Retrato político de Octavio Paz

A las nueve de la mañana del 27 de abril de 1880 se dio el primer duelo a muerte en nuestro país, durante el periodo presidencial del General  Porfirio Díaz. El escritor y periodista Ireneo Paz Flores, dueño del diario La Patria ilustrada, arengaba enfurecido contra el director de otro diario de la época, La libertad, don Santiago Sierra Méndez —ni más ni menos que hermano de don Justo Sierra—, quien no dudó en retarlo a muerte en las afueras de la Ciudad de México.  Sierra perdió el desafío en los bosques de Tlalnepantla, del Estado de México: solo bastó un balazo. Su cuerpo quedó ahí, tendido ante los rayos del sol. Después del incidente Porfirio Díaz intervino directamente para intentar legislar contra esa práctica bárbara, el duelo, herencia de los españoles para resolver los conflictos entre, se decía, la gente de bien.

        Octavio Paz escribió un poema en su libro Pasado en claro:


Mi abuelo, al tomar café,
Me hablaba de Juárez y de Porfirio,
Los zuavos y los plateados,
Y el mantel olía a pólvora.

Ireneo Paz Flores (1836-1924), fue el primero en publicar, en 1889, las famosas calaveras catrinas del caricaturista José Guadalupe Posada, de quien recordamos su centenario en 2013. Paz Flores era abogado, novelista histórico, impresor, poeta satírico de “buen nivel”, según escribió Carlos Monsiváis. Era un porfirista consumado, enemigo de Sebastián Lerdo de Tejada. Él mismo lo cuenta en su libro Algunas campañas:

“Le quise mucho y admiré sus buenas cualidades, pero no estuve ciego para ver que sobre el inestable beneficio de la paz idiota que pudo proporcionarnos, acabó con el prestigio de las instituciones democráticas, dándonos una República de puro nombre. Así lo comprendieron todos los liberales, pero ninguno se atrevió a decírselo…”

Ireneo Paz pasó sus últimos años al lado de su nieto, Octavio Paz —cargado en sus rodillas—, hijo de Octavio Paz Solórzano y Josefina Lozano. Con su padre fue benevolente en el mismo poema donde recuerda a su abuelo:


Mi padre, al tomar la copa,
Me hablaba de Zapata y de Villa,
Soto y Gama y los Flores Magón.
Y el mantel olía a pólvora.

Con Pepita Lozano, hija de españoles, andaluza, no fue muy elogioso, resulta hasta inclemente:


…Niña de mil años,
Madre del mundo, huérfana de mí,
Abnegada, feroz, obtusa, providente,
Jilguera, perra, hormiga, jabalina.
Carta de amor con faltas de lenguaje,
Mi madre: pan que yo cortaba
Con su propio cuchillo cada día.

En La patria ilustrada del abuelo, leemos el nacimiento de su nieto, Octavio Paz Lozano:

“Tuvo esta mañana su primer alumbramiento la esposa del licenciado Octavio Paz, hijo de nuestro director dando luz a un robusto infante. Mucho le celebramos, y que sea para bien de la familia y de la patria, que contarán con un nuevo defensor de la autonomía.”

Era el 31 de marzo de 1914 en la Villa de Mixcoac: en la casa número 8 de Ireneo Paz nació el hijo único del matrimonio, en un barrio alejado de la Ciudad de México por aquel entonces. En Mixcoac Octavio Paz dio sus primeros pasos, mientras su padre, abogado, antizapatista primero y partidario del dictador Victoriano Huerta, termina siendo, a partir de 1914, un correo entre los zapatistas de la Ciudad de México y el Ejército del Sur. Fue nombrado por Emiliano Zapata su representante en los Estados Unidos. A su regreso en 1920 dice adiós a la política y el 8 de marzo de 1936 muere Octavio Paz Solórzano, a los 56 años. La del padre era una presencia ausente, constante, por sus compromisos políticos. Octavio Paz lo recuerda en un poema de su libro, Pasado en claro:


Del vómito a la sed,
Atado al potro del alcohol,
Mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes rieles
De una estación de moscas y de polvo
Una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
Esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
Yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
Entre escombros anónimos.

El medio en el que se envolvió la infancia de Paz fue conservador. Escribe Carlos Monsiváis en su libro Adonde yo soy tú somos nosotros. Octavio Paz: crónica de vida y obra:

“Paz se involucra desde adolescente en una gran aventura intelectual y política, en las polémicas interminables, en la incesante pelea con las ideocracias. El mantel ya no retiene el olor a pólvora, pero Paz dispone el final de una gran obra y de las experiencias y temas de siete décadas de ejercicio de la poesía y de batallas culturales y políticas de alto rango”.

