financiero y, sobre todo, se transformó en un serio instrumento para hacer política.

El presidente de la Federación, Giovanni Infantino, de protagonismo absoluto con insulsos videos de “presentación”, le colgó la medalla del Premio de la Paz de la FIFA al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. No hay nada que editorializar. La broma se cuenta gratis.

A continuación, compartimos una parte editada de una reflexión mayor que hicimos en torno a la futbolización del mundo (Martínez Gómez, 2019), creemos es pertinente cuando el fútbol se ha colocado al centro con un descarado poder simbólico.

La espiral de la decepción

Es interesante abrevar sobre las tesis de la espiral de la decepción (Lipovetsky, 2008), como una eventual coyuntura que justifique el triunfo mayoritario del fútbol en el mundo. Pensemos que la despolitización ciudadana contemporánea, explicaría los altos niveles de desconfianza que exhibe la sociedad en torno al funcionamiento de quienes se ostentan como poder público. En el mundo contemporáneo, entre una cada vez más acelerada democratización del espacio mediático, más acotado se encuentra el poder público.

Sostenemos que el fútbol es una actividad deportiva que está ampliamente favorecida por lo que algunos filósofos han denominado la espiral de la decepción. 

O, cuando menos, el fútbol está inserto en un panorama donde la decepción al límite posibilita la aceptación de otras experiencias. Dichas acciones, como el fútbol, surgen de competencias más azarosas y decididas en un marco de excepcionalidad que aprovechan el júbilo ciudadano; y, por ende, catapultan hacia una feliz satisfacción de los ciudadanos, que ven en el empate de una final de último minuto o que se decida la copa del mundo en una serie de penales, como un anticipo de la gloria. 

Sin embargo, en esta espiral de la decepción hay cuando menos dos aspectos que deben mirarse con ponderado entusiasmo.

Uno, es probable, que la espiral de la decepción esté vinculada de forma estrecha a la tristeza e irritabilidad que provoca la corrupción e impunidad del oficio político. Entre más información tiene el ciudadano común, gracias a medios masivos de información en plataformas digitales con otras características más democráticas con relación a su acceso, más posibilidades existen que el hombre común deseche al poder público dentro de su imaginario.

Pareciera en este sentido que la desconfianza en lo político, deriva en un vacío que habría que cubrir con otras expectativas que bien pudieran cincelarse con la figura de los futbolistas, o de los deportistas a nivel general, que se erigen en aspiraciones de los colectivos.

Entonces, esta explicación de la frustración que se desprende del abuso y del desastre de los perfiles de los políticos que evidencian más ambición que afán de servicio, abre espacios para que esa decepción sea llenada por otros sentimientos que utilicen esta ansiedad para referencias grupales.

El deporte, y por supuesto el fútbol, son de esas referencias colectivas que asumen la sustitución del poder público acotado. No percibimos que exactamente sea un reemplazo mecánico. No, porque entonces sería como aceptar que, en una época moderna, no hipermoderna como la de ahora, o en la premodernidad acaso, hubiese existido un amplio consenso en favor de la res política equiparable a estos novedosos héroes. Ni por asomo nos parece que hubiese un consenso previo donde las masas avalaran la conducta de los políticos. Vamos, que los políticos nunca han tenido la popularidad de estos héroes de gestas deportivas, como los futbolistas.

Son cuestiones diferentes que acaso sí sean precisiones oportunas a la hora de la elección aspiracional: que el descenso de unos, los políticos, provoque un ambiente de decepción, y genere a su vez un caldo de cultivo favorecedor para las figuras del deporte, y del fútbol, protagonistas en el discurso hipersaturado de la cultura del mainstream (Martel, 2011).

Lo que sí es que el frenesí desprendido de la saturación informativa emergida de los mass media, proyecta a los futbolistas como estas referencias que irradian muchas más virtudes que las de un político.

Los futbolistas en esta suerte de axioma estarían levantando el ánimo de un ambiente afligido y, es más, serían de esos abastecedores de ilusión que tanto se requieren en una sociedad a la que se le ha acusado de todo, entre eso, de proponer una serie vasta de estereotipos que a su vez generan nuevas decepciones.

