Ya huele a 8 de marzo: violeta almibarado, deliciosas viandas sobre rosados manteles, música, rosas envueltas en celofán y sentidos discursos perdidos el año pasado y vueltos a encontrar con alguna monería extra. Sí, ya huele a ese 8 de marzo con caducidad de 24 horas. Sin embargo, más allá de aquella festiva atmósfera, existe un 8M de trabajo colectivo, conciencia, cuidado mutuo, reflexión y movimiento; de rescate de poderes y espacios que nos corresponden por derecho, reafirmando la convicción de muchas mujeres en no desistir en la búsqueda de nuevas formas, es un día sin fin y se vive en las calles, centros de estudio o trabajo y en muchos hogares, propiciando el encuentro con otras mujeres para activar la voz colectiva. En palabras de Audre Lorde: “Es en la interdependencia de las diferencias recíprocas (no dominantes) donde reside la seguridad que nos permite descender al caos del conocimiento y regresar de él con visiones auténticas de nuestro futuro (…)”. Sí, ya huele a 8 de marzo y la necesidad de posicionarnos en el mundo no termina aún.

            El acompañamiento entre mujeres no es nada nuevo, solo es revolucionario y es precisamente en él, donde el combustible del cuestionamiento aviva la hoguera; entre preguntas y respuestas, entre saberes y sentires, surge el conocimiento: materia prima en la construcción del piso político sobre el que estamos paradas todas aquellas que trabajamos para cambiar nuestra realidad actual por otra más justa. Y, sin embargo, la sola palabra conocimiento, a veces, resulta incómoda pues nos remite al concepto de erudición hecho a imagen y semejanza del patriarcado en el que, obviamente, no estamos contempladas por la sencilla razón de que en los resplandores de la inteligencia femenina solo puede verse sentimentalismo o locura y si agregamos que muchas mujeres no ostentan un título académico o no se encuentran insertas en círculos de poder, el peligro de descrédito o desaparición al acceso y creación de nuestro conocimiento, aumenta.

            La literatura femenina es muestra palmaria de lo dicho anteriormente; la escritura hecha por mujeres ha sido relegada a una subcategoría del canon literario masculino por no obedecer a los preceptos atávicos que dicta. Seguramente, más de uno pensará que estoy hablando del siglo XIX y me perdí, pero no es así y si existiera alguna duda, habría que echar un vistazo a cualquier evento cultural, de esos que pregonan que la cultura y el conocimiento es para todas y todos, seguramente, de diez sillas, cinco serían asignadas a mujeres muy forzadamente solo para cumplir la cuota de género exigida. Imaginar esas diez sillas ocupadas por mujeres calificadas ─ aunque sería sencillo reunirlas─ en un evento cultural no feminista sería casi imposible, por lo menos, un señor debe estar presente para avalar el suceso. Y si hablamos del pedregoso camino por el que transitan incontables autoras alrededor del mundo y de la historia, este pequeño texto no tendría fin. El trabajo intelectual femenino existe porque resiste gracias a mujeres que, desde la academia, la escritura, la gestión cultural, la mediación lectora o impulsando la democratización de la educación, encarnan la interdependencia a la que nos invita Audre Lorde desde un discurso feminista que, entre muchas otras cosas, toma la escritura hecha por mujeres como una base sólida.

