“Todo aquello que estás buscando, te está buscando a ti”, escribió Rumi, poeta persa del siglo XIII. Con los libros ocurre lo mismo. Hay libros que buscas sin saber que existen. He pasado tardes enteras recorriendo librerías en busca de un libro cuya existencia ignoro y que, sin embargo, intuyo que está en alguna parte y que dentro de sus páginas tiene escrito algo que yo necesito. Así es como he encontrado una novela brevísima (o la novela me ha encontrado a mi). La ballena, del escritor francés, Paul Gadenne.
En diversos manuscritos medievales la ballena era vista como un animal fantástico que moraba en un mar repleto de peligros. En ocasiones era representada como el mítico monstruo marino Leviatán que más tarde Hobbes utilizó para representar al poder absoluto que aniquila a los individuos de una sociedad. En el Antiguo Testamento, el profeta Jonás es tragado por una ballena y vomitado tres días después. Con Pinocho, de Carlo Collodi, ocurre lo mismo. Moby Dick, la gran novela de Melville, surgió bajo el auge del desarrollo de la industria ballenera en Estados Unidos y, para algunos críticos, se trata de una alegoría del mal desencadenado por la obsesión del capitán Ahab y su delirante tripulación, a bordo del legendario barco ballenero Pequod. En la poderosa película Leviathan, del director ruso Andrei Zvyagintsev, la desoladora imagen del esqueleto de una ballena en la playa, sirve como símbolo de los vestigios de un pasado extinto.
La ballena de Paul Gadenne, a diferencia de las anteriores, representa el misterio insondable de la existencia y nos habla de los sentimientos de asombro, piedad y dolor que somos capaces de experimentar en algunos instantes de nuestra vida.
La ballena nos revela un hecho insólito: el descubrimiento del cadáver de una ballena blanca en la playa, a unos cuantos kilómetros de un pueblo costero francés. La noticia se riega como la pólvora. Cada lugareño tiene una versión distinta del cetáceo. Los que no han visto al animal, han escuchado hablar de él. En los ojos de la mujer que reparte leche, la ballena parece una montaña de nieve brillando bajo el sol; el hombre que vende gas se queja de lo mucho que el cadáver hiede; el hombre del catastro afirma que la ballena está cubierta de arena; un ingeniero asegura que ya no queda nada del mamífero y una chica que pasa dice que de la ballena ya sólo queda carroña.
Pierre, el narrador de la historia, espera en su casa a su amiga, Odile, con la que ha quedado de ir a tomar el té, por invitación de una condesa. De último momento, deciden cambiar el rumbo e ir a ver al enorme mamífero. En un lugar donde nunca pasa nada, la presencia de la ballena que ha terminado muerta en la playa, representa la posibilidad de romper con la monotonía.
Durante el trayecto, los protagonistas de la historia muestran sus propias contradicciones. Pierre cree que no sólo encontrarán a una ballena, sino a la culminación de un universo caótico. Por un instante, Odile se pregunta si en realidad deben ir hacia allá, si no sería mejor conservar en su memoria la idea de una ballena espléndida con la cual ser felices, y no con una masa en estado de putrefacción. Sin embargo, Pierre la alienta a enfrentar la realidad, por dura que ésta resulte.
El momento culminante de la narración ocurre cuando, al fin, llegan adonde se encuentra el mamífero, que ha sido rodeado de estacas. El olor es, en efecto, nauseabundo. La imagen del cadáver, desoladora.
«Rodeamos lentamente aquel prodigio», dice Pierre. Y lo compara con un planeta. Pierre no se equivoca, cada vez que un ser vivo, por pequeño o grande que sea se extingue, lo que termina es todo un universo.
Lo que sigue es una larga y bellísima descripción de la ballena y una profunda disertación acerca de aquello que nos hace diferentes y semejantes a los animales; lo que, a final de cuentas, une a los hombres y a los demás seres: la vida y la muerte.
Para Pierre, el cadáver de la ballena significa «una derrota, una desaparición silenciosa, un espectáculo solemne». Y, «¿quiénes éramos nosotros que contemplábamos aquello?». Todo lo que vemos constituye un espejo que nos devuelve una mirada distinta de nosotros mismos y nos obliga a reflexionar acerca de nuestra fragilidad.
Cuando ya no soportan estar frente al enorme cetáceo blanco, los dos amigos emprenden el regreso. En algún momento se suben a un tranvía que los llevará a la casa de Pierre. Ajenos a lo que queda del cadáver de la ballena en la playa, el conductor y el pasajero hablan de todo tipo de banalidades. A los dos amigos les asombra que ellos no hayan sido tocados por el suceso que ha acontecido tan cerca del pueblo.
Para Pierre y Odile nada volverá a ser lo mismo. La ballena ha transformado una parte de su esencia. Odile no quiere ser indiferente y le pide a su amigo que hagan algo por la ballena. Pero Pierre, que siempre tiene los pies en la tierra, piensa que una o dos personas no pueden cambiar al mundo, haría falta que una mayoría lo hiciera. Ellos solos, serían dos granitos de azúcar queriendo quitarle lo salado al mar. Algo similar a lo que ocurre con los problemas ecológicos y económicos actuales. Los individuos conscientes son rebasados por la gran masa inconsciente.
Para un crítico literario francés, “La ballena (Baleine) es la irrupción del milagro en el mundo en decadencia de la inmediata postguerra marcada por el horror del «cataclismo europeo», en un mundo privado de esperanza. Una historia de fe y de encuentro con el Otro. Una historia de amor. Una revelación.
Dotada de un estilo misterioso, diáfano y pulido hasta los huesos, La ballena representa la quintaesencia de la escritura de Paul Gadenne. En ella, el escritor volcó sus preocupaciones filosóficas y literarias más profundas. Sus inquietudes espirituales, la búsqueda del sentido de la existencia, el significado de la muerte y la admiración de la belleza que se encuentra en las cosas más simples (“el modo en que su mejilla se inclinaba contra el viento, cómo restallaba el faldón de su impermeable, la forma en que su silueta dividía el mar”), observa Pierre en Odile, mientras que ella observa el gigantesco cadáver.
El escritor francés Paul Gadenne nació en la región de Norte-Paso de Calais, en 1907, y murió en el departamento de los Pirineos Atlánticos en 1956 a la edad de 49 años. Durante mucho, tiempo su obra cayó en el olvido y no es sino hasta hace poco tiempo que ha vuelto a recobrar prestigio. Como otros escritores (Bécquer, Chéjov, Novalis, Bernhard y Kafka) Gadenne murió de tuberculosis, luego de haber padecido la enfermedad durante un largo tiempo.
La ballena fue publicada en 1949 por Empédocle revista fundada por René Char y Albert Camus.
He leído La ballena en estado de gracia.
He terminado herido y gozoso, al mismo tiempo. Esta brevísima lectura se quedará dentro de mi por mucho tiempo. Dudo que alguna vez desaparezca.