-Cómo nos lo contó Othón Arróniz-


Pedro Paunero

El libro “La batalla naval de San Juan de Ulúa” de Othón Arróniz (1921- 1992), cuenta, de manera erudita y amena, con un amplio apéndice de documentos de la época, los sucesos y detalles previos al enfrentamiento entre los ingleses, con supuestas pretensiones mercantiles, pero piratas en el fondo, y los españoles, dueños del mundo en el Siglo XVI, en las costas veracruzanas; hecho histórico que marcaría, con un antes y un después, el rumbo del puerto de Veracruz desde su violenta fundación, y cambiaría la geografía misma de Europa y del mundo conocido que se encontraba bajo su sujeción.

El primer cañonazo

La bula Inter Caetera, emitida el 3 de mayo de 1493, por parte del papa Alejandro VI, se entendía como la cesión total a los Reyes Católicos, de todo territorio nuevo descubierto: “Cada una de las tierras e islas ya citadas, así las desconocidas como las hasta ahora descubiertas por vuestros enviados y las que se descubran en adelante, que bajo el dominio de otros señores cristianos no estén constituidas en el tiempo presente”. Los ingleses, ante el creciente dominio y poderío español sienten la necesidad, primero, de comerciar, después, de arrebatar. Se vendían o cambiaban productos ingleses por azúcar en Santo Domingo, por perlas en Río de la Hacha y por plata en Veracruz. Pero sucedía que, en dichas poblaciones, la mano de obra indígena o había disminuido o se había extinguido. Arróniz cita al cosmógrafo del rey Felipe II que, en su “Geografía y descripción universal de las Indias”, señalaba sobe la ausencia de actividad minera en Puerto Rico, en especial el oro: “No se saca por haberse acabado los naturales” Y sobre el cobre: “Tampoco se benefician por el costo y trabajo. La principal granjería que agora tiene es el ganado, cueros y principalmente el azúcar, que hay como una docena de ingenios o más. Váse la población de los españoles disminuyendo porque como no se saca oro, no vienen mercaderías, y así las demás granjerías no se contratan. Indios hubo muchos y muchos caciques al principio de su descubrimiento, más que en otras, por ser ésta tan fértil y apacible, los cuales todos se han acabado por enfermedad, guerra y desesperación y excesivos trabajos”. Este motivo obligó a los colonos el que los indígenas tuvieran que ser sustituidos por esclavos africanos. El cultivo de caña de azúcar, la extracción de metales o la ganadería, eran actividades en las que se les necesitaba. Pero la burocracia virreinal, un mal no sólo endémico de México, por entonces también era otro obstáculo:

“No se pueden llevar de España ni de otras partes para las Indias, sin licencia expresa de S.M. y pagando el derecho que de cada licencia se debe, que son treinta ducados por cada uno, y en las Indias no se pueden vender sino por el precio y tasa que para cada parte está por el Rey puesta”.


Este es, pues, el panorama sobre el que se desarrollará el drama de la batalla naval de San Juan de Ulúa. Nos cuenta Arróniz que, un día del año 1527 un barco inglés, que iba surcando las aguas del océano atlántico, se acercó a las costas de Santo Domingo, propiedad del vasto Imperio español, con intenciones de establecer un nexo comercial entre sus marinos y sus habitantes, por entonces detentadores del primer gobierno colonial en América. Un cañonazo le impidió acercarse, parando en seco las intenciones de su tripulación. Este hecho, no aislado, provocaría la creciente envidia por parte de los ingleses, por participar de las riquezas que el llamado Nuevo mundo, estaba llenando las arcas del imperiales de España. Aquél cañonazo disparado contra el barco inglés abrió un proceso legal largo y tedioso, al mismo tiempo que los británicos evitaban el Mar Caribe para evitar provocar actos bélicos.

