La memoria descuartizada
Para Karla Sterloff
que hasta en sueños me visita
para animarme a escribir.
Decía o dijo una vez Huberto Batis que para analizar un poema habría que hacer lo mismo que para analizar una rana: matarla primero. Esa sentencia, temible, terrible como el mismo Huberto, me da vueltas en la cabeza cada vez que lo intento.
Un poco de formol, no tanto, con algo de suerte podremos ver realmente cómo funciona(ba?) esta rana viva, porque un poema es algo vivo, vivo para siempre en el momento de su creación, resucitado artificialmente en cada nueva lectura, posterior, exterior, muchas veces fallida y en el caso de los de Elena Garro, también tardía; sus poemas demoraron casi sesenta años en salir a la luz. Sin embargo, con ese afán científico y no menos sádico, me ajusto las gafas de seguridad, deslizo los dedos temblorosos dentro de los guantes elásticos y procedo.
“El llano de huizaches” es, para mí, el más impactante de los poemas que componen la colección A mi sustituta en el tiempo. Poesía de Elena Garro compilada y ordenada originalmente por Helena Paz y Patricia Rosas Lopátegui, editada, prologada y anotada por la segunda y publicada por Gedisa este mismo año.
Este poema probablemente fue escrito entre 1957 y 1958, último año de su nefasto matrimonio con Octavio Paz. Como la mayor parte de la poesía garriana, “El llano de huizaches” tuvo que esperar guardado o escondido a que llegaran tiempos mejores, no para su autora, pero para su voz lírica, para su versión de ese mundo que le colapsó encima y que contempla, desmembrada y rota, desde abajo.
“¡Es largo el llano de huizaches!/ ¡Es ancho el llano de huizaches!” un espacio en el que la mirada se pierde casi sin nada en qué detenerse. Un desierto. Un desierto que se tarda una “siglos en cruzar”, a rastras. Un espacio de la imaginación y la consciencia construido casi por completo de forma horizontal. En ese paisaje desolado solo existen despojos de lo que alguna vez fue Elena[1]: sus partes, descoyuntadas y repartidas maliciosamente por el espacio, un hoyo o pozo a donde irán finalmente a perderse, los espinosos huizaches, únicos testigos de este drama, y la voz de Elena, que aún hecha trizas, sigue hablando.
Elena se convoca en el poema, llamándose por su nombre, repitiéndolo para calmarse, para buscarse, para dar testimonio de que sigue existiendo. Comienza y termina diciendo que se busca, que se encuentra a sí misma entre los escombros de lo que una vez fue: la niña, la colegiala, la estudiante de latín, la madre, la enamorada, la que se mecía entre un pasado y un futuro “los dos de oro”. Se busca, se encuentra y se identifica como la destazada, la descuartizada, la que vive en muchos ojos y en las malas lenguas de todos pero permanece en el camino, brutalmente sola.
Hace referencia a las vejaciones recibidas, a los golpes soportados en el cuerpo, con el cuerpo “¿Hay todavía un puntapié sobrante? […] ¿Hay alguien que guarde todavía un gargajo para ese ojo cerrado a gargajazos?”, se busca y trata de recuperarse después del desmembramiento que es la violencia, una violencia sin perpetradores concretos ni móvil específico o cuya causa también se perdió en la inmensidad de la escena.
¿Quién perseguía a Elena Garro?, ¿quiénes eran en el año del 58 esos caballeros de chequera y damas de rosario que le dieron la espalda?, ¿en qué momento comenzó a vagar por ese valle que “es para los pelados”, irreconocible, despojada incluso de su propia humanidad?
En 1956 Elena Garro se involucró en el conflicto de los comuneros zapatistas de Ahuatepec a quienes sus tierras les estaban siendo arrebatadas. Este acercamiento, significó la gran ruptura de Garro con Paz cuyo deseo principal era congraciarse con sus poderosas amistades y, desde luego, beneficiarse de ellas.
El activismo, el periodismo y los nuevos intereses literarios de Garro la colocaron en un lugar particularmente vulnerable en una época donde el espionaje y la sospecha eran norma. Muchas personas con las que antes había departido y hasta simpatizado, vieron en ella a una mujer problemática con demasiados enemigos y consideraron mejor alejarse.
En los años 1958 y 1959 Elena Garro participó activamente en la lucha campesina, denunció a través de varios artículos y entrevistas (publicados en su mayoría en el semanario Presente!), entabló y ganó un juicio de recuperación de tierras comunales que entregó al líder campesino Enedino Montiel Barona. Esto modificó profundamente la visión de Garro, sus valores y el lugar desde donde, en adelante, se coloca para hablar, narrar y pensar el mundo. El giro que dan su obra y su persona la vuelven de pronto sospechosa e incómoda, descastada y traidora. Ella que era rubia y medio gachupina, ella que podría haberse sentado plácidamente en las mejores mesas a hablar de alta poesía y beber con ellos “sangre de indio” estaba ahí, recriminándoles…
No pocas veces dijo Elena Garro que predecía el futuro. No pocas veces confesó haberse arrepentido del destino que se trazó a través de la escritura. El poema narra desde una perspectiva onírica los horrores del destierro, la incomunicación y la difamación de las que sería víctima la autora y de cómo su voz prevalecería más allá de sus propios tiempo y espacio. Esa voz que quisieron silenciar, esa voz que persiguieron y acallaron, voz que fue y sigue siendo censurada y que permanece como presencia ominosa, agorera, como poderosa denuncia inacabable.
