A 155 años de su nacimiento, celebrado el 18 de enero, y 106 de su fallecimiento que se conmemora hoy, 6 de febrero, la figura y la obra de Rubén Darío (Metapa, República de Nicaragua, 18 de enero de 1867 – León, República de Nicaragua, 6 de febrero de 1916), a quien también se ha llamado “el príncipe de las letras castellanas”, representan un vértice fundamental dentro de nuestra literatura, que tuvo un antes y un después de él. Tratar de acercarse a una obra de tal magnitud representa entonces un desafío, pues ofrece una multiplicidad de facetas desde las cuales puede enfocarse: desde el poeta que revolucionó los medios y las formas del quehacer poético, hasta el creador del movimiento modernista hispanoamericano, pasando por el introductor de múltiples “autores malditos”, sobre todo franceses, en el ámbito hispánico a través de sus ensayos, como aquellos que publicó en el libro Los raros.

Un poema de Darío que me parece sirve para dar una imagen lo más completa posible de lo que fue el poeta en su vida y cuál fue su visión de la poesía y el arte, es el que abre el libro Cantos de vida y esperanza (España, 1903) y que lleva esos primeros versos tan conocidos de: “Yo soy aquel que ayer nomás decía/ el verso azul y la canción profana”. Este poema está ubicado como una fuente Castalia que sirve de portal de entrada para atravesar el mundo misterioso, sagrado y poético del libro de Darío. Se trata también de un poema en que el autor revisa su vida y obra, desde la elección del yo poético que comienza a hablarnos de su pasado, además de ser un texto de madurez y experiencia del poeta, pues lo publicó a los treinta y seis años. Funciona asimismo como un arte poética que Darío seguirá en esta etapa de su obra. Desde los primeros versos hace referencia evidente a sus poemarios más representativos. Por un lado, a su libro Azul, publicado en Chile en el año 1888, cuando el autor contaba con apenas veintiún años. Esta colección marca el inicio del modernismo hispanoamericano y conllevaría un gran reconocimiento,  fama y prestigio internacionales para su autor. Por otro, Prosas profanas (1896), libro en el que  experimenta con las posibilidades del poema en prosa en lengua española y que significaría su consagración como poeta.

En la segunda estrofa Darío continúa introduciendo al lector en un escenario con un decorado típicamente modernista, un lugar de fantasía en el que podemos encontrar al ave emblemática de este movimiento poético, el cisne:

El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;

Más adelante nos habla de la conjunción buscada en sus versos entre la tradición y la modernidad y resalta en su propia obra una de las características más importantes del modernismo como es la del cosmopolitismo, entendido en su sentido de reunión y asimilación de influencias culturales y literarias de diferente latitudes y tiempos. En este poema podemos encontrar representada esta característica modernista en la combinación de diversos elementos como son la literatura francesa, la poesía española, la mitología griega y la religión católica. Darío nos habla de los escritores franceses Víctor Hugo, al que coloca el adjetivo de “fuerte” y Paul Verlaine a quien se refiere como “ambiguo”. Este último, uno de los mayores representantes del decadentismo, es uno de los poetas que tuvo mayor influencia a lo largo de su obra. Por otra parte, la mención de estos escritores franceses hace pensar también en el pronunciado afrancesamiento que se vivió en Hispanoamérica a finales del siglo XIX, época de apogeo del modernismo:

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.

En esta composición Darío adopta un registro bastante personal y honesto, y de esta manera logra suscitar en sus versos un cruce entre lo poético, lo literario y su propia vida, dotando a sus versos de una sensación sumamente vívida y sincera. Esto también significa un signo distintivo de su creación poética en el momento en el que escribió dicho libro. Un reproche que se ha hecho constantemente a la poesía modernista es su evasión, dada la predilección que tenían sus autores por ubicar sus textos en espacios y situaciones de fantasía. Sin embargo, aquí el poeta entra a fondo en su propia persona, aun en los aspectos más escabrosos y poco agradables de su personalidad, como sucede con su alcoholismo, enfermedad que finalmente lo conduciría a  su muerte prematura a los cuarenta y nueve años:

Yo supe del dolor desde mi infancia,
mi Juventud… ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía…
Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.

Por otro lado, en sus versos el poeta también reflexiona sobre la celebridad y el reconocimiento literarios que obtuvo de manera tan precoz. A pesar de lo que podría pensarse, esta situación no resultó del todo satisfactoria para él, pues se sintió convertido en una efigie glorificada cuando apenas era un joven, pero esto no correspondía con la manera en que se sentía en su interior, pues contradecía los propios impulsos de su cuerpo que estaba vivo y quería expresarse:

En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
un alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.

