“¿Hay algún sentido en mi vida que
no será destruido por la inevitable muerte que me espera?”

León Tolstói

El escritor León Tolstói tiene cincuenta y un años (nació en 1828), una buena salud, una finca enorme en el campo, dinero de sobra, una esposa amable, cariñosa e inteligente (escritora, copista y fotógrafa) y trece hijos. Tolstói ha sido candidato al Premio Nobel de literatura y al Premio Nobel de la Paz y ya publicado las novelas Guerra y paz y Ana Karénina, dos de las más importantes de la literatura universal y se ha consagrado (junto a Chejov y a Dostoievski), como uno de los escritores más importantes de su natal Rusia y del mundo entero. Tolstói, además, cuenta con la admiración y el cariño de sus compatriotas. Para la mayoría, esto debería de hacerlo feliz. No obstante, el escritor ha caído en una profunda depresión. En un estado emocional que compara con una enfermedad grave. Respira, come, bebe y duerme porque hay vida en él —piensa— , pero ya no se trata de una verdadera vida, sino de un conjunto de funciones automáticas que lo mantienen en el mundo, pero que no le proporcionan gratificación alguna. “Es la muerte en vida”, piensa. En medio de aquella oscuridad, Tolstói ha dejado de llevar su rifle en sus paseos por el campo; tiene miedo de quitarse la vida. Hace demasiado tiempo que piensa en el suicidio.

Hombre repleto de hambre espiritual, Tolstói lucha con los polos de la naturaleza humana. Vida y muerte. Bondad y maldad. Riqueza y pobreza. Burgués, descendiente de lo más alto de la nobleza rusa (sus padres fueron el conde Nikolái Ilich Tolstói y la condesa Maríya Tolstaya). Como consecuencia de los años de su juventud que pasó recorriendo el Cáucaso o por sus experiencias en el ejército, sobre todo, de los recuerdos de la sangrienta Batalla de Sebastopol, ha sufrido, repentinamente, un fuerte golpe de realidad. Se siente asqueado por la banalidad que acompaña a la fama, por la falsedad de las clases altas rusas y por la injusticia en la que viven los campesinos de su país. Intenta llevar una vida más sencilla.

Cómo se relacionan la moral y la religión: esta es la cuestión central de la visión del mundo de León Tolstoi. Criado en la Iglesia Rusa Ortodoxa, abandonó la religión a los 18 años y, durante su juventud, cuando era un inmaduro aristócrata, fanfarrón y bebedor, llevó una vida disipada, marcada por el libertinaje. Esta cuestión se aborda en todas sus obras.

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Tólstoi, en su paso por el Ejército.
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Con frecuencia piensa en su cadáver, putrefacto y pestilente, siendo devorado por gusanos dentro de un ataúd. Se pregunta para qué ha de seguir haciendo esfuerzos en la vida si, al final, de todas maneras, vendrá la muerte para terminar con todo. “¿Por qué hacer algo?”, se pregunta. “¿Cómo puede el hombre dejar de ver esto? ¿Y cómo seguir viviendo?”. “La vida —dice— es un estúpido fraude”. “La vida, es una broma cruel”.  

Anarquista cristiano, ferviente pacifista, recurre a las doctrinas religiosas y filosóficas para buscar respuestas a sus múltiples y complejas preguntas. Al principio, lanza una fuerte provocación a los cristianos o a los que se dicen cristianos, pero que no practican las enseñanzas de Jesús. “Personas estúpidas, crueles e inmorales que se creen muy importantes”, dice. Evidentemente, ha renunciado a su fe cristiana (que años más tarde volverá a recuperar) en favor de “leer y pensar”. Observa atentamente a cuantos le rodean, quiere averiguar si enfrentan problemas similares al suyo. Sus indagaciones internas y externas lo llevan, una vez más, a la escritura. Pero esta vez no recurre a la ficción, sino a la biografía. El resultado es un libro-itinerario de un alma desesperadamente separada de Dios, abandonada por la gracia y sola. Un alma obsesionada por la idea de la muerte y por la búsqueda del sentido de la vida en medio de un mundo que no tiene sentido.  

El primer impulso de la búsqueda de Tolstói comenzó por la ciencia, a la que dividió en dos partes: la física y la filosofía, pero ninguna de las dos le proporcionaron respuestas satisfactorias. La física describía perfectamente el proceso en el que vivimos y los mecanismos que rigen los acontecimientos del universo y eso, aunque es importante, no era lo que él buscaba. Las segundas, no llegan a respuestas comprobables, sino que se quedan en meras especulaciones imposibles de comprobar. “A medida que la pregunta, “¿por qué?”, se vuelve más importante, y la respuesta más difícil y quizás incluso más incógnita, la desesperación y la ansiedad se apoderan de nosotros”, dice Tolstói en una de sus confesiones. Las respuestas dogmáticas que dan las religiones organizadas también lo decepcionan. En cambio, la fe… eso es distinto. Tolstói cree en la potencia arrolladora de la fe.

