El día de ayer falleció en Lima, Perú, a los 89 años, el escritor Mario Vargas Llosa.
Novelista, ensayista, dramaturgo y periodista, fue una figura clave del “Boom
latinoamericano”, autor de obras emblemáticas de la nueva narrativa hispanoamericana
como La ciudad y los perros -con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve de la editorial
Seix-Barral en 1963-, La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969), entre
muchas otras.
En 2010, Vargas Llosa obtuvo el Premio Nobel de Literatura, ocasión para la cual el
7 de diciembre de ese año en Estocolmo, Suiza, pronunció un discurso que llevaba el título
de “Elogio de la literatura y la ficción”. Se trata de un texto de corte biográfico-literario en el
que el escritor narra cómo, en su infancia, su madre le leía poemas de Amado Nervo y
Pablo Neruda y cómo aprendió a leer con los sacerdotes lasallistas en Cochabamba,
Bolivia, hecho que lo marcó definitivamente, pues le permitió encontrarse con personajes
que se quedaron de manera indeleble en su memoria como el capitán Nemo, d´Artagnan o
Jean Valjean.

Al mismo tiempo, Vargas Llosa establece aquí una cartografía en la que señala a los
escritores que fueron sus principales influencias, así como algunas ideas extraídas de sus
obras que marcaron el rumbo de su formación artística. A través de sus palabras, el escritor
pinta un autorretrato espiritual en el que delinea con grandes y rotundos trazos, su credo
artístico y la manera personal en que entendía y vivía la creación literaria.

El nobel peruano declara que aprendió de maestros como el francés Gustave
Flaubert, autor de Madame Bovary y uno de sus escritores más admirados, que:“…el talento
es una disciplina tenaz y una larga paciencia”. Vargas Llosa tradujo esta máxima en una
visión de la literatura entendida como una vocación a la que debía entregarse en cuerpo y
alma, brindándole al cultivo de las letras lo mejor de su energía vital y el desarrollo de un
trabajo continuo y constante.
Del escritor estadounidense William Faulkner, el narrador dice haber aprendido:
“…que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas”.
Algunos de los principales aportes de Vargas Llosa y otros de los escritores del boom como
Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez o Julio Cortázar a las letras hispanoamericanas,
fueron precisamente sus exploraciones y descubrimientos narrativos que ampliaron los
horizontes de nuestra letras y explotaron la riqueza de la lengua española.

Del magisterio de autores de dimensiones colosales como Cervantes, Dickens,
Balzac, Tolstoi, Conrad y Mann, aprendió que: “…el número y la ambición son tan
importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa”. Estas ideas
ayudaron al novelista a forjar un proyecto literario de grandes dimensiones que conforman
una vasta geografía con obras cumbres como La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las
visitadoras y Elogio de la madrastra.
De un escritor como Jean Paul Sartre, tomó el ejemplo de una literatura
comprometida con la sociedad y vinculada con la realidad en la que: “…las palabras son
actos y (…) una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y
las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia”. Vargas Llosa se declaraba
como demócrata y escribía y opinaba constantemente sobre temas políticos. Podremos
estar a favor o en contra de sus opiniones e ideas, sin embargo, lo que no puede negarse
es que se trataba de un escritor que intentó, por medio de sus opiniones e ideas,
transformar la realidad de su país y del mundo.

Mario Vargas Llosa vivió una existencia dedicada a la escritura, lo que le permitió
construir:“…una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo
extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el
instante y torna la muerte un espectáculo pasajero”. Gracias a sus narraciones, entonces,
podemos encontrarlo todavía en esa otra vida que otorga la literatura, en la que es posible
para los escritores eternizar el momento y trasponer la muerte por el prodigio creado a
través de sus palabras.