El espectáculo “Oldies Sinfónico” fue un concierto de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, el Quinteto Britania y el Coro de la Universidad Veracruzana que se llevó a cabo los días 25 y 26 de noviembre del 2022. El propósito fue hacer un periplo por éxitos del rock y el pop que se escucharon en las décadas de los 60, 70 y 80. Es un viaje a través del tiempo para disfrutar piezas que han marcado a generaciones enteras.
Dirigidos por Lanfranco Marcelletti, siempre en su intento de crear públicos y acercarlos al canon clásico, tocarán un repertorio ecléctico que ata diferentes nostalgias a un denominador común: sea Earth, Wind and Fire, ABBA, Led Zepelin, Elton John, Bee Gees o Barry White, entre otros, nos muestran la fuerza de la música emanada de la comunicación de masas para constituirse en sensibilidad colectiva.
“Oldies Sinfónico” es una oportunidad para disipar eventuales polarizaciones que todavía zanjan el gusto popular, sobre todo el mediático, con la cultura de élites. Las conexiones están trazadas desde la exquisitez, por ejemplo, del rock progresivo que no se conformó con la salida fácil sino incorporó un discurso sonoro sofisticado. Bandas como Pink Floyd, Kansas, Génesis o Emerson, Lake & Palmer con su “Fanfare for the Common Man” de Aaron Copland que mitificó al programa televisivo DeporTV, construyeron puentes de oro con la música clásica.
Pero no basta esa muestra, inclusive ritmos como la música disco presentaban en su momento una instrumentación con guiños como el grupo Chic y su jocosa canción “Dance, Dance”. Habrá que recordar la vuelta de tuerca que significó que el productor Phil Spector interviniera en el álbum Let it Be de los Beatles, donde a una balada como “The Long and Winding Road”, la sobrecargó de instrumentos de viento, ensamble de cuerdas y un coro, y así mostrar la fusión con el ritmo sinfónico en un momento coyuntural donde emergía el rock como protesta social.
Veamos algunos apuntes para entender qué es el oldie.
Tecnologías y nuevos fans
Primeramente, aunque usted no lo crea, no hace mucho tiempo, el mundo en general era ajeno a plataformas digitales como Spotify y Apple Music. La música se escuchaba a través de curiosos aparatos que adornaban las salas de casa y que en la actualidad sonríe la juventud diciéndoles vintage. Si la memoria USB prácticamente ha caído en desuso, imagínense cómo fue la vida con discos de vinilo bajo el brazo -orgullosos fetichistas de sus portadas-, los casetes de audio hasta el inicio digital que fue el disco compacto, también conocido como CD.
Ahora mismo los jóvenes tienen como requerimiento cotidiano sus audífonos inalámbricos ultra cómodos y ligeros o, simplemente, dicen “Alexa” en voz alta y, la bocina inteligente, colma la saciedad musical poniendo las canciones de tu perfil, es agenda sonora y hasta te orienta de cómo está el clima.
De tal manera el uso de las nuevas tecnologías se ha naturalizado, por ello es que olvidamos que esta transformación en los modos de escuchar música ha sido más que una mudanza de hábitos. En efecto, fue una revolución cultural, sin duda. Ha roto la sincronía sagrada entre el escucha y la radio, pues sin ningún problema podemos programar la música a entera disposición sin límites de lugar y tiempo. Los contenidos a la carta es un boom en la etapa contemporánea, porque ha traído consigo la profundización de placeres elevados a objetos de culto.
La industria de la música generó rutinas impensables entre el público que se amplió en forma exponencial gracias a la masificación del disco. Entre dichas costumbres destaca la categoría de fan de grupos y cantantes que demuestran pasiones ocultas, como los sentimientos. La desmesura trajo consigo al grupi que sigue con extrema fidelidad las giras de las celebridades.
Esta manera global de endiosamiento tiene que inferirse a la luz de ciertos fracasos de los valores de las instituciones, donde personas han encontrado cobijo y amparo ante figuras que cubren ese vacío, o sencillamente son novedades para un modo de vida adormilado.
Las nostalgias en ciernes
El paso de estos héroes sentimentales por el planeta de la fama, a su vez acarreó un epifenómeno cada vez más acentuado en los albores del siglo XXI: una nostalgia inmediata.
Frente a la taxonomía de la música clásica que es más prudente para fijar títulos, epítomes y capas temporales, la música comercial surgida de la era pop es mucho más impaciente para clasificar victorias, fracasos y permanencias que dependen de un termómetro popular.
Los criterios de clasificación de la música clásica son más históricos, analíticos y hasta se podría tildarlos de objetivos. La música pop, en cambio, confía todo su crédito a la emoción de la masa como pasó con Elvis Presley, aparte de lo que entrañó su baile erótico para las jóvenes conservadoras del American Way of Life.
En este sentido, la evanescencia del pop es paradójica en su interpretación: al propio tiempo que es la cruz que lleva a cuestas, también es su cima. El pasajero consumo de masas condena a la música según la preferencia en turno; no obstante, esa brevedad puede ser motivo, su mismo fulgor, de un boleto de entrada a la eternidad, como ocurre con los One Hit Wonder (grupos o cantantes de un solo éxito) o digámoslo en vernáculo: flor de un día, como “Kung Fu Fighting” de Carl Douglas que llegó a vender once millones de copias; y ni se diga la explotación del santoral rockero como ocurrió a Janis Joplin, Jimmy Hendrix y Jim Morrison -ahora sumados Kurt Cobian y Amy Winhouse.
