Iniciado ya el tiempo llamado de Adviento (Advenimiento), que precede a la Navidad, como un tiempo de preparación para el gran acontecimiento. Antiguamente se santificaba con oración y penitencia. Pero, paralelas a esta época, se celebraban las Posadas, o Jornadas en novenario, comenzando el 16 de diciembre para terminar el 24, víspera del nacimiento de Jesús, nuestro salvador. Estas festividades conmemoraban las penosas jornadas que hubieron de emprender José y María, de Nazaret a Belén, a fin de empadronarse, según el edicto del emperador romano César Augusto, y además, el nacimiento del Niño Dios.
Las posadas reunían la devoción y el recreo. La plaza de la Constitución de la Cd. de México en el siglo XIX se volvía toda movimiento y agitación. Se mezclaban en la confusión las voces de los oferentes con las de los compradores, y los silbidos y gorjeos de los niños que soplaban sus pitos de hojalata llenos de agua y sus flautas de carrizo. Se veían por doquier ramas de pino, heno o paistle, musgo, flores de Nochebuena, juguetes variados de madera, bambú o cartón para repartir durante las posadas a los niños, así como esculturas de barro para los Nacimientos, fabricadas en Guatemala, o de cera por excelentes artífices mexicanos, que eran objeto de exportación. Se vendían cacahuates, naranjas, perones, tejocotes, plátanos, jícamas y guacamotes. Los confiteros ofrecían canelones, pastitas, colaciones y dulces cubiertos; y no podían faltar los farolillos de papel de diversos colores y las piñatas que habían de llenarse de colación y frutas.
Diversas familias se repartían por tuno los días de las posadas, y naturalmente se establecía una amistosa competencia para el mejor arreglo de las casas. Por la mañana se asistía a la Misa de Aguinaldo, y a las ocho de la noche se efectuaba la posada, casi en familia, en favor de los niños, que no debían desvelarse; y a las nueve, ya terminada, se efectuaba una tertulia entre los mayores. Contribuía también el que los invitados, por regla general y de alta etiqueta establecida desde entonces, debían llegar tarde a las reuniones.
Al concurrir a una posada, lo primero que se advertía al entrar a la casa, eran las guirnaldas elaboradas con fragantes ramas de pino y farolillos de papel de diversos colores, ya encendidos, que colgaban juntamente con el heno en los corredores, puertas y ventanas, y el salón inundado de luz con millares de bujías que ardían en los candelabros y en las arañas de cristal. A su llegada, los concurrentes se arrodillaban y persignaban, y daba principio la procesión; se empezaba con un himno, seguido de la Letanía de la Virgen, cantada por todos. Encabezaban la procesión dos niños que llevaban en hombros las andas con los Santos Peregrinos, el ángel y la consabida mulita. Detrás marchaban los músicos con guitarras, bandolones y flautas. Luego los niños con velitas de sebo o cera encendidas; después los jóvenes, las personas mayores y por último la servidumbre. Junto al cántico no dejaban de escucharse los tronadores cohetes que amenizan aún toda fiesta mexicana.
Terminada la letanía, los cantantes se dividían en dos grupos, quedando uno de ellos dentro de una pieza, y comenzábase el canto de petición de posada: “De larga jornada rendidos llegamos, y así lo imploramos para descansar”, mientras que los de dentro respondían: “¿Quién a nuestras puertas en noche inclemente, se acerca imprudente para molestar?” Continuaban las peticiones y los rechazos, hasta que identificados los Santos Peregrinos se abrían las puertas cantando: “Entrad pues, ¡oh esposos castos e inocentes! cultos reverentes venid a aceptar”, y todos en coro respondían: “Ábranse las puertas, córranse los velos, que viene a posar el Rey de los Cielos”. Inmediatamente se desataba la algarabía de los niños con sus pitos y flautas, y más cohetes tronadores.
Entonces se colocaba el Misterio sobre una mesa, se arrodillaban todos, se rezaba un acto de contrición y se continuaba con la oración de la jornada correspondiente al día; se terminaba ésta con siete Ave Marías, cantándose al término de cada una: “Oh peregrina agraciada, oh bellísima María, yo te ofrezco el alma mía, para que tengas posada.
Terminadas las oraciones renacía el bullicio general, y se procedía a romper la piñata. “Ahora sí le pegas, ahora no le das, porque tienes cara de conejo Blas.” Las mexicanísimas piñatas que ahora se exportan al resto del mundo, Luego se instalaba la concurrencia en el salón principal y se repartían bandejas con juguetes y colación, terminado el cual empezaba el baile.
Ya se acostumbraba ver muchachos pobres por la calle sosteniendo una tabla con los Santos Peregrinos y dos farolitos encendidos, pidiendo posada en las casas comerciales y cantando los siguientes villancicos: “¡Caminen pastores, caramba! / que ahí viene Miguel / con la espada en la mano, caramba / para Lucifer, ¡ay caramba! para Lucifer.” O bien: : “Esta sí que es Noche Buena, Noche Buena, noche de comer buñuelos. En mi casa no los hacen, por falta de harina y huevos.” Otra rezaba: “Mi mulita se perdió / y la lloro con razón / porque en ella le llevaba / al Niño su colación”. Los solicitaban recibían a cambio una pequeña moneda, frutas o juguetes.
Hoy todo ha cambiado, nunca será igual, y el fervor religioso se trueca en apuros y confusión derivados de nuestra sociedad de consumo, que nos compete a obsequiar solamente objetos materiales.
“No quiero oro, ni quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata”.