Uno de los grandes descubrimientos de la película “El Santo” (The Saint, Phillip Noyce, 1997), consiste en la creación de una sentencia tripartita que dice: “Nunca reveles tu nombre, nunca le des la espalda a nadie, jamás te enamores”. Por supuesto, Simon Templar, el espía y personaje del novelista Leslie Charteris, encarnado por Val Kilmer en la película, hará caso omiso de los tres preceptos, desatando una trama romántica con tintes Sci Fi, en una historia que no llega a cuajar del todo y que ha envejecido demasiado, al grado de la autoparodia involuntaria. El “chacal” (Eddie Redmayne), asesino a sueldo -estrictamente hablando, un “verdugo”, es decir, un asesino político- de la serie “El Chacal” (The Day of the Jackal, Brian Kirk et. al. 2024), una brillante adaptación contemporánea de la novela de Frederick Forsyth, cometía los mismos errores, salvándose siempre por poco, debido a sus debilidades amorosas y a la falta de ocultamiento absoluto de su auténtica identidad. Con todo, una cinta tan defectuosa como “El Santo”, se mantiene como referente, al situarse temporalmente en los años posteriores a la caída de la Unión Soviética, en un país convulso que padece la falta de combustibles y donde un empresario, con inclinaciones de terrorista internacional, sueña con restablecer el Imperio Ruso, como reflejo de los años de inestabilidad en los cuales el país se vio inmerso en la realidad, y cuya tardía consecuencia es la actual guerra con Ucrania. “Una batalla tras otra” nos remite a los años de la caída del Imperio Americano. Estos mismos años. Por los historiadores sabemos que la caída de Roma fue paulatina y que uno de los motivos fue la llegada de las huestes “bárbaras”, que tomaron la “Ciudad eterna”. Pero los bárbaros no deseaban su destrucción sino, por el contrario, gozar de la plena ciudadanía romana, pues para estos el imperio siempre fue modelo y referente en cuanto a estilo de vida. En “Una batalla tras otra” (One battle after another, 2025), de Paul Thomas Anderson, como en toda película fruto de su tiempo, se refleja y reflexiona sobre la Era Trump, las redadas antiinmigrantes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, Immigration and Customs Enforcement, por sus siglas en inglés), que jamás se menciona, y se añade un elemento nuevo, sedicioso y provocador, la idea de que el histórico paraíso capitalista por excelencia, se vea sacudido por un grupo de revolucionarios -los “Franceses 75”-, encargado de liberar a los latinos detenidos, mientras se vuelan edificios federales, y la líder del movimiento Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), hace el amor antes, durante y poco después de cada explosión, con “Ghetto” Pat Calhoun (Leonardo DiCaprio) también llamado Bob Ferguson (por aquello de ocultar identidades), el bombardero experto del grupo, en un remedo hiper moderno de los Bonnie y Clyde (1967), de Arthur Penn, mientras humilla sexualmente al nacionalista Coronel Steven J. Lockjaw (un Sean Penn en estado de psicopatía pura, que recuerda al Travis Bickle de Robert De Niro, en “Taxi Driver”), una caricatura del ser racista que, desde entonces, la seguirá durante cada atentado, obsesionado sexualmente por ella. Perfidia nos remite a las antiheroínas del Blaxploitation, como la “Coffy” (1973), que interpretara Pam Grier en la película de Jack Hill, o la “Cleopatra Jones” (1973), interpretada por Tamara Dobson, en la película de Jack Starrett, pero ganada para la era de la simulación y el “wokismo” actuales, alejándola e, irónicamente, acercándola a dichos personajes (1).

El director ya había reflexionado sobre el fin de una era -la del “Porno Chic”- y el advenimiento de otra -la era del vídeo-, en “Boogie Nights” (1997), y había dado una lección de cine político con “Petróleo sangriento” (There Will Be Blood, 2007), adaptación de la novela “¡Petróleo!”, del autor ganador del Pulitzer, Upton Sinclair, de claras intenciones socialistas. Para “Una batalla tras otra”, Paul Thomas Anderson adapta “Vineland”, del genio Thomas Pynchon, retratista de la entropía. ¡Y vaya que “Una batalla tras otra” trata de entropía! Como en la adaptación de la novela de Forsyth, cuyo verdugo original tenía como encomienda matar a un Charles de Gaulle que ya no significa nada para las generaciones de Internet (2), Thomas Anderson arranca los personajes de Pynchon, situados en los sesenta, las acciones del “Programa de Contrainteligencia” del FBI, encargado de destruir las organizaciones políticas subversivas y los años de Nixon, enmarcándolos en el mandato Trump. Quien no sepa ver el juego metatextual de los personajes, y los presidentes del tiempo en que se desarrolla cada obra (libro y película), se estará perdiendo parte del juego irónico, y hasta de la amarga burla, que el cineasta hace del “trumpismo” (que no fascismo) de los actuales Estados Unidos.
Pero ¿Qué clase de revolución persiguen los “Franceses 75”? La película se sitúa en un “ahora” inestable, recordándonos el “futuro a unos minutos” de las ficciones literarias de J. G. Ballard (véase la decepcionante adaptación de su novela “Rascacielos” –“High Rise”-, en la película de Ben Wheatley, del año 2015), pero nos remite a “La batalla de Argel” (La battaglia di Algeri, 1966), la obra de arte del cine bélico de Gillo Pontecorvo, que Bob mira por televisión mientras fuma un porro, que cuenta la historia de las acciones guerrilleras del Frente de Liberación Nacional argelino, de ideología socialista y antiimperialista, a lo largo y ancho de la ciudad de Argel, como un asidero al cual agarrarnos. Cuando Perfidia es atrapada, e “indultada”, por el loco de Lockjaw, escapa de su cautiverio doméstico e ingresa a México, donde permanecerá oculta, y como una presencia lejana, a la vez que poderosa, a lo largo del resto de la película. Pero el panorama que Thoma Anderson nos ofrece es complejo y nutre las ironías de la película. Una de las razones por la cuales Perfidia es detenida -y acusada-, es por el asesinato de un agente de policía negro (es decir, de su propia “raza”), y será una mujer policía de caminos, latina, quien detenga al latino Sensei Sergio St. Carlos (Benicio Del Toro), otro de los cabecillas del movimiento, en su intento por rescatar a Bob de los militares que le pisan los talones. Perfidia no soporta su embarazo y, después, a la bebé recién nacida, por lo cual Bob se entregará, en un acto de paternalismo imperfecto, a la niña recién nacida, Willa (Chase Infinity) que crece sin madre, y a quien él instruye puntualmente de jamás usar teléfonos celulares (“jamás reveles tu posición”, podría añadirse, como colofón, a la ley tripartita de El Santo) pero es obvio que, una adolescente de dieciséis años no obedecerá un mandato de tal naturaleza. Y es obvio igualmente, que el guion exige esta clase de artilugios narrativos para funcionar.

Así, a las batallas urbanas se sucederán las batallas personales. Bob, a quien llaman de varias formas –“Rocket Man”, por ejemplo-, pero también “Gringo Zapata”, es incapaz de peinar la cabellera de Willa, o de someterla en obediencia, por mucho que lo intente, pues él mismo, con el paso de los años, se ha enfriado y, con esto, se ha “freído el cerebro por el abuso de estupefacientes”. La chica sale a divertirse, como cualquier muchacha de su edad, con amigos de quienes Bob, justificando plenamente su paranoia por un pasado de persecución constante, desconfiará todo el tiempo. “Una batalla tras otra” abunda en personajes fascinantes, aunque sólo funcionen como acompañamiento coral, como el grupo de monjas fumadoras de marihuana, llamadas los “Bizcochos valientes” (en “Bodkin”, ese misterio irlandés, ya habían aparecido unas monjas rebeldes, practicantes del yoga y el reiki) (3), que tienen un área en su convento decadente denominado “Pancho Villa”, donde albergarán a Willa temporalmente.
La “muerte romana”, herencia directa de la mafia italiana de aquella que el imperio romano imponía a sus aristócratas, consistía en la obligación de suicidarse (exanguinándose) para, con esto, aceptar que tanto los bienes como la esposa del suicida político, debían ser respetados por el emperador o por los cofrades. Una muerte entre pares. En “Una batalla tras otra”, el coronel Lockjaw ha lastimado a tal grado la sensibilidad racial del “Club de Aventureros Navideños” (¡Salve San Valentín!), una especie de sociedad secreta de WASPs (White, Anglo-Saxon and Protestant), tan peligrosos como risibles, que su única forma de ejecución se corresponde con la de los judíos en los campos de concentración. El gas y la cremación se reservaba para las razas consideradas inferiores. Para el grupo WASP, el coronel ha tenido la debilidad propia de un ser entregado a las bajas pasiones. El mestizaje es el pecado supremo. Y su muerte se corresponde con dicho pecado.

Como en “Boogie Nights” (1997) y “Magnolia” (1999), la música -debida a un trabajo expresionista de Jonny Greenwood-, juega un papel importante en “Una batalla tras otra”, mientras el trabajo fotográfico y de cámara corre a cargo de Michael Bauman, en unas escenas de carretera que llevan a la cinta a los terrenos de la Road Movie, con esos tramos largos de carretera, filmados a ras de suelo, que someten al espectador a un viaje de montaña rusa, tanto visual como emocional. Quizá lo que Thomas Anderson ha filmado no sea el eco de una posible revolución, sino su imposibilidad. Porque en la era del simulacro, toda batalla -como sugiere el título-, es apenas el anuncio de una guerra perdida de antemano. El cineasta, como descubre el Bob de Di Caprio cuyas situaciones se salen de su control, nos dice que, en este mundo -y con ello recuerdo a los personajes de Philip K. Dick-, ya no hay victoria posible, sólo una batalla tras otra.
Con todo que sea cierto que la película desbarranca en una locura de “ficción alternativa”, como si se desarrollara en “Tierra Dos” y existe (¡Claro que existe!) una inclinación afectiva por los personajes de izquierda -y una ridiculización por los de derecha-, (olvidándonos de un juicio imparcial), si “Una batalla tras otra” no es la obra maestra de Paul Thomas Anderson, se acerca mucho a serlo.

Para saber más:
- “El Blaxploitation y otras visiones de la Negritud” por Pedro Paunero.
- “«El Chacal» o El regreso del asesino político” por Pedro Paunero.
- “Bodkin”: Entre monjas, asesinatos y podcasts por Pedro Paunero.