La felicidad, por lo pronto, se encuentra bajo responsabilidad de entes producidos o difundidos en la sociedad del entretenimiento que pasa por la música, el cine, la televisión, los cómics y el deporte.

La forma de vida, una calidad de vida, también se transforma en un objeto consumible. O. más bien, la conservación de la salud y todo en general que atañe a favorecer esa calidad de vida, son elementos consumibles que van desde los atuendos ultrasofisticados -ropa, calzado, medidores físicos-, hasta dietas con particularidades para mantener esos estándares.

El futbolista en este sentido se vuelve un modelo aspiracional. Si bien no concebimos que nadie –bueno, exageramos-, una mayoría quisiese emular a un político como Winston Churchill a pesar de su prestigio universal, es más probable que un niño aspire a convertirse en Lionel Messi o Cristiano Ronaldo que en el político británico por antonomasia.

El futbolista entonces es un modelo aspiracional frente a modelos de decepciones, entre los cuales los políticos tuvieron cierta culpa para inclinar la balanza en actividades donde hay felicidad de manera compensatoria.

¡Medalla FIFA de la Paz a Trump!

La fiebre consumista del deporte así lo confirma. Y el fútbol no podría estar ajeno, porque de suyo siempre ha constituido una actividad atractiva con rasgos atávicos, como la guerra, que reúne virtudes y circunstancias de excepcionalidad y sacrificios extremos.

El fútbol en consecuencia sería un dador de felicidad en el marco de una serie de decepciones. No se escucha mal. Estaría resuelto que: a mayor frustración política, más confianza y mayor conferimiento de virtudes a los deportistas que, en automático, se quedan con esa nueva responsabilidad de ser los ejemplos máximos de la virtud.

Esta excepcionalidad del futbolista, que se nota en las copas del mundo o en los torneos específicos en donde se juega, las copas continentales y las ligas locales, está alimentada por una cultura informativa nunca antes vista.

El fútbol no sólo es impulsado por una plataforma digital con permanentes puestas en escena de contenidos que están fijos en plataformas gratuitas e infinitamente más legibles y flexibles que las antiguas plataformas de comunicación -los periódicos impresos. En la actualidad se reúnen en un solo espacio tanto la información impresa, desplegada en formatos que uno adecua a las circunstancias y combinados con un material audiovisual que es reservorio histórico casi infinito -donde se registran cualquier cantidad de hazañas futbolísticas, momentos célebres completos-, y actualizado permanentemente de todo lo que acontece en el orbe no importando las distancias de los escenarios en donde se desenvuelvan los partidos.

Por eso el fútbol tiene tanta o más atracción que otros deportes. Cuando menos en México son extensos los prólogos dramáticos que anteceden cualquier partido. Las mesas de comentarios son extenuantes, pero estupendas para estar absolutamente conectado al deporte de tu preferencia. 

Este paliativo posibilita a su vez otra manera de cerciorase. Y esto nos lleva al segundo aspecto de comentar acerca de la espiral de la decepción.

Dos, esto tendría relación con la sobreexcitación de los seguidores del deporte, en este caso particular del fútbol, desprendida de los amplios canales informativos a su disposición en toda clase de plataformas y en dispositivos que no requieren ni siquiera ese imaginario ideal donde en la casa se colocaba la televisión al centro, sino que en cualquier lugar y a cualquier hora se está informado.

Sería fácil señalarlo como una especie de enajenación a la carta -de hecho, nos agrada.

Esa época de oro que recuerda a las concepciones fijas de la identidad, hoy precisamente se dislocan con estas plataformas de comunicación. Las consecuencias negativas, que las tendría, estarían generando una nueva espiral de la decepción con aquellos que no logran satisfacer ese modelo propuesto de futbolista, actor o músico.

Hablamos de las numerosas familias que, por ejemplo, desean que sus hijos fuesen los herederos de Messi y se invierte una buena parte del patrimonio familiar, económico y emocional, para que el chico llegue cuando menos a las ligas locales.

Pero, si no llega a ser Messi y ni siquiera es llamado para integrar las fuerzas básicas del Pachuca, ¿qué estará pasando por la inteligencia emocional de ese chico que ya no será futbolista y en la escala del ascenso social moderno, tampoco pudo cursar una carrera de estudios en la otra forma de escala social actual que sería la universidad?

