Tan pronto entra uno al terreno, se escucha el cantar de las aves. Un sonido selvático que suena, a la vez, extrañamente electrónico en medio de la vegetación. Con alas de gran envergadura y vistosas colas amarillas, las aves entran y salen de enormes nidos colgantes con aspecto de bolsas. Hay algo de prehistórico en la escena: ¿pterodáctilos? En esa contradicción estamos cuando el viento marino sopla sobre una variedad de bambúes que chirrian con un sonido plácido, ondulante, de madera quejándose. Las aves son papanes y anidan en las altas palmeras reales. El bambú negro, elegante en su rigidez, tiene un aspecto de coral. El bambú grueso, como patas de elefante, abre paso a una pequeña cabaña de cuidador, donde un hombre diligente mantiene limpio el terreno y previene incendios. En ocasiones, los depredadores de cangrejo queman el monte para hacer que afloren de sus madrigueras. También los globos de Cantoya, que se han puesto de moda en bodas y fiestas, ascienden a merced de las corrientes de viento y se precipitan sobre la tierra. He sido testigo de algún incendio así. Me sorprendió la viveza del fuego, hipnótico y hermoso en su avance. Dijérase que es vivo, inteligente: rodea los espejos de agua, consume el pasto y la hierba seca, sube rápido y voraz por el tronco de los árboles bajos; prende su copa en un soplido. Apagamos el incendio valiéndonos de ramas. Descubrí que no había que azotarlas encima de las llamas, pues eso sólo arroja las chispas a los lados, sino que había que barrerlas hacia los lados, en abanico. Los bomberos llegaron tarde, aunque se empeñaron en hacer lo que pudieron. En aquella ocasión nos quedó una sensación de desolación espiritual, acorde a la desolación del paisaje. Vimos aves rapaces volando sobre la tierra cenicienta que se nos pegaba al calzado y a los pantalones. Aves que, seguramente, buscaban presas visibles heridas por el fuego en su inútil huida.

Aquello fue hace algún tiempo. El monte lo ha cubierto de verde todo otra vez. El bosque de encinos tiene, una vez más, ese aspecto prístino. Diríase que podemos encontrar celtas y druidas por aquí, esos sacerdotes que adoraban a los árboles, cortando con una hoz de oro el muérdago, una planta parásita que crece en las ramas, alimentándose de la savia como vampiros vegetales. Arriba identifico precisamente al muérdago. Los druidas lo llamaron “la rama dorada” y el antropólogo Sir James George Frazer le dedicó un libro.

A lo largo del sendero voy identificando las especies de orquídeas. La Myrmecophila tibicinis de flores como mariposas rosas, en cuyos largos seudobulbos —que algunos indígenas usaban para hacer flautas— anidan hormigas en simbiosis. De ahí el nombre científico Myrmecos que en griego significa “hormiga” y “philo” que significa amor. Esta especie se extiende en colonias grandes que habitan los árboles y el manglar.

Dejamos la zona de bosque y llegamos a los humedales. Vemos cuatro de las cinco especies de mangle existentes en México: rojo, negro, blanco y botoncillo, lo que convierte este terreno en una zona de alta importancia ecológica. Mis compañeros biólogos identifican alrededor de 170 especies de aves en el “Río de Rapaces”, como los ornitólogos reconocen a esta ruta migratoria. Por mi parte, identifico una especie de orquídea, la hermosa Chysis bractescens de color blanco, que se encuentra en la lista de las Normas Oficiales Mexicanas (NOM) en carácter de amenazada de desaparición.

Dulce, la propietaria de este paraíso nos muestra algunas fotos de una especie de venado que tomó recientemente. Comenta que, yendo con su hermano, lo vio huir entre la vegetación. El cuidador nos cuenta que por la noche lo despertó el ruido de coyotes. Al mirar por las rendijas de su cabaña, estaba rodeado. Aquello me llena de una incierta esperanza, tengo el deseo de que esos animales sigan viviendo aquí por muchos años. Aves, orquídeas, árboles han sido identificados, falta el trabajo de enlistar la increíble variedad de plantas, hongos, insectos, reptiles y mamíferos. Ha venido un especialista en murciélagos, el doctor Juan Pech, de la Universidad Veracruzana, que ha asesorado varias tesis de licenciatura sobre 10 diferentes especies de éstos. En el espejo de agua hay lagartos: la hembra, el macho y las crías. He visto un vídeo que Dulce ha grabado. Una garza, muy quitada de la pena, nada cuando un pequeño lagarto intenta morderla; patalea y sigue nadando.

