El presente trabajo es de la autoría del eminente Prof. Antonio Salazar Páez, finado cronista de la ciudad de Veracruz, expuesto durante la IX Reunión de Cronistas de Ciudades Mexicanas, efectuada en esa ciudad en julio de 1985, y del cual resumo lo siguiente:
“Ulúa es la corrupción del vocablo náhuatl Acolhúa, o reino Acolhúa que escucharon los españoles de los indios a su llegada al continente. En el islote madrepórico que se encuentra frente a las costas de Veracruz, denominado de La Gallega, surgió San Juan de Ulúa, el legendario Tecpantlayac, donde se adoró a Tezcatlipoca y donde Tiahuizcalpantecutli realizó ritos en el mar. Allí Hernán Cortés ideó la marcha a México y comenzó Bernal Díaz del Castillo su Crónica de la Conquista.
“En esas arenas y sobre los escombros de casas y templos totonacas se construyó la primera iglesia cristiana, el primer faro y el primer hospital, y en ese lugar ahondaron las huellas de sus coterráneos los doce frailes franciscanos que vinieron a humanizar los encuentros de los caballos, armaduras y cañones, contra hombres-jaguares, flechas y rodelas.
“En esas piedras y las areniscas está toda la historia. En ese sitio se hizo un muro de argollas antes de que se estableciera la ciudad de tablas a orillas del río Tenoyán, y allí amarraron las flotas de Cádiz que descargaron sus primeros fardos de baratijas. Y en esa isla se construyó el castillo para defender a Veracruz de los filibusteros. Fue el último reducto virreinal que bombardeó la ciudad durante 29 meses, pero que al fin capituló el 23 de noviembre de 1825, ante Pedro Saenz de Baranda Miguel Barragán. Se arrió la bandera española y se izó la mexicana, consolidándose nuestra independencia.
“Ulúa reúne todos los capítulos de nuestra historia: precolombina, virreinal, independencia, reforma, la revolución mexicana y la actual revolución industrial. Resistió el bombardeo de la escuadra francesa el 28 de noviembre de 1838 durante la injusta guerra “de los pasteles”. El 9 de marzo de 1847 por la escuadra norteamericana comandada por Scott. En 1859 le tocó resistir el ataque de Miramón, apoyando a la valiente ciudad que defendió a Juárez y a la Patria, y por último, el 21 de abril de 1914 vio salir a los “rayados” de sus mazmorras para defender a Veracruz del ataque de los invasores yanquis…
“San Juan de Ulúa comenzó a ser usado como prisión desde 1622, en que el virrey Marqués de Gálvez condenó al Canciller de la Real Audiencia, don Sebastián Carrillo, a trabajar en las caldeadas arenas. Al final, el castillo no se utilizó solamente como defensa, sino como centro de castigo, más que para los criminales, para los que clamaban libertad.
“Después supieron de los calabozos y malos tratos personas de todos los estratos sociales. En 1796 fray Servando Teresa de Mier, los jesuitas Francisco Clavijero y Francisco Javier Alegre; el valiente navarro Francisco Xavier Mina; el Brigadier José Dávila; el historiador Carlos María de Bustamante; en 1853 don Benito Juárez; el Gral. Félix Díaz; Juan Sarabia; el historiador Fernando Iglesias Calderón y Antonio López de Santa Anna.
“Miles murieron en las mazmorras, aún hombres tan limpios como fray Melchor de Talamantes, al que dieron fin las ratas. Estuvieron después Hilario Salas, Camilo Arriaga, Elia Acuña, el Gral. José M. Leyva, que soportaron los latigazos del negro feroz llamado “La Grida” y del regordete llamado “La Boa”- El célebre bandido llamado Jesús Arriaga, alias “Chucho el Roto”, y hasta el fundador del periódico “El Dictamen”, don Juan Malpica.
“La Puntilla” era insuficiente para el tiradero de cuerpos sacrificados. En Ulúa no se vivía, allí se moría. Tantas cosas ocurrieron en los calabozos del castillo, que inspiraron a don Federico Gamboa a escribir “La Llaga”.
“[…] Al fin las ergástulas de ese fatídico presidio fueron demolidas por don Venustiano Carranza, como un homenaje a la Revolución y a la Libertad. Desde entonces empezó Ulúa a grabar el capítulo del trabajo, de la civilización y de la cultura. El viejo islote quedó unido a la tierra, y ahora está convertido en un astillero, con planes de convertirse en el más grande de América Latina, y que hoy reluce de día y de noche.
“Este es, en consecuencia, un gran libro para la historia de México, que deben deletrear los maestros para sus alumnos, a fin de que los estudiantes aprendan a amar más a nuestra patria, y que no debe olvidar el caminante como la mejor referencia de una nación que ha luchado y que trabaja por su superación, su libertad política y la fraternidad universal.”
Este fue uno de los trabajos de este eminente personaje, poco dados a conocer.