Las ilusiones perdidas

Aunque las ilusiones perdidas han sido motivo de inspiración de filósofos y literatos que han negado sistemáticamente la posibilidad de la felicidad como Schopenhauer, Cioran, Balzac o Celine (Lipovetsky, 2008), se insiste en afirmar que la sociedad hipermoderna muestra más elementos para considerar una sociedad de inflación decepcionante.

En una sociedad de imágenes que prometen la felicidad, donde se anuncian los placeres en cada esquina, también es probable que se conozca la frustración. Todavía así, esa mirada materialista es muy reductora de lo que seguramente es más complejo de acuerdo con cada sujeto.

Onfray (2008) plantea un asunto que ayuda a entender más el posicionamiento del fútbol como espectáculo y deporte.

Desde el punto de vista de la filosofía hedonista –La fuerza existir es su libro Manifiesto a favor del hedonismo-, expone sus premisas a partir de un contexto descristianizado en su ánimo colectivo.

Con una religión dominante un tanto laxa y con licencias incluso dentro de las mismas prácticas cristianas –más la visibilización de sus terrenales arbitrariedades como la pederastia-, todo ello ha traído como desenlace el hecho de que se pondere diferente el cuerpo.

Occidente ahora piensa distinto en torno al cuerpo, según Onfray. Siguiendo su exposición, la noción del cuerpo difiere de una posición idealista religiosa. Ahora la bioética prometeica desafía los modelos en nuestra llamada asimismo sociedad poscristiana. Dice el filósofo: “El cuerpo poscristiano incluye en su definición aquello que la tradición mantiene bajo tutela, deja al margen, rechaza o clasifica como patologías, afecciones mentales, historias y otros síntomas” (Onfray, 2008: 178).

Por otra parte el término de lo poshumano implica la superación de lo humano, enfrentar a su naturaleza y hacer todo para existir con mejor calidad de vida e impidiendo el dolor lo máximo posible. Al no haber recompensa al término de la vida –la manda religiosa-, nace un sentimiento existencial por el ahora. Lo anterior implica un rotundo rechazo a la medicina agonística y un sí para una cultura que obvie llegar a esa situación.

La bioética prometeica se ubica en los propósitos cartesianos: dominar la naturaleza. De ahí que el deporte se inserte en lo que se ha dado en llamar la eugenesia. La eugenesia libertaria, o liberal, incluye una serie de estrategias que conjuren la enfermedad y el sufrimiento; y, por tanto, aumenta el espectro de la necesidad y la acción a favor de la felicidad.

El deporte en este sentido distribuye la alegría y funge como escudo para sortear el dolor en el mundo. El modelo aspiracional de esta sociedad poscristiana, echa en cara la enfermedad. El cuerpo saludable parece el territorio propicio para gozar el presente: en este aquí y ahora.

La mala calidad del cuerpo merma la felicidad. Por eso el sitio del deporte es preponderante en esta sociedad. Más que una aspiración burguesa del mundo del consumo, del hiperconsumo, de una sociedad idiotizada por los objetos, podríamos discurrir en torno al adelgazamiento religioso y a una nueva concepción del cuerpo, donde el fútbol se atraviesa como un simulacro de la violencia y las pasiones en el más sano de los términos. 

El último minuto tiene sesenta segundos

A manera de consideraciones finales, decimos lo siguiente. La futbolización del mundo se acelera cada vez que la plataforma de comunicación eleva sus estándares: máxima cobertura y toda la flexibilidad para disponer de la información en cualquier aparato con plataforma digital. 

No importa que dicho aparato sea muy pequeño o muy discreto, ni que las personas vayan caminando, corriendo o volando, la información siempre estará en un escaparate en tiempo real o reservado con toda la calidad pertinente para que sea historia del orgullo fanático.