 A principios de siglo, la casa de Mixcoac, bonanza de la élite porfirista, era una enorme y moderna finca de veraneo. La describe Fernando Vizcaíno en su libro La razón ardiente

“Estaba provista de jardines, alberca, frontón, dos kioskos, mesas de billar, y boliche, así como de amplias recámaras, salón de té, biblioteca y una pieza donde Ireneo Paz guardaba armas de fuego, espadines y otros instrumentos para práctica del florete…El año que nació Octavio la casa ya estaba estropeada: el antiguo régimen se había derrumbado y la familia empobrecido…”

No es gratuito el poema de Paz sobre esa casa, una evocación sin complacencia:


Casa grande,
Encallada en el tiempo
Azolvado. La plaza, los árboles enormes
Donde anidaba el sol, la iglesia enana…

Mis palabras,
Al hablar de la casa, se agrietan.
Cuartos y cuartos habitados
Sólo por fantasmas,
Sólo por el rencor de los mayores
Habitados. Familias,
Criaderos de alacranes:
Como a los perros dan con la pitanza
Vidrio molido, nos alimentan con sus odios
Y la ambición dudosa de ser alguien.

Ahí pasó Ireneo Paz sus días de olvido por la historia. Su nieto lo recuerda en una entrevista a Napoleón Rodríguez:

“Conocí a mi abuelo y el recuerdo que tengo de él es el de un hombre muy bondadoso, tierno y de gran afición por las armas de fuego y la práctica de florete. Pero más que afición por las armas, tenía afición por los libros. Tengo su imagen bien grabada: un hombre delgado, de estatura media, rostro mestizo, bromista, irónico, alerta a todo, crítico, estricto pero cariñoso.”

A 15 días del nacimiento de Paz, las pláticas en el hogar eran el fortalecimiento del ejército de Zapata, las acometidas de Francisco Villa y el rumor de que la marina de los Estados Unidos invadiría a México. Y así fue: el 21 de abril de 1914 Estados Unidos, con 44 barcos de guerra, sin previo aviso, invadieron el Estado de Veracruz, en el Golfo de México. Invasión que duró seis meses, con argumentos falaces de que el gobierno norteamericano se sentía ofendido por el gobierno del golpista, Victoriano Huerta, el mismo que había contado con el beneplácito estadounidense y ahora, con el del presidente Woodrow Wilson, se le desconocía. Con la mediación de los países de Argentina, Brasil y Chile se logró evitar que la intervención desencadenara en una guerra total. Hasta el 23 de noviembre del mismo año, el General Cándido Aguilar pudo recuperar el puerto de Veracruz una vez que las tropas estadounidenses se retiraron.

Octavio Paz apenas cumplía siete meses desde su nacimiento. Su herencia fue una casa antigua cuyos muros se desmoronaban mientras él crecía hacia la adolescencia. Si el barrio de Mixcoac fue el deslumbramiento de su infancia donde los juegos fueron el trompo, las canicas, el parque, las carreras, los tropezones, en el Centro Histórico de la Ciudad de México Paz se deslumbraba con las maravillas de la arquitectura. Sus clases en la Escuela Nacional Preparatoria quedan plasmadas en el poema “Nocturno de San Ildefonso”:


Barrio dormido.
Andamos por galerías de ecos,
Entre imágenes rotas:
Nuestra historia.
Callada nación de las piedras.
Iglesias,
Vegetación de cúpulas,
Sus fachadas
Petrificados jardines de símbolos.

Biografía no velada

Para 1930 la Ciudad de México tenía apenas tres millones de habitantes. Paz evoca este periodo formativo en su libro Itinerario:

“Avidez cultural: la vida y los libros, la calle y la celda, los bares y la soledad entre la multitud de los cines. Descubríamos a la ciudad, al sexo, al alcohol, a la amistad. Todos esos encuentros y descubrimientos se confundían inmediatamente con las imágenes y las teorías que brotaban de nuestras desordenadas lecturas y conversaciones…Leíamos los catecismos marxistas de Bujarin y Pléjanov para, al día siguiente, hundirnos en la lectura de las páginas eléctricas de La gaya ciencia o en la prosa elefantina de La decadencia de occidente.”

Octavio Paz, Consuelo Sáizar, Carlos Monsiváis, Braulio Peralta y Elena Poniatowska, en la presentación de El poeta en su Tierra. Diálogos con Octavio Paz. 1996. Foto: Rogelio Cuéllar.

