La fortuna del rey pobre
Pamela García Maldonado
Leer la poesía de Elena Garro es para mí una visita tortuosa. Muchos de sus versos los encuentro desgarradores, cuando además consulto el contexto en todo el trabajo de recuperación que ha hecho Patricia Rosas Lopátegui, el corazón se me estrecha pensando en cuánto tiempo y de qué manera esta maravillosa literata tuvo que andar huyendo de tanta violencia e infamias.
Pero, en la lectura de A mi sustituta en el tiempo. Poesía de Elena Garro (Gedisa, 2024), me encontré con un remanso de paz que también ha significado lo mismo en mi vida: el vínculo entre ella y su padre.
“La infancia es siempre mi punto de referencia. En este tiempo viví todo, lo que siguió ha sido de pilón”. A esta conclusión llegaba Elena Garro en 1991. Además de la convivencia casi natal que tuvo con la cosmogonía prehispánica, fue también la influencia de su padre, la que determinó el mundo para ella, un mundo donde afortunadamente, habitaban los clásicos y una profunda sensibilidad a la existencia onírica.
José Antonio Garro, su padre, aparece en el poema “Las hijas del rey pobre” como un pilar prácticamente fundacional: “tu nacimiento determina al mundo. Tú al principio del tiempo, en el origen de las cosas”, recita Elena. Y es que el origen de la narrativa y la obra de Elena está en estas tempranas vivencias, junto a las personas de origen indígena de las que aprendía extasiada y el mundo de las conversaciones con la biblioteca de su padre, quien, como lo comenta Rosas Lopátegui, abrió las puertas a los griegos, los latinos, los españoles y a los románticos alemanes.
Fueron agobiantes e incluso nocivas “algunas” de las estancias que tuvo Elena Garro en Europa. Podemos seguir su desconcierto a través de las cartas que enviaba en estos periodos y que también se encuentran recuperadas en el apéndice de A mi sustituta en el tiempo. En 1948, mientras reside en París, está viviendo un continuo desencanto. Padece el desarraigo de estar lejos de casa, de la tierra mexicana donde toda la magia es posible, pero también, cada maldición. Un país profundamente afectado por la violencia patriarcal y anacronismos que comenzaban apenas a lacerarla.

Pareciera que la nostalgia vuelve su mirada al pasado, se ata a él como ancla que pueda estabilizarla ante el naufragio. En diciembre de este año, de 1948, recibe una carta de papá, su “querido viejito y amigo”: “Da gusto cuando el papá después de años de profundas meditaciones le escribe a uno una cartita”, dice Elena y continúa: “Pobrecito viejito chulo, a usted no le reprocho nada, al contrario, le agradezco en el alma que me haya mandado ese recadito por mis treinta y dos años. […]Para no decir más, te contaré que llevo la carta en mi bolsa”.
Dos años después, en 1950, Elena nuevamente busca descansar sobre la guía de su padre, sobre el regazo de su confianza, y a tientas le escribe al “rey pobre” en su poema:
A oscuras padre, a oscuras,
busco tu belleza,
busco tus ojos tan cerca de la luz,
busco tu voz en el paisaje,
te busco a ti tan antiguo,
tan lleno de verdura.
[…]
Hoy a oscuras
solitaria recojo mis riquezas
y te encuentro
a ti que me colmaste de dones.
Elena entre tanto vapuleo de la relación con el marido de quien está separada, entre la vivencia de la maternidad en medio de un duelo migratorio y entre la absoluta sinrazón de saberse talentosa y aún así vivir bajo el yugo del otro, busca en el refugio de su padre tiempos de sosiego e imaginación. Añora volver a la tierra de fantasía en la que habitaba con él. Le escribe:
[…]
buscándote de nuevo a oscuras
buscando tus regalos
los montes que creaste para mí
[…]
Y miro el hada que nos diste
en los días de lluvia del jardín
[…]
y el carro dibujado en el cielo
cuando todos dormían
para que nos llevara al país
de los sueños.
La carta que recoge este libro de Elena Garro a su padre, termina con un deseo: “Pronto nos veremos, y si Dios quiere y los planes salen, volveré aquí contigo”. Y también con un aforismo de amor incondicional: “Lo quiero miles de años, viejito”. El poema termina:
Y ahora:
¿Dónde poner los higos de oro?¿Dónde las manzanas?
¿Dónde guardar los sueños?
[…]
¿Dónde tus brazos tan cerca del mantel
y tus ojos tan poblados de árboles?
No basta la memoria
ni me basta la noche para cruzar tanta riqueza.
Te busco en medio de la noche.
A oscuras búscame tú esta noche, padre
tomemos juntos el carrito
para ir al mismo sueño.
Y yo, Pamela, que es ahí donde se entiende la gran ironía de que el poema lleve por nombre “el rey pobre”, cuando fue José Antonio Garro quien le mostró a Elena la bóveda inacabable de su fortuna: su imaginación.

“Me acuso” de Elena Garro: Un poema que nos interpela a hablar
Elvira García Bello
En este poema, “Me acuso”, Elena Garro condensa de forma magistral, en apenas catorce versos, los ejes fundamentales de su biografía. Lo hace a través de metáforas poderosas que remiten a los episodios más decisivos de su trayectoria vital y literaria. Es un texto tan denso, precisamente por su brevedad, que exige ser desgranado con atención, verso a verso, imagen a imagen.
Por ello, propongo una lectura centrada en cuatro momentos clave.
Me acuso de ahogarme en el Mar Rojo
Mar de cólera
Mar homicida
Mar de sangre.
El primero se abre con una autoacusación. Y utiliza para ello una imagen cargada de simbolismo: el paso del Mar Rojo como figura de la salvación. Pero salvación que no es para todos, tan solo para quienes gozan de la protección divina. Para los demás, el mar no se abre: se cierra. Y al cerrarse, se convierte en mar de cólera, homicida, de sangre. Garro se acusa de haberse ahogado en ese mar. No pide redención, ni se lamenta. Se trata de una toma de postura. Una forma de hacerse visible, de reivindicar su singularidad. Por su pensamiento, su escritura y su manera de estar en el mundo —a las que nunca renunció— no formó parte de los elegidos. No encajó, ni como mujer ni como autora, en el canon que dictaba las reglas. No buscó complacer al poder establecido a cambio de reconocimiento, ni aceptó el papel sumiso de acompañante decorativa. Por tanto, no podía salvarse. Y era plenamente consciente de ello. Le habría bastado con hacer concesiones para figurar entre los redimidos. Pero ella, bajo la forma de una autoacusación, proclama no haberlas hecho. No por inconsciencia. Por coherencia.
Me acuso de ver rojo y de estrellar
el espejo de la fiesta,
astillas cintilantes
puñales imprevistos.
El segundo momento ya no es solo una declaración de posición, sino un gesto de acción directa. Garro no solo se sitúa fuera del espejo que refleja la imagen complaciente del mundo: lo rompe. Arremete contra esa superficie que pretende mostrar que “todo está bien”, y la hace trizas. Es su forma de denunciar la farsa de una realidad maquillada, sostenida por una intelectualidad temerosa de perder sus privilegios junto al poder. Pero ese estallido no deja solo ruina: de la fractura surgen astillas afiladas, fragmentos que devuelven la realidad desde ángulos inesperados. Hay algo en esas imágenes —las astillas, los puñales— que las hace exactas, afiladas, incómodas. No embellecen el poema: lo cargan de intención. A veces, la poesía de Elena Garro no parece escrita para ser leída en silencio, sino para ser lanzada. Como quien arroja algo que ya no puede seguir guardando dentro.
Me acuso también de la rabia amarilla
de perseguir al enemigo
de levantar el puente
que permita su huida.
En este tercer fragmento, el tono vuelve a cambiar. Ya no hay posicionamiento ni denuncia: hay, simplemente, contradicción. Contradicción cruda, sin resolver, sin pistas. La autora nos pone delante dos gestos que parecen irreconciliables. Perseguir y, al mismo tiempo, permitir la huida. Garro se acusa de haber perseguido al enemigo llevada por la rabia amarilla. Pero de inmediato se acusa también de haber tendido el puente que le permite escapar. No explica. No justifica. Solo muestra. Y en esa ambigüedad, quizás, asoma algo más hondo: detesta al enemigo, sí, pero tal vez la venganza no le resulta suficiente, o siquiera deseable. ¿Está rozando aquí el límite de un dilema moral? ¿Presiente que consumar la venganza la haría parecerse demasiado a aquello mismo que combate?
Me acuso de darme demasiada importancia
y de amarme sobre todas las cosas.
Este es el final. Y también el crimen verdadero. No matar. No delatar. No traicionar. Sino haberse amado. Haberse sabido valiosa. Haberse creído con derecho a decir lo que decía. En esta última estrofa, Elena Garro nombra el castigo que la acompañó toda la vida: no se le perdonó haber escrito sin pedir permiso, haber pensado por cuenta propia, haber alzado la voz sin la mediación de un varón legitimador. Mucho menos se le perdonó haber amado su voz, su palabra, su escritura. La acusación de haberse dado “demasiada importancia” no es una ironía: es el eco exacto del juicio social contra toda mujer que no acepta borrarse. Y la afirmación de haberse amado “sobre todas las cosas” no es un gesto narcisista. Es una declaración de dignidad. Ese cierre no busca redención: reafirma. No hay reconciliación con quienes la marginaron. Tampoco con la historia literaria que intentó silenciarla. Solo queda la voz que dice: fui lo que fui. Y lo volvería a ser.

Al final del recorrido, “Me acuso” no es el relato de una caída. Es el vestigio de una mujer que nunca renunció a su palabra, ni siquiera cuando fue negada, ignorada o expulsada No hay rastro de penitencia ni redención. Hay una voz clara, terca, dolorida y firme. Una voz que eligió el margen y no pactó con el centro. Que prefirió el fondo antes que el falso protagonismo.
Elena Garro no busca un lugar en el canon: lo desafía. No pide ser escuchada como víctima: habla como quien ha sobrevivido al linchamiento simbólico y ha vuelto para contarlo.
Y en ese “me amé”, que resuena como eco final, está el núcleo de su desafío.
Amarse, en un mundo que esperaba de ella silencio, obediencia o locura, fue su mayor insumisión. El poema termina, pero sigue latiendo. Y nos interpela con fuerza a quienes, aun heridas, seguimos hablando.
Valencia, 7 de junio de 2025


Pamela García Maldonado es una profesional de la comunicación, especializada en la gestión cultural, las relaciones públicas y la investigación documental. En 13 años de experiencia profesional ha colaborado en entidades públicas de carácter cultural y educativo, así como en medios de comunicación. Además, ha trabajo de manera ininterrumpida como investigadora documental para recuperar el patrimonio cultural de México.Recientemente colabora como voluntaria en la clasificación del “Arxiú Joan Tomàs”, el acervo documental más grande sobre México en Europa, adscrito al Institut del Teatre en Barcelona y bajo la tutela de la Dra. Enid Negrete. Asimismo, también realiza tareas de investigación y apoyo con la Dra. Patricia Rosas Lopátegui, enfocadas en visibilizar a literatas mexicanas a través de nuestra historia. En su devenir profesional, colaboró durante más de nueve años en la Universidad Nacional Autónoma de México, tanto como profesora adjunta en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; como gestora cultural en la Coordinación de Difusión Cultural y como Jefa de Difusión en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.
También ha participado en medios de comunicación, tanto como redactora, como en la planeación de estrategias de difusión, captación de públicos y branding. Tal es el caso de: Diálogo Ejecutivo, Sitios Fuente, Revista G, Revista Siempre! y Capital 21. Finalmente, también ha realizado proyectos autogestivos, como es el caso del blog cultural DominARTE, vigente de 2018 a 2020. Y la Colecta de la Manada Halliwell, la cual, desde 2021 se encarga de recaudar fondos para apoyar tres refugios de animales en situación de rescate.

Elvira García Bello (Burjassot, Valencia, 1960) es catedrática de Filosofía en Enseñanza Secundaria y licenciada en Antropología Social y Cultural. Ha ejercido la docencia durante más de tres décadas en centros públicos y colabora en la formación de futuras profesoras y profesores de Filosofía. Su práctica docente se ha centrado en el desarrollo de metodologías que fomenten en la juventud el pensamiento crítico y una mirada al mundo más libre de prejuicios. Reside en L’Eliana (Valencia), donde trabaja actualmente en un instituto público. Compagina la enseñanza con la escritura. Es autora de una novela que rescata, desde la ficción, la memoria de mujeres silenciadas por la historia.