La calidad de la cobertura hace prácticamente imposible una eventual caída de su posicionamiento; al contrario, será permanente en tanto continúe el poder simbólico del deporte para subsanar heridas nacionalistas -la venganza de Argentina por la Guerra de las Malvinas-, compensar agravios económicos -el triunfo de Grecia en la Eurocopa-, restañar la bufa política y hasta consolar las microdecepciones ordinarias que van desde los accidentes naturales en la calidad de la salud hasta los misteriosos sinsabores de las emociones amorosas del hombre. 

Toda la parafernalia tecnológica, en este sentido, conspira para que los neo dioses sean redondos. Parece que, si la globalización alude a una esfera, a un objeto redondo, también se ajusta a la dimensión geométrica del fútbol. Si el mundo es redondo entonces es propicio para que la futbolización no tenga en apariencia obstáculos.

El capitalismo hipermoderno, ese que explota hasta el tuétano las emociones, pone en bandeja de plata sus amplios recursos y su dinámica estetizante para que continúe la seducción por el rito.

En el campo, no otea rival de cuidado que se oponga al trabuco mercadológico del fútbol. En igual tenor, los llamados a misa de las teorías materialistas exhiben de todo, todo, menos dialéctica. Gritan enajenación, válvula de escape, falsa conciencia y hasta recurren de nueva cuenta al lugar común del opio del pueblo, pero sus biombos resultan harto continentales como para comprender los entresijos individuales. 

Es más factible que el péndulo de la futbolización tenga en algunos casos el regreso de nuevas decepciones, aunque por el momento sigue por el camino de las ilusiones.

Es un performance atávico, escenario tribal, coliseo de honores y hasta un inusitado simulacro de la guerra. 

En una sociedad capitalista basada en la producción de emociones, el fútbol se ha convertido en marca imprescindible. Hoy es parte de la médula de una economía que construye modelos aspiracionales de felicidad. Por todo lo anterior vivimos entonces una futbolización rampante que merece ser analizada y, por qué no, disfrutada por su altísimo nivel de espectacularización.

Bibliografía 

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http://www.sinpermiso.info/textos/el-ftbol-ese-leal-amigo-del-capitalismo

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Hobsbawm, Erick. “La Copa del Mundo y sus pasiones” (entrevista). 25/06/2006.

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Lipovetsky, Gilles. El crepúsculo del deber. Anagrama, España. 1998.

–––––, La sociedad de la decepción. Anagrama, España. 2008.

——— y Serroy, Jean. La estetización del mundo. Anagrama, España. 2015.

Marías, Javier. Salvajes y sentimentales letras de fútbol. Alfaguara, Madrid. 2000.

Martel, Frédéric. Cultura mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas. Taurus, México, 2011.

Martínez Gómez, R. D. (2019). “La futbolización del mundo: entre la decepción política en el capitalismo hipermoderno” pp 37-50. En Zebadúa Carbonell, Juan Pablo y Echeverry Díaz, Sergio (compiladores). Fútbol y globalización. México: Universidad Autónoma de Chiapas.

Onfray, Michel. La fuerza de existir. Anagrama, España. 2008.

Valdano, Jorge. Fútbol: el juego infinito. Conecta, España. 2016.

Vázquez Montalbán, Manuel. Fútbol: Una religión en busca de un Dios. Debate, Madrid. 2005.

Villoro, Juan. Dios es Redondo. Anagrama, España. 2006. Villoro, Juan. Balón dividido. Planeta, España. 2014.

Raciel Damón Martínez Gómez
Raciel Damón Martínez Gómez
Doctor en Sociedades Multiculturales y Estudios Interculturales por la Universidad de Granada, España. Investigador en la Universidad Veracruzana y en la Universidad Veracruzana Intercultural. Docente en la Especialización en Estudios de Cine y en la Maestría en Cultura y Comunicación. Crítico de cine desde hace 35 años. Ha publicado en revistas de Estados Unidos, Brasil, España e Inglaterra, así como en medios académicos nacionales. Colabora en La palabra y el hombre de la UV y Criticismo. Tiene premios en el género de Crónica y en la categoría de Ensayo Editorial. Entre sus libros más recientes: Arráncame la iguana: Desafíos de la identidad en el cine mexicano (2009), Cine de géneros: entre Adán y guerras (2012), Cine contexto (2018) y Xalapa sin Variedades (2020). Actualmente su adscripción es como investigador del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la UV.
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