El azogue para el trabajo de las minas de México-Nueva España se importaba de Europa, únicamente por el puerto de Veracruz, y de la China por el de Acapulco, siendo monopolio de la corona española.
Al noveno día del “incorporo” o apisonamiento de la lama en el patio de amalgamación, se agregaba una nueva provisión de azogue llamada “cebo”, y después de cinco días otra más, llamada “el baño”; y ese mismo día, después de un buen repaso, la torta era sacada con literas de mano a las tinas de lavaderos para su limpieza final. El promedio de azogue para cada torta era de 745 Kg.
El tiempo usual para completar el proceso de amalgamación era de doce a quince días en invierno, y de veinte a veinticinco en verano, pero era éste menor que la tercera parte del tiempo que ocupaban las otras minas del país.
Había dos lavaderos en la hacienda de La Sauceda en Zacatecas, cada uno de 2.70 mt. de diámetro por 2.40 mt. de profundidad, los que tenían un mecanismo de poleas de madera que permitía un rápido movimiento del agua para el lavado; ésta provenía de dos tanques elevados, surtidos de una noria movida por dos mulas. Había unas ancianas llamadas “apuranderas” que se llevaban la marmaja o tierra de desecho, que ellas volvían a lavar, y se pagaba a razón de un real la onza de pella que pudieran sacar de allí.
A nadie se le permitía abandonar los muros de la hacienda más que los domingos, y todos eran registrados cuidadosamente al salir.
La amalgama, ya en estado líquido, se acarreaba con cuidado a la azoguería, donde el azogue no combinado se escurría de la misma. Se colocaba en bolsas grandes y largas de cuero y lona, suspendidas de una viga sobre una cuba de mampostería. La amalgama ya escurrida, se endurecía lo suficiente para poder batirse dentro de un molde en forma de cuña, de 14 kg. Estas cuñas o marquetas se acomodaban sobre un vaso o apoyo de cobre que llevaba un pequeño tanque de agua, colocadas en forma de piña, dejando un hueco en su centro y fuertemente amarradas con una cuerda atada a su alrededor. Se bajaba entonces una capellina de cobre sobre la piña, ajustando el borde inferior a la placa de cobre con un fuerte luten o lodo de cenizas, saltierra y lama, se levantaba a su alrededor una pared de ladrillo refractario, se surtía de carbón de leña el espacio interior de la pared, y se dejaba quemar durante 20 horas; a causa del calor, el azogue escurría hacia el tanque de agua o pileta.
A la mañana siguiente, comúnmente en sábado, retirados los ladrillos y alzada la capellina, se encontraba la plata en forma de masa dura, que se rompía inmediatamente con una cuña y un mazo. Una vez pesada, se acarreaba en bolsas de cuero a la Casa de Fundición, donde se derretía y convertía en barras en un par de hornos de fuelle, poniéndose en las paletas con un poco de carbón de madera, y vaciándose después en moldes de piedra o hierro forrados de fina arcilla, formando lingotes de plata de 43 x 15 x 6 cm., que pesaban unos 31 kg. o 135 marcos cada uno.
Las barras se enviaban el sábado a la Veta Grande, y el lunes siguiente eran conducidas a la Casa de Acuñación en Zacatecas. Ya para el viernes siguiente se recibía su cantidad en pesos acuñados para el pago de los trabajadores de la mina y otros gastos.
Esta Casa de Moneda era magnífica, según los comentarios de los ingleses que trabajaron las minas en 1826. Su maquinaria era de bronce y había sido fabricada en la ciudad, y a pesar de que ésta era pesada y carecía de los aditamentos necesarios para reducir las barras de inmediato al tamaño y espesor adecuados, pues había que limar y pesar cada moneda, se acuñaban 60,000 pesos en 24 horas, y además, piezas de uno y dos reales. Existían tres prensas para estampado, cada una manejada por ocho hombres, y los dados eran labrados por un italiano.
Después de la Independencia de México se establecieron Casas de Moneda en diferentes Estados, y la introducción libre de azogue en varios puertos del país. Pero la destrucción de las minas en el período de las luchas independentistas, el rompimiento de la cadena de los especuladores mineros, el retiro del capital español, el alza del azogue, el decrecimiento de la agricultura, aunados a la falta de capital para inversión, motivó que, en 1823, México abriera sus puertas a los extranjeros para trabajar sus minas como co-propietarios de los nacionales, ingresando al país siete compañías inglesas, una alemana y dos norteamericanas. Estas fracasaron en su mayoría por el alto costo de reparación de las minas, muy dañadas por las luchas internas y su larga desocupación. El gobierno mexicano se hizo entonces cargo de su administración, y hasta la fecha, es el primer productor de plata en el mundo.
(Cfr. “Residencia en México, 1826”, G. F. Lyon; “México en 1827”, Henry George Ward; “Six Months Residence and Travels in Mexico”, William Bullock. London; “Historia de la Nueva Galicia”, E. Mota Padilla; “México a Través de los Siglos”. V. Riva Palacio).