No es entonces anacrónico hablar de su persecución y exilio diez años antes de ese fatídico octubre de 1968, sino, fiel a mi propia premisa de que el poema es algo que mantiene frescos la emoción y el contexto en los que fue creados, atrevernos a reconocer en “El llano de huizaches” una evidencia de cuán larga fue la fragua de ese delito contra la autora.
Elena Garro fue víctima de violencia doméstica, a esa violencia sucedieron la difamación, la persecución, la censura, las amenazas a su patrimonio, vida e integridad que dieron como resultado su mal llamado “autoexilio” y desde mi punto de vista, también a gran parte del desequilibrio y paranoia que se le atribuyen hasta nuestros días tanto a ella como a su hija Helena Paz.
La violencia que tiñe todo el poema es narrada por un yo lírico que ha sobrevivido y que busca desesperadamente reconstruir una versión de los hechos. “¡Elena!/ Me busco. Hay tiempo, el pozo está lejos todavía./ Los dientes separados de la encía avanzan a saltitos./ Hasta que caiga el último de ellos, /hasta que caiga la solemne campanilla que presidió/ al paladar y a la palabra, no podré responderte.” La voz, atrapada en la garganta, la voz que precede a la palabra caerá inefablemente en el f/pozo, pero la palabra, la palabra que se separa de la hablante y su limitado cuerpo mortal, sobrevive escrita -ahora impresa- para gritarnos lo que esos fragmentados labios, dientes y lengua fueron obligados a callar.
Garro sabía bien de lo que estaba hablando. La neurociencia ha demostrado que ante el efecto prolongado de la violencia sobre un individuo su psique tiende a compartimentarse, es decir, desarrolla mecanismos que le permiten fugarse del horror vivido, justo como lo hacen las protagonistas de “La culpa es de los Tlaxcaltecas” y “El zapaterito de Guanajuato” o como Juan Cariño en Los recuerdos del porvenir. La voz poética, sin embargo, no puede eludir su propia desmantelación. Antinatural, monstruosa, insiste en narrar el intento fallido de su destrucción y con ello amenaza a sus agresores.
En ruinas, a pedazos, se llama y convoca a sí misma desde el centro de su centro para denunciar el crimen del que fue objeto: “La voz viene del centro profundo de mi ombligo./ Hay quien vive adentro del ombligo y me llama./ La voz corre para atrapar los pies que corren entre huizaches y las manos que bailan el baile loco de los dedos locos/ […] Me busco. Me encuentro. /Colgado de una rama seca está uno de mis labios. /Y ahora por allí corre la lengua/ que recitaba las lecciones del colegio: /Rosa, rosae… /¿Qué hará allí, tan lejos del pizarrón,/ tirada en el valle de huizaches? /¡Elena!”
Visionaria del futuro, Garro tal vez vio también a las mujeres demembradas en el desierto, presintió tal vez sus gritos postreros que sólo setos y matas pudieron escuchar, describió su desesperación de quedar atrapadas, irreconocibles, irrecuperables, no por macabra casualidad, sino porque desentrañó a través de su obra y experiencia, el deseo patriarcal de reducir a la mujer en fragmentos manejables tanto simbólica como físicamente. “Oigo mi nombre, me busco./ ¿Sólo esta oreja queda?/ […] Es raro que descuartizados/ mis miembros avancen por el llano de huizaches./ […] ¡Ven aquí, nariz de Elena!/ ¡Ven aquí, brazo de Elena!/ […] ¡Vengan aquí, mano pierna pescuezo!/ Hace años que bailan separados/ en la tierra de los escupitajos.”
Me detengo. Casi no hay sangre. He visto la rana por dentro y me he atrevido, tal vez en demasía, a decir cómo funciona cuando está viva… “¡Elena!/ Es raro que descuartizados mis miembros avancen por el llano de huizaches./ El nombre ya no los une ni los nombra./ Es raro que sigan avanzando […]”.
Regreso con las pinzas todo a su sitio. Suturo despacio y fino, como si tuviera fe. Hoy sé que nadie quiso nunca matar a Elena Garro. Quisieron desesperadamente anquilar su crítica incisiva, su versión y visión de la historia, su forma de existir en una tierra tan hostil a las mujeres y a las ideas como esta en la que vivimos. Nadie esperaba que, muerta ella, su palabra la sobreviviera; nadie esperaba que la denuncia sobre la persecución de la que fue objeto y sus motivos pudiesen cobrar dimensiones nacionales.
La resistencia de las mujeres y los indígenas en México ha sido seguir existiendo. La resistencia ha sido seguir recordándoles a los opresores que sobrevivieron. La gran resistencia, monumental, es hacer memoria y convocar los pedazos de lo que fuimos antes cuando enteras y prístinas caminamos un mundo al que creímos pertenecer.
Inesperadamente, la rana ha abierto los ojos.
Obra citada
Garro, Elena. “El llano de huizaches”, en A mi sustituta en el tiempo. Poesía de Elena Garro. Edición, estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui. México: Gedisa, 2024, pp. 94-96.