Juan Francisco Hernández
La agrupación musical británica The Cinematic Orchestra, en esa gran canción que es To build a home, del subgénero conocido como nu Jazz define, en unas cuantas líneas y con un lenguaje poético, la que será la vida de un matrimonio en particular:
Hay una casa construida en piedra / Suelos, paredes y alféizares de madera / Mesas y sillas desgastadas por todo el polvo / Este es un lugar donde no me siento solo / Este es un lugar donde me siento en casa / Porque, construí una casa / Para ti / Para mí / Hasta que desapareció / De mi / De ti / Y ahora, es hora de irse y convertirse en polvo…
Mediante el casamiento, los esposos se prometen amor eterno y, sin embargo, lo mejor sería que, en lugar de hacerse semejante promesa, se dijeran: «Desde aquí hasta Pascuas o hasta la primavera próxima». Esto ya seria hablar con cierta cordura, pues habrían dicho algo que tal vez serían capaces de cumplir. El matrimonio está instituido para el fin más noble: la posesión duradera. Sin embargo, el hombre debe propagar la especie y, por otra parte, no debería permanecer solo. Entonces, el matrimonio tiene ventajas y desventajas (Soren Kierkegaard). Lo cierto, aunque sea una obviedad y una ironía, es que el matrimonio es la principal causa de divorcio (Groucho Marx).
Historia de un matrimonio, la última película escrita y dirigida por Noah Baumbach (Brooklyn, NY, 1969), y producida por Netflix, nos cuenta la historia de uno de esos matrimonios que se hicieron promesas y no lograron llegar hasta final.
Para muchos cineastas, después de la pieza teatral ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee, y de la cinta Secretos de un matrimonio, del grandioso Ingmar Bergman (obras que exploran el colapso matrimonial de manera sobresaliente), contar otra historia de la desintegración familiar en este, nuestro mundo contemporáneo, y sin caer en los lugares comunes, representaría un enorme desafío.
El resultado es una obra vibrante, precisa, penetrante. A mi juicio, una de las mejores películas que se han hecho en los últimos años. La he visto dos veces y, las dos veces, me ha enternecido, me ha tensado, me ha hecho reír y me ha arrancado algunas lágrimas.
La pareja está formada por Charlie (Adam Driver) y Nicole (Scarlett Johansson), padres de Henry, un niño de ocho años. Trabajan juntos en el mundo del arte, el mundo del teatro. El director nos presenta una interesante estructura, comenzando la película por el final. Por otro lado, la forma como nos introduce a sus dos protagonistas es brillante: lo hace a través de las cartas mediante las cuales, un empático terapeuta de pareja ha pedido a ambos que se describan. Un ejercicio de reflexión que requiere buscar, en los orígenes de la relación, sus puntos de encuentro, todo aquello que hizo que alguna vez se aceptaran como pareja y como humanos. Un intento de reconciliación. Las cartas están repletas de detalles simples que, sin embargo, reflejan una enorme profundidad. Además, estas cartas muestran lo bien que ellos se han llegado a conocer, las pequeñas cualidades y los defectos de cada uno, las manías y las rarezas, todos esos aspectos cotidianos que los mantuvieron unidos durante todo el tiempo que estuvieron juntos. «Ella sabe cuándo empujarme, cuando dejarme en paz», escribe Charlie en una de las líneas. «Se viste bien, llora fácilmente en el cine y le encanta ser padre. Le gusta tanto que es casi agotador», escribe Nicole, en otra.
El virtuoso guion, basado en una experiencia personal de Baumbach, narra una historia dolorosamente humana y consigue transmitir esa sensación que se puede palpar en algunas películas del cine de autor o en películas que no cuentan con un gran despliegue de recursos técnicos y financieros, ni efectos especiales, sino que centran toda su fuerza en la escritura del guion y en las portentosas actuaciones, que hacen que todo resulte creíble. Pero también en la narrativa de la cámara, la velocidad y el detalle con el que describe a los espacios y a los protagonistas, como los enfoca y desenfoca. Scarlett Johansson ya había demostrado ser una actriz capaz de este tipo de interpretaciones. Pienso, sobre todo, en Perdidos en Tokio, aquella fabulosa película de Sofia Coppola. Todo en Historia de un matrimonio parece tan real y sin matices. Catastrófica. Empero, a pesar de su dureza, consigue, algunas veces dentro de una misma escena, provocar la risa y la tristeza o la ternura y la desesperación. Los actores, sin necesidad de quitarse la ropa, se desnudan y consiguen que la progresión de ánimos y sentimientos (Stanley Kubrick) pasen antes que el mismo argumento.