El negrero John Hawkins

En el año 1562 parte de Plymouth, con tres barcos, John Hawkins. Lleva 163 esclavos negros y mercancías. Se pone en contacto con el licenciado Lorenzo Bernáldez, judío converso y funcionario de la isla de La Española. Le ofrece unos cuantos esclavos a cambio de una licencia para vender al resto de los negros y las mercancías. Bernáldez, que carece de la autoridad para expedir esa clase de documentos, y que está a cargo de un destacamento de 70 civiles encomendados para combatir a los corsarios, ve la oportunidad de hacer negocios, aunado al hecho de que las fuerzas de Hawkins son superiores. El inglés aprovecha la oportunidad. Dos años después vuelve con 400 esclavos. Arriba a Burburata, Venezuela, a cuya población amenaza con destruir a cañonazos, a través de su intérprete Cristóbal de Llerena, si no le permiten comerciar. La población, temerosa, presiona al gobernador. El trato resultante no agrada al inglés y rompe en pedazos el documento. Es entonces cuando ordena abrir fuego sobre la ciudad a sus artilleros. La población, que ha caído en pánico, cede y le es otorgada carta blanca. Por el testimonio de un testigo llamado Juan Pacheco, nos indica un sorprendido Arróniz y, con dicho testimonio nos sorprende también a los lectores, sabremos que John Hawkins, a la vez que encolerizado y pretencioso, se sentía súbdito de Felipe II de España y no de la reina Isabel de Inglaterra: “Que no pensaran que él era un ladrón corsario, sino un noble caballero, servidor de S. M. pues había estado a su servicio cuando fue Rey de Inglaterra”. Recordemos que Felipe II, mediante casamiento con María Tudor (Iure uxoris), llegó a ser rey de Inglaterra e Irlanda y, como sugiere Arróniz, es probable que Hawkins, miembro de la Corporation of Plymouth, haya conocido al rey en su visita a Inglaterra y a dicha corporación. Juanes de Urquiza apunta que Hawkins había sido armado caballero por el rey español y que tendría este gesto en alta estima, sacando a relucir el hecho a la menor provocación. Hawkins sería, pues, un Gentleman que se habría tomado demasiado en serio su papel de personaje de la corte, un caballero recubierto en dignidad:


“Trata a toda costa de crear una imagen consecuente con sus pretensiones
nobiliarias. Él es honrado, y generoso. Y tal vez lo era”.

“En Río del Hacha, ante la dificultad de vender a tan gran número de
esclavos como lleva y en la imposibilidad de darles de comer, los pone en tierra y allí los acogen quienes los venden poco a poco”.

Arróniz cita un ejemplo:

El 21 de mayo de 1565, ante la indignación de los peninsulares, en Río del Hacha, se le extiende un Certificado de Buena Conducta. El embajador español Guzmán de Silva, presenta “una severa” requisitoria a la reina Isabel, quien prohíbe al corsario sus andanzas en el Caribe. Hawkins se las ingenia para no navegar él mismo pero sí para enviar, en su lugar, a John Lovell. Durante su tercer viaje, el 2 de octubre de 1567, pone a capitanear la nave Minion a un personaje de resonancias históricas, al futuro corsario Francis Drake. Fue una tormenta tropical la que obligó a la flota de John Hawkins a buscar refugio en San Juan de Ulúa. Sólo un día después arriba otra flota, la del nuevo virrey de la Nueva España. Hawkins, dueño de la bahía, ofrece un pacto de honor al virrey que consiste en permitir a la flota real alcanzar el puerto, y refugiarse del vendaval que está a punto de echarlos a pique, siempre que le permitan reparar sus naves y lo provean de víveres a cambio de mercancías. El 16 de septiembre de 1528 Hawkins pone por escrito su aventura. En este texto se dejan traslucir sus dudas ¿Permitiría que se estrellasen las naos españolas contra la costa? Hawkins se tiene en alta estima. No se considera un corsario, como hemos visto, sino un caballero. Por otro lado, el virrey, Don Martín Enríquez de Almansa, de mentalidad burócrata, ante la disyuntiva de tener que aceptar las condiciones del “pirata”, idea una estratagema. El 17 de septiembre reúne a Francisco de Luján, a Antonio Delgadillo y a los capitanes de la flota. Comulgan en una conjura: por la noche ciento cincuenta hombres de tierra abordarían una barcaza, se aproximarían inocentemente a la nave capitana inglesa que sería abordada en cuanto Luján diese la señal. Así, Delgadillo y Pedro de Yebra, acompañados con sus fuerzas, asaltarían el fuerte que se mantenía en posesión inglesa. Luján se acobarda. El almirante Ubilla alza un pañuelo blanco, estando todavía lejos del Jesús de Lubeck. La conjura se descubre. Juan Ortiz, pífano de la nave de Enríquez, suena su trompeta. Los ingleses disparan un cañón. Matan a un artillero y dañan la flota española.

Un fuerte no tan fuerte

Pero, realmente ¿cómo estaba constituido físicamente el célebre fuerte? Lo llamaban “la Casa de las mentiras” y estaba habitado por negros. Lo protege un simple paredón, que serviría de parapeto a los artilleros. Su artillería, enlista Arróniz, era deficiente: 2 pedreros, 2 medias culebrinas de 30, 1 sacre de a dos quintales, 1 sacre de a seis quintales, estas como piezas “que servían”. Entendemos que los elementos que siguen, estaban por completo inservibles: 1 culebrina, 1 pieza quebrada de 42 quintales, 1 pieza de quebrada de 27 quintales. Con todo en contra, así dio comienzo la batalla de San Juan de Ulúa, que sería, al final, ganada por los habitantes de Veracruz, con funestas consecuencias para el futuro del imperio.