Son más de 20 hectáreas de terreno que Dulce ha conservado por 30 años. Acaso por puro amor a la naturaleza, acaso por la consciencia de que esta zona aporta “servicios ambientales” a Tuxpan: oxígeno, conservación de especies de animales y plantas en peligro de desaparición y hasta de extinción. Ella quiere compartir con otras personas este amor y esta paz que me recorren cuando caminamos juntos. Me consta su empeño, su afán, el arduo trabajo que ha hecho a diario, el dinero invertido. Ahora no sólo darán frutos los árboles, sino su perseverancia. Ha logrado que este bosque, de marcados ecotonos, se declare Área de Conservación. En él se aprecian las fronteras naturales entre pastizal, humedal, manglar y bosque mismo. Será un triunfo para Tuxpan tener un lugar donde se podrá hacer senderismo, ciclismo, observación de aves y orquídeas; se darán cursos de conservación, de reciclaje, de compostaje; se podrán hacer picnics y paseos por puentes hechos de bambú entre los manglares; se podrán contar historias y aprender sobre la naturaleza; o pasar horas en paz, en el dolce far niente de la naturaleza.

El Área de Conservación de San Basilio es un homenaje a uno de los más importantes filósofos, ermitaños, monjes y eruditos venerados por católicos, ortodoxos y anglicanos. Basilio el Grande se adelantó a San Francisco de Asís al convertirse en el primer “santo ecologista”. A él se le adjudica la siguiente oración:

“Oh Dios, aumenta en nosotros el sentido de la hermandad con todos los seres vivos: nuestros hermanos los animales, a los que diste la tierra como un hogar común junto con nosotros. Recordamos con vergüenza que en el pasado hemos ejercido el cruel dominio del hombre a tal grado que la voz de la tierra que debería haber ascendido a ti en un himno te ha llegado como gemido de dolor.” (Gabriel Zaid, Letras Libres, 20 abril 2015)

Gracias al Área de Conservación San Basilio, Tuxpan tendrá la oportunidad de conservar para siempre una de sus máximas riquezas naturales. En tiempos de desesperanza y cambio climático, se trata de una oportunidad de oro.

Área de conservación “San Basilio”.

Tuxpan, Veracruz, Calle Bagre S/N Ejido la Ceiba, 92800 Tuxpan De Rodríguez Cano, Veracruz-Llave.

Teléfono: 783 839 8952

Abierto de 9:00 hrs. a 16:00 hrs.

Más información en su página de Facebook.

https://www.facebook.com/sanbasiliotuxpan

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Novelista, cuentista, ensayista y crítico de cine, nacido en Tuxpan, Veracruz, México, en 1973. Tiene una licenciatura en biología terrestre. Su trabajo se ha publicado en México, Argentina, Colombia, Venezuela, España y Francia. Algunas de sus publicaciones figuran en: Tecknochtitlán: 30 visiones de la Ciencia-ficción Mexicana, antología de Federico Schaffler (Edo. de Tamaulipas, 2014); en la antología Futuros por cruzar: Cuentos de ciencia ficción de la frontera México-Estados Unidos (New Borders / Nuevas Fronteras nº 2, Universidad Autónoma de Baja California y University of Colorado, Colorado Springs, 2014) del antologador Gabriel Trujillo Muñoz; un ensayo sobre el teatro del Grand Guignol en Dos Amantes Furtivos, Cine y Teatro Mexicanos, libro coordinado por el investigador y director de cine Hugo Lara (Editorial Paralelo 21, 2015), la novela Weird Western y Steampunk Señor de las máscaras y la novela de terror post apocalíptica Una cierta hecatombe (Camelot América, 2018 y 2019). Fue nominado al Premio Ignotus 2015, de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror(AEFCFT), por su cuento El paisaje desde el parapeto; ha ganado dos veces el premio Tirant lo Blanc por parte del Orfeó Catalán de la Cd. de México y el premio Miguel Barnet que otorga por la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana