En el Archivo General de la Nación y el Inst. de Invest. Históricas de la UAT en Cd. Victoria, se encuentra la relación de un viaje por la Laguna de Tamiahua, efectuado en 1859, que dice lo siguiente:
“El día 15 de enero de 1859 salimos de Tampico el Viejo con dirección a Túxpan. Como el camino por tierra, aun por el periodo de secas, es más es menos agradable y más molesto que la vía acuática de Tamiahua, preferimos ésta última, tanto por este motivo como por visitar la laguna, la cual, además de su novedad, nos ofrecía cuanto por visitar la laguna, la cual, además de su novedad, nos ofrecía el aliciente de una divertida caza en sus orillas. “Las cuatro leguas que median entre Tampico el Viejo y Tampico el Alto, cerca del cual debíamos embarcarnos, las hicimos a pie, aprovechando el aire fresco de la mañana.
“Llegados a La Ribera de Tampico el Alto, encontramos lista una canoa de buen porte, que debía transportarnos hasta el pueblo de Tamiahua. Las canoas de la costa de Tampico difieren de las de Sotavento en que, además de ser de menor capacidad, tienen dos proas, mientras que en Sotavento llaman canoas a las que tienen dos popas. La manera de propelerlas es igualmente distinta: rara vez usan de la palanca, sino de una especie de remo corto que llaman canalete. La canoa estaba provista de una vela y un toldo para nuestro abrigo.
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“Como el viento del nordeste, que llaman brisote, comenzaba a soplar, largamos desde luego, y tomando rumbo hacia el sudeste, pronto nos encontramos en medio de la anchurosa laguna, la que ahí tenía una legua de ancho, pero que anchaba sin que los ojos descubriesen la tierra hacia el sur. Como a las tres horas de correr a toda vela, vimos unos médanos, llamados de Las Calaveras, que forman la cadena principal de la lengua de tierra que separa las aguas de la laguna de las del mar. Desembarcamos ahí, y nuestro afán fue ampliamente pagado por la espléndida vista que desde la altura se ofrecía a nuestros ojos. A un lado el golfo mexicano, tranquilo como un espejo, de profundo azul; al otro las turbias aguas de la laguna; a lo lejos, surgiendo del mar como una flor colosal de la Victoria regia, la isla llamada La Blanquilla; la punta avanzada de Cabo Rojo, a donde desembarcó Barradas con su expedición en 1828 (Nota: fue en 1829 y no se tiene certeza el lugar del desembarco); la isla de los Lobos (Nota: No se encuentra en la laguna, sino en mar abierto, frente a la villa de Tamiahua), así llamada porque en un tiempo era muy frecuentada por las focas o lobos marinos. En esta última isla hizo alto la expedición americana en 1847, antes de avistarse en Veracruz. En ella hay varias cruces y monumentos sepulcrales de aquella época. Por el lado opuesto, al oeste (Nota: Un poco más al sur de Tampico Alto), la isla de Juana Ramírez, en medio de la laguna, y en lontananza, hacia el sur, las cimas de Bilbao [Nota: Sierra de Tantima]; hacia el ocaso los cerros de Ozuluama y la aguda punta volcánica del cerro de Tantomol.
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“La isla de Juana Ramírez tiene cuatro leguas y media de largo; hay en ella varios ranchos de ganado; su suelo, algo arenoso y muy fértil, con cuatro jagüeyes o estanques naturales. Sus habitantes no llegan a treinta.
“Por el oeste, desembocan en la laguna varios esteros o bayús, que nombran del Frontón, de La Cocina, de Ayamucos, de Los Almagres, de La Laja y de Las Cucharas. Los tres últimos navegables cosa de una legua. La laguna alcanza una profundidad de doce varas por el oriente; por el oeste es vadeable frente a la isla de Juana Ramírez, aumentando de fondo hacia el norte.
“Pernoctamos en la boca del estero de La Cocina, bajo las ramas de una inmensa higuera y supimos que abundan los caimanes. Vimos dos o tres que yacían con la enorme boca abierta a la orilla del agua. Tenían un largo como de tres varas, y uno de ellos como de cuatro […] Encontramos uno muerto, y uno de nuestros criados le arrancó los colmillos con alguna dificultad; eran muy blancos, de pulgada y media de largo, y huecos en su interior hasta cierta profundidad. […]
“En las márgenes de la laguna vimos algunos albergues, pero como suelen sufrir de inundaciones, sólo son habitables en ciertas épocas del año. Matamos gallaretas, cocos, candiles y otros pájaros de ribera, e hicimos rumbo a Tamiahua.
“Esta población, en un tiempo importante por el comercio del pescado salado y del camarón, está situada a orillas de un río, que no es otra cosa que la corriente de la laguna que busca su salida por la vecina barra de Tangüijo, que sale al mar. Su profundidad es de cuatro o cinco pies. Sin embargo, en las primeras épocas del establecimiento de los españoles en México, se consideraba a Tamiahua como puerto, y así lo designa Betancourt en su Teatro Mexicano.
“De Tangüijo seguimos hasta un punto donde se angosta el río y se convierte en un esterillo de muy poco fondo, que llaman El Infiernillo. Los mosquitos abundan en esos lugares de tal modo, que no se puede abrir la boca o respirar sin atraerse e inhalar uno de esos insectos. El Infiernillo pasa por campos de Camalote (carex), y después de voltear varias veces se une con una lagunilla llamada Tampamachoco, la cual se une al río de Túxpan a tres leguas de la población de este nombre. México, agosto de 1859. A, N. O.”