Juan de Tolosa, con algunos soldados españoles y aliados indios juchipiles, procurando encontrar un buen sitio donde acampar, fue a sentar sus reales al pie del cerro llamado después de la Bufa o Jorona. El 20 de enero de 1548 se dieron cita allí Cristóbal de Oñate, Diego de Ibarra, y Baltasar Temiño de Bañuelo, quienes con Juan de Tolosa decidieron celebrar como aniversario de la fundación de la villa de Zacatecas el día en que allí formó su campo Tolosa el 8 de septiembre de 1548, día de la Natividad de la Virgen. El 11 de junio de 1548, día de San Bernabé, se descubrió la primera veta del mineral, a la que se llamó por eso “San Bernabé”. Esta veta fue explotada por los conquistadores a tajo abierto por espacio de 800 varas, con tal éxito que la cantiga de la época era: “Si el metal de San Bernabé no diera tan buena ley, no casaría Diego Ibarra con la hija del virrey”, aludiendo a su boda con la hija del virrey Velasco. El mismo año se denunciaron las vetas de La Albarrada o San Benito, y las del Pánuco, que según el Padre Fray Antonio Tello en su “Historia de la Nueva Galicia”, “al siglo de su descubrimiento llevan dadas al rey de sólo sus quintos, 29 millones”.
La minería de Zacatecas produjo títulos y grandes fortunas a sus primeros propietarios, como la mina de Urista, la riqueza y el título de los condes de San Mateo (después unidos en matrimonio con el marquesado del Jaral); la de Milanesa, la fortuna de los condes de Santiago de la Laguna; las del Pabellón en Sombrerete a los Fagoaga, marqueses del Apartado; la Cabaña de Laborda en Tlalpujahua, y las minas de Quebradilla y San Acacio en Zacatecas, a Laborda; también otras minas del país trajeron consigo títulos y fortunas, como las del Real del Monte, en Pachuca, el titulo de conde de Regla a don Pedro Romero de Terreros. Obsequió éste al rey Carlos III dos buques de guerra, uno con 112 cañones, construidos en La Habana con los materiales más costosos, e hizo un préstamo al gobierno, que acabó siendo un donativo, de un millón de pesos.
Las minas de Valenciana y Villalpando en Guanajuato, dieron riqueza y nobleza a las casas de Valenciana, Ruhl, Pérez Gálvez y Otero; las de Rayas el marquesado a la familia Sardaneta; las de Cata y Mellado, el marquesado de San Clemente a don Francisco Matías del Busto; las de Batopilas y Cerro Colorado, el título al marqués de Bustamante; las de Tepantitlán al conde Contramina; las minas de plata y oro de Guarisamey y San Dimas fueron el origen de las haciendas que poseía Zambrano en Durango; las de los Vivanco procedían de las minas de Bolaños, en Jalisco; los Gordoa debían su hacienda de Malpaso a la mina de La Luz; y las de Obregón provenían de las minas de la Purísima Concepción en San Luis Potosí.
Anteriormente a la conquista, los indios extraían el oro de las arenas de los ríos, o bien trabajaban las minas a tajo abierto, o colgándose con sogas de los crestones elevados de las montañas, de donde sacaban el mineral con estacas de madera de la tierra mezclada con el oro, pero sin intentar ninguna clase de excavación.
La cantidad de hombres en el proceso de la extracción del mineral y beneficio durante el virreinato, era inmensa, y una mina en bonanza donde se encontrará, provocaba una gran demanda de productos agrícolas y ganaderos. Esto trajo consigo el establecimiento de grandes haciendas agrícolas y ganaderas, que surtían las necesidades de los centros mineros. Para la salvaguarda de del camino de la plata a Zacatecas, se fundaron dos villas de españoles, la de San Felipe y la de San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende, Gto.) Por desgracia, la necesidad de mano de obra abundante y barata se resolvió a través de la esclavitud, primero del indio y después del negro africano de importación forzada. La presencia de la esclavitud negra en Zacatecas se denota ya desde 1554, cuando en la expedición que llevó Francisco de Ibarra a los descubrimientos del norte, se contaban además de la tropa, multitud de indios y negros y negras esclavos.
Con la excepción de la capital y de Mérida, asientos del gobierno, y de Puebla, Guadalajara, Valladolid (hoy Morelia), Oaxaca y Chiapas, que fueron seleccionadas como sede de los grandes establecimientos episcopales del país, no existía casi ninguna población en la Nueva España que no tuviera su origen directa o indirectamente de la minería.