“Que salga del corazón y que llegue al corazón”
(Anotación de Beethoven en la partitura de la Misa Solemnis, Op. 123)
Beethoven contaba apenas con 17 años cuando hizo su primer viaje a Viena desde Bonn, su ciudad natal. Ahí se encontró cara a cara con Mozart, otro de los grandes genios de la música. Éste advirtió algo en el entonces desconocido Beethoven que, con acertada premonición, lo hizo exclamar: “Pongan atención en este joven, un día el mundo entero hablará de él”.
Mozart ya había hecho llegar la música clásica a una increíble perfección. Beethoven por su lado haría surgir las nuevas formas, sería el traductor de las nuevas ideas, esas que la revolución francesa esgrimía al final del siglo XVIII: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Con él nacería una música de fuerza, de potencia, como nunca la hubo; su música movería montañas de ideas y sentimientos como nunca antes, como un viento que arrasa con toda su fuerza con todo lo que se interpone en su camino…
A Beethoven se le considera uno de los últimos compositores clásicos y el primero del periodo romántico. Pero su romanticismo no es débil ni melancólico. Sus emociones, reflejadas con gran originalidad y creatividad en sus composiciones, son de un hombre fuerte, poderoso, dominador. Su obra es la de un titán que lucha contra la adversidad y la vence, la de quien se sobrepone al dolor, la de quien domina sus debilidades y las eleva por encima de cualquier flaqueza. Nunca se da por vencido, lucha infatigablemente y vence.
Beethoven es en su música y en su vida, un innovador, un revolucionario. Él sacó la música de los salones aristocráticos para ponerla al alcance de todos, desafió a los poderosos y gracias a la conciencia de su valer y de una misión por cumplir, desafió también su propio “destino”.
Su personalidad obstinada y grandiosa le permitió permanecer en un estado de absoluta independencia en todos los sentidos.
Beethoven rompe esquemas, lucha contra su cruel destino (la mayoría de sus grandes obras las compone prácticamente sordo), se sobrepone a las dificultades, convive con príncipes y mecenas, pero los desafía, ¡él es republicano!, marca un cambio radical en la manera de hacer música (Beethoven no es clásico ni romántico, es Beethoven, dirán algunos) Y deja uno de los legados más extraordinarios a la humanidad.
La música de Beethoven revela su poderoso espíritu de luchador, así como la bondad de su alma. A veces es triunfal y solemne, pero en otras ocasiones es tierna y dulcemente melancólica. Siendo un músico ante todo instrumental (a pesar de las extraordinarias Misa Solemnis y el último movimiento de la Novena Sinfonía, que comprenden la parte coral), en toda su obra: sinfonías, conciertos, cuartetos para cuerdas, sonatas para piano…, Beethoven se revela como uno de los genios musicales de mayor fuerza y perfección. Compuso un solo concierto para violín, pero es de los más famosos e interpretados en el mundo. En su repertorio sólo figura una ópera, Fidelio, pero de tal fuerza que ha trascendido hasta nuestros días.
Con este legado musical invaluable, no se exageraría al decir que todos los músicos posteriores a él han abrevado de su música y han sido altamente influenciados por ella. Y no sólo los músicos románticos y postrománticos, modernos y contemporáneos de la llamada “música culta”, también los músicos de otras corrientes, de otras épocas.
No existe música más universal que la de Ludwig van Beethoven. Decir esto puede parecer una frase lanzada al viento y sólo eso, pero si hablamos de la música, ya de por sí un lenguaje universal y le añadimos los elementos que marcaron el ser y el quehacer de Beethoven, veremos que esto es cierto.
En el año que acaba de concluir, se celebró en el mundo entero, en el mundo Occidental, Oriental, en América Latina, en el mundo musulmán, hebreo, católico, comunista, en el mal llamado primer mundo, en el más aún mal llamado tercer mundo, en los países pobres, en los ricos, el nacimiento del músico más extraordinario que han conocido todos estos mundos.
Su 250 aniversario estuvo marcado por una pandemia que nos enfrentó a nuestra fragilidad como seres humanos, todos los homenajes planeados para él tuvieron que ser cancelados; su casa natal, que se vestiría de gala, permaneció cerrada la mayoría de los meses, pero, aun así, su música se escuchó más fuerte que nunca, pues ella nos acompañó día a día en nuestra necesidad de tener esperanza y de cantarle a la alegría, como lo hizo él en una de sus últimas obras.
La música de Beethoven en este año que acaba de concluir nos recordó lo que el gran historiador italiano Alberto Angela dijo frente a la tumba de Dante:
“El arte ha sido un faro para quienes durante los periodos de oscuridad han perdido certeza y esperanza y no sólo eso, ha sido una especie de barco que ha atravesado los siglos para recordarnos quienes somos y lo que podemos hacer. El arte y la cultura nos han salvado del mundo y lo harán ahora de nuevo.”
El arte de Beethoven nos sigue maravillando, nos sigue salvando y cuestionando: ¿cómo un solo hombre pudo lograr en treinta años, más revoluciones que las que se habían logrado en seis generaciones precedentes de músicos? Preguntas sin respuesta y que no necesita de ninguna y, sin embargo, caemos en la tentación de volverla a hacer cada vez que escuchamos una de sus obras, a ese grado nos sigue fascinando después de más de 250 años.
Pierre Boulez, el músico francés dijo sobre Beethoven, en ocasión del bicentenario de su nacimiento: “La música hecha hombre, el hombre vuelto música. Denle vuelta y vuelvan a voltear este diamante de múltiples facetas. A través, ustedes verán miles de soles”. No podríamos estar más de acuerdo con él.
El 26 de marzo de 1827 para Beethoven “la comedia había terminado”, como él mismo lo expresó (“plaudite, amici, comedia finita est”) sin saber, tal vez, que en ese momento entraba en el corazón de lo eterno…
Y como dijo el poeta Grillparzer en la oración fúnebre “éste por quien llevamos luto, se encuentra desde ahora en adelante, entre los más grandes de todos los tiempos.”