“No me creas si te hablo de la guerra
AKRAM ALKATREB,
Porque hablo de sangre mientras tomo café,
y de tumbas mientras recojo los jacintos en mí
Marj bin Amer, y sobre los asesinos
y seguí riéndome de mis amigos, y sobre el teatro.
Quemado en Alepo y ahora estoy de pie
ante ustedes en este teatro con aire acondicionado […]”
(POETA PALESTINA NACIDA EN 1985)
I
El conflicto bélico
En la fecha en que escribo este artículo se cumplen 26 días desde que Rusia comenzó la invasión de Ucrania, desencadenando una guerra que ha resultado, como todas las guerras, en una estremecedora masacre. Bien lo decía Harry Patch, el último soldado de la I Guerra Mundial en morir (murió en 2009): “La guerra es un asesinato organizado, nada más que eso”. En medio de la desinformación (común en todas las guerras) sabemos, por los medios internacionales que se encuentran en Ucrania y en sus fronteras, que ya hay más de 3,2 millones de refugiados (90 por ciento de los cuáles son mujeres y niños), más de 320 mil ucranianos que vivían en el extranjero y que han vuelto a Ucrania para defender a su país, miles de soldados rusos y ucranianos muertos en combate y civiles asesinados. Todas las regiones del país han sido ferozmente bombardeadas y la ciudad portuaria de Mariupol ha sido totalmente arrasada. De manera paralela al conflicto armado, se llevan a cabo negociaciones diplomáticas que no avanzan como el mundo (sobre todo Ucraia) quisiera. Dicen los expertos que es mucho más difícil terminar una guerra que comenzarla. Nadie sabe el resultado de este conflicto y las especulaciones son muchas y de diversa índole.
En el mejor escenario posible, las negociaciones diplomáticas, podrían detener la guerra y la destrucción masiva que Rusia está llevando a cabo en Ucrania, su país hermano. Pero existen otros escenarios: que Putin terminase devastando al país, como lo hizo con Alepo y que pusiera a un gobierno títere (como el que tiene en Bielorrusia) para que (volviendo al pasado entre ambos países) gobernase a Ucrania. Rusia podría ganar la guerra y la resistencia ucraniana, que ha demostrado ser valerosa, heroica por decir lo menos, llevar a cabo en su territorio una guerra de guerrillas (aquellas que suceden cuando el enemigo de ocupación es tan poderoso, que sólo tácticas de ataque y retirada rápidas de pequeños grupos locales pueden ir diezmando al enemigo) que se le pudiese complicar a Rusia, como le ocurrió a Estados Unidos en Vietnam o en Afganistán, terminando en una guerra de desgaste que, junto con el descontento creciente de la parte del pueblo ruso que no apoya la invasión, acabase con el actual régimen de Moscú, rigurosamente liderado por Putin. O bien, pudiera ocurrir que Putin atacase a un país miembro de la OTAN e iniciara la Tercera Guerra Mundial, evento que sería desastroso para el mundo. Finalmente, el peor de los escenarios posibles: que Rusia lanzara un ataque nuclear, destruyendo, según especialistas en asuntos militares, la civilización como hoy la conocemos. Este último, el mundo parece coincidir en que es un escenario improbable, pero no imposible. La amenaza está latente. El mundo observa.
II
La pequeña Rusia.
Rusos y ucranianos tienen sus orígenes en la Rus de Kiev medieval, pueblo fundado por Oleg, príncipe del clan vikingo conocido como “rus”. Un milenio después de la disolución de la Rus de Kiev, rusos y ucranianos (al igual que los bielorrusos), tomaron caminos separados, conduciendo éstos a una construcción nacional y a la adopción de peculiaridades lingüísticas y culturales diferentes. Con el ascenso de Moscú a una potencia europea en el siglo XVIII, bajo el dominio de Catalina la Grande y la destrucción que llevó a cabo en el Hetmanato cosaco (Estado ucraniano localizado en las regiones centrales y noroccidentales de la actual Ucrania, entre 1648 y 1657), y tras la conquista de Crimea y la partición de Polonia, la independencia de Ucrania se vio frustrada y el país pasó a ser considerado como una “pequeña Rusia”.
La Ucrania soviética floreció como nación en la década de 1920. Pero en la década de 1930, durante la colectivización emprendida por el estado comunista, Stalin llevó a cabo la hambruna de Holodomor, conocida también como el “genocidio ucraniano” (una de las mayores tragedias humanas de las que se tengan memoria y, para muchos historiadores, el mayor de los crímenes cometidos por Stalin durante la época en la que llevó a cabo las purgas soviéticas). En la época de la postguerra continuaron los altibajos, que oscilaban entre la integración y la represión de los ucranianos, por parte de los soviéticos.