Existe una autobiografía velada en la obra de Octavio Paz. Si leemos sus poemas, ensayos o entrevistas, o en sus primeros biógrafos, todos acuden a su palabra para descubrir su mundo más privado. Carlos Monsiváis lo apunta muy bien:

“En muy distintos textos Paz escribe fragmentos de su autobiografía. Nunca lo hace de modo explícito y cronológico, es muy reservado en lo emotivo, no describe procesos para él fundamentales, cuenta muy poco de su paso por la diplomacia, pero su autobiografía de ideas es amplísima”.

Nada le fue ajeno en materia literaria. Todo le sorprendió de los escritores como José Juan Tablada, Ramón López Velarde, o José Vasconcelos y Alfonso Reyes. Y con menos entusiasmo escribe de Martín Luis Guzmán, Pedro Henríquez Ureña o Julio Torri. Se ocupa ampliamente del grupo Contemporáneos: Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Jorge Cuesta, Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Gilberto Owen, Enrique González Rojo y Salvador Novo. Los conoció y leyó a todos, sin excepción. Fue alumno de Carlos Pellicer, que le dio literatura hispanoamericana, en 1931. Le perturbaba el cinismo y las provocaciones de Novo, “casi como un desafío, su voluntad de ser moderno”, escribió. También los criticó duramente como grupo literario. Escribió tajante:

“En ninguno de los Contemporáneos aparecen ‘los otros’, esos hombres y mujeres  de toda condición con los que, día a día, hablamos y nos cruzamos en calles, oficinas, templos, autobuses. En Pellicer hay montañas, ríos, árboles, ruinas, también hay héroes y villanos estereotipados, pero no hay gente. Dos maneras opuestas y en el fondo coincidentes de anular a los ‘otros’; en Novo la gente se vuelve objeto de escarnio y befa; en Torres Bodet es tema de apólogos edificantes y adocenados. En los poemas de Gorostiza, Villaurrutia y Ortiz de Montellano no hay nadie; todos y todo se han vuelto reflejos de espectro.”

Paz hace esta crítica a los Contemporáneos,  porque en la que él escribe, sí se ocupa de un sistema de creencias políticas y literarias que se concentra y disemina en la obra y en su afán polémico. No es gratuito en su libro Piedra de Sol, el no quiere estar alejado del mundo en el campo literario. Le importa la religión, las creencias, los usos y costumbres, la magia y las revoluciones universales. Para él, los Contemporáneos fueron ajenos a sus propios intereses literarios.

Es el poeta que siendo aun joven, en 1936, escribe un poema contra Francisco Franco y a favor de la guerra civil española. Ese dictador Franco, que fue apoyado por la derecha feudal, la iglesia católica y los regímenes de Hitler y Mussolini. Dice en el poema “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”:


Has muerto, camarada,
En el ardiente amanecer del mundo.
Has muerto cuando apenas
Tu mundo, nuestro mundo, amanecía.
Llevabas en los ojos, en el pecho,
Tras el gesto implacable de la boca,
Un claro sonreír, un alba pura.

Te imagino cercado por las balas,
Por la rabia y el odio pantanoso,
Como relámpago caído y agua
Prisionera de rocas y negrura.

Te imagino tirado en lodazales,
Sin máscara, sonriente,
Tocando, ya sin tacto,
Las manos camaradas que soñabas.

Has muerto entre los tuyos, por los tuyos.

Un poema que no le gusta a Octavio Paz. Dijo en entrevista:

—Es un poema de juventud. Tal vez fue un error estético, aunque no reniego del impulso que me llevó a hacerlo. Por eso lo he incluido en el volumen que reúne mis obras poéticas…Mis poemas responden (o corresponden) a ciertas circunstancias de mi vida y esas circunstancias, a veces, están teñidas de política. La poesía nace de la sociedad y está hecha con palabras que son el alma de la sociedad. Si hay algo colectivo en el hombre, es el lenguaje: una propiedad común. Esa es la verdadera propiedad colectiva. Es natural que un poema que está hecho de palabras tenga que ver con las pasiones colectivas, con las situaciones colectivas.

        Octavio Paz dio repaso a todas las ideologías en su literatura: desde las teorías escritas sobre el Estado, sobre la sociedad y la economía. Se ocupó del liberalismo, el positivismo, el marxismo, el leninismo. Asume sus influencias de Marx, Engels, Comte, Weber, Trotski, Freud y Nietzsche. Se considera a sí mismo un interlocutor de la izquierda. Decía en entrevista:

—Nací con la izquierda. Me eduqué en el culto a la Revolución Francesa y al liberalismo mexicano. En mi juventud hice mía la gran y prometeica tentativa comunista por cambiar al mundo. La idea revolucionaria fue y es un proyecto generoso…No soy más incómodo que León Trotski: no oso compararme con él pero subrayo con su ejemplo la incapacidad que ha mostrado la izquierda para soportar a sus críticos…Es tonto y mezquino llamarme anticomunista. Tonto porque no me define; mezquino porque se me quiere reducir a un anti…

        Tampoco se asume como reaccionario. Dice:

—Reaccionario es un adjetivo, no una razón. Siempre creí—y creo— que mi interlocutor natural era el intelectual llamado de izquierda. Pero esos intelectuales no hablan con razones: contestan con adjetivos. ¿Son de izquierda?

        Otras voces, otros ámbitos

        Octavio Paz salió de su casa en 1937, abandonó los estudios universitarios y la Ciudad de México.  En Mérida escribió de los campesinos mayas en un poema, “Entre la piedra y la flor”. Le impresionaron las condiciones de miseria en que viven millones de mexicanos, atados al cultivo del henequén. Cuando recibió el Nobel de Literatura –el 10 de diciembre de  1990–, no dudó en hablar de los campesinos y decir en entrevista:

—Parte del poderío del PRI se debe  a ese monopolio sobre los campesinos. Una de las formas de democratizar a México sería devolverles la tierra a los campesinos…Los campesinos dejarían de ser menores de edad y así comenzaría su modernización. No olvide que no hay una Revolución Mexicana: hay muchas. Una, la revolución democrática de Madero, que aún no se realiza. Otra, la modernización económica que comenzó con Plutarco Elías Calles y que está en vías de realizarse…

        1937 fue el año en que también fue a España  invitado para asistir al Segundo Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura.

        Para 1941, con apenas 27 años ya tenía un rico historial. Escribe  Fernando Vizcaíno en La Razón ardiente:

“Estudios de derecho, creación, por encargo oficial, de una escuela; asistencia al II Congreso Internacional de Escritores; fundación de tres revistas en las que colaboraron poetas de la talla de Xavier Villaurrutia, Alfonso Reyes, Salvador Novo y Rafael Alberti; diversos artículos sobre temas nacionales como universales; varios libros publicados de poesía y una compilación de poesía hispanoamericana…En 1943 ganaría su primer premio: cien pesos y un libro de la editorial Séneca, como premio de un concurso de ensayo, cuyo jurado formaban Alfonso Reyes, Julio Torri y José Bergamín. Y para 1944 conquistó la prestigiada Beca Guggenheim, por lo que se fue a vivir a Estados Unidos (viaje del que surgiría el libro El laberinto de la soledad). Lo que seguía, en 1946 era la embajada mexicana en París, hasta 1951. 

Ya desde 1941 discutía con el poeta chileno  Pablo Neruda porque Octavio Paz era contrario a la poesía partidista. No era gratuito que escribiera en 1950:

“La URSS es joven y su aristocracia todavía no ha tenido el tiempo histórico necesario para consolidar su poder. De ahí su ferocidad . Esta circunstancia, tanto como las necesidades de la guerra y de la industrialización a todo vapor, explica los campos de trabajo forzados, las purgas, las deportaciones en masa y el estajanovismo. Es inexacto , por lo tanto, decir que la experiencia soviética condena al socialismo. La planificación de la economía y la expropiación de capitalistas y latifundistas no engendran automáticamente el socialismo, pero tampoco producen inexorablemente los campos de trabajo forzados, la esclavitud y la deificación en vida del jefe. Los crímenes del régimen burocrático son suyos y bien suyos, no del socialismo”.

Desde la década de los 50 se volvió crítico del socialismo en la Unión Soviética: denunció los campos de concentración donde murieron muchos intelectuales. Dijo:

“Los campos son algo más que una aberración moral, algo más que el fruto de una necesidad política: son una función económica. Al transformar el sentido de la pena, el condenado se convierte en útil, es decir es un instrumento de trabajo en manos del Estado. El trabajo correctivo no es sólo expresión de la política del régimen; también lo es de su estructura social”.

La guerra con la izquierda estaba declarada. A Octavio Paz, de la noche a la mañana y en los largos años que siguen, la izquierda lo convirtió en  su enemigo, inmerecidamente porque él siempre denunció los capitalismos, el status quo del PRI, también, sin negar la crítica a los socialismos de la Unión Soviética, primero, de Cuba más tarde y finalmente de las guerras en Centroamérica, como Nicaragua y El Salvador. No son gratuitos sus enfrentamientos con Pablo Neruda, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, entre otros, hasta la confrontación pública de aquel debate entre él y Carlos Monsiváis que, al final, terminó en amistad. Hubo una reconciliación con Pablo Neruda y con Julio Cortázar también.