Entonces el pop, de plano transforma en clásico cualquier hit sin importar que la decantación debiera cumplir por regla ciertos años -sin embargo, tampoco hay un estándar. Mientras que en la música clásica los periodos oscilan entre un siglo como la renacentista, siglo y medio para el barroco y algunos alrededor de la centuria como el romanticismo, en el pop el límite es una escuálida década arbitrariamente fija como si fuese frontera de país después de un conflicto bélico.
México llega tarde a la pureza de los géneros musicales y absorbe sin ningún remilgo a tirios y troyanos. Complaciente, el público nacional acepta sin empacho la modaque irrumpe y acoge como si fuera un reencuentro con un pariente lejano.
El oldie no nace, se hace
Un oldie es proustiano involuntario: busca el tiempo perdido. El oldie se autoproclama con orgullo y por eso confiesa su debilidad.
La música para un oldie, como para cualquier otro melómano, supone una revelación cultural y no solo auditiva; señalábamos que ideal pretexto para ejercitar la idolatría. El discurso musical muta a culto cuando enamora la anécdota del compositor, el ambiente político en que se desenvuelve y hasta se afinca gracias a las portadas de los discos que eran posters y correas de transmisión de un arte que estaba por incursionar en galerías.
Los más reacios a aceptar la jubilación de las modas, dirán que se trata de un rito de iniciación insuperable. Que el escuchar a The Who en solitario con vela encendida, como en la película Casi famosos (2000) de Cameron Crowe, es parte obligada de los hallazgos de una liturgia civil.
La velocidad con la que transcurren las cosas en la modernidad convierte en efímeros los triunfos artísticos. Un futbolista es veterano a los 34 años y los músicos prevalecen en el top ciertas semanas y en ese sucinto momento hipnotizan olas de seguidores.
Los proféticos quince minutos de fama que anticipó Andy Warhol ahí se constatan en los reality shows, en la apertura de canales propios en YouTube y en al apremio de la gente para compartir sus selfies en Facebook o lucirse en Instagram con la pose más fashion.
La aldea global la profetizó muy prematuramente Marshall McLuhan y en más de una vertiente su tesis se va cumpliendo: los medios son extensiones del hombre, y los oldies son derivados de esta sentencia.
El oldie es un estado mental. Relativiza el pretérito. Desproporciona el pasado que apenas ocurrió. La ansiedad del espíritu juvenil de la época reduce los términos de clásico. Se saltan las trancas del canon para etiquetar el ayer reciente como antigüedad dorada. El oldie no acude al establishment sino al confort que le otorga su etapa. Su clasificación es experiencial, visceral, subjetiva, porque adjudica una verdad estética solo y exclusivamente a la música de su micro tiempo.
Oldies de hoy y del mañana
La wikipedia ubica a los oldies como un periodo musical entre 25 y 55 años; así es que, no se preocupen, porque el programa de la Sinfónica es benevolente.
Cuando menos tiene cuatro tradiciones: Elvis y Paul Anka, sería una; dos, la psicodelia de Los doors y Led Zepelin; la música disco liderada por Barry White y Donna Summer sería una tercera; y la última, una especie de interregno integrado por baladas que han tatuado los corazones de la clase media como Chicago y Elton John. Pero todos coinciden: la música como un espacio de anhelo, de lo deseable; el arte, pese a ser de masas, tiene esa virtud, hacer menos burdas las cosas.
En el programa de hoy no se excluye; al contrario, los extremos se palpan donde el espectro mediático prevalece. Porque no es lo mismo el ácido solo de Jimmy Page en “Stairway to Heaven” que el mensaje de superación personal que significa “I Will Survive” de Gloria Gaynor. Es fútil comparar el halo ceremonioso de Procul Harum en “A Whiter Shade of Pale” frente a la eufórica convocatoria del movimiento que es “Last Dance” de Donna Summer.
Qué importa que sea más críptico Pink Floyd que el almibarado Franky Valli, pues de todos modos ambos son utilizados por un público para romper un esquema de educación sentimental y entrar a un mundo más permisivo, como el que enseñó The Alan Parsons Project con sutiles experimentos y como la aparente liviandad de Trammps o Village People que eran grito libertario de tribus urbanas.
A nadie le interesa si los leones flacuchos de los Bee gees canten una obvia línea donde afirman conocer los ojos en el sol de la mañana, si ellos encienden la armonía de pareja. Kansas, que si eran fresas, aquí se disipa cualquier polarización de grado y convive con el tono más dionisiaco de “Touch me” de Los Doors.
Son escaleras que aspiran a la quimera. Con Bread se montaba hacia el arco iris y con Zepelin se llegaba al cielo.
El oldie es así: al escuchar “Fuego”, recuerda una pista de mosaico de fibra de vidrio multicolor que tintineaba y en el techo una esfera de cristales lanzaba destellos. Era Mario Vargas que introducía, emulando a Jerry Lee Lewis, uno de los programas pioneros en la tv mexicana dedicados a esa entelequia llamada jóvenes: “Fiebre del dos” con Fito Girón y Chela Brannif -también lo condujo Leticia Perdigón.
En fin, los soberbios de hoy serán los oldies de mañana. Y no dudemos ni tantito que los futuros oldies serán grupis de la banda MS y Maluma, junto a Coldplay. Aquí nos vemos…