Para encontrar el sentido de la vida, Tolstói identificó que las personas utilizaban cuatro enfoques:

  1. La ignorancia: proviene de no comprender que la vida es un absurdo.
  2. El epicureísmo: consiste en aprovechar (a pesar de que la vida sea un absurdo), las ventajas que se tienen y disfrutar los placeres inmediatos y materiales. Este segundo enfoque, pensó, es el que tiene la mayoría de la gente de la burguesía y lo consideraba una forma de evasión que, al final, los alejaba de una vida íntegra. Él mismo, en su juventud, no había alcanzado a comprender el sentido del epicureísmo y se había convertido en un hedonista.
  3. La fuerza y la energía: el suicidio,que implica ponerle fin a esta mala broma. Tolstói consideraba, igual que los estoicos, al suicidio como una manera digna de rechazar la vida cuando esta se torna insoportable.
  4. Aferrarse a la vida: vivir la vida de la mejor manera posible, a pesar de ser conscientes de que el final será la muerte y vivirla de manera virtuosa.

Es después de la primera mitad de Confesión, cuando Tolstói empieza a tener un cambio en su enfoque y en su sensibilidad. Cita pasajes de la Biblia y, de pronto, tiene una especie de conversión cristiana, tan radical, que nos recuerda a otro libro de confesiones, las Confesiones de san Agustín. Declara que empezará a ir a la Iglesia y participará en los sacramentos. Sin embargo, no consigue desembarazarse de su pasado, que le estorba y al que carga como una cruz.

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El hallazgo más importante de su búsqueda lo encuentra entre la gente sencilla, entre los campesinos (recordemos que Rusia era un feudalismo y que las élites vivían en condiciones de enorme privilegio, mientras que la gente del campo vivía en condiciones de extrema miseria). “La gente pobre, sencilla e inculta, el pueblo trabajador, conocía el significado de la vida y la muerte, soportaba el sufrimiento y las dificultades y, sin embargo, encontraba una tremenda felicidad en la vida. Para ellos, la incertidumbre, la incomodidad y el trabajo aburrido forman parte de la vida. En contraste con lo que vi que ocurría en mi propio círculo, donde toda la gente se dedica a la ociosidad y a la diversión.”, escribe Tolstói, al tiempo que estudia las observaciones que ha hecho en las visitas que hace a las aldeas.

Tolstói observa que, así como la gente sencilla y menos culta es más feliz, la gente, entre más inteligente es, menos comprende el sentido de la vida y más atormentada resulta. Sus diálogos internos suelen ser más complejos y requieren ser guiados sabiamente para que no caigan en el pesimismo.

Uno de los puntos más destacables de Confesión, son las reflexiones que, muchas veces en forma de preguntas, Tolstói hace sobre esas mismas confesiones. Tolstói, al mismo tiempo que revela una experiencia, un pensamiento, una reflexión, una observación, lo analiza con asombrosa profundidad. Preguntas similares seguirá haciendo en sus obras posteriores. “¿Por qué has hecho todo esto? ¿Por qué me has traído aquí? ¿Por qué, por qué me atormentas tan horriblemente?”, Pregunta a Dios, en su lecho de muerte, el protagonista de La muerte de Ivan Ilich, después de darse cuenta de que ha llevado una vida mediocre y que sólo su criado le trata con verdadera compasión.

Una de sus observaciones más interesantes de Confesión, desde mi punto de vista, aparece en un párrafo en el que Tolstói asegura que una parte importante de nuestra insatisfacción con la vida nos sucede porque “no nos gusta lo que hacemos”.

“En efecto, un pájaro está hecho de tal manera que puede volar, recoger comida y construir un nido, y cuando veo a un pájaro haciendo estas cosas me alegro. Cuando lo hacen estoy seguro de que son felices y de que sus vidas tienen sentido. ¿Qué debe hacer el hombre?”. Y enseguida responde: “También él debe trabajar para su existencia, al igual que los animales, pero con la diferencia de que él sabe que perecerá”.