Cronología de la batalla

La siguiente es la cronología aportada por el autor: Jueves 16 de septiembre, 1568: Hawkins se refugia en el puerto de San Juan de Ulúa. Viernes 17 de septiembre: Llega al puerto la flota de Francisco de Luján, llevando a bordo de la capitana al nuevo virrey de Nueva España: don Martín Enríquez de Almanza. Domingo 19 de septiembre: Terminan las negociaciones con un pacto de honor entre Hawkins y el virrey. Lunes 20 de septiembre: Entra al puerto de San Juan de Ulúa la flota española. Martes 21 de septiembre: Los ingleses reparan sus navíos y los españoles distribuyen sus barcos en la rada.

Miércoles 22 de septiembre: Los españoles preparan la trampa. Hacen llegar hombres de la Veracruz. Hombres armados de arcabuces se esconden en una urca próxima a la nave Jesús de Lubeck. Jueves 23 de septiembre: A las nueve de la mañana, Juan de Ubilla da la señal de ataque. Jueves 23, por la tarde: Los españoles se han apoderado del Jesús y lo saquean. Ocupados en el pillaje dejan escapar al Minion y al Judith, y con ellos a Hawkins y a Drake. Jueves 23, noche: El Judith se hunde. Viernes 24 de septiembre: Los ingleses en la Isla de Sacrificios. Sábado 25 de septiembre: El Minion se hace a la vela con 103 hombres a bordo. Jueves 7 de octubre: 65 marinos ingleses y 12 grumetes, miembros de la tripulación del Minion, rinden declaración ante el alcalde de la villa de Tampico, Luis de Carbajal.

La conciencia de Francis Drake

Los resultados son fatales. Francis Drake cobra conciencia del estado de guerra entre Inglaterra y España. Los únicos en desventaja en todo este marco histórico, y hasta de leyenda, son los esclavos negros, se da cuenta entonces. Y serán estos quienes lo ayudarán una y otra vez a lo largo de carrera de bandido. Los “cimarrones” (esos esclavos fugitivos), lo ponen al tanto de la zona exacta por la cual los españoles hacen pasar las mercaderías del océano Pacífico al Atlántico: el estrecho de Panamá. Lo llamaban “el desaguadero de Nicaragua”, y hasta ahí llegaban las riquezas provenientes de las minas del Sur, prontas a ser transportadas. Una recua de mulas, conducida por arrieros, conducía las mercancías. Allá llega Drake y se hace de un cargamento de oro de tal cantidad y peso que, por no poder llevarla, deja tan sólo la plata. Su venganza es terrible. Ataca una y otra vez los puertos del Pacífico. Un testimonio da fe de la vida cotidiana en sus barcos: a bordo, Drake, vive placenteramente, al grado que, incluso, lleva consigo una orquesta de cámara, que se hace escuchar a la hora de la comida. Pero, un día, después de asolar las costas novohispanas, y de convertirse en una de sus pesadillas fundacionales, Francis Drake se retira. Se siente, por fin, vengado de su derrota legendaria en San Juan de Ulúa, aquél que sería el primer hecho heroico de armas, mucho tiempo antes de que a Veracruz se la conozca como a la “Cuatro veces heroica”.