El primer momento de discordia en la pareja ocurre cuando Nicole, a pesar de decir a todo el mundo: «Nosotros somos una familia de Nueva York», se va a Los Ángeles para atender el llamado de un programa piloto en la televisión. En esa ciudad viven su madre y su hermana y, lo anterior, pone la vida de Charlie en aprietos. Charlie debe vivir en Nueva York, donde dirige su teatro, y deberá viajar a Los Ángeles para ver a su hijo. Eso, como es natural, lo desconsuela. Se va a perder una gran parte de la vida de Henry. En ese sentido, Charlie no solo pierde su matrimonio, también pierde a su hijo. Y Henry pierde parcialmente a su padre. Eso en toda familia representa una tragedia.
El matrimonio se ha desgastado. La decisión de separarse ha sido tomada y no hay forma de volver atrás. El inminente proceso de separación es difícil. Ese ir y venir de la pareja; el hijo que los une, y los unirá siempre. No podrán dejar de verse las caras. No podrán huir el uno del otro. Deberán permanecer en contacto, por Henry, para Henry. Las materias viscosas de la vida en pareja salen a flote: la rabia, los recuerdos, los rencores, las frustraciones intimas, los reclamos; lo que se hizo, lo que no se hizo; lo que se dijo, lo que no se dijo; las promesas cumplidas, las promesas rotas. Las sospechas. Los malentendidos. Las traiciones. Todo esto, los espectadores que hemos pasado por una o más separaciones dolorosas lo sentimos, como un desgarro, dentro de la piel y, para aquellos que no lo han vivido, los hace experimentar en cabeza ajena. Y de eso también se trata el cine. El cine de reflexión.
Entre la falta y la pérdida; el proceso del duelo es evidente durante todo el largometraje. Al principio, a él lo vemos más seguro de lo que está haciendo y a ella más deprimida. Quizá, cada uno tiene una respuesta distinta frente a la pérdida. Como en toda pérdida, como en todo duelo, hay un impacto físico, psicológico, emocional y social. En una escena vemos a Nicole recostada en la cama, echa un ovillo, llorando. En otra, vemos a Charlie con sus amigos, en un bar, desubicado, tratando de convivir y, al final, cantando como si lo hiciera para sí mismo, o para la historia de él y Nicole.
El segundo punto de quiebre ocurre cuando intervienen los abogados, feroces, rapaces, con sus honorarios onerosos y su absurda guerra de egos. Los abogados están representados por Laura Dern y Ray Liotta. Laura Dern tiene una actuación destacable. Los abogados empiezan una encarnizada batalla por el poder, con argumentos y estratagemas jurídicas que resultan ajenas a la pareja. Nada es ahora como lo que Charlie y Nicole visualizaron en un principio del rompimiento. Los litigantes empiezan a torcerlo todo, a menos que ellos recuperen el control. El centro de la discusión es, como suele ocurrir en estos casos, el tema de la custodia de Henry. Durante este proceso ella, acaso, sienta que perdió más durante el matrimonio. Quizá él ahora piense que después de todo le toco perder más. En una separación todo el mundo pierde.
La última parte de la película se enfoca en el inicio de la reconciliación. Toda separación corpórea y emocional violenta la estabilidad. Nos hace reflexionar acerca de la dimensión trágica de la vida. Tomar distancia. Desalojar el lugar que el otro dejo vacío. Lentamente, abandonar la nostalgia. Romper hábitos, dejar de pisar aquella tierra que nos resultaba tan conocida y adentrarnos en una región ignota. Empezar una vida nueva. ¿Mejor? ¿Peor? Tal vez, diferente. El miedo de las aventuras venideras y, más tarde, tal vez, conocer otro cuerpo y otra forma totalmente distinta de relacionarse. Separar, en suma, un camino en dos direcciones. Las lágrimas terminan por convertirse en el lugar de la esperanza. Buscar refugio en uno mismo, antes de poder ir hacia alguien más. En todo caso, hay que emprender, nuevamente, el lento camino de la soledad
La última escena de la película, el detalle que tiene Nicole con Charlie es revelador. Abre una ventana de luz. ¿El inicio de una resurrección?
Terminan los créditos y empiezan las preguntas. ¿Cómo puede derrumbarse una familia, aparentemente ideal, después de diez años con momentos maravillosos? ¿Como es posible que tras algunas rupturas, dos seres que lo compartieron todo, puedan volver a ser dos perfectos desconocidos o incluso dos enemigos? ¿Se puede recuperar la amistad que había antes y durante el matrimonio, después del divorcio? Con el tiempo, ¿el amor se muere o puede cambiar de forma? ¿Se coloca en un sitio distinto? ¿Cuánto tardan las heridas en sanar?
Historia de un matrimonio es una película excepcional. Drama y comedia en perfecto estado de equilibrio. Como todo buen cine, esta película no es un producto de entretenimiento sino, reitero, una experiencia humana y profunda.