A la Nueva España, el actual México, le correspondió participar en las grandes conquistas españolas de las islas del Océano Pacífico. Las codiciadas islas de la Especiería o Molucas, archipiélago de Indonesia, cuya búsqueda precisamente, originó el “descubrimiento” de América, y que fueron descubiertas en 1512 por los portugueses.
Magallanes intentó colonizarlas en 1519, y García Jofre de Loaysa en 1525. Incluso Hernán Cortés, a petición del emperador hispano, envió en 1527 a Álvaro Saavedra Cerón en socorro de la última expedición; éste llegó a Tidore el 30 de marzo de 1528, pero la enemistad de los portugueses impidió la ocupación del archipiélago, renunciando el monarca español a su conquista.
En lugar de la conquista colonizó España otras pequeñas “islas del Océano”: las Marianas, Carolinas, etc., y sobre todo, las Filipinas (nombradas así por el rey Felipe II). La Nueva España tuvo en ello gran participación, tanto en lo temporal como en lo espiritual.

El conquistador Pedro de Alvarado, asociado al virrey D. Antonio de Mendoza, iba a ser el conquistador de “Las Islas del Poniente”, y ya con su armada murió en 1541 durante la insurrección de la Nueva Galicia (hoy estado de Jalisco). Nombró entonces el virrey Mendoza al Lic. Ruy López de Villalobos, quien partió del puerto de Navidad el 1 de noviembre de 1542 con 370 hombres en cuatro navíos, una goleta y un bergantín. Después de detenerse en muchas hermosas islas (Corales, Jardines, Sandwich), llegó a Mindanao, que fue nombrada “Cesárea Karoli”, el 2 de febrero de 1543. Llegó luego a varias otras, como la del Abuyo (hoy Leite), que recibió el nombre de “Felipina” por el príncipe Felipe, hijo de Carlos V.
Fracasaron los españoles en este primer intento de conquista por falta de víveres, enfermedades, combates con los nativos, y sobre todo por las hostilidades de los portugueses. Intentaron regresar, y habiendo perdido algunos barcos, pasaron a la India. López de Villalobos murió en la isla de Ambón en 1546, asistido por San Francisco Xavier, el santo jesuita español que convirtió al cristianismo a numerosos poblados de la India Portuguesa: Ceylán, Las Molucas y Malaca.

El virrey Mendoza lamentó lo sucedido y pidió autorización para ir él mismo o alguno de sus hijos, y avenirse con los portugueses. Pero quien realizó la conquista fue don Miguel López de Legazpi y Gorrochotegui, quien se hizo a la vela desde el puerto de Navidad el 19 de noviembre de 1564, con dos navíos grandes, dos pataches y un bergantín de remos, con 380 personas. Entre ellas se contaban 150 hombres de mar, 200 soldados y 6 religiosos de San Agustín.
Uno de los frailes era el padre Andrés de Urdaneta, antiguo capitán y compañero de García de Jofre de Loaysa, de Álvaro Saavedra Cerón y de Pedro de Alvarado. A éste fraile, por su pericia náutica insuperable, de fama universal, lo hizo salir del convento de la Nueva España donde vivía retirado, el rey Felipe II, para que dirigiese y ayudase al menos a la empresa de conquista de las Filipinas.
El 22 de enero de 1565 arribaban a la Isla de los Ladrones (hoy Marianas), y para el 13 de febrero estaban en el archipiélago filipino. Después de una breve resistencia de los nativos, y casi sin derramamiento de sangre, Legazpi se adueñaba de las Filipinas. El 15 de mayo de 1571 conquistaba Manila en la isla de Luzón, dejándola como capital de todas las islas.

El rey hispano Felipe II le dio el título de ciudad a Manila y su escudo de armas tres años después. El Papa Gregorio XIII la erigió en Catedral en 1578. Para 1584 se le otorgó Audiencia, y en 1595 fue elevada a Metropolitana. Los misioneros religiosos que lograron su conquista espiritual (agustinos en 1565, franciscanos en 1577 y jesuitas en 1581), procedieron de México, y mexicanos dieron su vida por la propagación del Evangelio en las islas Fiipinas y Marianas, como el padre Tomás de Montoya, envenenado en Manila en 1627, y los diez soldados mexicanos y el padre Diego Bazán, jesuita, sacrificados por los indios de las Marianas en el siglo XVII.
La conquista de las Filipinas fue la base para nuestro comercio del poniente, pero principalmente sirvió para resolver el siempre fracasado retorno de las islas del Pacífico a las costas de América. El padre Andrés de Urdaneta, con la facilidad de un maestro en náutica, lo realizó en cuatro meses (del 1 de junio al 3 de octubre de 1565), remontándose hasta los 36 grados. Durante ese viaje de retorno, sin embargo, tuvo que luchar contra las enfermedades que se desarrollaron a bordo y que dieron muerte al maestre, al piloto y catorce tripulantes, con excepción del propio Urdaneta y del capitán Felipe de Salcedo. Cuando arribaron a Acapulco para echar las anclas, tuvieron que llamar por ayuda a los de tierra. Pero la ruta de regreso estaba descubierta y desde ese año comenzó el comercio entre Nueva España y las Islas Orientales del Pacífico.
Eran los tiempos en que los navíos eran de madera y los hombres, de hierro.