La crónica veracruzana de Benítez y Pacheco

Fernando Benítez y José Emilio Pacheco se ocuparon, a cuatro manos, de narrar la fundación (y varios hechos significativos e interesantes de los siglos posteriores) del puerto de Veracruz en “Crónica del puerto de Veracruz”, publicado en 1986 por la editora del estado. Nos ocuparemos aquí, solamente, de las páginas que Benítez y Pacheco le dedicaron a Othón Arróniz y su libro tan oportuno. Para los autores, antes que Arróniz se ocupara del tema, habrían sido muy pocos quienes se dieran cuenta que, frente al puerto y su castillo, España había perdido su hegemonía como primera potencia, cambiando, así, la historia del mundo. Encuentran, significativamente, un devenir ético y filosófico en la comprensión, siempre parcial de los hechos históricos, a través de la figura de Francis Drake, una especie de archivillano de la historia latinoamericana, el pirata arquetípico, que se convertiría en el primer inglés en circunnavegar el globo, que no el primer ser humano en hacerlo, gloria que les corresponde a Fernando de Magallanes, Juan Sebastián Elcano y sus tripulaciones. Benítez y Pacheco reseñan la obra de Arróniz, pero se ocupan, también, de enumerar las aventuras corsarias que Drake viviría después del saqueo a Veracruz, que lo llevarían a “tomar Nombre de Dios, en Panamá, a incendiar Porto Bello, saquear Valparaíso y estragar el Callao. A su vuelta del mundo, Drake
saqueó Vigo, incendió Sao Thiago en las islas de Cabo Verde, asaltó Santo Domingo, Cartagena, La Florida, y destruyó 26 barcos españoles en Cádiz”. El corsario estudió las técnicas de construcción de los pesados buques de “La armada invencible” de Felipe II, induciendo la construcción de navíos ingleses más ligeros y rápidos, y convirtiéndose, él mismo, en vicealmirante de la flota que venció la poderosa armada española, en 1588. de la flota que venció la poderosa armada española, en 1588.

Los piratas en la imaginación

Dos grandes civilizaciones se enfrentaron en aquél islote veracruzano. Ahí mismo la piratería tomó conocimiento de sí misma, de su expresión, y ganó el imaginario popular. El dueto literario que conformaron Benítez y Pacheco enumeran los nombres de esa expresión, así, en las letras, los románticos Byron y José de Espronceda, los narradores Walter Scott, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari y el mexicano Vicente Riva Palacio, en el cine los grandes nombres del Hollywood más clásico y más superfluo, Douglas Fairbanks y Errol Flynn. Los nombres de esos personajes, rencarnados en libros y películas, son bastante sonoros: Drake, Hawkins, Morgan, Barbanegra, Pata de palo, El Olonés, Diego el Mulato, Lorencillo, Bartolomé Portugués y el “más musical de todos”, Rock Brasiliano. Fue Hubert Deschamps, en un ensayo de 1952, titulado “Pirates et Filibustiers”, quien llamó la atención sobre la mezcla de razas que la piratería provocó. Sobre el milagro griego y cómo Europa se conformó, al cerrarse sobre sí misma, al colindar, al sur, con los piratas sarracenos y, al norte, con los vikingos. Los autores recapacitan en un posible estudio mexicano, sobre los lineamientos de Deschamps, que reconocería que el fracaso del sueño bolivariano se debe, en gran parte, al aislamiento surgido por las acciones piratas. Las colonias españolas crecieron débiles, poco relacionadas entre sí, tanto por la piratería como por las leyes anti monopolio que pesaban sobre estas. Así, mientras se clausuraba en la América hispana el sueño de la Gran Colombia, al norte, cuando anglosajones e iberos se disputaban los mares, se desarrollaba la nación que se conocería, pocos años después, como los Estados Unidos.

De Homero a Carlos V

Piratas rubios y de ojos azules asolaban las costas griegas, en tiempos de Homero. En el Egipto de Ramsés II se los conoció como filisteos. Ocuparon el territorio de Palestina. Hubo piratas en el Mar Rojo, el Océano Índico, en los mares de China y Japón. Con el surgimiento del imperio carolingio las incursiones vikingas fueron cosa común. Se los conoció como a los nor-mandos. Los “hombres del norte”. Colón se topó con corsarios franceses en Canarias. En su tercer viaje estuvo a punto de ser capturado por ellos. Barba Roja, y sus piratas berberiscos, se opusieron a Carlos V. La conquista de América se efectuaba a la par que, en Europa, se libraban dos guerras santas: moros contra cristianos y latinos contra sajones o, desde el punto de vista de los sajones, papistas contra luteranos. Jean Fleuri arrebata a Alonso de Ávila el tesoro de Moctezuma, y este va a parar a manos de Francisco I. Don Juan de Austria y Andrea Doria vencieron el poder otomano, en la célebre batalla naval de Lepanto, en la cual Miguel de Cervantes perdiera el uso del brazo. El gusto duraría poco. La Armada invencible, con el duque de Medinacidonia a la cabeza, cede el poder español de los mares al control de los ingleses.