Sin embargo, observa que no todo el mundo puede dedicarse a lo que le gusta. Por otra parte, la actividad de todo ser humano, no importa cual sea, está siempre llena de dificultades. Entonces, piensa que cuando aceptamos nuestras dificultades como parte integrante de nuestro ser, en lugar de quejarnos de ellas como un dolor temporal que desaparecerá, podremos comenzar a vivir en paz. En pocas palabras, todo es cuestión de llegar a la aceptación de las propias circunstancias que no se pueden cambiar y a reconocer que siempre estarán ahí. No se debe luchar contra ellas. Sólo observarlas y atenderlas.  

Esa conciencia que sólo el hombre, entre todos los seres vivos tiene de que va a morir le causa un enorme desasosiego. En La muerte de Iván Ilich la conciencia de la propia muerte es la condición más íntima y misteriosa de la experiencia humana, precisamente, porque apela a aquello que lo hace único e irrepetible. Gracias a que sabemos que vamos a morir, nuestra existencia nos pertenece plenamente. La muerte es una reivindicación de la propia vida. Lo que la conciencia de la muerte hace es obligar al ser humano a despojarse de la máscara que el rol social que interpreta le ha puesto y mostrarle su verdadero yo.

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En una de sus últimas confesiones, Tolstói habla de cómo consigue salir de aquel estado de desesperación en el que se encontraba: “Mi camino de vuelta a la paz, y para salir de la depresión y la desesperación, era volver a conectar con la humanidad y hacer mi parte, trabajando junto a los demás”. El sentido de la vida consiste en que ayudemos a nuestros semejantes con sus dificultades y en eso se basa en gran parte el pensamiento del escritor ruso. Que los ayudemos de verdad, con todas nuestras posibilidades. Para Tolstói la solidaridad nos aporta el sentido más grande que podemos darle a nuestra fugaz existencia.  

Como muestra de lo anterior, en los últimos días de su vida, Tolstói escapó de su propiedad y de su mujer y trató de donar sus bienes a los pobres, pero ella y algunos de sus amigos lo impidieron. Durante su periplo, contrajo neumonía y murió en la estación de ferrocarril Astápovo (ahora Estación Lev Tolstoy). Tenía ochenta y dos años. Stefan Zweig, el escritor austriaco, narró en Momentos estelares de la humanidad este acontecimiento. Lo tituló: La huida hacia Dios. Título brillante y acertado.

Durante su búsqueda por el sentido de la vida, Tolstói hizo numerosos cambios en su estilo de vida, cambios que, de alguna manera, predijeron la modernidad. Se convirtió en vegetariano (le preocupaba la violencia que se ejercía contra los animales para matarlos y comerlos), cuidaba el medio ambiente y montaba en bicicleta. Una autora alemana compara al barbudo Tolstói, llevando este estilo de vida, con los hípsters de hoy.

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Tolstói y su mujer
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Los primeros años de la carrera de escritor,Tolstói escribió un gran número de cuentos magistrales y tres novelas de iniciación: Infancia (1852), Adolescencia (1854) y Juventud (1856). Más tarde, en Felicidad conyugal (1858), abordó el tema del amor que no tiene como epicentro de la relación el sexo, sino que mira hacia el futuro, cuando queden dos seres humanos que tengan que lidiar cada día con el aburrimiento, con sus propias necesidades, intereses y deseos y, al mismo tiempo, con las de su pareja. Los cosacos (1863), narra los hábitos y el carácter de los habitantes del Cáucaso, pueblo orgulloso y primario, libre y celoso de su autonomía, distribuido a lo largo de las fronteras del imperio zarista. Guerra y paz (1865-1869), ambientada en las luchas napoleónicas, es considerada por muchos críticos como la mejor novela de la historia. Ana Karénina (1875-1877), a la que Tolstói consideraba como su primera novela, era para Dostoievski, el otro titán de la literatura rusa, una “verdadera obra de arte”. A esta siguió Confesión, la obra que marca el texto que nos ocupa; el despertar espiritual de un genio y marca un punto de inflexión en la literatura de Tolstói. Cinco años después de Confesión, que fue publicada en 1881, publicó La muerte de Iván Ilich, novela corta o nouvelle, en la que vuelve a tratar los temas del sentido de mediocridad de la vida de un hombre que se enfrenta a la muerte. En la Sonata de Kreutzer, retorna al tema del amor de pareja. La última novela suya que fue publicada en vida del autor fue Resurrección, en la que denuncia el sistema de justicia que ha sido creado por los hombres. De manera póstuma se publicaron dos novelas adicionales: El cupón falso y Hadji Murat.