Después de 70 años de “rusificación”, El 24 de agosto de 1991, Ucrania renació como país independiente y soberano. En febrero de 2014, durante lo que se conoce como el Euromaidán, cayó el gobierno prorruso de Yanúkovich. Desde mayo de 2019, Volodímir Zelensky es el presidente de Ucrania (el sexto presidente de la República desde su independencia).
La proximidad y la intensidad de las relaciones entre ambos pueblos llevaron a la creación de nuevas formaciones culturales (ejemplos: el bilingüismo de Ucrania o la enorme importancia del gran escritor de origen ucraniano, Nikolái Gógol, creador de la magnífica novela, considerada la primera novela rusa moderna: ‘“Las almas muertas”). De manera que, a pesar de las tensiones vividas a lo largo de la historia entre ambos países, las experiencias compartidas también los llevaron a estrechar de manera importante sus lazos sociales y culturales, hasta llegar a considerarse “pueblos hermanos”.
En el estado multiétnico de Ucrania, alrededor del 75 por ciento de la población son ucranianos. En el país se habla ucraniano, una lengua eslava oriental. Sin embargo, el ruso también se habla ampliamente, ya que alrededor del 20 por ciento de la población es rusa. Sin embargo, desde la independencia de la Unión Soviética (1991), el ruso ya no es un idioma oficial. A pesar de ello, existe una forma mixta oral generalizada del idioma ucraniano con el ruso, el llamado Surschyk. También hay otros idiomas mixtos en algunas ciudades, como el dialecto de Lemberg. Empero, el gobierno ucraniano, que intenta distanciarse lo más posible del ruso, promueve fuertemente el ucraniano como el único idioma nacional.
III
¿Boicot o “rusofobia”?
En su intento por detener la guerra en Ucrania y, ante la posibilidad de que el conflicto escale y se convierta en una Tercera Guerra Mundial (lo anterior, frente a la imposibilidad que tiene la OTAN de llevar a cabo acciones militares directas en contra de Rusia), el mundo ha llevado a cabo una serie de medidas para boicotear, no sólo a la economía rusa sino, todo aquello que suene a “ruso”. Desafortunadamente, la cultura no es la excepción. ¿Deberían desaparecer también de la escena Dostoievski, Tchaikovsky, el ballet ruso, posiblemente, el trigo, el aluminio, el vodka y el té ruso porque Putin ha librado una guerra contra Ucrania? Si bien, Europa y Estados Unidos se han unido para imponer sanciones económicas a Rusia, no hay consenso sobre el boicot cultural.
Éstas son algunas de las acciones que forman parte del boicot cultural:
- Cine: el Festival de Cannes no recibirá a una delegación oficial rusa o a una persona adscrita al gobierno ruso. Varios festivales de cine han tomado decisiones similares, incluso en Glasgow y Estocolmo. El Festival de Cine de Venecia proyectará una obra sobre el tema del conflicto de Donbass de 2014 de forma gratuita (por el contrario, la Berlinale o Festival de Cine de Berlín, condenó la agresión a los cineastas rusos y no se sumó al boicot). Disney, Warner Bros., Sony, Paramount Pictures y Universal están reteniendo las proyecciones de sus películas en Rusia. Se trata del estreno de películas como la nueva de Batman o Morbius.
- La Ópera de Londres ha cancelado las funciones del Ballet Bolshoi en Moscú previstas para el verano.
- La Ópera Metropolitana de Nueva York cortó los lazos con artistas patrocinados por el estado ruso, poniendo en peligro la actuación de Lohengrin que se habría presentado con el Bolshoi.
- La Filarmónica de Múnich y el Festival de Edimburgo también despidieron al director de orquesta ruso Valery Gregiev, amigo de Putin. No siempre son los organizadores los que buscan el instrumento del boicot: en la Bienal de Venecia, que comienza en abril, la exposición rusa ha fracasado debido a la renuncia de los artistas rusos y del mismo curador. El pabellón ruso permanece cerrado en protesta por la matanza de civiles ucranianos y el silencio de los manifestantes rusos.
- Los rusos fueron expulsados del Festival de la Canción de Eurovisión.
- Diversos conciertos se perderán en Rusia después de que varios artistas decidieran renunciar debido a la agresión contra Ucrania. Hablamos de Nick Cave, Franz Ferdinand, The Killers, Iggy Pop y Green Day, entre otros. El popular rapero ruso, Oxxxymiron, también renunció a Rusia como protesta.
