Alejandro Basáñez
Retoño de vida.
Ensoñación.
Brotes de color entre la niebla.
Ecos de un recuerdo misterioso.
Voces que se pierden,
murmullos surgidos de raíces sobre loza de concreto.
El pasto limpio cumple su promesa.
Respira.
Algunas flores caen, reconociendo su derrota.
Dos o tres gorriones cantan su homenaje.
En aquella rama, las libélulas se anidan. Se persiguen.
Probablemente se aman. Procrean.
La castañuela las sostiene en la rama como dos manos que aplauden.
Tiesa, inmovil.
Ya nada en mí es permanente.
Mis pies, raíces que caminan errantes.
Tentáculos que se inquietan por reconocer su lugar.
La jacaranda en cambio, muere y renace en silencio.
Brota de su tronco.
Da alojamiento a líquenes y plantas de otras especies.
No se confunde.
Algunas de sus ramas se agachan, se secan.
Ella no se arredra.
Otras se extienden al cielo, gloriosas.
Dejando que reposen sobre ellas colibríes y mariposas.
La jacaranda es fiel a su promesa.
Se sabe pobre, limitada.
No llora. Suelta sus flores, cubriendo de alfombras moradas todo lo que toca.
Da sombra al vagabundo que busca su alma.
Ofrece su fragancia al que llora. Solapa al pájaro vencido.
No muere.
Renace en la primavera.
Infundiendo de paz y esperanza al que la mira.