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El joven Tolstói
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Confesión no es sólo una búsqueda espiritual, sino también una exploración de ideales estéticos que llevan en sí mismos consecuencias religiosas y filosóficas. Algunos de los escritos de Confesión son tan mordaces y están cargados de una espiritualidad de tal intensidad, que pueden cambiar la forma que tenemos de ver a la religión y al mismo Jesucristo. Entre más leo Confesión, más evidentes me parecen los conflictos morales y espirituales que enfrentaba Tolstói. Se convierte menos en un autor religioso que en uno espiritual; es menos dogmático, pero mucho más interesante de leer debido a que, ahora, se atreve a cuestionar su fe estancada. Tolstói luchó toda su vida por formular respuestas a las cuestiones espirituales que se oponían a las instituciones. Pensaba que la religión no hacía a los seres humanos libres, sino que los encadenaba. Su idea central estaba basada en la convicción de que los grandes pensamientos vienen directamente del corazón. Tolstói se peleó con la Iglesia porque defendía las guerras, porque no condenaba la inmensa brecha que había entre los ricos terratenientes y los siervos, y porque no puso los ideales del cristianismo primitivo en el centro. “La Iglesia no me dio lo que esperaba del cristianismo”, dijo.  

“Todo está en Tolstói”, asevera Ricardo San Vicente, profesor de literatura rusa y traductor de autores rusos al español. Al igual que ocurre con Homero, Cervantes o Shakespeare, todos los aspectos de la condición humana están estudiados cuidadosamente en las obras de León Tolstói.

Horas antes de su muerte, el autor de Confesión hizo una última anotación en su diario que muestra claramente su reivindicación final con el cristianismo, tal y como él lo entendía: “Lo único que pido es no pecar. Y que no haya maldad en mí. En este momento no la hay”.

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Estación de ferrocarril Lev Tolstoy, lugar donde el escritor murió en 1910.

Después de Tolstói, muy pocos escritores literarios han seguido el camino de la confesión espiritual y religiosa, porque para el hombre posmoderno, la espiritualidad tiene que ver con la liberación de la religión y con la construcción personal del alma. Si lo analizamos, una gran mayoría de los grandes escritores de la literatura moderna ha sido, incluso, antirreligiosa. En ese sentido, no ha vuelto a haber otro feroz investigador de la espiritualidad y de la relación que el ser humano tiene con la fe cristiana que esté a la altura de León Tolstói.

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Juan Francisco Hernández
Nació en la ciudad de México en 1971. Es tuxpeño por adopción. Sobrino-nieto de Enrique Rodríguez-Cano, durante su adolescencia, vivió en el puerto de Tuxpan, donde estudió parte de la secundaria y de la preparatoria, y donde también trabajó en los ranchos ganaderos, “Los Rodríguez” y “Los Higos”. Más adelante, estudió la licenciatura en administración, una maestría en administración pública y ciencias políticas y cursó, parcialmente, el doctorado en letras modernas. Tiene cursos y diplomados en economía, finanzas bursátiles, creación literaria y guion cinematográfico. Ha dividido su carrera profesional entre el sector bursátil, la literatura, la fotografía documental, la fotografía de retratos y la fotografía urbana, y la docencia. Entre 2005 y 2006 colaboró como promotor cultural en el gobierno municipal de Tuxpan. Ha publicado cinco novelas cortas y un libro de cuentos (con los pseudónimos Juan Saravia y Juan Rodríguez-Cano). Ha publicado más de treinta relatos cortos en diversas revistas especializadas y más de un centenar de artículos. Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos, el «XIV Premio de Narrativa Tirant lo Blanc, 2014», del Orfeó Català de Mèxic. Su novela «Diario de un loco enfermo de cordura», publicada por Ediciones Felou, en 2003, recibió una crítica muy favorable por parte de la doctora Susana Arroyo-Furphy, de la Universidad de Queensland, Australia, y su novela «El tiempo suspendido» fue elogiada por la actriz mexicana, Diana Bracho. Su novela anterior y la novela «La sinfonía interior», publicada por Ediciones Scribere, en Alicante, fueron traducidas al francés y publicadas en Paris, Francia. Ha sido colaborador del diario Ruíz-Healy Times (México), El Diario de Galicia (España), Revista Praxis (Tuxpan, México), Diario Siglo XXI (Valencia, España), Revista Primera Página (México), El coloquio de los perros (Cartagena, España), Revista Nagari (España), Revue Traversees (Luxemburgo-Bélgica), y otros medios. Desde hace 11 años vive en Bélgica, donde es profesor de español (titular de la maestría, por parte del Departamento de Idiomas), orientado a estudiantes de ciencias políticas, ciencias de gestión y ciencias humanas, en la Universidad Católica de Lovaina.