- Netflix suspenderá todos sus proyectos en Rusia deteniendo, por ejemplo, el rodaje de una serie de thrillers.
- Los organizadores de la Feria del Libro de Frankfurt y la Feria del Libro Infantil y de Ilustración de Bolonia han suspendido la cooperación con las instituciones estatales rusas
Los representantes de la vida literaria protestan constantemente. Hasta el momento, más de mil personas han firmado una carta emitida por PEN Internacional, expresando su solidaridad con los escritores, periodistas, artistas y el pueblo ucraniano en general, condenando la invasión rusa y pidiendo el fin inmediato al derramamiento de sangre. Además, muchos escritores se han pronunciado en contra de la guerra en los últimos días. Entre otros, Yuval Noah Harari, Stephen King, Dmitry Glukhovsky y Olga Tokarczuk, expresaron su solidaridad con los ucranianos. También habló la escritora rusa contemporánea Lyudmila Ulickaya, que vive en Moscú.
La cultura es contraria a la violencia.
La cultura construye puentes, no los destruye.
La postura de occidente se divide: algunos piensan que se debe boicotear todo lo que provenga de Rusia y otros consideran que sólo a los que apoyen a la guerra. Hay quienes piensan que ninguna manifestación cultural rusa, provenga de simpatizantes de Putin (y/o de la guerra de Putin) debe ser boicoteada.
Por otra parte, tampoco se debe exagerar la influencia de la cultura en la política (y la guerra es siempre un asunto político). La cultura no la hacen los estados (aunque pueden promoverla), sino los individuos. De manera que es fundamental condenar la violación del derecho internacional por parte de la política rusa, los ataques militares y los crímenes de guerra y, sin embargo, a pesar de la guerra, se deben de fortalecer las relaciones entre las poblaciones rusas y ucranianas (una importante parte de los rusos tienen familiares y amigos ucranianos y viceversa) y, así mismo (más ahora que nunca), ambos deben estrechar sus lazos con el mundo. La cultura es contraria a la violencia. La cultura construye puentes, no los destruye. Aunque el entorno político esté en medio de este terrible conflicto, las personas deberían estar unidas. El sufrimiento de una guerra es para invadidos e invasores. En una guerra cualquier victoria es un fracaso. Las artes y la cultura no pueden poner fin a esta guerra, pero pueden ayudar a permitir un diálogo intelectual y emocional.
“Si tan solo el mundo, esta vez, pudiera escuchar”… así comienza un texto de la autora ucraniana Oksana Zabuzjuko, que escribió con motivo del asunto ocurrido en Ucrania en 2014. Ahora el mundo parece estar escuchando. Los ojos del mundo están puestos en Rusia y en Ucrania. Los lugares y las personas que estaban allí de repente desaparecen. La terrible experiencia es colectiva pero también individual. No existen guerras que sean buenas, sólo guerras inevitables, tal es el caso de la invasión de un ejército extranjero.
IV
El boicot, ¿funciona?
Los defensores del boicot cultural argumentan que están ejerciendo tanta presión sobre la sociedad rusa que el cambio se producirá desde el interior del país, que terminará dejando a Putin solo (es obvio que en el mundo Putin ha perdido durante la invasión a casi todos sus amigos y que el pueblo ruso está cada vez más descontento con esta guerra que, además de los aspectos morales que conlleva, está desfondando la economía rusa del país). Éstos defensores del boicot recuerdan que, en los años sesenta, el boicot cultural de todos los sudafricanos terminó con el apartheid, que colapsó en 1990. En Israel existe un movimiento llamado BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), iniciado por los palestinos, que también ha dividido a la sociedad occidental.
También hay, dentro del mundo de la cultura, quienes se oponen al boicot. Daniel Barenboim, célebre director de orquesta y pianista nacido de Berlín, nacido en Israel, también se pronunció en contra del boicot en un concierto benéfico en la Ópera Estatal de Berlín para ayudar a Ucrania. “Prohibir Dostoievski o la música clásica rusa no conducirá a una solución”, dijo. La Filarmónica de Cardiff eliminó del programa de un concierto la obertura de 1812 de Tchaikovsky con motivo de la guerra de Ucrania. Pero, ¿qué tienen que ver Dostoievski o Tchaikovski con Putin? Boicotear la cultura rusa podría destruir los pocos puentes de entendimiento que quedan entre los rusos y ucranianos.