Marco Antonio Medina Pérez
Carlos Pellicer encarnó en sus manos el trópico, en su alma las horas de junio y en su mente el pensamiento bolivariano. Además, redimió la efigie franciscana para la fe que profesaba y la reivindicación de la cultura, el arte y el patrimonio indígenas como parte indispensable de nuestra identidad americana. Como pocos en nuestra República de poetas, poseyó una paleta de colores tan extensa y tan viva, pletórica de sensaciones tan desnudas, que sólo la otorga el paisaje exuberante, la brisa pródiga y diversa y el poderío del sol en su diario reinado por estas tierras. Cantó y oró por la brillantez del paisaje hasta hacerlo una religión, como lo describe José Vasconcelos.
Leyendo estos versos he pensado en una religión nueva que alguna vez soñé predicar: la religión del paisaje; la devoción de la belleza exterior, limpia y grandiosa, sin interpretaciones y sin deformaciones; como lenguaje directo de la gracia divina.
(José Vasconcelos Presentación del Poema Piedra de Sacrificios)
Porque la descripción mas certera del Pellicer poético, político y humano es la de haber ejercido apasionadamente cada tarea que hizo suya como una religión, con la devoción por el arte, la polis, la historia y el compromiso con la fe franciscana. Dice el poeta, ya desde sus primeros poemas:
En medio de la dicha de mi vida
deténgame a decir que el mundo es bueno
por la divina gracia de la herida
Esa virtud de lo bueno lo convierte en hacedor de paisajes, sembrador de museos, gestiones liberadoras para las comunidades, participación política y religiosa basadas, ambas, en una mezcla de amor franciscano y del socialismo que era anhelado en las primeras comunidades cristianas. Llegó a ejercer un ministerio religioso en todo lo que topó a su paso, tocando incluso los límites de la vehemencia retórica sin sacrificar la construcción poética ni la genuina solidaridad humana. Hizo de la brillantez que poseía una reunión de ética poética, política y de amor al prójimo, producto de una devoción multifacética que se abría paso entre el deber y el ser de la expresión artística y humana que poseía. Se dolía de poseer tanto de los dones de la naturaleza en su dominio personal, que tuvo que aprender a transformarlos en humildad y responsabilidad:
Trópico, para qué me diste
Las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
Se llenará de sol.
Ese fervor por los colores y el paisaje no se detuvo en el trópico. Es más, lleva la libertad y la claridad que ha aprendido en su entorno originario a las más variadas regiones de Europa y Latinoamérica. Las posibilidades crecen en otras latitudes y las ejerce a plenitud el Hacedor:
Jugaré con las casas de Curazao,
pondré el mar a la izquierda
y haré más puentes movedizos
lo que diga el poeta!
La devoción y los viajes lo condujeron a algo mayor, a amar las tierras americanas todas, y con ellas, la historia de nuestra América y a revivir el sueño bolivariano. En su canto a Bolívar expresa, confundiendo al héroe civil con su perfil divino:
Señor: he aquí a tu pueblo; bendícelo y perdónalo.
Por ti todos los bosques son bosques de laurel.
Quien destronó a la Gloria para suplirla, puede
( A Bolívar)
juntar todos los siglos para exprimir el bien
Y el sueño de Bolívar se funde nuevamente en colores, ética, bondad, ideales de transformación:
¡Libertador de América,
Líbranos del egoísmo y del rencor, de la hipocresía y de la envidia,
Pues sobre toda catástrofe fulgurabas amor!
Y ese ideal se vuelve otro culto, de los muchos que ejerció el poeta. Decía José Vasconcelos, quien contribuyó con mucho a definir el carácter y la significación artística del poeta:
Pertenece Carlos Pellicer a la nueva familia internacional que tiene por patria el Continente y por estirpe la gente toda de habla española.
(José Vasconcelos.- Presentación del Poema Piedra de Sacrificios, Poema Iberoamericano, 1924)
La hazaña pelliceriana fue haber reunido en un solo espacio y tiempo una vida con su obra, una ideología con su quehacer político, una teoría poética con su práctica de vuelo. Fue Pellicer sembrador de versos y de huellas profundas. Aquí sólo se hace un intento por vincular la religiosidad asumida en sus múltiples actividades con la voz poética por todos conocida. Las lecciones de Pellicer en nuestras vidas, en lecturas y poemas, en conductas políticas, son enormes y variadas. Habrá que abrir más los ojos y la conciencia a todos los momentos, versos y pasos que están comprometidos con la obra del maestro Pellicer. Hoy recordamos, es decir, damos vida en nuestra memoria, la enorme Obra y la Vida de un poeta que caminó por estos pasillos del quehacer legislativo persiguiendo la misma misión que tuvo en su largo recorrido por el Mundo: Hacer de la vida misma una manera de realizar la poesía, de llevarla a cabo, de ejercerla, como una religión única que se concreta en cada paso del ser humano.