            Libros escritos por mujeres hartas de la narrativa machista combada de héroes y heroínas elegidos a conveniencia, libros que, mediante el ensayo, el cuento, la novela o la poesía han decidido denunciar injusticias y violencias de las que hemos sido objeto, libros con propuestas a otras realidades más amables, merecen ser leídos y, sobre todo, conocidos porque nos invitan al pensamiento crítico. Y no tenemos por qué hacerlo en soledad, si nos unimos, pensar en colectivo tiene maravillosas consecuencias, por ejemplo: mujeres y libros que, mediante la lectura, el diálogo y el debate, van más allá de unas cuantas páginas, teniendo como objetivo nuestro crecimiento a través de talleres, charlas, proyectos intelectuales sólidos, intercambio de experiencias y conocimientos adquiridos de forma responsable para habitar espacios en los que podemos sentirnos libres y seguras como debería de ser la vida de todas. Leer nuestro mundo es necesario para conocer de dónde venimos y a dónde queremos llegar sin que nadie ajeno a nuestra naturaleza nos explique desde los laberintos solitarios y opresores de su mente, quiénes somos o peor aún, nos invite a estar calladas y ausentes para no molestar. Las mujeres que leemos no somos ningún peligro, solo somos capaces de advertir las mentiras que se cuentan entre líneas para desmitificar a las que ya no están físicamente y guardar sus memorias con amor y dignidad y, a las que todavía están, las defenderemos con argumentos sólidos de los mecanismos de ataque levantados por el patriarcado en su contra. Leemos para encontrarnos en la horizontalidad, en este camino que han venido allanando grandes pensadoras y que, seguramente, jamás compitieron por ser mejor una que la otra; buscando su grandeza en la medida de los monumentos, bibliotecas y escuelas que llevarían su nombre porque eso nos contaron para insertar la idea de que no hay peor enemiga de una mujer que otra mujer, ya no más, porque gracias a su legado escrito podemos comprender que en la lógica masculina siempre existirán rivalidades, luchas por el lugar más privilegiado, obsesiones perseguidas como si fuera una verdad absoluta aquello de que “el fin justifica los medios” , incluso, podemos discernir que han enarbolado el pensamiento femenino de aquellas que, en la docilidad de una muerte temprana ya no pueden objetar, solo para construir mártires intelectuales de los que tanto gustan y que obviamente, no precisan de una perspectiva de género, evadiendo así, la deuda que tienen con la genialidad femenina. Las mujeres que llevamos muchos libros, y que nunca serán demasiados, hemos tomado el poder de la palabra escrita para dejar de ser la rosa que se canta y obtener las claves para notar diferencias tan importantes como la que existe entre celebrar y conmemorar, esa que destella entre las parafernalias con  que seremos halagadas en el marco de un 8 de marzo institucional que, si bien, nos invita a la reflexión sobre los logros que mujeres valientes han obtenido por y para nosotras haciendo inevitable su recuerdo, también hace inevitable el balance de los costos pagados: exilio, persecución, borramiento de obras, ignominia o la muerte. Y es aquí donde la diferencia relumbra para ver que no hay nada que celebrar a plenitud. La única cosa que no podemos leer es el futuro, pero estamos seguras de que unidas y sororas, ese día llegará pronto.

Bibliografía:

Audre LORDE, “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo” (1979/1984/2003), en Audre Lorde, La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias, traducción de María Corniero, revisión de Alba V. Lasheras y Miren Elordui Cadiz, Ed. Horas y horas, Madrid, 2003, pp. 115-120. (Texto original: «The Master’s Tools Will Never Dismantle the Master’s House», en Audre Lorde, Sister Outsider: Essays and Speeches, 1984)  

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Thelma Delgadillo
1980, Ciudad de México. Tiene estudios en literatura hispanoamericana y actualmente se especializa en autoras latinoamericanas del medio siglo. Feminista y tallerista con perspectiva de género, como poeta ha sido antologada en diversas publicaciones. Coordina, junto a otras mujeres, el círculo de lectura Mujeres leyendo Mujeres. Creadora de contenido para la revista MLM. Colabora en 8M Carmen y Tallercitas Feministas. Dirige El Garroverso: centro de experimentación literaria y pensamiento crítico para proyectos culturales basados, principalmente, en la obra de Elena Garro y cuenta con actividad y presencia en Mérida, Yucatán, Ciudad del Carmen, Campeche, Los Mochis, Sinaloa y Ciudad de México.