Con el deceso de Silvia Pinal vinieron las confusiones lingüísticas para adjetivarla: diosa, diva o musa. Es tal el número de películas, obras de teatro y series en televisión que hizo, de diferentes géneros y estilos, con altas y bajas en su calidad artística que se hace difícil nombrarla con exactitud. Era una actriz cómica, seria, de musicales; bailarina, productora, política priista y lo que usted agregue. Para mi gusto el concepto de vedete es lo que más se acerca en sus desempeños diversos. Una extraordinaria vedete: una digna representante del espectáculo para divertir al público. Pero ni diva ni diosa ni musa: términos que no empatan con su personalidad, carácter y fisonomía. Actriz de innumerables registros para la comedia, melodrama o vodevil, en eso era sin duda la mejor. No es poco…
La mejor Pinal es la de Buñuel en la triada de películas que realizó: Simón del Desierto, El Ángel Exterminador y Viridiana. Sin esos filmes difícilmente pasaría a la historia del cine mexicano porque la mayoría de lo que hizo no es considerado arte fílmico, aunque tiene virtudes junto a Tin Tan (El rey del barrio) y Pedro Infante (El inocente). Su comicidad era natural. Con Buñuel se consagró como actriz, con Infante y Tin Tan se popularizó. Silvia Pinal, hay que decirlo, prefirió siempre la fama antes que el prestigio, el dinero antes que la búsqueda del arte. El mundo empresarial antes que la experimentación artística. Hizo innumerables éxitos de taquilla con escasos resultados artísticos. Era una estrella que refulgía por sus dotes de bailarina, espontánea cómica, propensa a la risa fácil de su público.
En el teatro pasó exactamente lo mismo. Prefirió la comedia musical al estilo de Mame, dirigida por José Luis Ibáñez, a interpretar Divinas palabras de ValleInclán, con Juan Ibáñez, o la Ana Karenina de Tolstói con adaptación y dirección de Héctor Mendoza. El éxito primero antes que la independencia teatral. Era tal su fama que su público televisivo exigía risas de la comediante y ella asumía el rol que mejor inversión le diera. Fue la televisión la que devoró todo acercamiento al arte con mayúsculas. Atrás quedó el Buñuel de sus años 60, cuando aún era joven. Se hizo empresaria con su serie Mujer, casos de la vida real, melodramas de bajo nivel para populismos acostumbrados a llorar antes que comprender la vida y su sentido estético.
Con su fallecimiento hemos leído que fue una mujer adelantada a su tiempo, que impulsó la agenda de las mujeres. No rotundo, hay que decirlo. Todas sus películas distan mucho de ese discurso. Silvia Pinal no tuvo cabeza más que para hacer su carrera de actriz exitosa, sin importar ser vista como objeto sexual, con aparente superación personal al estilo de su filme, María Isabel. Repito: Buñuel la salvó del olvido en el cine mexicano, aunque sean poco vistas por un cinéfilo estragado por la ignorancia sobre el arte. El mismo Buñuel que salvó a otra belleza de mujer, Rita Macedo, en Nazarín. Buñuel no le dedica una sola línea en sus memorias a Silvia Pinal. Algo querrá decir, menos que la consideró su musa en el cine, como insisten.
No se trata de hacer comparaciones pero para efectos de la historia del cine importa mucho decirlo: las trayectorias artísticas son lo que destaca en las biografías. Decir Dolores del Río o María Félix es distinguir inmediatamente aquella “época de oro”, nos gusten o no. Dos figuras imprescindibles de la cinta de plata, por ejemplo, con la dirección de Emilio Fernández y fotografía de Gabriel Figueroa. Por sus filmes las conoceréis. Ellas han sido objeto de libros, memorias, citas, ensayos, crónicas: cubren a cabalidad el concepto de únicas, irrepetibles, etéreas. Y entonces sí, el calificativo para una u otra sobresale del común. Nadie puede negar la belleza, por ejemplo, de Elsa Aguirre, que sin embargo no tiene en su filmografía una película sobresaliente, salvo quizá la que hizo con Pedro Infante, Cuidado con el amor. Pero la belleza no lo es todo. Tampoco si son o no buenas actrices porque sus figuras y presencia son lo que importa. Seleccionar el papel, buscar al director, al guionista, al reparto es lo que logra pasar estafeta para las siguientes generaciones. A María Félix le hicieron guiones especiales para lucirla. No todas pueden decir eso…
Aquí es donde llegamos a los adjetivos de divas, diosas o musas. El concepto va más allá de la simple belleza. Es una virtud interna. Es un lenguaje corporal. Es una mística visual. Es una entrega al trabajo sin escatimar tiempo y presencia. Es vestuario. Buen gusto. Modales, formas de caminar, como si no pisaras la tierra. Son los testamentos que dejan como artistas. Así, de México para el mundo solo quedan los nombres de María Félix y Dolores del Río. Porque además aquellas denominaciones ya quedan muy lejos de los jóvenes, las nuevas revelaciones. Diva, musa o diosa no son aplicables a los tiempos de hoy. Ya ni en la ópera impera el divismo. Las diosas regresaron al Olimpo y ya no quieren retornar. Y las musas cada vez son más escasas en los terrenos estéticos. Hay un enorme desierto para la imaginación.
Silvia Pinal era una actriz superior a muchas otras mujeres del cine. Polifacética. De carne y hueso. Un deseo por hombres que las prefieren rubias. Lo demás –los adjetivos para nombrarlas–, son un equívoco que era necesario rectificar.
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