Una característica de toda la poesía de Darío, que claramente podemos encontrar también en este poema, es la musicalidad. El poeta siempre buscó encontrar el mayor efecto sonoro en las palabras a través del uso de aliteraciones y de un juego constante con sus significados y sonidos. En este poema la música hace su entrada triunfal a través de la flauta que con su dulce sonido adentra al lector en un espacio mitológico, que es también el espacio mismo de la sonoridad de los versos que crean una especie de obertura para la sinfonía poética que se desarrollará a lo largo del poema:

Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas,

Además, la aparición del dios Pan introduce también otra dimensión importante en la poesía dariana: la de la sensualidad y el erotismo. Siempre en busca de sensaciones al límite y de la libre expresión de una sensibilidad exacerbada de los sentidos, que podemos relacionar con la hiperestesia modernista mencionada en estos versos, pero también como una forma de expresión y de reconocimiento de lo divino por medio de las posibilidades que brinda la exploración de las propiedades eróticas de la carne:

…y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;

Sin embargo, esta búsqueda de la satisfacción de los apetitos sexuales y de los vicios lo llevó a vivir en un solipsismo en el que se llegó a sentir encerrado en sí mismo y sin poder conectar con lo trascendente y con lo que vislumbraba más allá, una llamada de lo divino y del arte. De alguna manera su egoísmo lo alejaba de lo que era más significativo y lo que realmente era su búsqueda: el mundo del arte:

La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.
Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.

Víctor Hugo

Más adelante el poeta transita hacia una purificación y una curación sobre todo de su espíritu y, a través de su acercamiento al arte, entra metafóricamente a la fuente Castalia en donde las pitonisas que servían al dios Apolo absorbían los vapores que les hacían tener las visiones y obtener la inspiración gracias a las que podían vaticinar el futuro. De manera similar en el caso de Darío, al traspasar este umbral, el poeta se transforma en un visionario que, al igual que las pitonisas, logra acceder a otras realidades y por medio de ellas a la visión de un mundo distinto que es el del arte y la poesía, al que Darío se refiere como “la sagrada selva”.   

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.
Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.

A partir de aquí surge un poeta que ha encontrado su camino y que en adelante se dedicará a cantar sobre este espacio fantástico de la creación poética, exigiendo a quien habita aquí algunas características espirituales muy especificas que, en este caso, el autor encuentra como una emanación de la religión católica a la que abraza con fuerza en este punto de su obra:

El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y de fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.
Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama infinita;
El Arte puro como Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas et vita.

Al final de su camino, el poeta encuentra esa estrella brillante que lo guía y que se convierte en su emblema; en ella, en su luz, encuentra una flama de sinceridad y de verdad suprema, por lo tanto, decide mostrarla y entregar su vida, sin reservas, a la consecución de ese ideal que convierte en una alta cima del espíritu y el arte. Rubén Darío conquista esa cumbre, y al hacerlo, como en una destilación alquímica, logra extraer la esencia de la poesía a través de amalgamar en sus versos la religión, el arte y la vida. 


Bibliografía

Darío, Rubén. Azul…Valparaíso: Imprenta Litografía Excelsior, 1888. Segunda edición, ampliada: Guatemala: Imprenta de La Unión, 1890. Tercera edición: Buenos Aires, 1905.

_____. Prosas profanas y otros poemas. Buenos Aires, 1896. Segunda edición, ampliada: París, 1901.

_____. Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas. Madrid, Tipografía de Revistas de Archivos y Bibliotecas, 1905.

_____. Los raros. Buenos Aires: Talleres de «La Vasconia», 1896. Segunda edición, aumentada: Madrid: Maucci, 1905.

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(Ciudad de México, 1979). Ha publicado los poemarios Carta astral (Hoja suelta, núm.4, 2004), Cuerpos celestes (Hoja suelta, núm. 15, 2008) y Talismanes (Instituto de Cultura de Morelos, 2010). Es miembro del Taller de Poesía y Silencio del maestro Alfonso D´ Aquino desde 1999. En 2009 obtuvo la maestría en Letras Mexicanas por la UNAM con una tesis sobre la narrativa de Juan García Ponce. Reseñas, ensayos y poemas suyos han sido publicados en revistas y periódicos como La Santa Crítica, Crítica, Periódico de poesía, Casa del tiempo, Río Grande Review, La Jornada de Morelos y El Financiero, entre otros. Actualmente colabora con Ediciones Odradek, haciendo investigaciones bibliográficas y hemerográficas.