Recuerdo con gusto siempre una dedicatoria a este reportero, que ejemplifica su sentir como poeta y pensador:

“Las diferencias no son enemistades”.

A pesar de sus críticas a la izquierda, en 1968 vino  uno de los momentos donde el sentir general de afecto y admiración por el poeta se dejó sentir en la patria nacional y en el mundo intelectual: Octavio Paz renuncia a la embajada de México en la India y escribe un poema:


La vergüenza es ira
Vuelta contra uno mismo:
Si
Una nación entera se avergüenza
Es león que se agazapa
Para saltar.
(Los empleados
Municipales lavan la sangre
En la Plaza de los Sacrificios.)

¿Quién no recuerda la matanza de Tlatelolco? Octavio Paz le renuncia al presidente Gustavo Díaz Ordaz.

10 de diciembre de 1990

Quiero recordar que Octavio Paz es un hombre que ha sido satanizado por la izquierda poco democrática. Quiero recordar que, en 1984, su figura en cartón fue quemada por fanáticos en una manifestación frente a la Embajada de los Estados Unidos. Quiero recordar que hay gente que se atreve a decir sin pruebas de ninguna especie que el Premio Nobel 1990 se lo dio Televisa y el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Nada de eso es verdad y perdemos todos cuando la historia de un hombre se tergiversa por cuestiones ideológicas.

Quiero recordar que hace 30 años, en Estocolmo, Octavio Paz recibió el Premio Nobel de Literatura 1990. Este texto pretende ser un testimonio de la palabra escrita y la historia, con la poesía de un hombre comprometido con su propia palabra a través de la poesía. No hay más que añadir. Acaso que hay que leerlo sin prejuicios, con la convicción de que un poeta es puente de contacto con las múltiples realidades de la vida.

No quiero hacerme bolas con la historia de las ideologías pero sí recordar que el concepto de “socialismo utópico” nació en 1623 con Tomás Moro en su libro La ciudad del Sol. Marx y Engels convierten ese concepto en “socialismo científico”, en su libro de El manifiesto comunista, de 1848, para después escribir El capital, en 1867. Luego vendría la revolución rusa, entre febrero y octubre de 1917, con que nace el concepto de socialismo para definir a un estado por el lado de la izquierda. De ahí surgen todas las izquierdas, y las guerras ideológicas de los pensadores en México. Todo esto para decir algo muy simple: Octavio Paz viene de esas ideas, de esos conceptos, de ese humanismo, como se le llamaba en el Renacimiento a los conceptos de los derechos civiles del hombre.

Larga vida a la poesía, los ensayos, el teatro y los testimonios escritos por lo que llamé a mi libro El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz.

Que nunca terminen las confrontaciones como punto de encuentro.


Fuentes consultadas:
Octavio Paz, Poemas(1935-1975). Seix Barral
Octavio Paz, Obras completas, FCE.
Octavio Paz Solórzano, Hoguera que fue, UAMXochimilco.
Carlos Monsiváis, Adonde yo soy tú somos nosotros. Octavio Paz: crónica de vida y obra, Raya en el agua.
Fernando Vizcaíno, Biografía política de Octavio Paz o La razón ardiente, Algazara.
Braulio Peralta, El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, Grijalbo/Raya en el agua.


Braulio Peralta
Braulio Peralta
Estudió las carreras de Periodismo y Literatura, en la UNAM, e Historia del Arte en el Museo del Prado, en Madrid, España. Ha trabajado por alrededor de 40 años el periodismo cultural, por el que ha obtenido algunos premios, entre ellos: “El Gallo Pitagórico”, en el marco del Festival Internacional Cervantino, en 1981. El “Homenaje de Premio Nacional de Periodismo Cultural ‘Fernando Benítez’”, en 2003, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El Nacional de Testimonio Chihuahua, en 2005. Y un premio internacional: Pen Club a la “excelencia periodística”, en 2011, por sus artículos sobre los derechos humanos de las minorías. Fue director editorial de Random House Mondadori y editor del Grupo Editorial Planeta. Ha publicado los libros: De un mundo raro (editorial Conaculta, 1998). El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz (1998). El clóset de cristal (2016) y Otros nombres del arcoíris (2017) . Es coautor de varios libros colectivos y otro tanto de antologías. No ha renunciado a su oficio desde que empezó a escribir en los diarios, primero el Unomásuno, y después como fundador del diario La Jornada. Escribe actualmente en el diario Milenio y en la revista Praxis, que se edita en Tuxpan, Veracruz, donde nació un 26 de noviembre de 1953. Puedes contactarlo a su email: juanamoza@gmail.com
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