Ensayo ganador de uno de los primeros lugares del “Certamen de Ensayo los 100 de Jesús Reyes Heroles” convocado por la Revista Praxis y la Universidad Veracruzana


El 11 de septiembre de 1973, martes en derredor del mediodía, un grupo de militares sediciosos abrió fuego en contra del Palacio de La Moneda, irrumpió con violencia en sus instalaciones y tomó por asalto el despacho presidencial. Tras el espeso velo de la confusión y del desconcierto, del humo y de la polvareda, Salvador Guillermo Allende Gossens, médico cirujano convertido en político de izquierda y, más aún, en jefe del ejecutivo de la República de Chile —había llegado al poder, en la primavera austral de 1970, por la coalición Unidad Popular (UP)—, apareció sin vida, con un orificio de punta a cabo en la calavera. Los estudios forenses arrojarían, por la tarde, una luz más bien parcial: el orificio susodicho era producto de un arma de fuego, entraba por el mentón (herida penetrante) y salía por la bóveda craneal (herida perforante), y resultaba imposible determinar, por desgracia, quién había halado del gatillo, ¿la víctima o un tercero? Aunque previsible (la tensión política había escalado, de forma considerable, en los últimos meses), la comunidad internacional recibió la noticia con azoro y con horror.[1]

El golpe militar en Chile

México fue un caso singular. En un intento por fortalecer las relaciones diplomáticas con esa nación del Cono Sur —históricamente débiles por culpa, entre otras razones, de la distancia geográfica (casi 7,000 kilómetros en sentido vertical)—, el gobierno federal había emprendido, hacia mediados de 1971, una resuelta política de acercamiento. El presidente en turno, Luis Echeverría Álvarez, admiraba al general Lázaro Cárdenas del Río, con sinceridad y con fervor, y de ahí derivaba, tal cual observa José Agustín, su simpatía por los líderes del socialismo subcontinental, en especial por Allende.[2] Del 13 de abril al 21 de mayo de 1972, México participó en el tercer foro de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), celebrado en Santiago de Chile, y Echeverría Álvarez, a la par de afinar algunos detalles de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados y de presentarla a su debido tiempo, aprovechó la ocasión para invitar a Allende al país. Allende, por su parte, aceptó y sin mayor dilación, antes de que apurara el denominado “año de Juárez”, cumplió su palabra: embarcado en una gira internacional, estuvo en México, la parada inaugural de su ambicioso itinerario, entre el 30 de noviembre y el 3 de diciembre, esto es, de jueves a domingo.[3]

Ahora bien, si el mandatario mexicano exprimió la popularidad de su homólogo hasta más no poder, si, en opinión de Daniel Cossío Villegas, “más que anfitrión Echeverría parecía director de relaciones públicas y agente publicitario”,[4] uno de sus hospederos más comedidos fue, en cambio, Jesús Reyes Heroles. Oriundo de Tuxpan, Veracruz, y ampliamente reconocido por su trayectoria académica —había sido profesor titular de la asignatura Teoría General del Estado, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de 1946 a 1963, y había sido elegido miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia (AMH), en sustitución del religioso católico e indigenista Ángel María Garibay Kintana, recién finado, en agosto de 1968—,[5] por su producción bibliográfica —los tres tomos de El liberalismo mexicano (1957-1961); el capítulo “La Iglesia y el Estado”, incluido en el volumen tres de México. Cincuenta años de Revolución (1961); el estudio crítico de Sobre Mariano Otero (1967)— y por sus cargos en la administración pública —había ocupado una diputación federal en la XLV Legislatura del Congreso de la Unión, de 1961 a 1964, y prácticamente de corrido, de 1964 a 1970, había sido director de Petróleos Mexicanos (PEMEX)—, Reyes Heroles tenía cincuenta y dos años de edad, fungía de presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y era, por encima de cualquier cosa, un magnífico conversador.