La historia posterior

Hubo un tiempo en que el Pacífico mexicano fue el centro del comercio mundial. La Nueva España comerciaba con Asia, por la ruta de la Nao de China, hacia las Filipinas. Veracruz fue “eje y gozne” de ese comercio en el Atlántico. Los piratas asolaban Campeche y robaban el “palo de tinte”, que coloreaba las telas usadas en innumerables países. En Holanda, como respuesta a la fuerza de ocupación española, se fundó la “Compañía holandesa de las Indias Occidentales”, que no era otra cosa que una empresa de piratería estatal. España cedió, agotada, el territorio de Belice a los ingleses. La corrupción y la esclavitud, negocio típicamente inglés, plagaron el imperio en decadencia. El contrabando y esa especie de “institución nacional” llamada “la mordida”, se instalaron en México, como algo originario, endémico y así de nefasto. En tiempos virreinales la llamaron “el unto de México”. La plaga de la piratería, llamada “Ostis Humani Generis”, en latín, duró un siglo, en los años que van de 1630 a 1730. Los ejércitos y la industrialización la volvieron superflua, innecesaria. Pero la piratería no desapareció. Mutó. Se adaptó a los nuevos tiempos, en una suerte de “delincuencia legítima”, como la denominan Benítez y Pacheco. Nosotros, a principios del Siglo XXI, sabemos de eso. La llamamos piratería industrial y piratería informática, sus miembros navegan otras aguas, las de la red. Los llamamos Hackers y Crackers. Sus razones pueden ser criminales o legítimas, si su trasfondo es la protesta y la oposición a todo acto de opresión. Al final, un verdadero quebradero de cabeza de los gobiernos y las empresas.

Epílogo

Las actividades del pirata Lorencillo pusieron a prueba la fortaleza de San Juan de Úlua. El año 1684 comenzó la obra de su amurallamiento. La burocracia detuvo o pospuso o volvió lenta su construcción. Para 1746 la muralla estaba conformada por cal y canto. Veracruz se erigió como la plaza mejor fortificada de América. Sólo se le parecían Campeche, La Habana, San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias. Pero su construcción se tornó superflua, pues jamás vio hechos de guerra contra los piratas. Los Borbones accedieron al trono español. Las coronas de Madrid y París se unificaron. La flota española vio, inverosímilmente, cómo se ponía a su cabeza un filibustero, Du Casse, como capitán general. Su tarea fue la de proteger los galeones en los puertos que, antes, él mismo asaltaba a “sangre y fuego”. Según Hugh F. Rankin, y con este los autores, la “Edad de oro” de la piratería llegó a su fin el año de 1728. A riesgo de sonar reduccionistas, como aseguran Benítez y Pacheco, la caída del imperio español, y ese viraje histórico, ese parteaguas, ese antes y después, en la historia de Occidente, habría pues, comenzado, en San Juan de Ulúa, ni más ni menos.

El autor del libro “La batalla naval de San Juan de Ulúa” (Biblioteca de la Universidad Veracruzana, 1982), Othón Arróniz, nació en Jalapa, Veracruz, el 2 de julio de 1921. Estudió letras en Lausana. Obtuvo un doctorado en Filología Románica en Madrid con una tesis dirigida por Dámaso Alonso (célebre director de la Real Academia Española), dirigió la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Veracruzana y fue investigador del Centro de Estudios Literarios de la UNAM. Entre sus obras se cuentan La influencia italiana en el nacimiento de la Comedia española, 1967; Teatros y escenarios del Siglo de Oro, 1977; El despertar científico en América, 1980. Murió el 16 de noviembre de 1992.


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Novelista, cuentista, ensayista y crítico de cine, nacido en Tuxpan, Veracruz, México, en 1973. Tiene una licenciatura en biología terrestre. Su trabajo se ha publicado en México, Argentina, Colombia, Venezuela, España y Francia. Algunas de sus publicaciones figuran en: Tecknochtitlán: 30 visiones de la Ciencia-ficción Mexicana, antología de Federico Schaffler (Edo. de Tamaulipas, 2014); en la antología Futuros por cruzar: Cuentos de ciencia ficción de la frontera México-Estados Unidos (New Borders / Nuevas Fronteras nº 2, Universidad Autónoma de Baja California y University of Colorado, Colorado Springs, 2014) del antologador Gabriel Trujillo Muñoz; un ensayo sobre el teatro del Grand Guignol en Dos Amantes Furtivos, Cine y Teatro Mexicanos, libro coordinado por el investigador y director de cine Hugo Lara (Editorial Paralelo 21, 2015), la novela Weird Western y Steampunk Señor de las máscaras y la novela de terror post apocalíptica Una cierta hecatombe (Camelot América, 2018 y 2019). Fue nominado al Premio Ignotus 2015, de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror(AEFCFT), por su cuento El paisaje desde el parapeto; ha ganado dos veces el premio Tirant lo Blanc por parte del Orfeó Catalán de la Cd. de México y el premio Miguel Barnet que otorga por la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana