Tuxpan 2040

Tuxpan se ha vuelto otra vez una ciudad cultural, un retoño de vida, un canal de comunicación entre la cultura extranjera y la del continente.

Alejandro Basáñez

Son las 6.30 de la mañana y el sol sale poco a poco de entre las entrañas del Anáhuac, dejando caer sus rayos anaranjados sobre las pangas. Los pescadores estiran sus brazos al río. Redes tejidas y remendadas por manos campesinas expertas en recolectar los nutrientes del agua. Ocasionalmente, junto con jureles y robalos, se viene alguna que otra aguamala que el pescador remueve con sus manos, cuidando de no tocarla por debajo.

No se escuchan más que los pájaros sobre los árboles. Se ve la gente saliendo de sus casas: se estiran, saludan al sol y vuelven a meterse con su periódico en mano. Preparan su desayuno: un rico licuado de naranja con espinacas, apio, perejil, nopal, gengibre y limón. Un par de huevos de rancho en una tostada de maíz de nixtamal. Hace mucho que se dejó de vender el maíz transgénico de Estados Unidos. Hoy casi todo es producción local. Ya ni siquiera hay marcas como Minsa o Maseca que concentraban el negocio en pocas manos, haciendo sufrir a la gente. Ahora la tortilla casi toda se produce localmente. El pescador de la panga divisa a lo lejos un molino de agua. Un hombre se acerca con dos mulas llenas de grano. Por la orilla del río pasa un comerciante cargando cepillos, escobilletas y grana cochinilla. Todo está hecho con esas manos agrietadas que ahora sacan una moneda del bolsillo de manta para pagar al dueño del esquife, que lo llevará al otro lado. Otros mercaderes llevan cargando utensilios de madera y yute. Al llegar a la otra orilla todos bajan y llevan su vendimia al mercado. Ya no hay coches ni vehículos motorizados que estorben.

Las calles del centro son sólo para peatones y bicicletas. Las nuevas estaciones de tranvía, tren ligero y ferrocarril se encargan de todo el transporte. El tren rápido conecta en dos horas con la estación Balbuena de la Ciudad de México. Atrás quedó el Tuxpan de los peseros y
camiones desbocados que echaban humo desde las 6 de la mañana. Atrás quedaron los taxis. Todos y cada uno de ellos ahora son dueños de un negocio individual, o trabajan para una empresa con todas las prestaciones de la ley: seguro médico, desempleo, vacaciones, pensión y acceso a instalaciones deportivas. Hace tiempo abrió en Alto Lucero un nuevo centro olímpico con alberca, estadio de fútbol, canchas de básquetbol, volibol y muchos otros deportes.

México ocupa ahora uno de los últimos lugares en obesidad y diabetes. Se logró erradicar ese mal completamente desde que se prohibieron los productos químicos y los endulzantes en los refrescos y alimentos procesados. También inauguraron 3 bibliotecas nuevas hermosas, repletas de libros para niños. Todas las mamás llevan ahí a sus hijos después de la escuela y la industria editorial en México es una de las más importantes.

Regresa mi atención a la casa donde me encuentro, en la calle de Emiliano Zapata. Se ha embellecido mucho esta ciudad. Ya no hay cables en los postes. Se han metido todos bajo tierra. Ahora circulan solamente unos pequeños carritos eléctricos como de golf, pero sobre todo se ha reducido la necesidad de desplazarse lejos. La planeación urbana ha hecho todo más caminable. El malecón tiene otra vez framboyanes hasta la playa y una pista de pasto para correr. Mucha gente del país tiene aquí sus casas de fin de semana y han crecido los cafés y restaurantes.

La Plaza del centro fue rediseñado para volver a su esquema original, donde los
puestos de aguas y fruta despachan otra vez el Timbaquei y la grosella con leche
desde abajo del kiosko, con mesas de lámina que se extienden por todos lados, en un hervidero de gente y familias que entran y salen, se reconocen, conviven y ríen.

Los niños han vuelto a raspar sus cerillos contra el suelo y a detonar sus fuegos artificiales inofensivos. No se venden ya las peligrosas palomas y la gente valora más la dulzura del silencio que el estruendo de la música a todo volumen en las plazas comerciales. Un silencio cortado solamente por el sonido de un huapango que viene a animar los corazones, o una marimba que invita a los comensales a bailar.

Tuxpan se ha vuelto otra vez una ciudad cultural, un retoño de vida, un canal de comunicación entre la cultura extranjera y la del continente. Un santuario natural de protección del cocodrilo y la garza blanca, del armadillo y del arrecife de Isla de Lobos, hogar de infinitas especies marinas y corales ahora protegidos por el Instituto Jacques Cousteau y el Tecnopolo Marino.

Hay un nuevo auge de las tradiciones artesanales. Gracias al esfuerzo de las asociaciones civiles, se han revivido los talleres de jaranas, la fabricación de papel e imprentas, los salones de costura, la mueblería, la cestería y la industria textil, intensiva en mano de obra. Han surgido músicos, poetas, filósofos y escritores por todas partes. Tenemos tres periódicos y dos revistas culturales. Del mundo entero han venido artistas e investigadores a averiguar qué está pasando aquí y cómo se dio el fenómeno de desarrollo tuxpeño, un desarrollo suave y moderado basado en el refinamiento cultural, la auto-organización social y la conciencia por el medio ambiente.

El crimen y la inseguridad se han reducido prácticamente a cero. Las cárceles tienen ya verdaderos programas de reinserción social, que mantienen a los presos en un proceso de mejoramiento continuo. La impartición de justicia se ha vuelto más transparente y equitativa, después de un periodo de purga de jueces corruptos.

Todos vienen a buscar su inspiración a esta tierra de poetas, puestas de sol y
comida exquisita.

Ningún taxista engaña a nadie con la tarifa, aunque sea extranjero. La zona industrial creció enormemente y competimos ahora con Houston
en el comercio marítimo. Varias empresas de prestigio han venido a instalar aquí sus plantas productivas y ha cambiado enteramente el paisaje laboral. Las nuevas inversiones han detonado un movimiento en las universidades locales, que ahora capacitan y motivan a los egresados a ocupar los mejores puestos de trabajo. Ya no hace falta agua. Se crearon dos nuevas subestaciones de bombeo, además de que la gente ahora ha cambiado sus hábitos Al bañarse apaga el chorro mientras se enjabona. Ahora hay drenaje y plantas de tratamiento en cada cuadrante. Y lo más importante, la gente prácticamente ha dejado de producir basura. Por un lado, la industria ya casi no tiene permitido utilizar envases de plástico; la mayoría de los productos se venden en bolsas reciclables. Pero además la gente casi toda tiene ya compactadora en su casa y unos aparatos que convierten el plástico reciclable en unidades vendibles, por lo que es impensable encontrar una sola botella de PET en la calle. La gente tiene huertos en sus casas y toda su basura “sucia” la convierte en tierra. Ya no se ve, como antes, al camión de la basura ir dejando una estela de lixiviados apestosos por donde va. Ahora todo se hace en casa y es poca la gente que requiere los servicios de saneamiento del municipio, pues se ve mal socialmente. Si se pudiera resumir lo que hoy es Tuxpan en una palabra sería:

Un lugar que potencia la autonomía creativa del ser humano.


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(CDMX, 1974) Escritor y diplomático con raíces en Tuxpan, Veracruz. Director Editorial de la Revista Praxis: Cultura y Medio Ambiente. Internacionalista por El Colegio de México y Maestro en Ciencias Políticas por The New School, fue Titular de Desarrollo Cultural del IMSS; Agregado Cultural de la Embajada de México en Japón en dos ocasiones; y Jefe de Prensa de la Misión Permanente de México ante la ONU. Es autor de Los Japoneses en Morelos: Testimonios de una Amistad (Fondo Editorial del Estado de Morelos, 2018) y coordinador de la edición bilingüe del Popol Vuh español-japonés (Fondo de Cultura Económica, 2016). Ganó el Concurso Nacional de Oratoria en Japonés 1994.