El viernes 1 de diciembre, los dos, el veracruzano y el santiaguino, se reunieron en la Embajada de Chile en México,[6] en el quinto piso del número 379 de la avenida Paseo de la Reforma, y, al día siguiente, volvieron a encontrarse en el auditorio del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara (UDG).[7] La frecuencia de su trato —que había dado inicio, en rigor, siete meses atrás, en el hemisferio sur—, así como su notoria estrechez, despertaron ciertas suspicacias y, a poco más de una semana, Reyes Heroles se vio en la necesidad de desmentir, en un evento que tuvo lugar en San Luis Potosí y al que concurrieron decenas o quizá cientos de sus correligionarios, la presunta “allendización” de su persona y, todavía más, la de México.[8]

Salvador Allende ultima resistencia

En el diálogo Lisis, Platón baraja la posibilidad, poniéndola en labios de Sócrates (quien a su vez evoca a Empédocles de Agrigento), de que la amistad se da única y exclusivamente entre semejantes,[9] y, de acuerdo con esta consideración, Reyes Heroles era deudor de aclaraciones más complejas. Él había sido amigo íntimo, en el pasado, de Gustavo Díaz Ordaz, y ahora lo era, también, de Echeverría Álvarez. Los episodios del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971, la matanza en la Plaza de las Tres Culturas y el “Halconazo” (según los rótulos que les ha conferido la historiografía oficial), estaban guardados y frescos en la memoria colectiva y, de un modo determinado, limitaban a la élite política a la hora de pronunciarse en favor de una democracia extranjera. (Echeverría Álvarez, que había pretendido capitalizar la visita de Allende para limpiar su propia imagen, mantuvo, en aras del aumento de su credibilidad, una estrategia inalterable: tan rápido como le fue posible, fleteó el avión DC-9, perteneciente a la flota de Aeroméxico, y lo envió a Chile con una misión, diríase, toral: traer a los exiliados que aceptaran el asilo político que él mismo, por conducto de su representante diplomático correspondiente, Gonzalo Martínez Corbalá, les había ofrecido.) Reyes Heroles, próximo a Jorge de la Vega Domínguez y a Andrés Caso Lombardo —las “Palomas”, un equipo de mediadores gubernamentales que, en las postrimerías de 1968, se había distinguido por su apertura a los movimientos estudiantil y obrero—,[10] gozaba, gracias a su coherencia, de una mayor libertad expresiva. Así pues, exento de mordazas éticas, tan sólo tres días después del golpe de Estado, el 14 de septiembre de 1973, organizó un “acto de solidaridad con el pueblo y la democracia chilenos”.[11]

En presencia de Hugo Vigorena Ramírez, a la sazón Embajador de Chile en México, y previo a que Hugo Olivares Ventura, Óscar Flores Tapia y Silverio R. Alvarado tomaran la palabra, Reyes Heroles habló, por primera vez en público, en torno al particular. Lector de Alexis de Tocqueville y de Edmund Burke, como apunta Enrique Krauze,[12] de Léon Blum y de Ágnes Heller, como se infiere al tamiz de sus referencias, su documentación sobre Chile no era improvisada: citó el libro La nueva cara del fascismo, del investigador inglés Dick Parker —un joven treintañero, otrora docente en la Universidad de Warwick (WU, por sus siglas en inglés) y, a partir de 1970, con residencia en Chile—, publicado el año anterior bajo el sello de la Empresa Editora Nacional Quimantú. Con base en crudas experiencias políticas, ora remotas (de Alemania y de Italia), ora vigentes (de España y de Brasil), Parker identifica tres rasgos tradicionales del fascismo —a saber: 1) el antimarxismo, 2) el antimonopolismo y 3) el antiliberalismo—[13] y agrega unos cuantos más que, a su juicio, son inéditos y que se advierten en el horizonte chileno, en el “fascismo colonial”. Reyes Heroles glosa sus ideas, las interpreta con originalidad, explicita sus convergencias: “En lugar de reivindicar los recursos naturales, [el fascismo colonial] los entrega al exterior, pretendiendo de esta manera resolver irresolubles contradicciones domésticas. Vender barato materias primas y alquilar a bajo precio mano de obra […]”.[14] La conclusión es que detrás de este fascismo colonial, adaptación hispanoamericana de la ideología de Mussolini y de Giovanni Gentile, están las nacientes empresas transnacionales y las atávicas dinámicas extractivistas. Brioso y enérgico, el orador termina su alocución parafraseando la famosa sentencia de don Miguel de Unamuno, con la cual, supuestamente, replicó a las bárbaras y descerebradas provocaciones del general José Millán-Astray, el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca (USAL): “No pueden vencer aquellos incapaces de convencer”.[15]

En perfecta sintonía con Reyes Heroles, al menos en este punto, Echeverría Álvarez decidió romper relaciones con el gobierno dictatorial en noviembre de 1974.[16] Más que de golpe o intempestiva, esta ruptura fue, en realidad, gradual, toda vez que México había retirado del territorio chileno al Embajador Martínez Corbalá y lo había reemplazado con Reinaldo Calderón, en calidad de Encargado de Negocios. La política internacional del país con respecto a Chile no sólo consistió en sanciones consulares o en castigos cancillerescos, claro está; antes bien, de manera simultánea, ésta impulsó proyectos de gran envergadura, caracterizados por su compromiso a toda prueba y por su proactividad. El 11 de septiembre de 1974, por ejemplo, justo a un año del golpe de Estado, el gobierno federal fundó, por iniciativa de Pedro Vuskovic Bravo (Ministro de Economía durante la administración de Allende) y de un nutrido grupo de intelectuales (entre los que se hallaba Reyes Heroles), la Casa de Chile en México, que a lo largo de casi dos décadas acogería, brindándoles refugio y haciendo las veces de centro organizacional, a los perseguidos por la dictadura.[17]

Del 18 al 21 de febrero de 1975, en el Palacio de Bellas Artes, se verificó la tercera sesión de la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile —un foro ideado por varios países escandinavos, sin potestad jurídica pero con autoridad moral—.[18] El presidente de dicha comisión, el diplomático sueco Hans Göran Franck, agradeció a Reyes Heroles y al Comité Mexicano de Apoyo que encabezaba sus entregas y sus disposiciones. En la fecha de cierre, viernes por la mañana, Reyes Heroles recuperó el tema con el apasionamiento esperado. “Hemos comprobado crímenes casi inenarrables —relata—, que están más allá de la más perversa imaginación. Hemos escuchado confesiones de parte, con el consiguiente relevo de pruebas. Ello nos conmueve, pero no nos extraña.”[19]

El lustro inmediato posterior fue decisivo para el devenir de ambos países, para su decurso histórico. Por un lado, la creación de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE) en 1977, cuya autoría se le atribuye de ordinario a Reyes Heroles, supuso los pinitos de México con dirección a la democracia, y, por otro, la promulgación de la Constitución Política de la República de Chile en 1980 representó la madurez y el asentamiento de la dictadura pinochetista. Nombrado Secretario de Gobernación por José López Portillo en 1976, luego de un año en la dirección del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) —período que, al margen de su brevedad, es una insignia de honor que demuestra su separación definitiva de Echeverría Álvarez—, hay evidencia de que Reyes Heroles, el “político con ideas”, continuó pensando en Chile, en su presidente dos veces muerto (en un asesinato o por suicidio), y abrevando del infinito caudal de sus lecciones. “Proseguir sin desmayos en nuestra propia ruta —afirma—, es la más eficaz solidaridad que podemos brindar al pueblo chileno, es el mejor homenaje que podemos rendir a Salvador Allende.”[20]

NOTAS


[1] El jefe de fotografía del periódico El Mercurio, Juan Enrique Lira, se encargó de divulgar la primicia. Un par de jornadas después, el mismo diario, debajo de los retratos de Augusto Pinochet (general de ejército), Gustavo Leigh (general de aviación), José Toribio Merino (almirante) y César Mendoza (general de carabineros), confirmó el suceso. Véase “Murió Allende”, El Mercurio, año LXXIV, núm. 26,432, 13 de septiembre de 1973, p. 1.

[2] Cfr. José Agustín, Tragicomedia mexicana, 2. La vida en México de 1970 a 1982 (2ª ed.), México, Editorial Planeta (Espejo de México), 2006, p. 39.

[3] Esta gira contemplaría, amén de México, ir a los Estados Unidos de América, a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, de regreso en el hemisferio occidental, a la República de Cuba. Véase “Con reducida comitiva, Allende visitará México, E. U., Rusia y Cuba”, El Informador, año LVI, t. CCXIII, núm. 19,654, 21 de noviembre de 1972, p. 12-B.

[4] Parafraseado por Agustín, Tragicomedia mexicana, 2…, op. cit., p. 39.

[5] Véase Jesús Reyes Heroles, “Discurso de ingreso. La historia y la acción”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia (correspondiente de la Real de Madrid), t. XXVII, núm. 3, julio-septiembre de 1968, pp. 226-247.

[6] Ricardo González Machado, “Elemen­tos de los diversos sectores sociales del pue­blo y de la actividad social y política acudieron a saludar al eminente viajero en la Embajada de su República”, El Nacional, año XLIII, núm. 15,612, 1 de diciembre de 1972, p. 9.

[7] La presencia de Reyes Heroles en aquella aula magna, donde Allende pronunció su mítico discurso del 2 de diciembre de 1972, es un hecho consabido.

[8] Véase “La política mexicana nada tiene que ver con Cuba, Chile, etc.”, El Informador, año LVI, t. CCXIII, núm. 19,672, 9 de diciembre de 1972, pp. 1 y 3-A.

[9] Cfr. Platón, “Lisis”, Diálogos, t. I, Emilio Lledó Íñigo (introducción), Julio Calonge Ruiz, Emilio Lledó Íñigo y Carlos García Gual (traducción y notas), Madrid, Editorial Gredos (Biblioteca Clásica Gredos, 37), 1985, p. 297 (pp. 270-316).

[10] Véase “Representantes de GDO pidieron se deje en libertad a 37 estudiantes”, El Informador, año LII, t. CXCVII, núm. 18,178, 2 de noviembre de 1968, p. 9-A.

[11] Paralelamente, hubo una marcha multitudinaria, de cuarenta mil personas, que desembocó en el Hemiciclo a Juárez. Véase “Manifestación de protesta en el D. F. por el derrocamiento del S. Allende”, El Informador, año LVI, t. CCXVI, núm. 19,951, p. 3-A.

[12] Cfr. Enrique Krauze, “José López Portillo. La vuelta del criollo”, La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996) (2ª ed.), México, Tusquets Editores (Colección Andanzas, 207), 1997, p. 389 (pp. 383-397).

[13] Cfr. Dick Parker, La nueva cara del fascismo, Santiago de Chile, Empresa Editora Nacional Quimantú, 1972, pp. 16-17.

[14] Jesús Reyes Heroles, “En el acto de solidaridad con el pueblo y la democracia chilenos, organizado por el CEN del PRI. 14 de septiembre de 1973”, Discursos políticos. Avancemos con la sonda en la mano (febrero 1972-febrero 1975) (2ª ed.), México, Comisión Nacional Editorial, 1975, p. 308 (pp. 306-313).

[15] Ibidem, p. 313.

[16] Cfr. Hugo Miranda, “Las relaciones diplomáticas entre Chile y México”, Revista Mexicana de Política Exterior, núms. 36-37, otoño-invierno de 1992, p. 46 (pp. 40-48).

[17] Cfr. Claudia Fedora Rojas Mira, “Los anfitriones del exilio chileno en México, 1973-1993”, Historia Crítica, núm. 60, abril de 2016, p. 124 (pp. 123-140).

[18] “Inaugurará el presidente la III Sesión sobre Chile”, El Informador, año LVIII, t. CCXXII, núm. 20,471, pp. 1 y 3-A.

[19] Jesús Reyes Heroles, “En la clausura de los trabajos de la Tercera Sesión de la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile. 21 de febrero de 1975”, Discursos políticos. Avancemos con la sonda en la mano (febrero 1972-febrero 1975) (2ª ed.), México, Comisión Nacional Editorial, 1975, p. 571 (pp. 570-573).

[20] Reyes Heroles, “En el acto de solidaridad con el pueblo y la democracia chilenos…”, op. cit., p. 313.